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domingo, 17 de enero de 2021

#4 El médico



 

 

Título original: The physician

Autor: Noah Gordon

Fecha de publicación: 1986

 

Me parece a mí que esta es la novela histórica por excelencia de finales del siglo XX. Escrita con un amenísimo estilo, de ese que yo llamo «superventas internacional», te lleva desde la miserable Inglaterra medieval a la floreciente Ispahán por la que transitó Avicena.

Por si alguien no ha visto la peli, os cuento la historia.

Robert J. Cole, un muchacho de Londres, se queda huérfano muy pronto. Acaban colocándole como aprendiz de barbero. En aquella época un barbero era el que hacía cirugías, extraía muelas, y, en este caso, entretenía al personal, además, con malabares y venta de producto «milagroso» que como El elixir de amor de Donizetti, en el fondo era solo una bebida alcohólica. 

Rob le coge el gusto a eso de sanar a la gente, y quiere saber más. Pero si de verdad quieres conocer mejor cómo funciona el cuerpo humano, y hacerte sabio en este campo, tienes que ir a las mejores escuelas, que entonces eran las que estaban, lógicamente, en la parte civilizada del globo.

Tenía opciones, desde la península ibérica hasta la escuela de Salerno. Pero opta por marchar a Persia, en concreto a Ispahán, donde entonces vivía el príncipe de los sanadores, Avicena.

Pequeño problema: ahí admiten a musulmanes y judíos, pero los cristianos lo tienen prohibido. No tanto por los musulmanes sino por la propia iglesia. Así que a Rob se le ocurre la idea de hacerse pasar por judío para poder formarse allí. Asume el nombre de Jesse Ben Benjamín.

Hay una larguísima primera parte en la que te cuentan las andanzas del niño y adolescente Rob por la isla de la Gran Bretaña, formándose en diversos trucos que luego le serán útiles. También pule un poco su misterioso «don» que le permite captar el grado de salud de una persona.

Pero el grueso de la historia se desarrolla en Persia, en la escuela-hospital en la que aprende medicina, así como filosofía y religión para convertirse en hakim (o sea, médico). Se echa un amigo musulmán (Karim) y otro judío (Mirdin). Acabará aprendiendo tanto preceptos judíos como islámicos. Claramente tibio en materia religiosa, tanto le da aprender unas normas que otras.

Lo que a él le obsesiona es el saber, descubrir cómo es el ser humano, qué le hace enfermar, cómo puede sanar.

Como novela histórica que reconstruye una época y unos lugares es apasionante. Sabe crearte un marco totalmente creíble. Te descubre un mundo no muy frecuentado por la novela histórica occidental, la parte más desarrollada del mundo, la civilización islámica de principios del siglo XI. Me resultaba interesantísimo ver lo que hacen, cómo visten, lo que comen, cómo viven pero, aún más, los entresijos políticos, las ideas de las personas, esas cosas tan difíciles de aprehender.

Vale, es verdad que tiene fallos históricos, la Inglaterra que reconstruye parece más propia de siglos posteriores, con castillos de piedra o gremios, cosas que –tengo entendido– no había en aquella pobretona isla antes de la conquista normanda. Pero vamos son cositas que a mí no me molestaron y que realmente pillas si sabes un poco de historia medieval.

Para mí, uno de los mayores aciertos es cómo transmite la idea que existía entonces de lo que era la medicina; y, de hecho, es lo que perduró hasta que el método científico empezó a hacerse cargo de este ámbito. 

La medicina y la cirugía eran campos diferentes. La cirugía, es decir, intervenciones corporales que hoy consideramos propias de odontólogos, traumatólogos y cirujanos, las llevaban a cabo barberos como el que aparece en el libro. Es la medicina que yo llamo de chapa y pintura, justo el campo en el que menos tontería y charlatanería puedes meter, porque necesitas un resultado: heridas que coser, huesos que enderezar… Por eso era, a mi modo de ver, el único campo de la medicina que a lo largo de los siglos hizo algo útil. Y en la que por ejemplo, a día de hoy, aunque las pseudoterapias pululan por todas partes, parece más a resguardo de ellas; aún estoy por ver anestesia homeopática.

