Mostrando entradas con la etiqueta Antigüedad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Antigüedad. Mostrar todas las entradas

jueves, 4 de abril de 2024

#13 Itinerario de Egeria



Itinerario de Egeria

 

Título original: Itinerarium Egeriae / Peregrinatio Aetheriae / Peregrinatio ad Loca Sancta

Autor: Egeria

Año: 381 - 384

Género: Ensayo / autobiográfico

Tema: Historia / Viajes

 

«Yo, que soy un tanto curiosa...»

 

Mujeres viajeras las ha habido, ya veis, toda la vida del Señor.

Yo a Egeria la pondría de «santa patrona» de las senderistas, montañeras y caminantas que por el mundo andamos. Es verdad que no fue la única, ya que antes que ella, por ejemplo, a la hispana Melania la Vieja le dio por ir a Egipto.

Era un turismo religioso, puesto de moda por los «hallazgos» de Elena, la madre de Constantino, en Tierra Santa, cosa que habría ocurrido unas décadas antes. A muchos les dio por ahí, si gozaba de ricos posibles.

Durante mucho tiempo se creyó que esta Egeria era una monja. Sin embargo, parece que cuando ella vivió, a finales del siglo IV, realmente no había monasterios femeninos tal como existieron después. 

Tú lo lees y te das cuenta de que esta señora debió ser otra cosa, una dama con parné e influencias.

Procedía de la Gallaecia (o sea, el noroeste de Hispania) y viajó hasta Oriente. 

Todos estos turistas religiosos aprovechaban la globalización que supuso el imperio romano. Podías viajar de una punta a otra del imperio gracias a calzadas en condiciones, o mediante la navegación por el Mare Nostrum, en el camino encontrabas dónde descansar, y contaba con un sistema monetario más o menos estable.

Esta mujer viajaba a su aire, hacia donde le apetecía o había algo que le llamaba. A veces llevaba con escolta. Allá donde llegaba, todo eran facilidades por parte de los religiosos que la recibían, incluso le daban regalos o recuerdos.

No es de extrañar que haya quien elucubre que podría estar relacionada con la familia imperial. Procedía de Hispania, lo mismo que el el emperador que regía entonces, que era ni más ni menos que Teodosio el Grande. Pero vamos, esto no está demostrado. 

Que tenía una buena posición se pone de manifiesto, para mí, en la propia seguridad en sí misma que demuestra. Preguntaba, sin cortarse, sobre aquello que le llama la atención. Ella misma se llama curiosa.

Vimos desde el camino un valle hermosísimo que se abría a nuestra izquierda, un valle enorme que enviaba al Jordán un torrente muy dilatado. Y en dicho valle divisamos la ermita de un hermano que vive allí actualmente como monje. Entonces yo, que soy un tanto curiosa, pregunté enseguida qué valle era aquél para que un santo monje hubiera plantado allí su eremitorio; pues imaginaba que no lo habría hecho sin alguna razón poderosa.

Se supone que su peregrinación por Oriente Próximo se desarrolló entre los años 381 y 384. Para entonces, el imperio romano era ya un imperio cristiano. Justo antes, en 380, el edicto de Tesalónica impuso el cristianismo como la religión oficial del imperio.

En su viaje por lo que hoy es Egipto, Israel, y otros lugares, Egeria solía hacer más o menos lo mismo. Subiera a una montaña o llegara a otro lugar bíblico, ella con sus religiosos acompañantes, se leía la parte de las escrituras que mencionaban ese sitio, comulgan y tras los rezos, un buen refrigerio.

Es uno de los primeros libros de viajes que se conocen. Ahora, no pretende ser enciclopédico y minucioso. Adopta el formato epistolar, cartas que cuentan a sus amigas dónde había estado, lo que había visto, anécdotas que las entretuvieran. Es, en ese sentido, entretenido, siempre que tengas un poco de idea de la geografía y el mundo de la época.

Yo me fijo, sobre todo, en cómo describe los ascensos a las montañas, porque refleja perspectivas y vivencias que podemos tener cualquiera que subamos a un monte.

La montaña, vista de lejos, parece ser una sola, pero una vez que te internas en ella, vas descubriendo cimas diversas, si bien es todo el conjunto lo que se llama Monte de Dios.

(...) Ese monte, digo, no resulta sin embargo visible a menos que te acerques hasta su mismo pie; eso, antes de ascenderlo.

Esta señora subió a unas cuantas cimas de esas que aparecen mencionadas en la Biblia, al Sinaí, al Tabor o al Nebo.

Me imagino a esta pizpireta señora, quién sabe, igual una domina de mi misma edad, cincuentona, con su séquito de acompañantes, soldados, religiosos, quizá alguna otra dama o doncella, montaña arriba, por senderos intrincados, entre zarzas y peñascos, hasta llegar a lo alto y ver desde allí todas aquellas tierras...

Egeria es uno de esos personajes «rescatados», en cierto sentido, cuando se empezó a mirar la historia con ojos femeninos. Se buscaba mujeres que se apartaban de estereotipos de género, que hacían algo diferente.

El problema –creo yo, que soy mera aficionada– estaba en que la historia, aunque ha existido siempre, se pretendió hacer científica en el siglo XIX. La mirada decimonónica era, digámoslo así, bastante victoriana, de manera que proyectaban al pasado lo que ellos creían que era «ley natural» de las cosas. La mujer diferente, si la encontraban (porque buscarla, no la buscaban nunca) era así como una aberración.

Sin embargo, cuando te pones a leer más historia, te das cuenta de que no. Las mujeres no estuvieron siempre tan encorsetadas como se piensa. Hay mucha más variedad en sus actividades que lo que pensamos. Hubo médicas, intelectuales y viajeras, lo mismo que comerciantes o artistas.

