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domingo, 22 de junio de 2025

#87 El intendente Sansho

 File:Sansho Dayu poster.jpg


山椒大夫 / Sanshô dayû

Año: 1954

País: Japón

Dirección: Kenji Mizoguchi

Música: Fumio Hayasaka

 

Una persona sin compasión no es humana.

 

Por alguna extraña razón hay quien piensa que la esclavitud sólo la practicaron los occidentales. Y no es así. Todos los pueblos y sociedades históricas, hasta donde yo sé, tuvieron alguna forma de esclavitud o servidumbre. 

El Japón medieval no podía ser una excepción. 

Esta película te lo muestra, con todo su dolor, aunque sin regodearse. No hace falta. La maldad y la crueldad, el sufrimiento que causan, se padecen sin necesidad de que te lo cuenten en primeros planos, sin escenas gore, sin regodeos sentimentales.

Y, enfrente, la amabilidad de quienes piensan que todo ser humano tiene un valor, que hay que ser justos y benévolos, en la medida de lo posible.

Esa es la enseñanza que el padre del protagonista le imparte, poco antes de marchar al exilio por, precisamente, haber intentado mejorar la vida de los campesinos:

Una persona sin compasión no es humana.

Incluso ante tus enemigos debes mostrarte compasivo.

Todos somos iguales y nos merecemos ser felices.

Y luego está la familia, el amor entre las personas de la misma sangre, que conlleva sufrir y sobrevivir juntos, apoyarse o sacrificrse el uno por el otro, la búsqueda incansable de aquel que se fue, la esperanza del reencuentro…

Eso es de lo que va esta película. Aunque, si queréis saber un poco sobre la trama, os digo que está ambientada en el Japón del siglo XII. Hay un gobernador que, por no explotar a los campesinos, es condenado al exilio, dejando atrás a su mujer Tamaki y sus dos hijos, Zushio y Anju, aún niños. Querrían ir con él, pero no pueden.Cuando, años después, emprenden viaje para reunirse con el padre, les suceden una serie de desgracias, en fin, acabarán en manos del cruel intendente Sansho del título.

Película en blanco y negro, con una fotografía preciosa, y escenas de esas que se te quedan en la retina, como el momento en que Anju va entrando poco a poco en el río, todo está calmado, no hay gritos, ni sonido, solo ella, enmarcada entre árboles, desde lo alto, en un picado fijo que sigue su progresión hasta que sólo quedan ondas en el agua.

Mizoguchi cuidaba la veracidad de los detalles históricos. Entre otros trabajos, fue pintor de telas, recibió formación académica y se esforzaba particularmente en que los trajes fueran los adecuados a la época que representaba. Dejaba que la historia fluyera, con una calma, un ritmo pausado pero sin decaer nunca, y sin caer en truculencias.

No solía usar de primeros planos, lo suyo eran más los planos secuencia. Recreas la mirada en lo que él te expone. Asumes, de hecho, la perspectiva que él te ofrece, tiene esa cosa tan propia del cine como arte en que no es solo lo que te cuentan sino cómo te lo cuentan. Hay algo en estos directores que empezaron con el cine mudo, como Hitchcock, Lang o Ford, que atrapa la mirada. Sabían contar una historia visualmente, más con imágenes que con palabras.

Junto con Ozu y Kurosawa, Mizoguchi forma el trío de maestros del cine clásico japonés. Hay otros (se suele citar a Kobayashi, pero no me llama tanto). Estos tres son los que, creo yo, más merece la pena conocer. Kurosawa es el más fácil para los occidentales, pero Mizoguchi no es arcano, no es incomprensible, no notas, como puede ocurrirte con otras películas de cine japonés, que estás perdiendo algo por no tener las claves culturales. Esto es un melodrama familiar de época, con aire de cuento o de leyenda, y comprendes perfectamente lo que pasa y qué les ocurre a los distintos personajes.

Es Mizoguchi el cineasta de las mujeres. No importa que sean películas históricas, con roles de mujer tradicionales: sus personajes femeninos tienen personalidad propia, y asumen un papel relevante. Aquí lo ves en los personajes de la madre y la hermana, de las que siempre te acordarás, por su amor, la tenacidad, su entereza ante la adversidad, incluido el sacrificio por aquella persona a la que se ama.