La medicina se consideraba, en cambio, casi como una rama de la filosofía, que tiraba de lo escrito por griegos y romanos mil años antes. Explicaban las cosas por los cuatro humores, mirando el horóscopo del enfermo, haciéndole sangrías a tutiplén,... O sea, cosas bastante absurdas que muchas veces mataban más que si hubieran dejado al cuerpo luchar por sí solo contra la enfermedad. Pero eso era lo que daba caché al médico, porque un barbero no podía analizar las estrellas a ver por dónde andaban en cada momento.

Sin ser médico, de lo poco a lo que le encuentro algún sentido es el análisis que hacían de la orina o el aliento, para saber qué pasaba dentro del cuerpo humano.

Por supuesto, abrir el cuerpo de una persona para ver cómo era en realidad por dentro estaba prohibido por las tres religiones, algo que se ve aquí en este libro.

Otro detalle que me gustó, y que encontré más actual que nunca, es el episodio de peste que estalla en una ciudad persa. La solución sigue siendo la misma: aislar el lugar del brote hasta que se controla. Es una solución medieval, pero la única cuando la cosa se te ha ido de las manos. Ellos no sabían por qué ocurrían estas cosas, ni cómo se podía hacer algo por los enfermos.

A esta gente la idea de que hubiera microorganismos que causaran las enfermedades… no sé, les estallaría la cabeza. La mayoría de la gente también rechazaba esa idea, hicieron falta los microscopios para comprender que había vidas diminutas que no vemos, y cosas que no están ni vivas ni muertas, como los virus, y que son la causa de las enfermedades infecciosas.

Tener una visión un poco detallada de cómo era esta medicina medieval a mí sinceramente me deja impresionada.

Los personajes, en general, están bien trazados y tienen una personalidad propia, no solo el protagonista, sino también Barber, el barbero cirujano con el que hace sus pinitos, y sus amigos en la escuela de medicina, Karim y Mirdin.

Como suele ocurrir con novelas escritas por hombres, la parte femenina se queda en el cliché, y no le pases el test de Bechdel. Las mujeres son mero adorno al servicio de este o aquel personaje masculino, interés sexual o romántico y nada más.

Diréis que tiene sentido, porque es la historia de él, y que todos los personajes están a su servicio, pero en realidad no es así. Hay personajes que tienen sus escenas propias desvinculadas de Rob. Recuerdo el detalle con el que se narra una carrera en la que participa Karim, el chatir, que leí con gusto porque me encanta el deporte, no me entendáis mal, pero tanto detalle de lo que este piensa o siente o recuerda, que si le da una vuelta, que si le da otra,... es ajeno al hilo argumental referente a Rob. Por lo tanto, podía perfectamente haberle metido algo más de chicha a los personajes femeninos, y no lo hizo.

Hace años, no me fijaba en estas cosas. No obstante, llega un momento en que caes en ello y ahora sí que lo echo en falta.

Así que no, no esperéis encontrar mujeres de carne y hueso entre sus páginas. Hay insinuación de lo que pudieron ser grandes personajes, si solo les hubiera dedicado en algún momento alguna escena como la del chatir de Karim.

Me llama la atención que este libro, escrito por un estadounidense, no tuvo demasiado éxito en su país natal. En Europa arrasó, convirtiéndose en un superventas, particularmente en España y Alemania.

Siempre me ha llamado la atención que aquí adoramos la novela histórica, mientras que en Estados Unidos la ignoran bastante. Yo a veces digo, a aquellos que desprecian la romántica, que en EE. UU. es este género el que domina las ventas, tanto como aquí la histórica, y así se hacen un poquito más a la idea.

Seguro que hay un motivo para que nos atraiga más la historia que allí. No voy a elucubrar. En Europa estamos enamorados de la novela histórica, en EE. UU., de la romántica. Y el suspense, o novela negra, en ambos sitios. Me resulta curioso que a los europeos nos encanta la histórica, con independencia de que sea historia de la misma geografía que nosotros habitamos o no.

En conjunto es una novela de las imprescindibles si te gusta el género. Es entretenidísima, y fácil de leer.

El autor, luego, escribió otras dos, Chamán (1992) y La doctora Cole (1996). Las leí cuando salieron, así que no recuerdo gran cosa de ellas. No me gustaron particularmente, se dejan leer, sin más. Me parecen prescindibles.