Quizá no hubiera muchas, pero posiblemente más de las que pensamos. Aunque había quien las criticaba, el que abundaran indica que se veía como algo posible, no rarezas de gentes extravagantes.

El Itinerario de Egeria tiene dos partes, una se dedica a la parte de viaje y la segunda se centra en Jerusalén, y las costumbres litúrgicas que se seguían allí. Además, faltan algunas páginas, las primeras, las que se supone que cuentan cómo esta señora de Galicia llegó a Oriente.

La versión que yo he leído es Viaje de Egeria: el primer relato de una viajera hispana, con edición de Carlos Pascual (2017), de La Línea del Horizonte Ediciones, el n.º 11 de la colección Cuadernos de Horizonte.

Recoge solamente la parte del viaje, y me parece buena opción. Los ritos jerosolimitanos de aquel cristianismo primigenio me interesa bastante menos. Llamará más a los estudiosos de esos temas. Pero al lector normal, creo que estas cosas son lejanas.

Esta edición incluye, a cambio, muy interesantes añadidos. Así, la introducción explica el estado actual de lo relativo a la autoría y cómo se descubrió, así como el entorno histórico en que se produce el viaje. Además, entre los textos adicionales está la «Carta de Valerio a los monjes del Bierzo» que permitió identificar a Egeria. Valerio murió en 695, o sea, que hablaba dos siglos después de que viviera esta señora, ya en la época de la España visigoda.

Ella, surgida en la más remota orilla del mar Océano occidental, se dio a conocer al Oriente... No quiso darse aquí reposo... Maceró aquí su cuerpo terrenal con fatigas terrenales... Se convirtió aquí en peregrina con espontánea libertad

 

Este Itinerario tiene página propia en la Wikipedia. 

 

A continuación, os pongo un mapa del imperio romano en el año 395, autor: FDRMRZUSA, [CC BY-SA 4.0], vía Wikimedia Commons:


lunes, 2 de agosto de 2021

#85 Poema de Gilgamesh

 



 


 

Autor: Anónimo

Año: 2500-2000 a. C.

Género: poema épico

Idioma original: sumerio

 

 

 

El más antiguo poema épico que se conserva... Yo lo recuerdo, sobre todo, por ese lamento a la muerte del amigo

 

 

Llore por ti oso, hiena, pantera...

Llore por ti el río Ula,  por cuyas riberas solíamos pasear...

Lloren por ti los guerreros de la amplia y amurallada Uruk...

Llore por ti quien ensalzó tu nombre,

Llore por ti quien proporcionó grano para tu boca...

¡Lloren los hermanos por ti como hermanas

Y crezca larga su cabellera por ti!

... Por Enkidu, mi amigo, lloro

 

El Poema o Epopeya de Gilgamesh es la épica más antigua que nos ha llegado. De manera fragmentaria, pero lo que se conserva nos toca el corazón. Sorprende que, a cuatro mil años de distancia, compartamos sentimientos.

Os resumo un poquito de qué va. El prota es Gilgamesh, rey de Uruk, hijo de un dios y una semidiosa, dos partes dios y una parte de hombre. Este tipo es un fortachón algo abusón y sus súbditos se quejan. Los dioses, para pararle los pies, crean a Enkidu, que vive salvaje entre las fieras. La idea es que Enkidu dé su merecido al tirano Gilgamesh.

Este, que sospecha de Enkidu, lo «doma» enviándole una cortesana. Después de yacer con ella una semana, los animales salvajes rehúyen a Enkidu.

Cuando Gilgamesh y Enkidu se encuentran, se darán de mamporros, pero acabarán haciéndose amigos. Corren aventuras, lo que incluye matar a un demonio que guarda los cedros del Líbano por encargo de los dioses, y al Toro del Cielo que les manda la diosa Ishtar (o Inana) cuando Gilgamesh la rechaza.

Lo de Ishtar tiene su gracia. Gilgamesh dice que no, que los amores de esta diosa siempre acaban mal, y se encarga de pasar revista a todos esos amantes infortunados, que ríete tú del catálogo de Don Giovanni.

Ante sus comportamientos impíos, los dioses acaban decretando que uno de ellos deba morir, y será Enkidu, de una manera lenta y dolorosa. Gilgamesh se duele al saberlo y en esa tablilla VIII encuentro la parte más conmovedora, cuando Gigamesh pide a toda criatura viviente, y hasta a los ríos, que lloren por su amigo Enkidu. Él mismo llora y se lamenta. Y, cuando nota que el corazón de su amigo ya no late, se desespera, cuan leona que ha perdido a sus cachorros.

Se deja crecer el pelo, va desnudo, o vestido de cualquier manera, y vaga por las llanuras, en busca de la inmortalidad. La muerte del amigo le hace sentir su propia vulnerabilidad, su condición de hombre que tarde o temprano acabará perdiendo la vida.

Eso le llevará a Utnapishtim, quien le relata la historia del diluvio que el dios Enlil lanzó contra la humanidad. Utnapishtim se salvó porque otro dios le dijo que hiciera un barco y metiera allí a sus familias, amigos y sirvientes, junto con seres vivos. Y empezó a llover y hubo una tormenta terrible.

Cuando acaba la cosa, Enlil se cabrea al ver que algún hombre ha sobrevivido. Los demás dioses le reprochan que a qué fin envió el diluvio contra todos los hombres, que lo que tenía que haber hecho es castigar a los malvados y dejar vivir a los buenos. Que claro, al matar a los humanos no les hacen sacrificios y los dioses no lo pasan bien.

Esta queja de los propios dioses, que ven mal esto del diluvio, me resulta más comprensible. Al fin y al cabo, parece injusto querer acabar con toda la Humanidad. La cosa es que Enlil al final convirtió en inmortales a Utnapishtim y señora.

