sábado, 26 de octubre de 2019

#34 Vasos de Eduviges

Vaso de Eduviges en el M.º Británico


Objeto: vaso / jarra
Material: cristal tallado
Fecha: siglo XII
Lugar actual: Museo Británico, Reino Unido
Época: Edad Media


Un milagro molón y un misterio histórico sin resolver


«Milagros», o sea, eventos que parecen contradecir las leyes de la Naturaleza, para la iglesia católica los hay de todo tipo. Pero hay uno en particular que yo, nativa de una cultura vitivinícola, encuentro de lo más molón: la transformación de agua en vino.

Y no, no me refiero a las bodas de Caná, que según la mitología cristiana fue el primer milagro de su fundador. No, la leyenda se refiere a la duquesa Eduviges de Silesia (1174-1243). Esta virtuosa mujer no probaba el vino y solo bebía agua. Muy sana, diréis. Bueno, en aquella época, sin potabilización ni tratamiento de aguas, parece que, pese a su contenido de alcohol, el vino era opción menos insalubre.

Andaba su marido preocupado hasta que un día comprobó que ella se echaba agua a la copa, pero al beberlo, se transformaba en vino.

¿No me digáis que, como milagro, no merece la pena?

La cosa es que, a lo largo de los siglos, se fueron documentando en iglesias y casas señoriales centroeuropeas, una serie de vasos que llevaban el nombre de esta mujer (considerada santa desde 1267), pues se creía que, al menos tres de ellos, eran el vaso mágico del que bebía. Se les conoce como «vasos de Eduviges» (Hedwig beakers, o glasses en inglés; Hedwigsgläser o Hedwigsbecher en alemán).

En realidad, más que vasos son como jarros, pues su altura oscila entre los ocho y los catorce centímetros y parece que es difícil beber de ellos.

Son vasos achaparrados, de cristal grueso, tallado. No están coloreados, pero sí que tienen tonos grisáceos unos, amarillentos otros. El material se ha analizado químicamente, y se concluyen que están hechos con cal sodada, cristal de sílice, propio del cristal islámico.
Vaso de Eduviges en el Rijksmuseum

Los motivos ornamentales que lleva tallados en su superficie son de dos tipos. Unos tienen leones, un águila o un grifo o un Árbol de la Vida; otros están decorados con palmetas, medias lunas, o motivos geométricos y sin animales. Estos elementos aparecen tanto en el arte islámico como en el bizantino o el cristiano.

Hay en la actualidad unos catorce, encontrados todos ellos en la Europa central, y unos cuantos fragmentos obtenidos en excavaciones. Los hallazgos más «excéntricos», o sea, más alejados de Alemania y Polonia serían uno en Pistoia (el único al sur de los Alpes), dos en Namur y un fragmento en Novogrudok (Bielorrusia).

La datación más aceptada es que son vasos elaborados en el siglo XII o principios del XIII.

Pero a partir de aquí, misterio.

¿Dónde se confeccionaron? No se sabe. Uno pensaría que si se encontraron en Europa central, de allí sería, ¿no? Pues no. Porque entra en juego los regalos, los saqueos o el comercio. Una cosa es donde se hacen las cosas y donde se conservan durante siglos.

El planteamiento, si lo he entendido bien, es que la composición química de este vidrio y la técnica de cristal tallado, con esta ornamentación de inspiración oriental, es más bien propia del Levante islámico. Cierto es que el vidrio islámico suele llevar inscripciones, y ser más fino, aparte de que la ornamentación parece demasiado mazacote para el gusto musulmán.

Se ha propuesto como origen Siria o Egipto, incluso Irán. Más recientemente se ha apuntado la Sicilia normanda del siglo XI, concretándolo incluso en el reinado de un Altavilla: Guillermo II «el Bueno» (1166-89). El cristal se habría importado desde Tiro y el vaso, en sí, se habría elaborado en Sicilia.

Al parecer esa es la hipótesis hoy más aceptada, al menos por los museos que exhiben estas piezas. Sicilia era cruce de culturas: bizantina primero, conquistada por los sarracenos después y –más tarde– por los normandos (vikingos asentados en Francia). Ya en 1282 pasó a manos de los aragoneses, de donde viene que la isla fuera parte de la corona española durante siglos.