Como a estas alturas es un clásico del género, tiene página en la Wikipedia

viernes, 11 de diciembre de 2020

#51 Lo que el viento se llevó (novela)

 



Título original: Gone with the wind

Autor: Margaret Mitchell

Fecha de publicación: 1936

 

Esta novela también podría estar en otra lista, la de las cien mejores novelas a secas, pero prefiero colocarla aquí, en esta otra lista particular que se centra en el género de la novela histórica.

La leí por vez primera de adolescente. Parece increíble, pero sus mil páginas me las zumbé en cuatro días. Al releerla ahora, he tardado un poquito más, quince días. Pese a todo, compruebo que sigue siendo un libro apasionante, con una tremenda capacidad de enganche.

Por si algún despistado no la ha leído ni ha visto la película, te cuenta la historia de una mujer que vive en una plantación algodonera de Georgia, la guerra de secesión estadounidense le pasa por encima y logra sobrevivir.

Ese es el marco histórico: un mundo esclavista, una guerra brutal (cómo se vivió, un fervor bastante fanático por la Causa), y luego una dolorosa Reconstrucción.

A veces te dejan caer que el verdadero problema era evidentemente la secesión entre estados, si se tenía o no derecho a ello. Una causa ridícula manejada por políticos torpes que arrastraron a toda una sociedad a una de las primeras guerras industriales o sea, brutalmente sangrienta. Tampoco es que profundice en ello.

Como nadie acude alegre a la escabechina por temas de Derecho Constitucional, hace falta motivar a la gente con temas sentimentales que los fanaticen. En el Norte, fue la esclavitud lo que movilizó a la gente con libros como La cabaña del tío Tom; en el Sur, la defensa idílica de su forma de vida, sus familias, el respeto a la mujer, la galantería…

Aunque algo de eso aparece en la novela, no se profundiza en ello. Te lo cuenta todo desde una perspectiva de una mujer blanca del sur de EE. UU. de los años veinte y treinta, así que te lo filtra con un cristal muy rosado, idílico.

Ese es el principal "pero" de la novela, para el lector actual. Yo he notado la diferencia entre mi lectura en los años ochenta y la que he hecho ahora.

El racismo que transmite la novela en muchos momentos es, como mínimo y siendo benévolos, incómodo, y más de una vez te cabrea. Ninguno de los personajes principales, ni uno solo, se plantea ni por un momento que la esclavitud igual es un poquito inmoral. Solo hay un momento en que Ashley dice que él habría emancipado a los esclavos tras la muerte de su padre, pero no explica el porqué. Y ya de la imagen caballerosa que da del Ku Klux Klan, ni hablo.

Pero vamos, que si logras superar eso e irte a lo que es la historia en sí, está narrada de una manera apasionante. Resulta muy efectivo contarte un conflicto bélico desde un lugar concreto del teatro de operaciones, desde una perspectiva muy particular, el de una muchacha que tenía la vida resuelta y de pronto se ve con una mano delante y otra detrás. Cómo lo supera, cómo saca fuerzas de donde no lo hay, es admirable y fascinante de ver.

En Escarlata O’Hara hay una heroína bigger than life memorable. No es perfecta, ni de lejos. Lo que tiene es mucho coraje, voluntad e ingenio, que utiliza para salir adelante ella y proteger a los suyos. Tiene sus defectos, es una muchacha ignorante, con solo una capa superficial de cultura básica, nada sabe de libros, historia o música, que no tiene el menor interés en la política, lo cual -dicho sea de paso- le honra en un contexto de gente exaltada.

Ve el fanatismo a su alrededor y se distancia de él. Es una mujer práctica, y encuentra muy sensata la opinión de quien señala que no te puedes poner a pegar tiros de manera exaltada y a lo loco, si no tienes industria y medios para sostener el esfuerzo de guerra.

Tampoco pilla cómo es la gente en realidad. Sabe coquetear y manipular, ser imperiosa y dominar a quien se deja, pero no acaba de entender a los que le rodean, Ashley, Rhett y Melania, principalmente.

Aparte de la lucha personal por superarse, por no volver a pasar hambre, ni ella, ni ninguno de los suyos, está la historia de sus amoríos, que lo convierte en algo terriblemente atractivo.

Al haberlo leído ahora, después de tener muchísimas más novelas románticas en la mochila, respecto a mi lectura hace tres décadas, me he fijado más cómo lo plantea y cómo lo resuelve.