Viendo que está preocupado por su mortalidad, Utnapishtim facilita a Gilgamesh no la inmortalidad, sino una planta que conservará su juventud. Morirá, pero no sufrirá enfermedad y vejez

Lamentablemente, una serpiente arrebatará la planta a Gilgamesh. Regresa a casa tan mortal como se fue, por mucho que sea una semideidad. Solo que ahora ha aceptado que es su destino, se resigna y, al parecer, es mejor rey.

Parece un añadido posterior el descenso de Enkidu a los infiernos.

 

A mí me impresiona de esta historia esa sensación tan cercana de que son hombres como nosotros, con preocupaciones muy parecidas. No te habla de grandes dioses, ni historias de batallas o pueblos. No, te hablan de un tipo bastante poco sofisticado, que se echa un amigo y que, cuando este muere, le duele, e intenta buscar su propia inmortalidad, sin conseguirlo.

Esta historia nos ha llegado a través de tablillas de arcilla, con escritura cuneiforme. Esto explica su carácter fragmentario. Al parecer, las más antiguas conteniendo esta historia son las de Babilonia, que se intentan completar con versiones más tardías, en acadio y en hitita.

 


Esta, por ejemplo, es la tablilla XI del Poema de Gilgamesh, dedicada al diluvio, conservada en el Museo Británico. La excavó Hormuzd Rassam, y se remonta al período neoasirio, siglo VII a. C.. Narra la historia del diluvio babilonio. George Smith transliteró y leyó aquella historia. Procede de la Biblioteca de Asurbanipal II en Nínive, Mesopotamia septentrional, en lo que actualmente es Irak.

Los episodios de la historia de Gilgamesh corrieron por todo Oriente Medio a lo largo de siglos. Eso hace que haya distintas versiones, de dataciones diferentes, de cada uno de ellos. Luego hubo una recopilación que cogió todos esos episodios, y dio una forma coherente a la historia. Son las doce tabletas de arcilla de la biblioteca del rey Asurbanipal, del siglo VII a. C. Y ahí quedaron, hasta que empezaron los arqueólogos a excavar allá por el siglo XIX. Gracias a tablillas en diferentes idiomas, sí, como con la Rosetta, consiguieron descifrar estos textos.

Me imagino la sorpresa de aquellos estudiosos, tan religiosos ellos, cuando descubrieron historias «bíblicas» anteriores a la Biblia. Se ve que los judíos, durante su cautiverio en Babilonia, se empaparon de aquella cultura que hundía sus raíces en Sumer y metieron este y otros episodios mesopotámicos en sus libros, para explicar un su origen. Porque el Génesis es posterior a estas tablillas. Claro, antes de estar en Babilonia era un pueblo de pastores con una cultura modestísima. Así que parte de las historias sumerias sobrevivieron bajo el disfraz de la mitología judía. 

Frente a otras historias de la Antigüedad remota, Gilgamesh me resulta de lo más asequible. Es tirando a breve, te lo puedes leer en un par de días. Nada que ver, por comparar, con los extensísimos poemas sánscritos o la propia Biblia.

Luego, además, está el atractivo de la historia. Ya digo que resulta muy humana. Gilgamesh es un héroe con sus defectos y sus miedos. Empieza como un chulito que bebe, se acuesta con las mujeres de sus súbditos, abusando. Pero luego sufre pérdidas y dolor. Y acaba resignado a su condición de mortal, hasta aprendiendo a ser mejor rey.

Si queréis saber algo más de este poema, Antena Historia le hizo un podcast estupendo hace tres años.

Con lo que más me quedo de ese programa es cuando hablan de Gilgamesh como el primer héroe. Comenta tres arquetipos de héroe y éste sería el más primitivo. 

El más moderno tendría su origen medieval y religioso, el héroe perfecto, cuya perfección le viene de Dios, sería Percival. Un poco aburridillo. En el universo Marvel, sería el Capitán América.

Antes que él estaría el héroe listillo, burlón y algo contra el poder establecido. Sería el modelo de Ulises o los pícaros. ¿Astuto, gracioso y no siempre respetuoso con las normas? Tony Stark, ¿no?

Y el héroe más antiguo sería este Gilgamesh, un tipo fortachón que lo arregla todo a golpes. Muy imperfecto, pero por ello muy cercano al ser humano. Seguirían este modelo el Sansón judío o el Hércules griego. Está claro, Hulk o Thor serían este modelo.

 Para que veáis que la historia sigue inspirando, os dejo con estos dibujos animados, diez minutos que resumen el poema, aunque con alguna licencia poética, muy divertido, con ese toque Village People. Es muy reciente, de 28 de julio de 2021. Ha sido casualidad que me toque ahora hablar de esto, de verdad. 


Cuando una historia pervive casi cincuenta siglos, es que hay en ella algo muy potente que nos llega, no importa cuánto tiempo haya pasado. Escuchamos una voz que nos habla de algo que reconocemos perfectamente. Nos hace ver la Humanidad que tenemos en común, nosotros y ellos.

viernes, 9 de octubre de 2020

#28 Historias

 



 

ἱστορίαι - historíai

Autor: Heródoto

Año: hacia 430 a. C.

Género: ensayo

 

 

 

Lugar común: el padre de la Historia y tal

  

La publicación que Heródoto de Halicarnaso va a presentar de su historia se dirige principalmente a que no llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria de los hechos públicos de los hombres, ni menos a oscurecer las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos como de los bárbaros. Con este objeto refiere una infinidad de sucesos varios e interesantes, y expone con esmero las causas y motivos de las guerras que se hicieron mutuamente los unos a los otros.

 

Así empiezan Los nueve libros de la Historia, en la traducción que tengo yo de Biblioteca Edaf, con traducción de P. Bartolomé Pou. Con este proemio, que no se sabe en realidad es obra de Heródoto u otro, explicaba su objetivo: explicar el origen de las guerras médicas.

