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jueves, 4 de julio de 2019

#12 Apoxiómeno de Lisipo


ἀποξυόμενος
Copia romana del s. I
Por Jean-Pol Grandmont [CC BY 3.0]
vía Wikimedia Commons

Ubicación: Museo Pío-Clementino (Ciudad del Vaticano)
Fecha: 330-325 a. C. (original) / s. I (copia)
Época: Arte griego
Autor: Lisipo


  
Una estatua capaz de crear un alboroto nada menos que a Tiberio 

Como ya se mencionó, Lisipo fue el más prolífico en sus obras, e hizo más estatuas que cualquier otro artista. Entre ellos, está el Hombre que usa el raspador, que Marco Agripa había erigido frente a sus Termas, y que agradó maravillosamente al emperador Tiberio. Este príncipe, aunque al comienzo de su reinado se impuso cierta moderación, no pudo resistir la tentación y se llevó esta estatua a su dormitorio, sustituyendo a otra en los baños: la gente, sin embargo, se opuso tan resueltamente a esto, que en el teatro exigieron clamorosamente que el Apoxiómeno fuera devuelto a su lugar; y el príncipe, a pesar de su apego a él, se vio obligado a restaurarlo.

Plinio: Historia Natural, XXXIV, 19.


Un apoxiomeno (o apoxiomenos, que de las dos formas lo he visto escrito en mis libros de arte) es una estatua de un atleta limpiándose el sudor y el polvo con un estrígil. De hecho, su nombre significa, en griego, «el que rasca».

Es uno de los temas de la escultura griega. La mayor parte de las estatuas griegas las conocemos por copias romanas. Los originales en bronce, descubiertos al conquistar la Hélade en el siglo II a. C., fueron copiados a lo largo de los siglos en mármol. Por eso de un determinado tema puede haber distintas copias o versiones. Plinio menciona en el libro XXXIV, unos cuantos ejemplos del botín que se llevaron a Roma.

El más famoso Apoxiómeno es esta copia romana del siglo I a partir del modelo original de Lisipo. Actualmente puede verse en el Pío-Clementino, uno de los museos en los que se divide la riqueza patrimonial de Ciudad del Vaticano.

Lo encontraron en el Trastévere en el año 1849, y pronto fue identificada con aquella escultura de la que hablaba Plinio –el cotilla que todo lo sabe– en su Historia Natural.

Realizada en mármol pentélico, se alza hasta los 2,05 metros. Se ve a un atleta en postura de contraposto, una pierna recta y otra avanzada o doblada; extiende el brazo que va a limpiar, mientras que con el otro va raspando la suciedad.

Si os acordáis, el arte griego se dividía en tres períodos: arcaico, clásico y helenístico. Lisipo, que fue el escultor favorito de Alejandro Magno, está situado ya al final de la época clásica, rozando con el helenismo. Plinio cuenta que Alejandro Magno ordenó que no lo retratara ningún otro que Apeles, no lo esculpiera otro que Pirgóteles, ni lo reprodujera en bronce otro que Lisipo (Historia Natural, libro VII, 125). Se incluye en la llamada segunda fase del clasicismo, junto con Scopas y Praxíteles.

Estamos ya en el siglo IV a. C., con los ideales clásicos en crisis, incluyendo el modelo anatómico que había dominado en el siglo anterior. Lisipo propone un nuevo canon. Los músculos son, a un tiempo, fibra y grasa. Estiliza las formas: en vez de un cuerpo de siete cabezas, establece un modelo de cabeza más pequeña, siendo su canon el de ocho cabezas (1:8). Así los miembros de alargan. Rompe con la frontalidad, y puede verse desde cualquier ángulo.

Es una pieza más que se puede ver conforme vas recorriendo los Museos Vaticanos, y puede que en tu ansia por llegar a la Sixtina, no repares en esta parte maravillosa de estatuaria. Como todo el recorrido, está más lleno de gente de la que desearías (porque al fin y al cabo, también quieren ver lo mismo que tú, ¿no?). Merece la pena dedicar un buen rato a estas obras y, entre grupo y grupo, quizá alcances a tener un momento de respiro en el que puedas contemplarlas con cierta tranquilidad.