Sobre todo, la gran historia de amor entre ella y Rhett. Ella está enamorada de otro, su vecino Ashley, un caballero perfectamente inútil para la vida normal. Ese sentimiento de ella por Ashey le ha servido muchas veces para seguir adelante en momentos de desánimo.

En realidad, el hombre adecuado para ella es Rhett, que es el único que la entiende y la única persona con la que puede descansar, ser sincera, ser ella misma.

Ahora me he fijado más en cómo desarrolla el tópico del enamorado que oculta sus sentimientos, pero sigue estando ahí, constante, detrás de ella, ayudándola, echándole una mano incluso sin que ella sea consciente. Guarda silencio, pero tú, avezada lectora de romántica, te das cuenta de sus verdaderos sentimientos a partir de una mirada, un gesto, un comportamiento, que Escarlata capta pero no entiende.

Escarlata piensa todo el rato que Rhett solo desea su cuerpo, la quiere como amante, pero en realidad es al contrario, es el único que de verdad sabe cómo es ella y lo que quiere es su corazón y su alma. Lo dice así en un determinado momento.

¡Tremendo spoiler! Como pretende ser una novela "seria", lamentablemente para quienes gustamos de finales felices, la cosa no acaba bien. Él no le dice que la quiere hasta el momento en que ya no la ama. Y ella se da cuenta de que le quiere cuando lo suyo ya está perdido. Es de estas historias que quieres que acabe distinto y no, no lo consigues.

Destacaría de esta novela lo fantásticos que son sus personajes femeninos, con personalidad propia, tan reales que crees que debieron existir en algún sitio, de verdad. Posiblemente la autora tomara como referencia a mujeres que ella conoció. Escarlata, Melania, Mamita, Elena, la señorita Pittypat… Todas, con trazos más finos o más gruesos, son mujeres de verdad, con sus manías, su personalidad, sus defectos y sus virtudes.

Qué maravilla es, en este sentido, leer libros con mujeres de verdad en sus páginas.

Si te gusta la novela histórica, este es un buen ejemplo de cómo hay que hacer las cosas: crear personajes de ficción que resulten auténticos en el marco de acontecimientos históricos reconstruidos verosímilmente, y que esos eventos influyan en el curso de la vida de los personajes.

Ojo, digo reconstrucción verosímil, no que las cosas ocurrieran realmente así. Una cosa es que los personajes miren su pasado con nostalgia y otra cosa es que la autora, ya en el siglo XX, pretenda que las plantaciones de esclavos eran lugares idílicos donde todos se querían y los negros eran como de la familia, encantados de la vida de ser esclavos.

Vamos, el ser humano se adapta a todo, y acaba conformándose con sus circunstancias y sacar lo mejor en cada momento, eso es evidente. Solo tienes una vida y no vas a vivirla amargado. Y no descarto que entre millones de personas que vivieron en el sur estadounidense habría casos de amos más amables, pero vamos, que en mi opinión, aquello debió ser un infierno más parecido a lo que se cuenta en Raíces o Beloved que lo que te cuenta aquí Mitchell.

La esclavitud es una institución que ha existido siempre, pero no ha sido idéntica en todas las sociedades. Se supone que Mauritania fue el último país en abolirla formalmente, en 1981, aunque ha persistido hasta el siglo XXI en sitios como por ejemplo Uzbekistán.  De hecho, sigue existiendo en nuestras sociedades actuales, de una u otra forma. Pero no siempre ha sido igual en todo tiempo y lugar. El Occidente del siglo XIX no era como que había por ejemplo en el imperio romano, entre otras cosas porque cualquier ciudadano romano podía caer en la esclavitud, y no tenían esas ideas racistas con base seudocientífica que alimentó la ideología dominante en Occidente en los siglos XIX y XX. Quien quiera saber un poquito más, está el siempre ameno Díaz Villanueva con su breve historia de la esclavitud. De todos los regímenes esclavistas, el del sur de EE. UU. me parece de los peores.

Acabo. ¿Merece la pena leer esta novela? Sí, con esa advertencia de que encontrarás indignante muchas referencias y comportamientos con las personas de piel oscura.

Ya sabéis que de esta novela se hizo una película, de la que ya hable aquí. Eso hace que leas el libro con las caras de Vivien Leigh y Clark Gable, Olivia de Havilland y Leslie Howard, y es bueno y malo. Creo que si hubiera leído la novela sin saber de la película, los habría imaginado de otra manera.