 Se considera la primera aproximación «científica» a la historia. Heródoto recopila materiales diversos: sus fuentes van desde su propia experiencia hasta la lectura de poetas o epigrafía que traduce a su manera. Pone cierto orden para hacer un relato coherente e intenta enfrentarse a ello de forma crítica.

 A veces expresa sus dudas sobre si lo que le han contado es cierto o no. Lo advierte para que el lector esté prevenido. Así, en el Libro VII, CLII dice lo siguiente:


 Por lo que a mi toca, miro como un deber referir lo que se dice pero no de creerlo todo: y quiero que en esta mi prevención valga en toda mi historia

 

Cicerón, escritor de la república romana, llamó a Heródoto «padre de la Historia» y con el mote se ha quedado. Ahora creo que se le tiene menos aprecio como historiógrafo y más como parte de la literatura.

 La división en nueve libros, uno dedicado a cada una de las musas, parece que no es del autor, sino posterior. Tampoco se sabe si tenía pensado que el libro acabara así o si seguía algo más y simplemente se perdió o no lo acabó. Con lo que hay, no obstante, basta y sobra para entender un poco lo que era aquella época y cómo lo veía.

 Su forma de contar las cosas está llena de apartes, digresiones, y lo ameniza con historietas como la de Candaules y Giges, por ejemplo, aquella del rey que mostró a uno de sus ministros lo hermosa que era su mujer desnuda... sí, no puede acabar bien.

 Es conocido que el Libro II lo dedica a Egipto. La verdad es que sobrecoge pensar que cuando Heródoto vio las pirámides ya tenían 2.500 años de antigüedad; fijaos bien, Heródoto dista dista de nosotros los mismos 25 siglos que de ellas.

 Reconozco que ese Libro II es de la parte que más me aburrió del libro, como todo lo que cuenta sobre tribus escitas en el Libro IV. 

 Pero los últimos cuatro libros, dedicados a las guerras médicas, y en particular el VII; me parecieron como una novela de esas que te agarra por el cogote y no te deja. Lo leí por vez primera en 2001, en un solo volumen y sin apenas notas, luego ya me compré la edición de la Biblioteca Gredos, cinco libros y lleno de notas, con mapas y más material que te ayudan a entenderlo mejor pero ralentizan lo que es la lectura por mero placer lector.

 Se me quedó en la memoria, sobre todo, el personaje de Jerjes (519-465 a. C.), rey de Persia desde el 485 a. C. Y digo personaje porque me quedo más con la impresión de una creación literaria que de un monarca histórico que realmente fuera así.

 Un tipo enajenado en su propio delirio, de opinión cambiante, que se entromete en hacer la guerra sin un plan del todo claro, en lugar de dejar la estrategia y la táctica de la guerra a los profesionales.

 ¿Exagero? En el Libro VII lo vemos enamorarse de un plátano, el árbol Platanus orientalis, supongo, no la fruta y va y le regala un collar de oro y hasta le pone guardaespaldas (XXXI). En un momento dado, se cabrea con el mar y ordena que le den trescientos latigazos al Helesponto y que se arrojen unos grilletes al fondo (XXXV). Más tarde, se emociona tanto al ver su ejército cubrir las playas y los campos y el Helesponto lleno de naves, que llega hasta las lágrimas (XLV).

 ¿Es o no es un tipo que llama, a su modo totalmente chalado como una cabra?

 (Vale, luego te lees los comentarios y te cuentan que si es una malinterpretación de Heródoto, que si son actos simbólicos y tal, pero no me digáis que no queda fetén como creación literaria).

 Considero que es un libro que merece la pena leer, aún hoy, si eres un lector normal, como yo, aunque no seas historiador. Con prevenciones, eso sí.

 En 2001 lo valoré con tres estrellas, por esa irregularidad entre partes que se me hicieron bola y otras que me apasionaron.

 Creo que para disfrutarlo, tienen que concurrir una serie de circunstancias

La primera, asume que van a ser cientos y cientos de páginas y que te llevará mucho tiempo. 

Segundo, tiene que gustarte la historia, en particular que te interese la Grecia del siglo V a. C. 

Y, en tercer y último lugar, conviene que tengas conocimientos previos sobre cómo fueron las guerras médicas y un poco la geografía de la época, al menos saber dónde estaba Grecia y dónde Persia, y ciudades como Sardes o Tebas, no solo Esparta o Atenas.

 Creo que lo que más recuerdo, aparte del delirante Jerjes, es la feliz expresión «la independencia del hombre libre» (Libro VII, CXXXV):


 Hecho a servir como criado, no has probado jamás hasta ahora si es o no dulce la independencia de un hombre libre; si la hubieses alguna vez probado, seguros estamos que no sólo nos aconsejaríais que la mantuviéramos a punta de lanza, sino a golpe de segur ofreciendo el cuello al acero.

 

Por decir algo del autor, os cuento que Heródoto (Ἡρόδοτος, Hēródotos) vivió, aproximadamente, entre los años 484 y 425 a. C. Nació en Halicarnaso, es decir, dentro del imperio persa, debió ser de buena familia y viajó bastante. La lengua en la que escribió fu dialecto jonio.

 Este libro ha inspirado a otros artistas a lo largo de la historia. No puedo dejar de recordar la ópera Jerjes, de Händel, en la que tenemos al protagonista cantando su amor a un árbol. Es muy probable que la música os suene y no supierais de qué. Aquí os dejo un vídeo de You Tube, con la mezzosoprano Cecilia Bartoli interpretando a Jerjes con Il Giardino Armonico:

 


Y una cosa más. La oí en una película y es de esas cosas que te hacen pensar, «qué bueno el guionista este», y es aquel chiste de que el rey persa tiene tantos arqueros que las flechas taparán el sol, y el espartano le responde con chunga que, perfecto, entonces, combatirán a la sombra.

