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viernes, 9 de octubre de 2020

#28 Historias

 



 

ἱστορίαι - historíai

Autor: Heródoto

Año: hacia 430 a. C.

Género: ensayo

 

 

 

Lugar común: el padre de la Historia y tal

  

La publicación que Heródoto de Halicarnaso va a presentar de su historia se dirige principalmente a que no llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria de los hechos públicos de los hombres, ni menos a oscurecer las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos como de los bárbaros. Con este objeto refiere una infinidad de sucesos varios e interesantes, y expone con esmero las causas y motivos de las guerras que se hicieron mutuamente los unos a los otros.

 

Así empiezan Los nueve libros de la Historia, en la traducción que tengo yo de Biblioteca Edaf, con traducción de P. Bartolomé Pou. Con este proemio, que no se sabe en realidad es obra de Heródoto u otro, explicaba su objetivo: explicar el origen de las guerras médicas.

 Se considera la primera aproximación «científica» a la historia. Heródoto recopila materiales diversos: sus fuentes van desde su propia experiencia hasta la lectura de poetas o epigrafía que traduce a su manera. Pone cierto orden para hacer un relato coherente e intenta enfrentarse a ello de forma crítica.

 A veces expresa sus dudas sobre si lo que le han contado es cierto o no. Lo advierte para que el lector esté prevenido. Así, en el Libro VII, CLII dice lo siguiente:


 Por lo que a mi toca, miro como un deber referir lo que se dice pero no de creerlo todo: y quiero que en esta mi prevención valga en toda mi historia

 

Cicerón, escritor de la república romana, llamó a Heródoto «padre de la Historia» y con el mote se ha quedado. Ahora creo que se le tiene menos aprecio como historiógrafo y más como parte de la literatura.

 La división en nueve libros, uno dedicado a cada una de las musas, parece que no es del autor, sino posterior. Tampoco se sabe si tenía pensado que el libro acabara así o si seguía algo más y simplemente se perdió o no lo acabó. Con lo que hay, no obstante, basta y sobra para entender un poco lo que era aquella época y cómo lo veía.

 Su forma de contar las cosas está llena de apartes, digresiones, y lo ameniza con historietas como la de Candaules y Giges, por ejemplo, aquella del rey que mostró a uno de sus ministros lo hermosa que era su mujer desnuda... sí, no puede acabar bien.

 Es conocido que el Libro II lo dedica a Egipto. La verdad es que sobrecoge pensar que cuando Heródoto vio las pirámides ya tenían 2.500 años de antigüedad; fijaos bien, Heródoto dista dista de nosotros los mismos 25 siglos que de ellas.

 Reconozco que ese Libro II es de la parte que más me aburrió del libro, como todo lo que cuenta sobre tribus escitas en el Libro IV. 

 Pero los últimos cuatro libros, dedicados a las guerras médicas, y en particular el VII; me parecieron como una novela de esas que te agarra por el cogote y no te deja. Lo leí por vez primera en 2001, en un solo volumen y sin apenas notas, luego ya me compré la edición de la Biblioteca Gredos, cinco libros y lleno de notas, con mapas y más material que te ayudan a entenderlo mejor pero ralentizan lo que es la lectura por mero placer lector.

 Se me quedó en la memoria, sobre todo, el personaje de Jerjes (519-465 a. C.), rey de Persia desde el 485 a. C. Y digo personaje porque me quedo más con la impresión de una creación literaria que de un monarca histórico que realmente fuera así.

 Un tipo enajenado en su propio delirio, de opinión cambiante, que se entromete en hacer la guerra sin un plan del todo claro, en lugar de dejar la estrategia y la táctica de la guerra a los profesionales.

 ¿Exagero? En el Libro VII lo vemos enamorarse de un plátano, el árbol Platanus orientalis, supongo, no la fruta y va y le regala un collar de oro y hasta le pone guardaespaldas (XXXI). En un momento dado, se cabrea con el mar y ordena que le den trescientos latigazos al Helesponto y que se arrojen unos grilletes al fondo (XXXV). Más tarde, se emociona tanto al ver su ejército cubrir las playas y los campos y el Helesponto lleno de naves, que llega hasta las lágrimas (XLV).

 ¿Es o no es un tipo que llama, a su modo totalmente chalado como una cabra?

 (Vale, luego te lees los comentarios y te cuentan que si es una malinterpretación de Heródoto, que si son actos simbólicos y tal, pero no me digáis que no queda fetén como creación literaria).

 Considero que es un libro que merece la pena leer, aún hoy, si eres un lector normal, como yo, aunque no seas historiador. Con prevenciones, eso sí.