En el libro descubrirás personajes y tramas secundarias que no hay en la película, como los otros hijos que tuvo Escarlata, uno de cada matrimonio, así como Will Benteen, sin ir más lejos.

Como es un clásico, tiene página en la Wikipedia

martes, 28 de julio de 2020

#3 Las legiones malditas

Ediciones B, S.A., 28.ª ed. (2013)




Autor: Santiago Posteguillo
Fecha de publicación: 2008
Parte de una serie: Trilogía sobre Escipión el Africano #2

En esta lista en la que hablo de cien novelas históricas, cuando de series se trata suelo hablar solo de una, la primera. Pero hoy voy a comentar la trilogía de Escipión, hablando sobre todo de la segunda, que es la que me parece más redonda.
Esta entrega narra la vida de Escipión desde 209 a. C., guerra en Hispania, hasta la batalla de Zama, incluida (202 a. C.). Es el apogeo del personaje, quien triunfa contra todo pronóstico en circunstancias muy complicadas. Tiene que luchar no solo en el campo de batalla sino también en el Senado, para convencerlos de la bondad de su estrategia: poner fin al conflicto con Cartago llevando la guerra a África. O, al menos, que le dejen intentarlo...
Tiene esa competence porn que a mí (y no soy la única) me resulta irresistible: ver a una persona superando, gracias a su inteligencia y sus habilidades, obstáculos que habrían derrotado a cualquier otra. Con un ejército pequeñito, ¿cómo va a enfrentarse con los poderosos ejércitos cartagineses en Hispania…? Y luego esa parte tan atractiva de un make over: cómo transformar unas legiones malditas, supervivientes de Cannas, exiliadas en Sicilia y escaso espíritu de combate, en unas legiones capaces de enfrentarse a los veteranos de Aníbal.
Este mes de julio de 2020 me he dedicado a releer toda la trilogía. Muy rápidas las dos primeras, demorándome en el tercero, porque es la parte que, bueno, a poco de historia que sepas… son tiempos de derrota, aunque con alguna brillante victoria. Me di cuenta de que la otra vez que leí estos libros, las dos primeras las esnifé y la tercera la dejé a medias. Esta vez conseguí apurar el cáliz de La traición de Roma hasta el final, y reconozco que soy muy llorona y mojé la pestaña, pero no con Escipión, sino con Aníbal. No sé qué tiene ese personaje histórico, que incluso cuando te lo ponen como el oponente del héroe, sigue cayéndote mejor. Con Escipión es un poco como con JC I, le reclaman los quinientos talentos del rey Antíoco, olvidando las cosas buenas que hizo; nadie vive del éxito pasado, por muy colosal que fuera. Cuando un jarrón chino estorba, hasta es un alivio que desaparezca.
Dentro del género de la novela histórica, esta trilogía de Escipión es estupenda. Reconstruye muy bien toda una época de la República romana, que es cuando esta aldea del Lacio se convirtió en un imperio territorial. Destacaría la descripción de las escenas bélicas, yo diría que es lo que más sobresale. Para un escritor, es muy difícil recrear batallas y guerras y que no te aburran. Posteguillo aprueba con nota. En esta novela, mismamente, revive Baecula y sobre todo Zama, con toda la tensión del combate, en escenas plenas de suspense, que te tienen en vilo, ¡y eso que el lector ya sabe cómo acaba la cosa!
Porque, en una narración, lo más importante no es el final, sino cómo te llevan a él.
Es la clase de novela histórica en la que casi todos los personajes existieron de verdad, no de esas que sitúan a un protagonista ficticio en un marco histórico auténtico. Eso te permite entrelazar sin problemas la parte histórica (que es mayoritaria) con la ficción. No tienes que insertar a un personaje imaginario en sucesos reales, sino solo convertir los hechos históricos en un cuento con sentido propio, prescindiendo de lo que no añade dramatismo al argumento y rellenar los huecos de la historiografía con tu imaginación de manera coherente. 