 Bueno, pues no es un hallazgo de ningún guionista, sino de Heródoto, que lo cuenta así (sigo con la misma traducción de Edaf, libro VII; CCXXVI):

 

... es fama con todo que el más bravo fue el espartano Dieneces, de quien cuentan que como oyese decir a uno de los traquinios, antes de venir a las manos con los medos, que al disparar los bárbaros sus arcos cubrirían el sol con una espesa nube de saetas, pues tanta era su muchedumbre, dióle por respuesta un chiste gracioso sin turbarse por ello; antes haciendo burla de la turbación de los medos, díjole: «que no podía el amigo traquinio darle mejor nueva, pues cubriendo los medos el sol se podría pelear con ellos a la sombra sin que les molestase el calor»: Este dicho agudo, y otros como éste, dícese que dejó a la posteridad en memoria suya el lacedemonio Dieneces.

martes, 28 de julio de 2020

#3 Las legiones malditas

Ediciones B, S.A., 28.ª ed. (2013)




Autor: Santiago Posteguillo
Fecha de publicación: 2008
Parte de una serie: Trilogía sobre Escipión el Africano #2

En esta lista en la que hablo de cien novelas históricas, cuando de series se trata suelo hablar solo de una, la primera. Pero hoy voy a comentar la trilogía de Escipión, hablando sobre todo de la segunda, que es la que me parece más redonda.
Esta entrega narra la vida de Escipión desde 209 a. C., guerra en Hispania, hasta la batalla de Zama, incluida (202 a. C.). Es el apogeo del personaje, quien triunfa contra todo pronóstico en circunstancias muy complicadas. Tiene que luchar no solo en el campo de batalla sino también en el Senado, para convencerlos de la bondad de su estrategia: poner fin al conflicto con Cartago llevando la guerra a África. O, al menos, que le dejen intentarlo...
Tiene esa competence porn que a mí (y no soy la única) me resulta irresistible: ver a una persona superando, gracias a su inteligencia y sus habilidades, obstáculos que habrían derrotado a cualquier otra. Con un ejército pequeñito, ¿cómo va a enfrentarse con los poderosos ejércitos cartagineses en Hispania…? Y luego esa parte tan atractiva de un make over: cómo transformar unas legiones malditas, supervivientes de Cannas, exiliadas en Sicilia y escaso espíritu de combate, en unas legiones capaces de enfrentarse a los veteranos de Aníbal.
Este mes de julio de 2020 me he dedicado a releer toda la trilogía. Muy rápidas las dos primeras, demorándome en el tercero, porque es la parte que, bueno, a poco de historia que sepas… son tiempos de derrota, aunque con alguna brillante victoria. Me di cuenta de que la otra vez que leí estos libros, las dos primeras las esnifé y la tercera la dejé a medias. Esta vez conseguí apurar el cáliz de La traición de Roma hasta el final, y reconozco que soy muy llorona y mojé la pestaña, pero no con Escipión, sino con Aníbal. No sé qué tiene ese personaje histórico, que incluso cuando te lo ponen como el oponente del héroe, sigue cayéndote mejor. Con Escipión es un poco como con JC I, le reclaman los quinientos talentos del rey Antíoco, olvidando las cosas buenas que hizo; nadie vive del éxito pasado, por muy colosal que fuera. Cuando un jarrón chino estorba, hasta es un alivio que desaparezca.
Dentro del género de la novela histórica, esta trilogía de Escipión es estupenda. Reconstruye muy bien toda una época de la República romana, que es cuando esta aldea del Lacio se convirtió en un imperio territorial. Destacaría la descripción de las escenas bélicas, yo diría que es lo que más sobresale. Para un escritor, es muy difícil recrear batallas y guerras y que no te aburran. Posteguillo aprueba con nota. En esta novela, mismamente, revive Baecula y sobre todo Zama, con toda la tensión del combate, en escenas plenas de suspense, que te tienen en vilo, ¡y eso que el lector ya sabe cómo acaba la cosa!
Porque, en una narración, lo más importante no es el final, sino cómo te llevan a él.
Es la clase de novela histórica en la que casi todos los personajes existieron de verdad, no de esas que sitúan a un protagonista ficticio en un marco histórico auténtico. Eso te permite entrelazar sin problemas la parte histórica (que es mayoritaria) con la ficción. No tienes que insertar a un personaje imaginario en sucesos reales, sino solo convertir los hechos históricos en un cuento con sentido propio, prescindiendo de lo que no añade dramatismo al argumento y rellenar los huecos de la historiografía con tu imaginación de manera coherente. 
El obstáculo con el que puede encontrarse el autor es que tiene que respetar lo que dicen los libros de Historia, con lo que está más constreñido y, además, la Historia no siempre te pone cosas amenas o dramáticamente interesantes.
Sin embargo, Posteguillo lo resuelve sin problemas, apartándose un poquito de lo histórico en cositas sin importancia. La vida real de Escipión fue sobradamente heroica, hasta el punto de que te puedes creer que se lo inventa el autor, y no, es que fue así, alucinante, un personaje bigger than life.
La maravilla es dar con un narrador que es capaz de meterle vida y hacer que lo veas como si fuera una película. De esta serie se me quedarán para siempre en la memoria escenas grandiosas: 
... el adolescente que se mete a rescatar a su padre en mitad de la derrota, o que corta desesperado un puente de barcas; 
... un romano caído que rodeado de sus enemigos se esfuerza en ponerse en pie para morir espada en mano frente al general enemigo (escena del libro I simplemente sublime);
...la toma de las murallas de Cartago Nova; 
... las dos entrevistas entre Escipión y Aníbal; 
... la carga de los elefantes, la resistencia cuando se ha perdido toda esperanza y ser salvado al final por la campana,… o el Séptimo de Caballería, como quien dice; 
... los catafractos arremetiendo contra la caballería romana y ésta retrocediendo, retrocediendo… de nuevo sin esperanzas de sobrevivir… 
Y Aníbal, siempre Aníbal.
No hará mucho escuché un debate en You Tube sobre quién fue mejor general, si Escipión o Aníbal. Al fin y al cabo, el primero derrotó al segundo, ¿no? Bueno, yo soy de la opinión de que Rommel era mucho mejor que Montgomery, por mucho que el primero tuviera que largarse derrotado de África. 
El yutubero optaba por Escipión. Pero es a Aníbal al que han estudiado los militares durante siglos, es él quien hallaba soluciones creativas para problemas imposibles… y a él nunca se le amotinaron sus soldados, a pesar de años de guerra en territorio enemigo, dirigiendo un ejército heterogéneo, con todas las de perder. Si se ganó la Segunda Guerra Púnica no fue solo por los logros de Escipión, sino también por las tácticas dilatorias de Fabio Máximo Cunctator o los éxitos de Marcelo. Lo de Aníbal fue más cosa exclusiva suya. Personalmente me inclino más, mucho más, por Aníbal.
Escipión fue, por así decirlo, el primer y más aventajado alumno de Aníbal: aprendió de la derrota, comprendió cuál era su estrategia general, y supo asimilar sus tácticas en el campo de batalla... y aplicó con éxito ese conocimiento. Escipión, con una confianza en sí mismo monumental, mostraba un arrojo a veces casi suicida, desde joven, como se demuestra en diversos episodios: el rescate de su padre, lo de Cartago Nova a cientos de kilómetros de su base, la lucha colina arriba en Baecula (dificilísimo vencer así, me recordó otra batalla parecida que luchó César siglo y medio más tarde, también por Andalucía, la de Munda), el desembarco en África con ejército escaso, la propia batalla de Zama, la «solución» a los catafractos de Antíoco III…
Esta trilogía fue la primera que publicó el autor y es increíble que un escritor novel consiga semejante prodigio. He leído por ahí que se está pensando hacer una serie de televisión con estos libros. Si llega a buen término, a pocas ganas y (mucho) dinero que le pongan, tiene que arrasar, porque pocos personajes tendrás tan interesantes y monumentales con los que entretener al personal. Su vida fue legendaria. Escipión el Africano lo merece de sobra.