El propio director llevó una vida truculenta y arrebatada, con muchos excesos, acabó muriendo antes de cumplir los sesenta. Su infancia no fue muy buena, con pobreza, un padre colérico y maltratador, que acabó vendiendo a la hermana del cineasta como geisha.

Dudé sobre qué película de Mizoguchi meter en esta lista de cien, si esta o las dos que la precedieron. La vida de Oharu, mujer galante (1952) cuenta la terrible historia de una mujer bella a la que pasan muchas desgracias, y que a mí me resulta más feminista que muchas películas que se anuncian con esa etiqueta, como la Jeanne Dielman no-se-qué. Pero creo que resultaría demasiado insoportable el machismo que sufre la pobre Oharu. También pensé en Cuentos de la luna pálida (1953), una especie de cuento de hadas, que en una reconstrucción histórica te mete un elemento fantasmagórico, con personajes muy inquietantes. Me recordó a esas criaturas mágicas que a veces salen en pelis del Studio Ghibli.

Si me decidí por esta es por su enseñanza moral, de un gran tema narrado en un formato de saga familiar. Ninguno de estos dos elementos, el de la moralidad del buen gobernante y el de la lealtad familiar, es excusa para el otro. No, los dos van juntos, tan importante es la compasión por el sufrimiento ajeno como el amor a sus familiares.

Mediados los años cincuenta del siglo pasado, se produjo el descubrimiento del cine japonés en Occidente, a través de festivales como el de Venecia. Mizoguchi ganó el León de Plata a la mejor dirección con este film. No el León de Oro a la mejor película, obtenido por una película perfectamente prescindible. 

Podéis leer más en la Wikipedia, Film Affinity, o la Internet Movie Data Base.

domingo, 26 de diciembre de 2021

#46 Rashomon

 

Poster en FilmAffinity

 

Rashōmon (羅生門)

Año: 1950

País: Japón

Dirección: Akira Kurosawa

Música: Fumio Hayasaka

 

Sí, el origen del «efecto Rashomon»

 

Con esta película se dio a conocer Akira Kurosawa y el cine japonés de posguerra en Occidente.

Hay otros cineastas japoneses cuya poética, posiblemente, nos impresione más. A veces, sin embargo, nos resultan herméticos en su sutileza. Kurosawa, en cambio, es el favorito de Occidente por su claridad, nos resulta mucho más comprensible, sin perder del todo ese aire de cuento fantástico.

La historia que nos cuenta está basada en un relato de Akutagawa. Un día tengo que comentar por aquí sus historias cortas, por cierto. No obstante, enmarca esa historia en elementos de otros cuentos, principalmente el que le da el nombre, Rashomon, una puerta de acceso a la ciudad de Kioto en la que se dejaban muertos. Se alude a ello en la película, de pasada.

Japón, siglo XII. En el bosque ha aparecido, muerto violentamente, el cadáver de un samurái. Llueve, mucho. Un leñador, un sacerdote budista y un peregrino, comentan el juicio. Cómo ha muerto es algo que relatan varias personas ante el magistrado, con puntos de vista diferentes y contrapuestos. Ese es el famoso efecto Rashomon, que te cuenten la misma historia desde distintas perspectivas, incurriendo en contradicciones, y tú decides qué es lo que te parece más plausible.

No hay que olvidar que están hablando con un magistrado, o sea, esto es lo que se ve en los juzgados todos los días, que cada uno cuente la feria como se va, adornando la verdad, omitiendo cosas, inventándose detalles, todo para ponerse en una luz más favorable para autojustificarse.

Esa es la realidad, pero en la ficción no es algo que admitamos fácilmente. Ahí tiene que haber una verdad, que el lector/espectador conozca, comprenda, asuma. La incertidumbre nos causa ansiedad. La película, en ese sentido, es más confortadora que el libro, porque te pone un testigo más o menos objetivo al que si quieres puedes creer. El libro no te lo dejan así de mascado.