El obstáculo con el que puede encontrarse el autor es que tiene que respetar lo que dicen los libros de Historia, con lo que está más constreñido y, además, la Historia no siempre te pone cosas amenas o dramáticamente interesantes.
Sin embargo, Posteguillo lo resuelve sin problemas, apartándose un poquito de lo histórico en cositas sin importancia. La vida real de Escipión fue sobradamente heroica, hasta el punto de que te puedes creer que se lo inventa el autor, y no, es que fue así, alucinante, un personaje bigger than life.
La maravilla es dar con un narrador que es capaz de meterle vida y hacer que lo veas como si fuera una película. De esta serie se me quedarán para siempre en la memoria escenas grandiosas: 
... el adolescente que se mete a rescatar a su padre en mitad de la derrota, o que corta desesperado un puente de barcas; 
... un romano caído que rodeado de sus enemigos se esfuerza en ponerse en pie para morir espada en mano frente al general enemigo (escena del libro I simplemente sublime);
...la toma de las murallas de Cartago Nova; 
... las dos entrevistas entre Escipión y Aníbal; 
... la carga de los elefantes, la resistencia cuando se ha perdido toda esperanza y ser salvado al final por la campana,… o el Séptimo de Caballería, como quien dice; 
... los catafractos arremetiendo contra la caballería romana y ésta retrocediendo, retrocediendo… de nuevo sin esperanzas de sobrevivir… 
Y Aníbal, siempre Aníbal.
No hará mucho escuché un debate en You Tube sobre quién fue mejor general, si Escipión o Aníbal. Al fin y al cabo, el primero derrotó al segundo, ¿no? Bueno, yo soy de la opinión de que Rommel era mucho mejor que Montgomery, por mucho que el primero tuviera que largarse derrotado de África. 
El yutubero optaba por Escipión. Pero es a Aníbal al que han estudiado los militares durante siglos, es él quien hallaba soluciones creativas para problemas imposibles… y a él nunca se le amotinaron sus soldados, a pesar de años de guerra en territorio enemigo, dirigiendo un ejército heterogéneo, con todas las de perder. Si se ganó la Segunda Guerra Púnica no fue solo por los logros de Escipión, sino también por las tácticas dilatorias de Fabio Máximo Cunctator o los éxitos de Marcelo. Lo de Aníbal fue más cosa exclusiva suya. Personalmente me inclino más, mucho más, por Aníbal.
Escipión fue, por así decirlo, el primer y más aventajado alumno de Aníbal: aprendió de la derrota, comprendió cuál era su estrategia general, y supo asimilar sus tácticas en el campo de batalla... y aplicó con éxito ese conocimiento. Escipión, con una confianza en sí mismo monumental, mostraba un arrojo a veces casi suicida, desde joven, como se demuestra en diversos episodios: el rescate de su padre, lo de Cartago Nova a cientos de kilómetros de su base, la lucha colina arriba en Baecula (dificilísimo vencer así, me recordó otra batalla parecida que luchó César siglo y medio más tarde, también por Andalucía, la de Munda), el desembarco en África con ejército escaso, la propia batalla de Zama, la «solución» a los catafractos de Antíoco III…
Esta trilogía fue la primera que publicó el autor y es increíble que un escritor novel consiga semejante prodigio. He leído por ahí que se está pensando hacer una serie de televisión con estos libros. Si llega a buen término, a pocas ganas y (mucho) dinero que le pongan, tiene que arrasar, porque pocos personajes tendrás tan interesantes y monumentales con los que entretener al personal. Su vida fue legendaria. Escipión el Africano lo merece de sobra.