Admito que se le pueden poner reparos a esta obra. Desde el punto de vista del lenguaje pues no, no está al nivel literario de Galdós, Pérez-Reverte, Yourcenar, Graves, Renault, Druon o Haase, por mencionar un puñado de lo mejores escritores del género. Es muy práctico en su forma de contar las cosas y tiende a recurrir a lo trillado, ya sabéis, lo que yo llamo «incendio pavoroso y espectáculo dantesco», radiante hermosura, enigmático hechizo y tal. A mí lo que más me rechinaba era el constante uso de suave en referencia a la anatomía femenina, particularmente la piel, repitiendo varias veces lo de terso y suave, lugar común que convierte las novelas en anuncios de crema hidratante.
Narra de forma desmañada, («por la ambición de un ambicioso rey extranjero», leí en la tercera novela, si eso no es descuido...). Sí, ir a lo esencial y sin florituras, le va muy bien a una historia ante todo bélica. Lo que pasa es que para eso haría falta ser más aséptico aún: si no vas a meter adjetivos un poco más pensados, pues no los metas. 
Aún así, es un «defecto» que se sobrelleva.
Quizá lo menos logrado son los personajes femeninos. Entiendo que una historia bélica de la República romana tiene que ser protagonizada por hombres, pero puede reconstruirse ese pasado y meter algún personaje femenino con personalidad propia, como demostró Colleen McCullough. Aquí hay pocos, unidimensionales y no superan, a mi modo de ver, la tradicional dualidad santa/puta, o sea, el ángel del hogar (Emilia) versus la perdición de los hombres (Sofonisba). No, no hablo ya de superar o no el test de Bechdel, sino simplemente de que los personajes femeninos no estén al solo servicio de uno masculino; deberíamos encontrar mujeres con enjundia, encarnaciones con intereses propios y parte activa en la trama. Chicas reales, en suma, y no muñequitas recortables. Carece de chicha hasta el personaje femenino más trabajado, Cornelia la Menor.
A ver, no es un problema exclusivo de Posteguillo. La representación de las mujeres –y, como se les asocia tradicionalmente con amor y sexo, la consecuente parte sentimental y la sexual– no les suele salir a los escritores varones tan bien como el resto del libro. Por ejemplo, las mujeres de Pérez-Reverte son absurdamente tópicas y duales (santa/puta... a veces, lo que yo llamo «superlativa concentración de todas las perfecciones» frente a las «tordas que no valen ni para un polvo»). Y ya tiene «mérito», oye, pues Pérez-Reverte fue capaz de construir toda una novela en torno a un cliché femenino (La reina del Sur), sin convertirla en ningún momento en alguien creíble de carne y hueso. En esto, mi Pérez Galdós del alma, en cambio, fue tan, pero tan bueno…
(Ya podrían leerlo un poco más y ver cómo se pueden crear mujeres de ficción tan auténticas como los hombres. Si Pérez Galdós se les escapa, yo les aconsejaría una de Kleypas (o a Kinsale, Hoyt o Eloisa James) para que entendieran un poco lo que es crear mujeres de carne y hueso dentro de lo que es ficción comercial y lograr tensión narrativa en la parte romántico-erótica de las historias).
A ver, que me aparto de lo que quería decir.
Si te gusta la novela histórica, en particular la de la Antigüedad clásica, estos libros de Santiago Posteguillo son imprescindibles. Narra de manera atractiva la asombrosa vida de un tipo que supo luchar y ganar en los campos de batalla contra todo pronóstico, gracias a su ingenio y coraje, muy orgulloso de su estirpe, y al que lo político no se le dio tan bien, teniendo en el Senado romano a enemigos rastreros que atacaron la dignitas de Escipión con más saña que los cartagineses su vida.
(Vamos, esto de la dualidad guerrero/político es algo que también le ocurriría a Julio César, cuando Catón el Joven debió querer hacer con él lo mismo que Catón el Viejo con Escipión solo que… Bueno, para entonces habían pasado muchas cosas, los Graco, Mario y Sila, Pompeyo... y César había aprendido del pasado).
((Por no hablar de esa fría serpiente calculadora, Octaviano, que supo ser el más hábil de todos)).
Yo aconsejo leer toda la serie en orden, pero si simplemente coges uno de ellos, este de Las legiones malditas se puede leer independiente. Merece la pena.
Si no, siempre puedes esperar a que hagan la serie para que te cuenten la epopeya de Escipión el Africano. Cruzo los dedos.
Este libro tiene página en la Wikipedia. 