La historia de Sicilia es apasionante. Y, en concreto, el período normando, donde se entremezclaron la cultura bizantina, la islámica, y la normanda es absolutamente fascinante. Los maravillosos ejemplos de este arte que pueden verse en Palermo o en la catedral de Monreale te dejan, simplemente, sin aliento.

Eso sí, sigue siendo desconcertante que ninguno de los catorce vasos enteros, ni los varios fragmentos desenterrados en excavaciones haya aparecido en Sicilia ni en ningún otro lugar del mundo islámico. No hay nada, nada en Siria, ni en Egipto, ni en el mundo musulmán que se parezca a estos vasos. Ni una triste esquirla de un vaso de Eduviges se ha encontrado en Oriente Próximo, ni en el Egipto fatimí.

No es de extrañar, pues, que haya sugiera otros orígenes: zonas remotas del imperio bizantino en contacto con el mundo islámico, la propia Silesia o Sajonia, incluso Bielorrusia.

Aún no se sabe, y podemos seguir imaginando, esperando que algún hallazgo futuro nos aclare la cuestión, o algún novelista se monte una historia magufa al respecto. Por si queréis una explicación más detallada sobre los posibles orígenes, aquí la página del Museo de Corning, que lo detalla, y se apunta, según entiendo yo, a la tesis siciliana.

Por si alguien tiene interés, enumero los vasos localizados hasta la fecha.

Donde más vasos de Eduviges hay es en Alemania, cinco: en las catedrales de Minden y de Halberstadt, además de los museos siguientes: el Nacional Germánico de Núremberg, el del castillo de Friedenstein en Gotha (vaso Asseburg–Falkenstein) y la colección de arte (Kunstsammulungen) de Veste Coburgo.

En Polonia hay tres: en la catedral de Cracovia, y en dos museos: el de Antigüedades de Silesia en Breslavia y el de Nysa (casi entero).

Dos encontramos en Bélgica, procedentes de la abadía de las Hermanas de Nuestra Señora de Oignies, Namur, en forma de relicario medieval y que se dicen traídos desde Tierra Santa por Jacques de Vitry, obispo de Acre de 1214 a 1226.

El Rijksmuseum de Ámsterdam (Países Bajos) tiene uno, caracterizado por llevar una inscripción en la que dice que fue entregado a Luis van Simmern, Conde palatino, en 1643.

El Museo Británico de Londres (Reino Unido) expone en su sala 34 otro vaso de Eduviges, procedente de una colección privada en Turingia antes de la PGM y adquirido en 1959, donación de P T Brooke Sewell.

Hasta Estados Unidos ha llegado un ejemplar, al Museo de vidrio Corning en Nueva York, supuestamente en la catedral de Halberstadt desde la Edad Media.

Hay una serie de fragmentos obtenidos en excavaciones todas ellas del centro y el este de Europa, de Polonia o Alemania a Bielorrusia.

Pequeño comentario sobre este tipo de vasos por David Whitehouse, antiguo curador del Museo Corning:



Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

martes, 22 de octubre de 2019

# 61 La guerra no tiene rostro de mujer




У войны не женское лицо (U voini ne zhenskoe lizo)

 

Autora: Svetlana Alexiévich

Año: 1985

Género: Ensayo

Tema: Historia


La imagen que la gente normal tiene de la Segunda Guerra Mundial suele ser muy spielbergiana: entre el heroísmo yanqui (Salvar al soldado Ryan) y el exterminio de los judíos (La lista de Schindler). Rara vez aparece una superproducción occidental que te cuente algo un poco distinto (Enemigo a las puertas, sobre Stalingrado).

No digo que la SGM no fuera eso también, y Europa siempre deberá agradecer a los políticos estadounidenses que, aun actuando, como todos, en beneficio de los intereses de su propia nación, libraran gran parte del territorio europeo del totalitarismo nazi, aunque dejaran a otra parte en manos del totalitarismo soviético.

Pero la SGM fue, sobre todo,… la derrota de los nazis se debió, principalmente,… al frente oriental. A esa guerra brutal, despiadada, de exterminio, que se llevó a cabo en lo que hoy son Bielorrusia, Ucrania, Rusia… La Gran Guerra Patria que llamaron allí.

Svetlana Aleksiévich (o Alexiévich) dio voz, en 1985, a un buen puñado de mujeres que lucharon por el bando soviético, artilleras, pilotos, enfermeras, cirujanas, lavanderas o partisanas. Recuperó sus recuerdos de guerra, y así descubres otra guerra, en la que más que movimientos de tropas o combates de tanques, hay personas que luchan pie a tierra, que arrastran a compañeros heridos, que pelean y resisten.

