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domingo, 21 de marzo de 2021

#15 Fellini, ocho y medio (8½)

 

Póster en FilmAffinity


 


 


8½ (Otto e mezzo)

Año: 1963

País: Italia

Dirección: Federico Fellini

Música: Nino Rota

 

Un domingo más, al cine… dentro del cine

 

El protagonista de esta película, Guido Anselmi, es un hombre en crisis. Es un director de cine embarcado en un proyecto sobre el que tiene dudas. Se encuentra en un balneario, un entorno muy sofisticado lleno de personas vestidas con elegancia.

Se mezclan escenas de este tipo en su vida ordinaria, cómo le hablan de la película, cómo expresa lo que aspira a realizar, los tratamientos de aguas… con otras que él se imagina o recuerda.

Cosas que le pasaron siendo niño o las mujeres con las que tuvo alguna relación, por ejemplo.

Lo peor para mí, es esa forma tan propia del cine italiano de tratar a las mujeres. Veréis en más de una sinopsis hablar de que el personaje principal recuerda a las mujeres que amó. Francamente, dudo que eso fuera amor. Tiene de romántico lo que yo de monja. No creo que amase a ninguna de ellas, ni siquiera a su mujer o a su amante. Ellas están ahí para servirle a él, y ni las conoce ni le interesan cómo son por dentro. No tengo muy claro si ese desinterés es del personaje o del propio Fellini, que se queda en lo superficial, en mujeres que son muñequitas recortables al servicio del macho.

Eso sí, la forma en que todas ellas visten y se adornan con joyones y sombreros es preciosa. Viejuna, pero lindísima. Era una época en que, por otro lado, se llevaban unos maquillajes en los ojos muy marcados, con ese rabillo que pone a todas ojos de gata, y parecía raro verlo en todos los personajes femeninos, jóvenes y viejas, y con independencia de cuál sea su papel.

Así que vamos a hablar de lo mejor, que tiene mucho y muy bueno.

El director protagonista quiere hacer una película pura, que exprese algo que él no sabe muy bien qué es. Eso le da pie a reflexiones sobre el cine en un ejemplo paradigmático de cine dentro del cine.

Uno de los personajes le dice que para contar lo que él quiere, en referencia a criticar la conciencia católica del país, se necesita un nivel intelectual mucho más alto. Parece que es una queja del propio Fellini, una frustración por su carencia de profundidad filosófica.

Pero luego en realidad, demuestra que no lo necesita. El suyo no es un cine de idea o de reflexión sino de creación de imágenes inolvidables, en las que se mezclan lo vivido con lo soñado, sea esto vulgar o sea sofisticado. No importa que resulte algo novedoso o más viejo que la quina.

Somos lo que somos, una mezcla de amores y manías, la suma de nuestras frustraciones y nuestros sueños. Nos gustaría ser la mejor versión de nosotros mismos, la 2.0, pero al final, día a día, nos renovamos siendo más o menos el mismo yo que se echó a dormir el día anterior, con lo bueno, lo malo y lo mediocre. De hecho, si no nos reconociéramos en esta mezcla nos incomodaría bastante, por eso nos aferramos hasta a nuestros peores rasgos de carácter.

El personaje de Mastroianni cuenta que quería hacer

Una película que pudiera ser útil a todos, que ayudase a enterrar para siempre todas las cosas muertas que llevamos dentro. Y resulta que soy yo el primero que no tengo valor para enterrar todo lo muerto que llevo dentro. Ya no tengo nada que decir pero aún así quiero decirlo.

En definitiva, importa poco que la película no tenga un argumento que te atrape, te resulte caótica o le encuentres un tufillo machista o incluso algo de racismo. Esto último lo digo por el personaje de la negretta como una adición exótica a su harén soñado, en el que las mujeres son apartadas al piso de arriba en cuanto llegan a cierta edad, y que se renueva constantemente con jóvenes.