Aquí, un pequeño clip de un par de minutos sobre esta pieza, que he encontrado en You Tube.

miércoles, 26 de junio de 2019

#1 Máscara de Agamenón





Objeto: máscara mortuoria
Material: oro
Fecha: 1550-1500 a. C.
Lugar actual: MAN (Atenas, Grecia)
Época: micénica


Este Schliemann, era un genio… a su manera


Heinrich Schliemann (1822-1890) fue un tipo muy peculiar. Este prusiano, hijo de un pastor, de origen humilde, salió adelante con diversos trabajos, fue tendero, marinero náufrago, agente comercial, luego empresario por su cuenta,… estuvo por todas partes, desde la Rusia imperial hasta la California de la fiebre del oro.

Políglota, aprendía idiomas como quien colecciona cromos: inglés, francés, holandés, español, italiano, portugués,… Se lamentaba de que, debido a sus muchos trabajos y viajes, «Hasta el año 1854 no me fue posible dedicarme al estudio del sueco y del polaco».

Se enriqueció con la guerra de secesión estadounidense y con la de Crimea, porque ya se sabe que las guerras son oportunidades estupendas para que algunos tipos concretos se enriquezcan, aunque en general son un desastre, tanto para la sociedad del ganador como la del perdedor. Como decía el duque de Wellington, «Salvo una batalla perdida, no hay nada tan triste como una ganada».

La cosa es que, rico, y en su madurez, pudo dedicarse a lo que le gustaba, que era el tema histórico. Se largó a Grecia y Turquía, se casó con una pizpireta muchacha griega (como podréis comprender, para entonces ya dominaba el griego clásico y contemporáneo de corrido) llamada Sofía, de diecisiete años, o sea, treinta años menor y juntos se dedicaron a la búsqueda de tesoros perdidos.

Para él, a diferencia de los científicos de su época, los poemas homéricos no eran mitos o fantasías literarias, sino hechos ocurridos en la realidad y él tenía el empeño de encontrar Troya. Y la encontró, siguiendo ciertas descripciones de la Ilíada, en la colina de Hisarlik.

Más tarde marchó a Micenas, donde estuvo excavando. En 1876 halló una serie de tumbas. Siguiendo esa manía tan suya de pretender que los personajes homéricos eran reales, decidió que una de ellas era la de Agamenón, el rey de los hombres. Precisamente a la que pertenece esta máscara.


Schliemann en 1879


Y aquí su mujer, Sofía Schliemann, h. 1873, adornada con joyas halladas en las ruinas troyanas, el llamado «tesoro de Príamo», porque digo yo que para qué descubrir un tesoro de más de tres mil años si no te lo vas a poder poner…

La máscara de Agamenón se creó a partir de una sola hoja de oro, gruesa, calentada y golpeada con el martillo contra un fondo de madera en las que estaban grabados los detalles grabados posteriormente con una herramienta puntiaguda.

Es una máscara funeraria, un objeto que se colocaba encima de los muertos para protegerlos de las influencias exteriores, lo mismo que los petos. Suelen guardar un parecido con ellos, y aquí sí que se ve que no es un modelo ideal como se vería más tarde en la estatuaria griega, sino que parece corresponderse a una persona real, con su bigotillo y su barba.

No pudo pertenecer a Agamenón porque se ha datado en unos trescientos años antes de cuando se supone que ocurrió la guerra de Troya. Pero sigue conservando el nombre, por motivos históricos.

Dado que es de oro, y por la riqueza del ajuar funerario, que incluía espadas, diademas y otros muchos objetos, era evidente que se trataba de gente rica, noble, que gozaba de estatus y poderío dentro de la sociedad micénica.

Debo señalar que hay gente que duda de su autenticidad, unos porque piensan que igual Schliemann coló en esas tumbas algo que había hallado en otro sitio, y otros porque creen que igual hizo fabricar una moderna a imitación de las antiguas. A día de hoy, me parece que la postura general es no dudar de la realidad del hallazgo, que como he dicho no incluyó solo esta máscara, sino otras, además de objetos valiosos.

Se guarda en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas, y menos mal, porque los fondos de Schliemann que acabaron en Alemania resultaron muy dañados como consecuencia de la guerra mundial y acabaron en gran medida dispersos o destruidos.