Se asombran y preguntan a la periodista si «ahora» se puede hablar de esto. Durante décadas tuvieron que callar. No eran bienvenidas sus historias de sufrimiento, porque el régimen soviético solo quería épica y heroísmo. Te cuentan los sacrificios que hicieron, sus sentimientos, cómo querían ponerse un vestido, sentirse mujeres, o cómo creen que a las mujeres nos cuesta más matar, que es más fácil morir, sacrificarse,… Niñas adolescentes que mentían sobre su edad o escapaban de casa para ir a luchar contra el invasor. El odio intenso hacia los nazis destructores de su mundo, conviviendo con momentos ocasionales de compasión hacia el alemán herido o el niño combatiente de última hora que llora metralleta en mano... El tener que asistir impertérritas a la tortura y ejecución de sus hijos, porque si revelaban de dónde eran, los alemanes arrasarían a toda la aldea. Las mujeres que tuvieron que matar ellas a sus propios hijos…

Un interrogador nazi se asombraba de cómo aceptaban la muerte con tranquilidad y confiaban en que el comunismo vencería. Una mujer recuerda…

“La vida está por encima de las ideas”, decía él. Yo, por supuesto, no estaba de acuerdo.

Perfecta expresión del fanatismo: que las ideas sean más importantes que las personas.

Ese sentimiento ayudó a los soviéticos, que pusieron más de veinte millones de muertos encima de la mesa para ganar la guerra, en su mayoría civiles. Las cifras reales nunca se sabrán. Por comparar, los muertos estadounidenses no llegaron al medio millón, más o menos, casi en su totalidad militares.

Solo la fe absoluta en el comunismo y su «Victoria final» los impulsaba al sacrificio. Esto lo oí en una ocasión sobre los republicanos españoles en Mathausen; otros internos, por ejemplo, franceses, se asombraban de la convicción inconmovible de estos comunistas en que al final el nazismo sería derrotado.

Alekséivich no omite la injusticia de posguerra. Tuvieron que esconder sus condecoraciones, acallar sus recuerdos femeninos, incluso hubo quien la echó de casa, porque tenía hermanas a las que casar, y claro, ella había estado en el frente, con los hombres, cuatro años. Ellas mismas no pudieron casarse y cobran unas pensiones de miseria.

…Cómo muchos pasaron del campo de prisioneros nazi al gulag soviético. Hasta los chistes que se hacían al respecto.

El libro se construye a partir de relatos de estas excombatientes, grabadas en magnetofón, que la autora sabe combinar muy hábilmente por capítulos vagamente temáticos. Te atrapa como si fuera una novela. Creo que es gracias a que combina bien lo conocido (la SGM) con unas voces hasta la fecha inauditas.

La edición que yo tengo es fruto de una revisión ya de los años 2010, incluyendo partes que la censura (y la autocensura) quitó y extractos de sus conversaciones con el censor. Como ya ocurrió en España, irónicamente, la censura a veces se revela como una aguda crítica literaria, dando una buena idea del libro:

—Después de leer un libro como este, nadie querrá ir a la guerra. Usted con su primitivo naturalismo está humillando a las mujeres. A la mujer heroína. La destrona. Hace de ella una mujer corriente. Una hembra. Y nosotros las tenemos por santas.
—Nuestro heroísmo es aséptico, no quiere tomar en cuenta ni la fisiología, ni la biología. No es creíble. La guerra fue una gran prueba tanto para el espíritu como para la carne. Para el cuerpo.
—¿De dónde ha sacado usted esas ideas? Esas ideas no son nuestras. No son soviéticas. Se burla de los que yacen en las fosas comunes. Ha leído demasiados libros de Remarque… Aquí estas cosas no pasan… La mujer soviética no es un animal…

Más adelante:

—Debería usted buscar los ejemplos heroicos… En cambio, se dedica a sacar a la luz la suciedad de la guerra. La ropa interior. En su libro, nuestra Victoria es espantosa… Para usted, la verdad está en la vida. En la calle. Bajo nuestros pies. Para usted es tan baja, tan terrenal. Pues se equivoca, la verdad es lo que soñamos. ¡Es cómo queremos ser!

Qué soviético es eso.