Uno miente, todos mienten, y al final te preguntas a ti mismo qué es lo que crees que pasó y, sobre todo, por qué miente cada uno de los personajes. Si pasó esto o aquello, ¿qué sentido tiene que mienta la esposa, o el ladrón? ¿Qué nos dice de la verdad, de la realidad, de lo que somos las personas, podemos tener fe, esperanza?

Las interpretaciones, en general, son de esas tan intensas y reconcentradas emocionalmente que si no te fijas bien, puedes perderte. Una mirada, el movimiento de la mano o la cabeza… transmiten la emoción del personaje con mucha más intensidad que mil palabras. Bueno, esto es cierto de todos salvo el personaje del ladrón, Toshiro Mifune, que es realmente irritante, con sus miradas feroces, sus movimientos violentos, esa risa tan irritante… tiene sentido, es coherente con un personaje que quiere amedrentar, parecer que es un gran delincuente.

Y la mujer, sí, un desafío curioso para la actriz Machiko Kyō, porque tiene que interpretar el personaje desde tres puntos de vista diferentes: cómo se ve ella, cómo la ve el ladrón y cómo la ve su marido.

Luego está la forma, oh, sí, la manera en que te cuenta las cosas. Cómo coloca la cámara, ese punto de vista tan bajo cuando están en el tribunal, mientras que en el bosque adopta una perspectiva del personaje, o una elevada... Los elementos de la naturaleza, como esa constante lluvia en el pórtico de entrada, el viento que revuelve y agita todo cuando están ante el tribunal o el sol entre los árboles. Muchas de estas cosas te las comentan en internet, porque sí, es una de esas películas que ves analizadas en muchísimos lugares de la red. Os dejo enlace a uno cualquiera, de You Tube.



Si te gusta el Cine, por supuesto que esta es una de esas películas imprescindibles que tienes que ver. Pero, como dijo Michael O'Sullivan, del The Washington Post (lo cojo de FilmAffinity), «también cualquiera al que le guste una buena historia o dos (o tres o cuatro)».

Doy por descontado que la veréis en versión original. Hay dos cinematografías en las que el V. O. me parece imprescindible, la japonesa es una. La francesa es otra. Sí, por mucho que haya gente que deteste las pelis subtituladas. Hay algunas como esta, que me resulta increíble que alguien pueda preferir doblada.

En 1951 le dieron un Oscar honorífico a la mejor película extranjera. Ganó el León de Oro del Festival de Venecia; en el National Board of Review, mejor director y película de habla no inglesa.

Podéis leer más en la Wikipedia, Film Affinity, o la Internet Movie Data Base.

jueves, 21 de enero de 2021

#53 Templo Ryōan-ji

 


Jardín seco de Ryoanji (Kioto, Japón)

Fotografiado por Stephane D'Alu

[CC BY-SA 3.0], via Wikimedia Commons

 

 

Tipo de construcción: templo

Época: 1488

Lugar: Kioto (Japon)

 

Una sencillez capaz de dejarnos pensativos

Si hay una ciudad que querría ver, sí o sí, en caso de que alguna vez consiga viajar a Japón, es Kioto. El arte allí es, simplemente, impresionante.

Los Monumentos históricos de la antigua Kioto (ciudades de Kioto, Uji y Otsu) son un lugar Patrimonio de la Humanidad desde el año 1994. En su página web, se describe así: 

Construida el año 794 a imagen y semejanza de las capitales de la antigua China, Kioto fue la capital imperial del Japón desde su fundación hasta mediados del siglo XIX. Núcleo central de la cultura japonesa desde mil años atrás, Kioto es un vivo exponente del desarrollo de la arquitectura tradicional en madera –sobre todo la religiosa–, así como del arte paisajístico nipón que ha influido en el diseño de los jardines en el mundo entero.

Como es un sitio lleno de tanto arte, con sus palacios, templos y jardines… No voy a describirlo entero. Solo me voy a fijar en este jardín, uno de los más famosos del mundo, que está en uno de sus templos.

El nombre del templo es Ryōan-ji (竜安寺), que significa «El templo del dragón tranquilo y pacífico». Se encuentra en Ukyō-ku.