Por cotillear un poco, Heinrich y Sofía tuvieron tres hijos a los que llamaron Andrómaca, Troya y Agamenón. Permitió que se les bautizara, pero solemnizó –dicen en la Wikipedia en inglés– la ceremonia a su manera, colocando una copia de la Ilíada en la cabeza de los niños y recitando cien hexámetros.

(No, en serio, pensadlo un momento. Tratad de imaginar la escena).

He podido escribir gran parte de este artículo gracias a un clásico de la divulgación arqueológica, Dioses, tumbas y sabios de C. W. Ceram. Un libro entretenidísimo, muy adecuado para aquellos que no somos expertos en estos temas arqueológicos, pero nos gusta leer sobre ellas. Además, es muy recomendable el artículo en la Wikipedia en inglés, del que también he cogido cosas.

Por lo demás, como siempre, y salvo otra indicación en contrario, las imágenes son de Wikimedia Commons.

jueves, 1 de junio de 2017

#18 Laocoonte y sus hijos


Jean-Pol GRANDMONT (2011)
[CC BY-SA 3.0 o GFDL]
Via Wikimedia Commons



Ubicación: Museo Pío-Clementino, el Vaticano
Fecha: ¿S. I d. C.?
Época: Arte griego




Dije que no iba a hablar del Laocoonte, pero al final me he arrepentido y os incluyo aquí este ejemplo de escultura griega en su fase helenística.

Durante el helenismo, la escultura se hace realista y pierde el equilibrio y la serenidad clásicos. Aquí se ve cómo los cuerpos se retuercen, hinchados los músculos, y los rostros adoptan expresiones patéticas. Se dice que es un rasgo orientalizante esto de que ya no se guarden las proporciones ni haya esa tranquilidad de la época clásica.

En realidad, el grupo del Laocoonte es, de nuevo, una copia romana de lo que fue un original realizado en la isla de Rodas.

La historia de Laocoonte procede del Ciclo épico, aunque no aparece en los poemas homéricos. Era un sacerdote troyano (de qué dios en concreto, no coinciden los relatos). Cuando los aqueos hicieron como que se iban, dejando atrás el Caballo de Troya, Laocoonte les advirtió que no lo cogieran, con una frase que se hizo famosa, bueno, al menos en la versión latina de la historia, contada por Virgilio en la Eneida: Timeo Danaos. “Desconfiad de los griegos, dijo este buen hombre, aunque vengan con regalos”.

Los dioses, que son muy malos y siempre andaban a la greña apoyando a su equipo le mandaron un par de serpientes marinas que estrangularon a Laocoonte y sus hijos. Ese terrible momento de la asfixia es el que refleja la escultura.

Cuando, en el año 1506, se encontró esta pieza en lo que había sido la Domus Aurea de Nerón, rápidamente los artistas, que eran muy cultos ellos, la identificaron como la obra de la que hablaba Plinio el Viejo en su Historia natural. El papa preguntó si valía la pena comprarla, todos le dijeron que sí, por supuesto, y allá que se gastó las perras el papa en esta escultura. La llevó al Vaticano, y ahí se puede encontrar, en el Museo Pío-Clementino, donde tuve la suerte de verlo el año pasado. Está en uno de los nichos del patio Octogonal, y por ahí andan otras joyitas como el Apoxiomenos o el Apolo de Belvedere.

Impresionan aunque tengas que estar mirándolos por entre los cuerpos y sobre las cabezas de miles de turistas.

Para saber más de esta escultura tenemos, como siempre, el artículo en la wikipedia, donde puedes saber más cosas como por ejemplo el brazo que le faltaba y cómo lo fueron restaurando de distintas maneras, o cómo fue botín de guerra napoleónica.

Y siempre se puede leer la breve ficha en la página web de los Museos Vaticanos (está en español).

jueves, 30 de marzo de 2017

#15 Venus de Milo



Por pictures Jettcom (2013)
[CC BY 3.0],
via Wikimedia Commons



Αφροδίτη της Μήλου

Ubicación: Museo del Louvre
Fecha: h. 130-100 a. C.
Época: Antigüedad




Seguimos con la escultura griega de la época helenística, la tercera etapa del arte griego. Aun en esta época en que el arte se hizo exagerado, cuerpos retorcidos con expresiones exaltadas, hubo restos del clasicismo sereno de otras épocas.