Aleksiévich en 2017, por Elke
Wetzig
Svetlana Aleksándrovna Aleksiévich (n. Stanislav, Ucrania soviética, 31 de mayo de 1948) es una escritora, periodista y ensayista bielorrusa de lengua rusa, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2015, «por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo». 

Relata de forma crítica el tiempo soviético y sus consecuencias actuales. 

Otra de sus obras más conocidas es Voces de Chernóbil (1997).


lunes, 14 de octubre de 2019

#32 Colegiata de Santa Cruz de Castañeda

Fachada occidental de Sta. Cruz
Zarateman (2011)
[CC BY-SA 3.0], vía Wikimedia Commons




                       
Ubicación: Castañeda (Cantabria, España)
Fecha: siglo XII
Estilo: Arte románico
Tipo de edificación: iglesia




En un rinconcito cántabro, una espléndida portalada románica


La Colegiata de Santa Cruz de Castañeda fue declarada Bien de Interés Cultural en el año 1930. 

El monasterio, benedictino, de la orden de Cluny, se cree que surgió en el siglo X. Un abad llamado Juan (Iohannes de Chastanieta) es mencionado en dos documentos medievales, por negocios que tuvo con el abad de Santoña (en 1092, y que se contiene en el cartulario de Santa María del Puerto) y con el de Santillana (en 1103, en el cartulario de Santillana). Los incendios en siglos posteriores hicieron desaparecer la documentación de este lugar.

Sí que se sabe que, en el siglo XII se convirtió en colegiata a cargo de un grupo de canónigos de la orden de San Agustín.

Queda solo la iglesia, y esta con alguna modificación. Pero aún se ve que es románica. En principio, tenía planta de cruz latina (una nave y crucero) y tres ábsides al exterior, uno rematando la nace y otros a modo de capillas sobre el transepto. Adosada al muro sur se alza una torre.


Lo que más destacaría yo es esa espléndida portada occidental, por su sencillez y contundencia. Nada menos que ocho arquivoltas apoyadas sobre un cimacio decorado con palmetas. Los capiteles están deteriorados, pero aún se pueden distinguir animales como, por ejemplo, serpientes.

La torre que queda a la parte sur tiene dos cuerpos. El superior es un poco más estrecho, y muestra ventanas geminadas, una a cada lado. El parteluz es un machón, con su columna adosada debidamente adornada en su capitel. Una cornisa recorre toda la parte superior de la torre, con canecillos.



La torre, el cimborrio, el ábside central…

También destaca el cimborrio, más bajo y ancho que la torre. Tiene dos cuerpos: el inferior cuadrado, y el superior octogonal; los vanos son de diferentes estilos, incluso mozárabes.

A principios del siglo XIII le añadieron una nave al norte. Entre 1703 y 1706, o sea, ya en época barroca, se suprimió uno de los ábsides, y erigieron una capilla dedicada al Rosario y una sacristía; todo por encargo de un tan Juan de Fromesta (¿Frómista?) Ceballos y Villegas, indiano que envió desde América el dinero para su construcción. Y en el XVII le añadieron otra nave transversal, con su portada y soportal, que quedan, según miras de frente, a la parte izquierda de la entrada románica.



Como otras obras del románico cántabro (las otras dos joyas de la corona son Cervatos y Santillana del Mar) es una delicia ver los canecillos, y los capiteles, a pesar de su desgaste por el tiempo, y escudriñar qué simbolizan, qué criatura fantástica salida de la imaginación medieval nos está mirando desde la piedra. Animales y plantas eran la decoración favorita.

Por dentro también es preciosa. Una de esas iglesias muy cucas, sencillas, pero armoniosas. A la cabecera, el ábside con arcos de medio punto. Las columnas sostienen capiteles tallados donde se distinguen personas y animales.

Tiene esculturas góticas, como un Cristo del siglo XIV y dos Vírgenes con Niño, del XIII. Del siglo XIV es el sepulcro del abad Munio González. 

A uno de los lados se encuentra un retablo de 1641, «una de las mejores piezas prechurriguerescas salomónicas conservadas en Cantabria» (así se dice en el libro Arte barroco en Cantabria: retablos e imaginería (1660-1790), de Julio J. Polo Sánchez), retablo mayor, realizado por Hernando de Malla.