Este templo zen tiene un «jardín seco», que en japonés se llama karesansui.

Para nosotros es raro, porque jardines y parques lo asociamos a profusión de plantas, árboles, organismos vivos, pero ellos consideran jardín a estas construcciones que son más bien materia inorgánica: arena, grava y rocas. Puede haber un poquito de musgo, alguna hierbecita, pero no gran cosa.

No es para que pasees por él sino para que lo completes, a ras, o desde lo alto. Que lo mires, que pierdas la mirada, que desconectes,…

Pero si te fijas, aunque tú no lo entiendas como jardín, no encaje con lo que nosotros consideramos así, lo cierto es que te transmite sensación de paz, de serenidad, te ayuda a concentrarte. Así que cuando leo que los monjes zen los usan para meditar, me lo creo.

Suelen ser chiquitines, y los elementos reflejar otra cosa: la arena rastrillada, por ejemplo, sería el mar, que se ondula como el agua en torno a los afloramientos rocosos.

Este de Kioto es seguramente el más famoso, o el más conocido del mundo.

La reconstrucción del templo en el año 1488, después de que uno precedente fuera destruido en la guerra, se debe a Hosokawa Masamoto. El templo sirvió de mausoleo para varios emperadores, aunque el aspecto actual de sus tumbas es del siglo XIX.

Es conocido sobre todo por este jardín, sobre el cual existen dudas. No se sabe realmente ni quién lo construyó ni cuándo. Se cree que es de la segunda mitad del siglo XV, en torno a ese año 1488.

Tampoco se sabe si lo erigieron jardineros especialistas (kawaramono) o monjes. En cualquier caso, se produjo una refacción del jardín a finales del siglo XVIII, después de que un incendio destruyera edificios y arrojaran aquí los escombros.

Mide 25 x 10 metros. Sobre un lecho de grava blanca, quince rocas cuidadosamente colocadas. Se distinguen cinco grupos: uno de cinco piedras, dos de tres y tres de dos. Alrededor de las rocas, su poquillo de musgo sobre el que parecen crecer, como picos montañosos sobre los prados de altitudes inferiores.

¿Cuál es el significado de estas piedras? ¿Están colocadas ahí por algo?

Pues es la típica obra de arte a la que encuentran distintos significados. Islas en la corriente, o tigres cruzando un arroyo, montañas sobre (me imagino yo) un mar de nubes, o que lo importante es la grava, que forma la imagen de un árbol, con sus ramas…

Igual no significa nada, no hay un significado preciso y único, sino que puedes ver en sus armoniosas formas lo que tu cabeza proyecte en ellas.

El templo tiene página en la Wikipedia, por si queréis profundizar un poquito más. 

Yo solo me pregunto si alguna vez tendré la oportunidad de verlo en persona. Este jardín y todo el maravilloso patrimonio de Kioto.

Os dejo con un clip, en inglés, de una breve visita a este jardín. 


miércoles, 29 de enero de 2020

#39 El monje Muchaku

Muchaku (detalle) por Unkei (Kofuku-ji, Nara)
Vía Wikimedia Commons



Ubicación: Konfuku-ji, Nara
Fecha: h. 1208
Época: Arte japonés de la era Kamakura






Simplemente, espectacular 



La última vez que este blog se pasó por Japón, fue para hablar de la Antigua Nara, y las edificaciones del siglo VIII. A aquella época Nara le sucedieron otros períodos, hasta llegar, a finales del siglo XII, al período Kamakura.

Este período Kamakura (鎌倉時代, Kamakura jidai) se desarrolló entre el año 1185 y el 1333. Marcó el principio de los gobiernos militares o shogunato; es entonces cuando emergió la casta guerrera de los samurái, y el feudalismo se estableció en Japón.