Admito que se le pueden poner reparos a esta obra. Desde el punto de vista del lenguaje pues no, no está al nivel literario de Galdós, Pérez-Reverte, Yourcenar, Graves, Renault, Druon o Haase, por mencionar un puñado de lo mejores escritores del género. Es muy práctico en su forma de contar las cosas y tiende a recurrir a lo trillado, ya sabéis, lo que yo llamo «incendio pavoroso y espectáculo dantesco», radiante hermosura, enigmático hechizo y tal. A mí lo que más me rechinaba era el constante uso de suave en referencia a la anatomía femenina, particularmente la piel, repitiendo varias veces lo de terso y suave, lugar común que convierte las novelas en anuncios de crema hidratante.
Narra de forma desmañada, («por la ambición de un ambicioso rey extranjero», leí en la tercera novela, si eso no es descuido...). Sí, ir a lo esencial y sin florituras, le va muy bien a una historia ante todo bélica. Lo que pasa es que para eso haría falta ser más aséptico aún: si no vas a meter adjetivos un poco más pensados, pues no los metas. 
Aún así, es un «defecto» que se sobrelleva.
Quizá lo menos logrado son los personajes femeninos. Entiendo que una historia bélica de la República romana tiene que ser protagonizada por hombres, pero puede reconstruirse ese pasado y meter algún personaje femenino con personalidad propia, como demostró Colleen McCullough. Aquí hay pocos, unidimensionales y no superan, a mi modo de ver, la tradicional dualidad santa/puta, o sea, el ángel del hogar (Emilia) versus la perdición de los hombres (Sofonisba). No, no hablo ya de superar o no el test de Bechdel, sino simplemente de que los personajes femeninos no estén al solo servicio de uno masculino; deberíamos encontrar mujeres con enjundia, encarnaciones con intereses propios y parte activa en la trama. Chicas reales, en suma, y no muñequitas recortables. Carece de chicha hasta el personaje femenino más trabajado, Cornelia la Menor.
A ver, no es un problema exclusivo de Posteguillo. La representación de las mujeres –y, como se les asocia tradicionalmente con amor y sexo, la consecuente parte sentimental y la sexual– no les suele salir a los escritores varones tan bien como el resto del libro. Por ejemplo, las mujeres de Pérez-Reverte son absurdamente tópicas y duales (santa/puta... a veces, lo que yo llamo «superlativa concentración de todas las perfecciones» frente a las «tordas que no valen ni para un polvo»). Y ya tiene «mérito», oye, pues Pérez-Reverte fue capaz de construir toda una novela en torno a un cliché femenino (La reina del Sur), sin convertirla en ningún momento en alguien creíble de carne y hueso. En esto, mi Pérez Galdós del alma, en cambio, fue tan, pero tan bueno…
(Ya podrían leerlo un poco más y ver cómo se pueden crear mujeres de ficción tan auténticas como los hombres. Si Pérez Galdós se les escapa, yo les aconsejaría una de Kleypas (o a Kinsale, Hoyt o Eloisa James) para que entendieran un poco lo que es crear mujeres de carne y hueso dentro de lo que es ficción comercial y lograr tensión narrativa en la parte romántico-erótica de las historias).
A ver, que me aparto de lo que quería decir.
Si te gusta la novela histórica, en particular la de la Antigüedad clásica, estos libros de Santiago Posteguillo son imprescindibles. Narra de manera atractiva la asombrosa vida de un tipo que supo luchar y ganar en los campos de batalla contra todo pronóstico, gracias a su ingenio y coraje, muy orgulloso de su estirpe, y al que lo político no se le dio tan bien, teniendo en el Senado romano a enemigos rastreros que atacaron la dignitas de Escipión con más saña que los cartagineses su vida.
(Vamos, esto de la dualidad guerrero/político es algo que también le ocurriría a Julio César, cuando Catón el Joven debió querer hacer con él lo mismo que Catón el Viejo con Escipión solo que… Bueno, para entonces habían pasado muchas cosas, los Graco, Mario y Sila, Pompeyo... y César había aprendido del pasado).
((Por no hablar de esa fría serpiente calculadora, Octaviano, que supo ser el más hábil de todos)).
Yo aconsejo leer toda la serie en orden, pero si simplemente coges uno de ellos, este de Las legiones malditas se puede leer independiente. Merece la pena.
Si no, siempre puedes esperar a que hagan la serie para que te cuenten la epopeya de Escipión el Africano. Cruzo los dedos.
Este libro tiene página en la Wikipedia. 