 En 2001 lo valoré con tres estrellas, por esa irregularidad entre partes que se me hicieron bola y otras que me apasionaron.

 Creo que para disfrutarlo, tienen que concurrir una serie de circunstancias

La primera, asume que van a ser cientos y cientos de páginas y que te llevará mucho tiempo. 

Segundo, tiene que gustarte la historia, en particular que te interese la Grecia del siglo V a. C. 

Y, en tercer y último lugar, conviene que tengas conocimientos previos sobre cómo fueron las guerras médicas y un poco la geografía de la época, al menos saber dónde estaba Grecia y dónde Persia, y ciudades como Sardes o Tebas, no solo Esparta o Atenas.

 Creo que lo que más recuerdo, aparte del delirante Jerjes, es la feliz expresión «la independencia del hombre libre» (Libro VII, CXXXV):


 Hecho a servir como criado, no has probado jamás hasta ahora si es o no dulce la independencia de un hombre libre; si la hubieses alguna vez probado, seguros estamos que no sólo nos aconsejaríais que la mantuviéramos a punta de lanza, sino a golpe de segur ofreciendo el cuello al acero.

 

Por decir algo del autor, os cuento que Heródoto (Ἡρόδοτος, Hēródotos) vivió, aproximadamente, entre los años 484 y 425 a. C. Nació en Halicarnaso, es decir, dentro del imperio persa, debió ser de buena familia y viajó bastante. La lengua en la que escribió fu dialecto jonio.

 Este libro ha inspirado a otros artistas a lo largo de la historia. No puedo dejar de recordar la ópera Jerjes, de Händel, en la que tenemos al protagonista cantando su amor a un árbol. Es muy probable que la música os suene y no supierais de qué. Aquí os dejo un vídeo de You Tube, con la mezzosoprano Cecilia Bartoli interpretando a Jerjes con Il Giardino Armonico:

 


Y una cosa más. La oí en una película y es de esas cosas que te hacen pensar, «qué bueno el guionista este», y es aquel chiste de que el rey persa tiene tantos arqueros que las flechas taparán el sol, y el espartano le responde con chunga que, perfecto, entonces, combatirán a la sombra.

 Bueno, pues no es un hallazgo de ningún guionista, sino de Heródoto, que lo cuenta así (sigo con la misma traducción de Edaf, libro VII; CCXXVI):

 

... es fama con todo que el más bravo fue el espartano Dieneces, de quien cuentan que como oyese decir a uno de los traquinios, antes de venir a las manos con los medos, que al disparar los bárbaros sus arcos cubrirían el sol con una espesa nube de saetas, pues tanta era su muchedumbre, dióle por respuesta un chiste gracioso sin turbarse por ello; antes haciendo burla de la turbación de los medos, díjole: «que no podía el amigo traquinio darle mejor nueva, pues cubriendo los medos el sol se podría pelear con ellos a la sombra sin que les molestase el calor»: Este dicho agudo, y otros como éste, dícese que dejó a la posteridad en memoria suya el lacedemonio Dieneces.

martes, 22 de octubre de 2019

# 61 La guerra no tiene rostro de mujer




У войны не женское лицо (U voini ne zhenskoe lizo)

 

Autora: Svetlana Alexiévich

Año: 1985

Género: Ensayo

Tema: Historia


La imagen que la gente normal tiene de la Segunda Guerra Mundial suele ser muy spielbergiana: entre el heroísmo yanqui (Salvar al soldado Ryan) y el exterminio de los judíos (La lista de Schindler). Rara vez aparece una superproducción occidental que te cuente algo un poco distinto (Enemigo a las puertas, sobre Stalingrado).

No digo que la SGM no fuera eso también, y Europa siempre deberá agradecer a los políticos estadounidenses que, aun actuando, como todos, en beneficio de los intereses de su propia nación, libraran gran parte del territorio europeo del totalitarismo nazi, aunque dejaran a otra parte en manos del totalitarismo soviético.

Pero la SGM fue, sobre todo,… la derrota de los nazis se debió, principalmente,… al frente oriental. A esa guerra brutal, despiadada, de exterminio, que se llevó a cabo en lo que hoy son Bielorrusia, Ucrania, Rusia… La Gran Guerra Patria que llamaron allí.

Svetlana Aleksiévich (o Alexiévich) dio voz, en 1985, a un buen puñado de mujeres que lucharon por el bando soviético, artilleras, pilotos, enfermeras, cirujanas, lavanderas o partisanas. Recuperó sus recuerdos de guerra, y así descubres otra guerra, en la que más que movimientos de tropas o combates de tanques, hay personas que luchan pie a tierra, que arrastran a compañeros heridos, que pelean y resisten.