domingo, 1 de septiembre de 2019

#57 Salambó

Letras universales, Cátedra (2005)




Autor: Gustave Flaubert
Título original: Salammbô
Fecha de publicación: 1862

Otro «empiece» célebre, el de esta novela:

Era en Megara, arrabal de Cartago, en los jardines de Amílcar.

Gustave Flaubert era conocido por su célebre Madame Bovary, y decidió cambiar de registro con esta novela histórica ambientada en Cartago durante la guerra de los mercenarios (241–238 a. C.).
El ejército de los mercenarios que luchó por Cartago en la primera guerra púnica, espera ser recompensado. No se le pagan sus honorarios y entonces se revelan contra los cartagineses. Amílcar Barca conseguirá derrotarlos. Más o menos. La principal fuente para este episodio histórico son las Historias de Polibio.  
En ese marco, Flaubert te narra la historia de una hija ficticia de Amílcar Barca, Salambó, sacerdotisa de Tanit. Comienza la obra con un banquete de los mercenarios en los jardines de Amílcar; Salambó hará su aparición con toda la pompa de su cargo, lo que provocará que uno de los mercenarios, el libio Matón, se fije en ella, con quien quedará obsesionado el resto de la novela.
Los mercenarios, impagados, y enfadados porque los cartagineses han masacrado a algunos de ellos, se rebelan. Seguirán diversas luchas. Matón conseguirá arrebatar el velo de la diosa, que Salambó tendrá que recuperar más tarde. La historia termina con la derrota de los mercenarios.
De esta novela histórica destacaría dos cosas: su calidad literaria y la reconstrucción de la época. En cuanto a lo primero, da gusto leer algo tan bien escrito, con riqueza de vocabulario, con descripciones evocadoras, con el párrafo medido,… a través de un lenguaje que, simplemente, me dejó colgando de la brocha. Muchas veces, no tenía ni idea de qué me estaban hablando, pero me daba igual por lo placentera que me resultaba la lectura. Las palabras en sí, ¡qué gozada!
En cuando a la reconstrucción histórica, creo que Flaubert se documentó muchísimo y se nota. A veces, bordea el info-dump, pero hay que tener en cuenta que el lector poco o nada va a tener en su cabeza sobre la Cartago del siglo III a. C. Es lógico, entonces, que se detallen las murallas, los templos, las vestimentas, la comida, las medidas de peso, las monedas, en fin, un poco todo.
Todo el trabajo del autor pretende ofrecer una imagen que sea verídica. Si las cosas fueron así o no, no lo sabemos. Hay que recordar que nada nos queda escrito por los cartagineses mismos, sino que los conocemos a través de las fuentes grecorromanas y la arqueología.
En la introducción a mi ejemplar, de Cátedra (Colección Letras universales) se recoge un comentario de Emilia Pardo Bazán que, creo yo, refleja muy bien la impresión con la que se va a quedar el lector:
Lo que importa en obras como Salambona no es que los pormenores científicos sean incuestionablemente exactos, sino que la reconstrucción de la época, costumbres, personajes, sociedad y naturaleza no parezca artificiosa, y que el autor, siendo sabio, se muestre artista; (…), y que si no podemos decir con certeza absoluta: “así era Cartago”, pensemos al menos que Cartago pudo ser así.
Esa es la idea con la que te quedas: Cartago pudo ser así, con sus brutalidades y sus riquezas, sus traiciones y sus valentías.
La parte bélica me pareció muy bien representada, con vagas referencias a la estrategia a seguir en cada momento, a los movimientos tácticos en las batallas, el tipo de armamento, la forma de lucha… Siempre es de agradecer en un libro que para mí ha sido sobre todo la narración de una guerra.
Con los personajes, simplemente, cumple. Me sorprendió, pero a mí no me pareció que hiciera un profundo estudio psicológico de ninguno de ellos, ni que haya arcos de evolución o crecimiento personal.
Lo más decepcionante, o lo que más perpleja me dejó, fue la relación entre Salambó y Matón. No sé si pretende ser relación de amor, amor-odio, o qué. A pesar de dar título a la novela, Salambó tiene poco tiempo en escena. Básicamente aparece hierática en el festín de los mercenarios, con toda su deslumbrante riqueza en vestuario y joyas.
Así como las escenas guerreras podían perfectamente ser una peli actual, todo efectos especiales y mucho gore, con las apariciones de Salambó retrocedemos al cine mudo: era como una de aquellas divas, mudas, que suplían la falta de palabra con movimientos exagerados, marcado maquillaje y mucho bris-bris.

Así de divina de la muerte me imaginaba yo a Salambó, como la litografió Alfons Mucha para L'Estampe moderne, 10/1897.

Después, se la ve venerando a la diosa, sufre la pérdida del velo, va disfrazada al campamento de los mercenarios a recuperarlo y su padre la compromete con el rey de los númidas, cuando este hace su cambio de chaqueta. Y luego, la escena final, *spoiler* con la tortura y muerte de Matón y de ella misma, «por haber tocado el velo de Tanit» *fin de spoiler*.