Ya vimos que algo de ello se conservaba en la Niké o Victoria de Samotracia, pero también en esta Venus de Milo. Conserva del clasicismo la serenidad y la armonía de las proporciones. Combina el arte de maestros del pasado como Fidias y Praxíteles. Y, sin embargo, algo del movimiento en el espacio, de ese giro de la figura, nos recuerda que esto ya no es puramente clásico sino helenístico. Sí, el cuerpo se gira en una línea serpentina, la llamada curva praxiteliana, pero el movimiento en general está un poco exagerado, es demasiado marcado, lo que incluye el drapeado. Ahí se ve que esto no viene de la Atenas del siglo V a. C.

Es de tamaño mayor del natural, poco más de dos metros, y está realizada en varios bloques de mármol blanco. Representa a la diosa griega Afrodita, aunque se la conoce más por el nombre en latín, Venus.

Estamos ante una de esas obras de arte que tienen detrás cierta historia de no se sabe si saqueo imperialista o adquisición legal. Turquía la ha reclamado, ya que ejercía su dominio la actual isla griega de Milo o Melos al tiempo del descubrimiento, y al parecer hubo una doble venta. Pero vamos, que en esto el Louvre y Francia serán como el Museo Británico y la Gran Bretaña. Ya pueden los turcos esperar sentados, como los griegos. 

Para saber más, tenemos el artículo de la wikipedia dedicado a la Venus de Milo. Tiene artículo en Arte Historia, y encontramos un análisis de la obra, en Aula de Historia.

martes, 14 de febrero de 2017

#14 Victoria de Samotracia



Por Piotr Frydecki (2008)
[CC BY-SA 3.0],
via Wikimedia Commons



Níke tes Samothrákes
Νίκη τῆς Σαμοθράκης

Ubicación: Museo del Louvre
Fecha: h. 90 a. C.
Época: Antigüedad




Esta pieza quizá sea mi momento más impresionante del Louvre. La recuerdo en lo alto, al final de unas escaleras. Impresionante puesta en escena.

La Gioconda, por ejemplo, fue una decepción: la vi a lo lejos, en una sala llena de gente, un cuadro diminuto. Más o menos como me ocurrió en Roma con La piedad de Miguel Ángel. Comprendo las medidas de seguridad y tal, pero es que ciertas piezas tan maravillosas necesitan un entorno dramático que les permita desplegar todo su potencial para provocar emociones en el espectador. Te hace pensar en la inutilidad de que exhiban una pieza que no puedes apreciar.

Ya he hablado antes de las tres épocas del arte griego clásico. La tercera es el helenismo, de Alejandro Magno en adelante, un estilo que se hizo internacional creando piezas desde Europa hasta África y adentrándose al centro de Asia donde se pueden encontrar piezas de este tipo, extendidas por el ejército conquistador macedonio.

Es, digámoslo así, la fase barroca del arte griego, cuando dominan la emoción, el movimiento, la exageración. Atrás quedó la idea del arte como algo contenido, equilibrado, sobrio.

Algo del clasicismo se conserva en la Niké o Victoria de Samotracia, pero esencialmente es uno de los mejores ejemplos de este barroquismo propio de la llamada escuela de Rodas, bastante alejado de lo que habría sido un Fidias. El cuerpo está en movimiento, en tensión, los paños los ciñen y se ondulan con dramatismo, las alas se despliegan de una manera impresionante…

Es una escultura elaborada en mármol. Mide 2,45 metros y representa a la diosa de la victoria. Procede del santuario de los Cabiros en la isla de Samotracia, allí es donde fue descubierta, en 1863, por el cónsul francés Charles Champoiseau, y ya que los franceses en esto de apropiarse del arte ajeno no le iban a la zaga a los hijos de la pérfida Albión, fíjate tú, terminó en el Louvre.

Para saber más, tenemos el artículo de la wikipedia dedicado a la Victoria alada de Samotracia.

        “La Victoria de Samotracia, icono de la Grecia clásica” es uno de los “grandes reportajes” que ha publicado National Geographic en español.