Este territorio de realengo pasó a don Tello de Castilla, hijo de Alfonso XI y hermano de Enrique IV. Le sucedió su hijo don Juan Téllez de Castilla, que fue II señor de Aguilar de Campoo y Castañeda. Este Juan Téllez casó con doña Leonor de la Vega, señora de la villa de Carrión, de Santillana del Mar y de Torrelavega. Tuvieron una hija, Aldonza, quien heredó esta zona de Castañeda. En 1420 aparece como de su propiedad; se casó con García Fernández Manrique, siendo los dos condes de Castañeda desde el año 1430.

Como cotilleo diré (¡Viva el Sálvame de luxe histórico!) que doña Leonor de la Vega, señora –entre otros lugares– de mi natal Torrelavega, se casó en segundas nupcias con Diego Hurtado de Mendoza, y de ahí nació don Íñigo López de Mendoza y de la Vega, marqués de Santillana y famoso literato.

Y como este es mi blog, y pongo lo que me apetece, allá va la Serranilla IV, dedicada a una mozuela de Bores, copiada de la página web Cervantes Virtual:

Mozuela de Bores              

allá do la Lama                
púsom'en amores.             
   Cuidé qu'olvidado          
Amor me tenía,         5     
como quien s'había           
grand tiempo dejado         
de tales dolores,                
que más que la llama                 
queman amadores.   10   
    Mas vi la fermosa          
de buen continente,           
la cara placiente,              
fresca como rosa,              
de tales colores         15   
cual nunca vi dama           
nin otra, señores.              
    Por lo cual: «Señora              
-le dije-, en verdad            
la vuestra beldad      20   
saldrá desd'agora             
dentr'estos alcores,            
pues meresce fama            
de grandes loores».           
    Dijo: «Caballero, 25   
tiradvos afuera;                 
dejad la vaquera               
pasar al otero;         
ca dos labradores             
me piden de Frama,  30   
entrambos pastores».                  
    «Señora, pastor            
seré si queredes;                
mandarme podedes,          
como a servidor;       35   
mayores dulzores               
será a mí la brama            
que oír ruiseñores».          
    Así concluimos              
el nuestro proceso     40   
sin facer exceso,                
e nos avenimos.                 
E fueron las flores             
de cabe Espinama             
los encubridores.

           Bores, Frama y Espinama son lugares que siguen existiendo, en Liébana; a poco montañero que seas, lo has visitado más de una vez.

sábado, 12 de octubre de 2019

#26 Altar de oro de Basilea






Objeto: antipendio (frontal de altar)
Material: oro
Fecha: h. 1021
Lugar actual: Museo de Cluny, Francia
Época: Edad Media (arte otoniano)

Regalos, regalos, para ganarse el cielo (o, al menos, la canonización)


Antipendio y frontal significan lo mismo. Se refiere a un «paramento de sedas, metal u otra matera con que se adorna la parte delantera de la mesa del altar» (el DRAE dixit).

Aquí traigo una joya de la orfebrería otoniana, es decir aún dentro del arte prerrománico.

El emperador Enrique II se hizo con la ciudad de Basilea en el año 1006. A este Enrique ya lo vimos al hablar del manto donado a la catedral de Bamberg. No me extraña que luego lo canonizasen, se tiró todo el rato haciendo regalos a la Iglesia., aparte de apoyar a los obispos, hasta consiguió que metieran el filioque lo que luego llevó al cisma.

Basilea es una ciudad de Suiza, famosa por… bueno, entre otras cosas, por ser de allí Roger Federer. La cosa es que este emperador Enrique II impulsó la construcción de la catedral, junto con el obispo Adalberto II, por eso a veces se la llama «catedral de Adalberto». Actualmente recibe el nombre de su patrón, o sea, de Enrique II, pues fue dedicada a este señor y su esposa Cunegunda.

Se cree que, con motivo de la consagración de la catedral, entre 1019 y 1021, el emperador regaló esta espléndida pieza. En la página web del museo dicen que estaba destinada a un monasterio benedictino, quizá el de Montecasino en Italia o el de Bamberg en Alemania, pero que al final se ofreció a la catedral de Basilea en un gesto diplomático.

¿Dónde se confeccionó? Realmente no se sabe. Se especula con que pudieron ser los talleres de Fulda, o los de Maguncia.

Un núcleo de madera de roble está recubierto por una lámina de oro. Los orfebres otonianos siguieron la tradición carolingia. En concreto, este frontal tiene un antecedente en el que donó Carlos el Calvo a la basílica de San Dionisio, que hoy solo se conoce por pinturas.