Se asombran y preguntan a la periodista si «ahora» se puede hablar de esto. Durante décadas tuvieron que callar. No eran bienvenidas sus historias de sufrimiento, porque el régimen soviético solo quería épica y heroísmo. Te cuentan los sacrificios que hicieron, sus sentimientos, cómo querían ponerse un vestido, sentirse mujeres, o cómo creen que a las mujeres nos cuesta más matar, que es más fácil morir, sacrificarse,… Niñas adolescentes que mentían sobre su edad o escapaban de casa para ir a luchar contra el invasor. El odio intenso hacia los nazis destructores de su mundo, conviviendo con momentos ocasionales de compasión hacia el alemán herido o el niño combatiente de última hora que llora metralleta en mano... El tener que asistir impertérritas a la tortura y ejecución de sus hijos, porque si revelaban de dónde eran, los alemanes arrasarían a toda la aldea. Las mujeres que tuvieron que matar ellas a sus propios hijos…

Un interrogador nazi se asombraba de cómo aceptaban la muerte con tranquilidad y confiaban en que el comunismo vencería. Una mujer recuerda…

“La vida está por encima de las ideas”, decía él. Yo, por supuesto, no estaba de acuerdo.

Perfecta expresión del fanatismo: que las ideas sean más importantes que las personas.

Ese sentimiento ayudó a los soviéticos, que pusieron más de veinte millones de muertos encima de la mesa para ganar la guerra, en su mayoría civiles. Las cifras reales nunca se sabrán. Por comparar, los muertos estadounidenses no llegaron al medio millón, más o menos, casi en su totalidad militares.

Solo la fe absoluta en el comunismo y su «Victoria final» los impulsaba al sacrificio. Esto lo oí en una ocasión sobre los republicanos españoles en Mathausen; otros internos, por ejemplo, franceses, se asombraban de la convicción inconmovible de estos comunistas en que al final el nazismo sería derrotado.

Alekséivich no omite la injusticia de posguerra. Tuvieron que esconder sus condecoraciones, acallar sus recuerdos femeninos, incluso hubo quien la echó de casa, porque tenía hermanas a las que casar, y claro, ella había estado en el frente, con los hombres, cuatro años. Ellas mismas no pudieron casarse y cobran unas pensiones de miseria.

…Cómo muchos pasaron del campo de prisioneros nazi al gulag soviético. Hasta los chistes que se hacían al respecto.

El libro se construye a partir de relatos de estas excombatientes, grabadas en magnetofón, que la autora sabe combinar muy hábilmente por capítulos vagamente temáticos. Te atrapa como si fuera una novela. Creo que es gracias a que combina bien lo conocido (la SGM) con unas voces hasta la fecha inauditas.

La edición que yo tengo es fruto de una revisión ya de los años 2010, incluyendo partes que la censura (y la autocensura) quitó y extractos de sus conversaciones con el censor. Como ya ocurrió en España, irónicamente, la censura a veces se revela como una aguda crítica literaria, dando una buena idea del libro:

—Después de leer un libro como este, nadie querrá ir a la guerra. Usted con su primitivo naturalismo está humillando a las mujeres. A la mujer heroína. La destrona. Hace de ella una mujer corriente. Una hembra. Y nosotros las tenemos por santas.
—Nuestro heroísmo es aséptico, no quiere tomar en cuenta ni la fisiología, ni la biología. No es creíble. La guerra fue una gran prueba tanto para el espíritu como para la carne. Para el cuerpo.
—¿De dónde ha sacado usted esas ideas? Esas ideas no son nuestras. No son soviéticas. Se burla de los que yacen en las fosas comunes. Ha leído demasiados libros de Remarque… Aquí estas cosas no pasan… La mujer soviética no es un animal…

Más adelante:

—Debería usted buscar los ejemplos heroicos… En cambio, se dedica a sacar a la luz la suciedad de la guerra. La ropa interior. En su libro, nuestra Victoria es espantosa… Para usted, la verdad está en la vida. En la calle. Bajo nuestros pies. Para usted es tan baja, tan terrenal. Pues se equivoca, la verdad es lo que soñamos. ¡Es cómo queremos ser!

Qué soviético es eso.

Aleksiévich en 2017, por Elke
Wetzig
Svetlana Aleksándrovna Aleksiévich (n. Stanislav, Ucrania soviética, 31 de mayo de 1948) es una escritora, periodista y ensayista bielorrusa de lengua rusa, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2015, «por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo». 

Relata de forma crítica el tiempo soviético y sus consecuencias actuales. 

Otra de sus obras más conocidas es Voces de Chernóbil (1997).