Del arte de esta época destaca la fabulosa escultura realista de la cual Unkei es uno de sus más excelsos modelos. Si durante períodos anteriores, la escultura tendía a representar dioses, y más bien idealizados, ahora se tiende a representar personas, sobre todo monjes.
Otro detalle de la escultura del monje Muchaku

 
El estilo realista pone de manifiesto que son auténticos retratos, como ocurría con las esculturas del período republicano en la Antigua Roma, por ejemplo. Así, personas que vivieron hace ochocientos años en Nara se nos presentan cercanos, inmediatos, con su serenidad de monjes, quizá una sonrisa, los rostros cansados o iluminados por el trabajo bien hecho y el amor a la humanidad.

No solo hay individualismo en lo representado, sino que se empiezan a distinguir también artistas en concreto, con su propia personalidad, originales. Las más importantes esculturas surgieron en Nara y, dentro de sus escuelas, destacó la de Kokei. El más famoso escultor del período posiblemente sea el hijo de Kokei, llamado Unkei.

Floreció entre los años 1175 y 1218. Estas figuras de monjes que talló son realistas y dignas, lo cual concede un aire de majestuosidad y de serenidad innegables. He escogido la que posiblemente sea una de sus obras cumbres, junto a la del monje Seshin. Se conservan en el Kofuku-ji de Nara. Están datadas mediante una inscripción en lo que sería nuestro año 1208. Se supone que representan a dos monjes budistas hindúes, pero nada indio hay en ellas, sino que se los representa como contemporáneos del autor.

La escultura de este período lo descubrí gracias al tomo XVI de la antología Summa Artis (Espasa Calpe) en un capítulo extraído del Tomo XXI original, «El arte de Japón») y en ella, al hablar de las esculturas de los monjes Muchaku y Seshin, se dice:

Ambas figuras marcan la cumbre de la escultura-retrato en el Japón. No sólo los rostros, sino todo el conjunto de los hábitos está realizado con el mismo sentido naturalístico y real: los pliegues caen de modo sencillo y sugerente; los paños se cruzan sin esfuerzo, como si la madera se hubiera hecho blanda y dócil a la caída de la tela. La expresión del rostro en las dos imágenes es inefable: a través de los ojos ya cansados, de los pómulos salientes y de los labios cerrados aparece una intensa actitud interior.

Considera que el rostro de Muchaku, expresiva de su inmensa compasión hacia la humanidad, es la obra maestra del escultor Unkei. 

De esta misma época es otra obra, la estatua del monje Chogen, que se guarda en otro templo de Nara, el Todai-ji. Su anónimo autor se considera que se debió relacionar con la escuela Shichijo, a la que perteneció Unkei. No me resisto a dejar aquí este otro retrato de monje, ya anciano, al final de su vida, después de haber recorrido incansablemente los caminos de China y Japón. Es uno de los rostros de ancianos más potentes de toda la historia de la escultura.
 
Monje Chogen, por escultor anónimo (Todai-ji, 1206)

Esta vez no os voy a poner enlaces con la Wikipedia, porque no hay artículos que me parezcan valiosos en relación con estas obras. Prefiero esta entrada del blog «Japón, cultura y arte», dedicada a la escultura budista japonesa. 
Y este interesantísimo artículo que relaciona la escultura de esta época con laimaginería española del Barroco y es que sí, son el mismo tipo de tallas religiosas y realistas aunque claro, las japonesas son de tres siglos antes.
 Como al hablar de la Antigua Nara destaqué el Todai-ji, hoy os pongo un enlace con el templo en el que están las esculturas de Unkei, el Kofuku-ji. Por si queréis pasar unos minutos ensimismados en un entorno precioso.

domingo, 11 de febrero de 2018

#34 Antigua Nara

Pabellón del Daibutsu-den, en el Todaj-ji (745-752)
Por Bobak (2006)
[CC BY-SA 2.5], Via Wikimedia Commons



Tipo de construcción: templos, palacio
Época: 710-784
Lugar: Nara, Japón


La primera capital del Imperio japonés


Hasta la fecha, Japón solo ha estado presente aquí con un par de películas. Ahora toca hablar de su paso a la historia, con los monumentos, hoy patrimonio de la humanidad, que se conservan en su primera capital, Nara, en la prefectura homónima.

Habitada ya en tiempos prehistóricos, de lo que es buena prueba la estupenda cerámica Jomon, la unificación de todas estas islas bajo un solo poder se produjo a mediados del siglo IV.