Más tarde, se prefirió adornar la zona del altar colocando retablos detrás, de esa manera fueron desapareciendo los frontales o antipendios.

En este altar se distiguen cinco paneles, mediante arcadas, más ancho el del medio. Cada uno tiene una figura en semirrelieve, siguiendo la técnica del repoussé. Recuerda a los sarcófagos antiguos. 


En el centro está Cristo, bendiciendo con la mano derecha, y con un globo en la izquierda. Ahí se ve su monograma con las letras ji y rho, o sea, las primeras de Χριστος (Jristós). También se distinguen las letras alfa y omega, Cristo como principio y fin de todas las cosas.

A los pies de Cristo hay dos figuritas pequeñas, humillándose. Son el emperador Enrique II y la emperatriz Cunegunda, de menor tamaño que la figura divina, como era habitual en el arte medieval.

Bajo los otros arcos tenemos, a la izquierda de todo, san Benito, fácilmente reconocible con su vestimenta monacal, su cruz de abad y el libro que simboliza la regla benedictina que estableció hacia el año 540 para ordenar la vida monástica. No hay que olvidar que el emperador Enrique fue oblato de la Orden de San Benito, y por ello es patrono de todos los oblatos de la orden benedictina.

En las otras tres arcadas, están representados tres arcángeles: Miguel, Rafael y Gabriel.

Con esta y otras donaciones, engrosó el tesoro de la catedral de Basilea, que logró sobrevivir a la reforma protestante, al parecer gran destructora de arte religioso en el norte de Europa. Lo que no pudo superar fue la división en dos cantones, entre la ciudad y la provincia (1833). Se repartieron los tesoros de la catedral, y este frontal de altar le correspondió a la comarca. ¿Resultado? que la provincia acabó vendiendo poco a poco piezas del tesoro. Así este antipendio acabó en manos de Francia y otras piezas, en lugares tan distantes como San San Petersburgo o Nueva York.

En fin, espero que no se hayan arrepentido. Supongo que como la ciudad es más rica, sí haya conservado en su catedral más piezas del tesoro basilense. Cualquier excusa es buena para visitar esta serena ciudad suiza,… o el Museo de Cluny que, ya lo he dicho, es uno de esos estupendos museos parisinos no tan saturado como el Louvre, y que considera este devant d’autel de Bâle como una de sus piezas maestras. Así se lee en su página web, que he traducido en parte para esta entrada


Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

martes, 8 de octubre de 2019

#24 Ataifor del caballito






Objeto: ataifor (plato)
Material: cerámica
Fecha: 2.ª mitad del siglo X
Lugar actual: Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba, España
Época: Edad Media (arte islámico)

Hasta un plato hondo sirve de propaganda


El verde es el color del profeta Mahoma.

El blanco, el de los Omeya.

Y el negro,… aquí se duda. En la Wikipedia dicen que es un recurso técnico sin significación, pero en el Museo Arqueológico de Córdoba –que es donde hace poco he podido ver en vivo y en directo esta pieza, que me enamoró, junto a otras semejantes–, dicen que el negro representa la dignidad califal.

La cerámica «verde y manganeso» tuvo un desarrollo extraordinario en la Córdoba de los Omeyas, siendo su principal centro de producción Medina Azahara.

No es creación hispana, sino que –al parecer– empezó en el siglo IX en la zona de Asia central, en lugares como Samarra (de cuyo alminar «ֿsacacorchos» ya hablé aquí) y llegó hasta el norte de África, en concreto a Kairuán (también he hablado aquí de su mezquita).

Llegó a la península en el siglo X, y este alaifor, en concreto, es de la segunda mitad de ese siglo. Y diréis, ¿qué es un alaifor? ¡A mí me parece un cuenco!

Para eso está el DRAE, que lo define como «plato hondo para servir viandas que se usaba antiguamente».

Se le llama «del caballito» por, obviamente, la representación de un caballo con todos sus jaeces que podemos distinguir en su interior. En los laterales hay una cenefa con motivos vegetales, en concreto palmetas.

Es un cuenco de 28 cm de diámetro y una altura de unos siete centímetros. Se recuperó en las excavaciones de Medina Azahara (o Madinat al-Zahra).

Por si queréis datos técnicos, leo en la página web del museo que:

Está realizada en verde-manganeso sobre engalba blanca con un vidriado de plomo sílice opacificado con dióxido de estaño.

