У войны не женское лицо (U voini ne zhenskoe lizo)
Autora: Svetlana Alexiévich
Año: 1985
Género: Ensayo
Tema: Historia
La
imagen que la gente normal tiene de la Segunda Guerra Mundial suele ser muy
spielbergiana: entre el heroísmo yanqui (Salvar
al soldado Ryan) y el exterminio de los judíos (La lista de Schindler). Rara
vez aparece una superproducción occidental que te cuente algo un poco distinto (Enemigo a las puertas, sobre
Stalingrado).
No
digo que la SGM no fuera eso también, y Europa siempre deberá agradecer a los políticos
estadounidenses que, aun actuando, como todos, en beneficio de los intereses de
su propia nación, libraran gran parte del territorio europeo del totalitarismo
nazi, aunque dejaran a otra parte en manos del totalitarismo soviético.
Pero
la SGM fue, sobre todo,… la derrota de los nazis se debió, principalmente,… al
frente oriental. A esa guerra brutal, despiadada, de exterminio, que se llevó a
cabo en lo que hoy son Bielorrusia, Ucrania, Rusia… La Gran Guerra Patria que
llamaron allí.
Svetlana
Aleksiévich (o Alexiévich) dio voz, en 1985, a un buen puñado de mujeres que
lucharon por el bando soviético, artilleras, pilotos, enfermeras, cirujanas,
lavanderas o partisanas. Recuperó sus recuerdos de guerra, y así descubres otra
guerra, en la que más que movimientos de tropas o combates de tanques, hay personas
que luchan pie a tierra, que arrastran a compañeros heridos, que pelean y
resisten.
Se
asombran y preguntan a la periodista si «ahora» se puede hablar de esto. Durante
décadas tuvieron que callar. No eran bienvenidas sus historias de sufrimiento, porque
el régimen soviético solo quería épica y heroísmo. Te cuentan los sacrificios
que hicieron, sus sentimientos, cómo querían ponerse un vestido, sentirse
mujeres, o cómo creen que a las mujeres nos cuesta más matar, que es más fácil
morir, sacrificarse,… Niñas adolescentes que mentían sobre su edad o escapaban
de casa para ir a luchar contra el invasor. El odio intenso hacia los nazis
destructores de su mundo, conviviendo con momentos ocasionales de compasión
hacia el alemán herido o el niño combatiente de última hora que llora metralleta
en mano... El tener que asistir impertérritas a la tortura y ejecución de sus
hijos, porque si revelaban de dónde eran, los alemanes arrasarían a toda la
aldea. Las mujeres que tuvieron que matar ellas a sus propios hijos…
Un
interrogador nazi se asombraba de cómo aceptaban la muerte con tranquilidad y confiaban
en que el comunismo vencería. Una mujer recuerda…
“La vida está por encima de las ideas”, decía él. Yo, por supuesto, no estaba de acuerdo.
Perfecta
expresión del fanatismo: que las ideas sean más importantes que las personas.
Ese
sentimiento ayudó a los soviéticos, que pusieron más de veinte millones de
muertos encima de la mesa para ganar la guerra, en su mayoría civiles. Las
cifras reales nunca se sabrán. Por comparar, los muertos estadounidenses no
llegaron al medio millón, más o menos, casi en su totalidad militares.
Solo
la fe absoluta en el comunismo y su «Victoria final» los impulsaba al sacrificio.
Esto lo oí en una ocasión sobre los republicanos españoles en Mathausen; otros
internos, por ejemplo, franceses, se asombraban de la convicción inconmovible
de estos comunistas en que al final el nazismo sería derrotado.
Alekséivich
no omite la injusticia de posguerra. Tuvieron que esconder sus condecoraciones,
acallar sus recuerdos femeninos, incluso hubo quien la echó de casa, porque
tenía hermanas a las que casar, y claro, ella había estado en el frente, con
los hombres, cuatro años. Ellas mismas no pudieron casarse y cobran unas
pensiones de miseria.
…Cómo muchos
pasaron del campo de prisioneros nazi al gulag soviético. Hasta los chistes que
se hacían al respecto.
El
libro se construye a partir de relatos de estas excombatientes, grabadas en
magnetofón, que la autora sabe combinar muy hábilmente por capítulos vagamente
temáticos. Te atrapa como si fuera una novela. Creo que es gracias a que
combina bien lo conocido (la SGM) con unas voces hasta la fecha inauditas.
La
edición que yo tengo es fruto de una revisión ya de los años 2010, incluyendo
partes que la censura (y la autocensura) quitó y extractos de sus
conversaciones con el censor. Como ya ocurrió en España, irónicamente, la censura a veces se
revela como una aguda crítica literaria, dando una buena idea del libro:
—Después de leer un libro como este, nadie querrá ir a la guerra. Usted con su primitivo naturalismo está humillando a las mujeres. A la mujer heroína. La destrona. Hace de ella una mujer corriente. Una hembra. Y nosotros las tenemos por santas.
—Nuestro heroísmo es aséptico, no quiere tomar en cuenta ni la fisiología, ni la biología. No es creíble. La guerra fue una gran prueba tanto para el espíritu como para la carne. Para el cuerpo.
—¿De dónde ha sacado usted esas ideas? Esas ideas no son nuestras. No son soviéticas. Se burla de los que yacen en las fosas comunes. Ha leído demasiados libros de Remarque… Aquí estas cosas no pasan… La mujer soviética no es un animal…
Más
adelante:
—Debería usted buscar los ejemplos heroicos… En cambio, se dedica a sacar a la luz la suciedad de la guerra. La ropa interior. En su libro, nuestra Victoria es espantosa… Para usted, la verdad está en la vida. En la calle. Bajo nuestros pies. Para usted es tan baja, tan terrenal. Pues se equivoca, la verdad es lo que soñamos. ¡Es cómo queremos ser!
Qué
soviético es eso.
Aleksiévich en 2017, por Elke Wetzig |
Svetlana Aleksándrovna Aleksiévich (n.
Stanislav, Ucrania soviética, 31 de mayo de 1948) es una escritora, periodista y
ensayista bielorrusa de lengua rusa, galardonada con el Premio Nobel de
Literatura en 2015, «por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento
y al coraje en nuestro tiempo».
Relata de forma crítica el tiempo soviético y
sus consecuencias actuales.
Otra de sus obras más conocidas es Voces de Chernóbil (1997).
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