Es una de esas películas imprescindibles, citada una y otra vez entre las mejores de la historia. Lo que se te queda es lo propio del buen Cine: la imagen y la música, que se te queda grabada con independencia de lo que te están contando.

Mastroianni y sus gafas.


La belleza impoluta de Cardinale juvenil.


Anouk Aimée, en el incómodo papel de esposa engañada.

Y esa especie de danza de la muerte final, con todos haciendo una fila al son de musiquilla circense. La música de Nino Rota, una de esas bandas sonoras que se quedan en la memoria de todo cinéfilo.



            Ganó dos premios óscar, uno a la mejor película de habla no inglesa y el otro en la categoría de vestuario, ya os he comentado que es digno de verse. También el National Board of Review y el Círculo de Críticos de Nueva York la escogieron como mejor película extranjera.

Para saber más: consúltese la Wikipedia, Film Affinity o la Internet Movie Data Base.

domingo, 4 de septiembre de 2016

#28 El gatopardo



Fotograma de la película (via Wikimedia Commons)



Il gattopardo

Año: 1963
País: Italia
Director: Luchino Visconti
Música: Nino Rota


Si queremos que las cosas se queden como están, las cosas tienen que cambiar.


La historia resumida consiste en que el príncipe de Salina intenta conservar a su familia y los privilegios de su clase social en medio de la invasión garibaldina de Sicilia, episodio de la unificación italiana.

La idea de “cambiar algo para que todo siga igual” se ha hecho popular sobre todo a partir de esta película, aunque esté basada en El gatopardo de Lampedusa. Es un pensamiento cínico que nos recuerda que al final, los que acaban sacando tajada de todo cambio social o político son siempre los mismos, algo muy oportuno para darse cuenta de que se trata sólo de repartir un poco de poder, pero que en cuanto se tiene, los modos y los beneficios siguen siendo los mismos y para los mismos. 

Al final, se trata solo de pasar a formar parte de la casta, aunque sea sólo con un estilo un poco distinto. ¿A qué me suena? En fin, sólo los jóvenes creen que algo puede cambiar de verdad radicalmente, y sólo los viejos piensan que es imposible que cambie nada.

Esta película está realizada con esa exquisitez por el detalle tan propia de Visconti, con unos actores espléndidos, un elegantísimo Burt Lancaster que le daba sopas con honda a los jovencitos representaba a lo decadente, lo antiguo, y la juventud nunca estuvo más hermosamente encarnada que en los vibrantes Claudia Cardinale y Alain Delon.

Súmale la maravillosa música de Nino Rota y tendrás una de esas películas clásicas que se ve con gran placer y entretenimiento. Había un vals obra de Verdi y que Nino Rota lo orquestó, pero al parecer, el famoso vals entre la bella Claudia y el elegante Lancaster sí que es obra de Rota. De Nino Rota y esta partitura hablan aquí y aquí.

Hay que verla sin prisas, dejándose llevar por los recovecos de la historia, ¡esos trajes, esos palacios…! ese mundo que se acaba, que ya no volverá a ser el mismo pero en el que, en esencia, seguirán mandando los mismos.

            Te deja con una sensación de melancolía, pero a gusto.

Lo cual es un poquito,… decepcionante. Hay momentos en el guión en que esperas un giro, una violencia repentina, un secreto inesperado, algo de morbo oculto en la relación entre el príncipe y Angélica,… pero no, las cosas son “como tienen que ser”. Don Fabrizio se adapta a los tiempos, nada con la corriente y cambia un poquito para que las cosas sigan siendo iguales. A veces las cosas son, simplemente, lo que parecen. Y todo el mundo está contento por ello y sigue adelante, sin pensar en los cadáveres de los ilusos que dejan a su espalda.

            Es una de esas películas que tiene varias versiones, con más o menos metraje, dependiendo del mercado en el que se proyectaba.

            Entre otros premios, obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes.

Para saber más: consúltese la Wikipedia, Film Affinity, Internet Movie Data Base y Sensacine.