La verdadera entrada en la Historia ocurrió cuando empezó a haber textos propios, en el siglo VIII. Los So-ga ganaron una guerra civil que permitió superar el período Yamato y adoptar aspectos de un Imperio parecido al chino. Ante todo, fue la adopción del budismo por las grandes familias lo que determinó el paso de un modelo al otro. Se potenció el poder del soberano, se dotó al Estado de leyes, en las que por ejemplo los arrozales pasaron a ser propiedad pública. Es entonces cuando se elaboraron por primera vez censos fiables, se recaudaron impuestos de manera más o menos organizada y se instauró un servicio militar que, sin embargo, podía ser eludido si se tenía dinero suficiente.

El soberano se dotó de una corte de nobles, de todo un cuerpo funcionarial que administraba sus territorios y, finalmente, fijó una capital de la que emanaba su poder: la ciudad de Nara, de ahí que se conozca a este siglo VIII como el período Nara o Na-Ra.

La capital se construyó con rapidez, entre el año 705 y el 712. Se erigió sobre un plano rectangular, con calles en cuadrícula. Gracias a la decidida acción del Estado y de las grandes familias aristocráticas, aparecieron los palacios y los templos.

Como todas las capitales de imperios, a través de una arquitectura imponente, que dejara debidamente impresionados a sus súbditos, se ofrecía un relato de poder imperial, estrechamente relacionado con el religioso.

Aquí es donde entran las edificaciones que se han conservado, en su mayor parte templos budistas, aunque no faltan un palacio, un santuario sintoísta (Kasuga-taisha) e incluso un bosque primigenio junto a este último, llamado Kasugayama, en donde perderse en la estática contemplación de la naturaleza aparentemente intacta.

De todos los elementos, destaco el más importante de los templos, el conjunto Todai-ji (東大寺). Fue construido a expensas del Estado entre 745 y 752 por orden del emperador Shomu para la secta Kegon.  En esta construcción es evidente la influencia de la arquitectura china de la dinastía Tang.

En su Sala del Gran Buda (大仏殿 Daibutsu-den) alberga la estatua de bronce más grande del mundo del Buda Vairocana (en sánscrito) o Rushana (la transliteración local), conocido en japonés como Daibutsu (大仏). Se realizó en cobre y se revistió en oro. Costó cinco años de trabajo y mucho dinero. Este «gran sol» o la «gran luz» sería el origen de todo el universo, cuya unidad simboliza, y lógicamente venía bien al interés político del emperador relacionarse con esta gran potencia. Por eso el Estado abonó esta construcción, y el emperador Shomu lo inauguró.

Poder político y religión se usaban mutuamente. Pero, lejos de la corte, el pueblo no se vio muy impresionado por el budismo y siguieron siendo fieles a las enseñanzas del sintoísmo, al Kami y a la patria.

Al final, viendo el poder que había alcanzado la clase sacerdotal, el emperador Kanmu o Kemmu, que subió al trono en 781, trasladó la capital más al norte, a Hei-An, prohibiendo que se moviera también el monasterio Kegon. Así se pudo independizar un tanto de la influencia de los religiosos budistas, aunque a costa de perder un tanto de poder espiritual.

Los monumentos de la antigua Nara fueron proclamados Patrimonio de la Humanidad en 1998 y en su página web la Unesco describe así este lugar:

Nara fue la capital de Japón entre los años 710 y 784, época en la que la consolidación de la estructura del gobierno nacional dio una gran prosperidad a la ciudad, haciendo de ella el foco de la cultura japonesa. Sus templos budistas y santuarios sintoístas, así como los vestigios del palacio imperial, son monumentos históricos que ofrecen una vívida imagen de lo que fue la capital del Japón en el siglo VIII, un periodo de hondos cambios políticos y culturales.

Como siempre, para saber más, podéis empezar por la wikipediaTenemos el artículo Nara en la página de la Oficina Nacional de Turismo de Japón, en español. En National Geographic España hay fotos preciosas en el artículo «Ciudades imperiales de Japón».