Matón queda obsesionado con su cuerpo nada más conocerla, al principio de la novela. Con solo haberla vislumbrado de lejos, lo suyo es pura exaltación, un delirio francamente ridículo:

¡Pero la quiero!, ¡la necesito!, ¡muero por ella! ¡A la idea de estrecharla entre mis brazos, un furor me arrastra, y sin embargo la odio, Spendius! ¡Quisiera azotarla! ¿Qué hacer? Tengo ganas de venderme para hacerme su esclavo.

Todo su pensamiento es, básicamente, violarla, aunque en la novela te lo cuenten más eufemísticamente como soñaba con los placeres de su cuerpo. Pero vamos, que cualquier consentimiento de ella ni está ni se lo espera. Leyendo en la Wikipedia me entero de que, cuando ella acude a recuperar el velo a la tienda de Matón, «hacen el amor». Chicas, si ellos lo dicen serán, pero yo me quedo en que le toca una teta y la besa, y ella se desmaya y él luego se duerme. ¿Tengo que entender que ha habido sexo?
Releyendo otra vez ese capítulo el XI «En la tienda», me doy cuenta de que él la agarra y ella intenta soltarse, a lo que sigue es una discusión exaltada. Hay un momento en el que ella se siente fascinada por los brazos musculosos de él, cae desfallecida sobre el lecho y se le rompe una cadenita que llevaba en los pies, él la besa por todo el cuerpo y se queda dormido. En algún momento de todo eso (¿cuando se le rompe la cadena, como metáfora...?) tengo que entender que sí, que ella se ha sometido o entregado, (terminología de la época) para cumplir su misión, como le dio a entender el sacerdote. Será que, de tanto leer novela romántica, no entiendo las pudorosas omisiones y los sobreentendidos de los escritores decimonónicos.
Por otro lado, no dejo de pensar que, si Salambó y Matón no se conocen realmente, lo suyo será insta-lust, pero confundir eso con amor me parece demencial.
La novela en sí se puede leer aún, sobre todo si te interesa el género de la novela histórica ambientada en la Antigüedad. Te proporciona momentos muy intensos, como el sacrificio de niños a Moloch para satisfacer al dios y que les ayude a ganar la guerra; o la tremenda muerte de parte del ejército mercenario por el hambre.
Ahora bien, en cuanto a los personajes principales y las relaciones entre ellos, a mí se me quedó en nada. Lo único de interés, para mi gusto, fueron las hábiles manipulaciones que hace de sus compañeros el mercenario Spendio, o cómo el sumo sacerdote Schahabarim le come la oreja a Salambó para conseguir que esta se lance a la aventura de recuperar el velo de la diosa. O, finalmente, la inmensa figura de Amílcar Barca, y cómo defiende al principio a los mercenarios, luego cambia de idea, cómo planea la guerra, en momentos puntuales cómo sabe ver cuáles el camino correcto, militar y políticamente, y, desde luego, la aparición de un Aníbal niño, que no deja de conmover a quienes conocemos esa figura por otros libros, sean de historia o novelescos.
La impresión final que me ha dejado esta novela, con su exquisita prosa, el hieratismo de muchos personajes, la violencia de muchos momentos… es un poco inquietante, como los cuadros simbolistas de un Böcklin: hermoso, frío y turbador. A veces, hasta la náusea.

Arnold Böcklin: La isla de los muertos, 1.ª versión (5/1880)
Óleo sobre lienzo, Kunstmuseum de Basilea.
El ejemplar que yo tengo es el de Cátedra, en la colección letras universales. Siempre que puedo, si hay opción, compro estas versiones. Yo diría que Acantilado, Cátedra y Alba son mis editoriales favoritas en literatura, igual que Edhasa en novela histórica.
La traducción en líneas generales me parece muy lograda, consigue pasar al español la sugerente prosa de Flaubert.
Si le pongo un pero a esta traducción es que los nombres se mantengan en francés, cuando hay equivalentes en español consolidados desde siempre… Al menos desde que se empezó a traducir a Polibio primero y a Flaubert siglos después. No es solo que ponga Salammbô por Salambó, sino que me sonaba rarísimo leer Mathô, Narr’Havas, o Autharite, por ejemplo, cuando los líderes de los mercenarios, en los libros de historia, son Matón, Naravas o Autarito. Es como cuando lees una novela histórica ambientada en los tiempos de Cicerón y a su liberto Tirón lo llaman Tiro, conservando la traducción inglesa del nombre. Son cosas con las que me rechinan los dientes. A otros personajes, como Giscón, Aníbal o Amílcar, incluso Régulo, bien que ponen las versiones en español de sus nombres.
Aunque en su momento descolocó un poco a la crítica que Flaubert diera el bandazo a la novela histórica desde la coetánea Madame Bovary, lo cierto es que al público le encantó esta novela, por lo exótico y el morbo de las escenas cruentas, ¡la sangre, ¡¡lo sensual!!, ¡¡¡la violencia!!! Lo púnico se puso de moda, lo cual influyó por una temporada en la forma de vestir y las joyas de las damas francesas.
Esta novela inspiró otras obras artísticas, como óperas o películas, esculturas u obras de teatro. Hay una muy curiosa, para aquellos que recordéis Ciudadano Kane de Orson Welles. Una de las esposas del magnate era una poco dotada cantante. Se supone que estrena una ópera titulada Salambó, pero el aria que canta no pertenece a ninguna obra del género lírico. En realidad, el estupendísimo compositor de bandas sonoras Bernard Herrmann compuso una grandilocuente pieza ad hoc. Que luego las sopranos han usado en recitales. Yo se la escuché por vez primera a Kiri Te Kanawa, pero vamos, que es fácil de encontrar en You Tube si buscas Aria de Salambó.
Como este libro es un clásico, tiene página en la Wikipedia.