A través de los colores, este tipo de cerámica «verde y manganeso» proclamaba la fidelidad al profeta Mahoma, a los califas omeyas y a la dignidad califal. Desde el centro, Córdoba, fue extendiéndose a otros lugares de Al-Ándalus. Así, estas cerámicas de uso cotidiano transmitían un mensaje religioso y de poder, que superaba el ámbito cortesano y llegaba a cualquiera que pudiera permitirse este tipo de objeto.

Dentro del arte islámico, hubo otra cerámica característica de esta época, la de reflejo metálico de Samarra, que también se produjo en Al-Ándalus. Pero reconozco que a mí me gustó mucho más esta loza tan nuestra, blanco con figuras verdes y negras. Son objetos preciosos que se pueden ver en el Museo Arqueológico de Córdoba. Otro atractivo más, a sumar a los muchos que ya tiene Córdoba, ciudad patrimonio de la humanidad, en la que puedes ver arte romano, islámico, cristiano, etc. etc. Y, por supuesto, la mezquita, de la que ya hablé aquí hace año y medio.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

domingo, 6 de octubre de 2019

#32 Frontal de Santo Domingo de Silos



Objeto: frontal
Material: madera de roble, sobre, esmalte
Fecha: 1165-1170
Lugar actual: Museo de Burgos, España
Época: Edad Media (arte románico)



A un santo no lo puedes tapar de cualquier manera



A este objeto se lo conoce como frontal y también como urna. Se encuentra en el Museo de Burgos, y procede de los talleres de esmaltes que tenían en el monasterio de Santo Domingo de Silos, que se encuentra en la misma provincia de Burgos. Es la obra maestra de aquel taller silense.

Se le llama urna o frontal de Santo Domingo de Silos porque se elaboró con la finalidad de cubrir el cofre de las reliquias de este santo, que al parecer era de sencilla piedra.

Tiene forma rectangular. Se trata de dos elementos de madera de roble, una frontal y otra inclinada. Mide 70 centímetros de alto, dos metros y pico de ancho, y una profundidad de 4 milímetros.

La madera se recubrió con placas de cobre dorado y repujado, encima del cual se encuentran los esmaltes, en colores básicos: azul, verde, rojo y blanco. Destacan los azules y los verdes, y llama la atención que no haya color amarillo. El color azul se obtenía de minerales españoles, y esto hace que los autores se pregunten si este tipo de esmalte que parece creado en Limoges no sería en realidad, de origen hispánico.

Se utilizó la técnica del champlevé (esmalte excavado o campeado), que es una técnica más barata que el esmalte cloisonée; esta técnica la desarrollaron ampliamente los talleres de Limoges. Al hablar de los esmaltes de la catedral de Orense, ya describí un poco cómo se hacía esta técnica. Básicamente, se rehundía la placa y allí, en el hueco, se ponía el óxido que crearía el esmalte al fundirse.



Detalle de Cristo en majestad, dentro de una mandorla, con los evangelistas en las esquinas, y columnillas adornadas de motivos vegetales que lo separan de los apóstoles

Lo que está representado no es nada original, ya lo hemos visto en pintura y escultura y otros medios. Por un lado, Cristo Pantocrátor, o sea, en majestad dentro de una mandorla y con el Tetramorfos (símbolos de los evangelistas) alrededor.

A los lados, están los apóstoles, seis a cada lado, debajo de arcos de medio punto que representarían la ciudad celestial, la Jerusalén celeste. Llama la atención la policromía de las vestimentas de los personajes.

En lo que se refiere a las cabezas, suponen un toque de escultura dentro de lo que es una obra de orfebrería y esmalte, ya que están hechas en bulto redondo, bastante exento. Se fundieron con la técnica de la cera perdida.

Las columnas tienen adornos vegetales y geométricos. Aparecen parejas de animales fantásticos en la orla superior. Luego, en la base, se ve un remate de arquería de medio punto, con arcos peraltados y ajedrezado en las enjutas.

Por enmarcar esta obra en su contexto artístico, ha de recordarse que son artes aplicadas del románico. Destacan las obras de orfebrería y las textiles (tapiz de Bayeux). Las de orfebrería utilizaban el oro y las piedras preciosas por todos lados, como se ve aquí, en que el frontal está adornado por piedras duras en cabujón.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.