jueves, 16 de abril de 2020

#44 Trafalgar

El ejemplar baqueteado de mi casa
Alianza Edotiral, 6.ª ed. (1981)



Autor: Benito Pérez Galdós
Fecha de publicación: 1873

Este debería ser el año Galdós, pues hace justo un siglo que falleció Benito Pérez Galdós, uno de los novelistas más destacados en lengua española. 
Había nacido el año 1843 y, cuando tenía treinta años de edad, comenzó a escribir sus Episodios nacionales: cuarenta y seis novelitas cortas, agrupadas en series de diez, excepto la última, que quedó en seis.
Recorre con ellas prácticamente todo el siglo XIX español: el primer episodio es este Trafalgar (batalla que aconteció en 1805) y acaba con Cánovas (cuya acción se desarrolla entre 1874 y 1880).
Trafalgar es, como digo, el primer episodio. El protagonista es Gabriel de Araceli, al que conocemos como un chaval de clase humilde, huérfano, gaditano que hace su vida entre las chiquillería de La Caleta. 
Yo nací en Cádiz, y en el famoso barrio de la Viña, que no es hoy, ni menos era entonces, academia de buenas costumbres.
Entra al servicio de un marino retirado, su amo, un hombre que solo teme una cosa en la vida: a su formidable mujer.
De tal manera que tiene que huir a escondidas de ella para unirse a la armada combinada hispano-gala que acabará enfrentándose a la inglesa frente al cabo de Trafalgar.
Es un librito que he releído rápido. Complaciéndome, como de costumbre, por lo hábil que es Pérez Galdós a la hora de unir fondo y forma. Es mi segundo escritor favorito en lengua española, después de Cervantes. Me encanta la porque sabe ser ameno sin bajar el nivel de su lengua. Para mí no hay mayor placer que leer en un castellano tan hermoso sin llegar a usar un vocabulario complejo. Y que, al mismo tiempo, no se pierda en estilismos sino que lo que tenga que contarte despierte tu interés. Para que comprendáis lo que quiero decir: creo que Azorín es el que mejor sabe narrar en español de España, pero lo que te cuenta no importa nada, es bastante irrelevante.
Mi entusiasmo por Galdós es tal que he leído bastantes obras suyas, y este año me apetece ir releyendo sus Episodios nacionales. Como novelas históricas son fantásticas, porque –para mi gusto–hila bastante bien la parte histórica, los acontecimientos, los personajes reales de la historia española decimonónica, con lo folletinesco de la peripecia de los protagonistas de sus series.
Me parece que esa es la clave de la novela histórica: saber entrelazar bien la parte histórica y la de ficción, implicar en sucesos reales la existencia de personajes imaginarios. Los dos aspectos (lo que es real y lo que no) debe estar equilibrado y bien ligado.
Reconozco que mi serie favorita es la tercera, en la que hay una auténtica novela rosa que me encantaría ver en formato novela romántica actual. Fernando Calpena es un auténtico héroe, que sabe ir desde su apasionado aunque juvenil enamoramiento de Aura Negretti, hasta el amor real, lo que no le hace menos intenso, de Demetria Castro. Hay una escena en particular, en la que me imagino a Demetria mirando cómo se aleja Fernando… Y cómo él se vuelve a mirarla, sin entender muy bien por qué siente tristeza por la separación, sin saber reconocer bien sus auténticos sentimientos. Sin decir prácticamente nada, yo me monto todo su romance en la cabeza. Ains…
Pero no toca hablar de esa tercera serie, sino de Trafalgar. Pérez Galdós la redactó y publicó en un mes. Al parecer, don Benito acopiaba materiales antes de ponerse a escribir, imaginar y luego redactaba rápido. Este trabajo de investigación previo lo venía haciendo desde el verano de 1872, en su segunda visita estival a Santander.
Siempre me ha llamado la atención que este escritor, canario de nacimiento y madrileño de residencia, pasara los veranos –y también algún invierno– aquí. Tenía un escritor amigo, José María de Pereda, que no podría ser más opuesto: el canario era más bien reservado y taciturno, mientras que Pereda era más animoso (también es verdad que se ahogaba en un vaso de agua), el primero era progresista y el segundo conservador… Y sin embargo, se llevaban bien. Para mí ese es el auténtico modelo de convivencia: conservaban la amistad sin permitir que la ideología aplastase el afecto humano. Todo un ejemplo para esta época tan histérica de ofendiditos, en la que la gente incluso se rompe con sus familiares por temas políticos.
Al parecer Pérez Galdós se inspiró en Erckmann y Chatrian. He visto a esta serie como la mejor valorada. Mantiene un tono heroico, lo cual es muy coherente con el tema: la guerra de la independencia. En este primer episodio la monarquía hispánica aún está aliada con Napoleón, pero luego se narra la lucha contra el francés, durante la cual surge un ideal patriótico.
Enrique y Arturo Mélida:
Arenga de Churruca, ed. ilustrada (1882)
vía Wikimedia Commons

Pese a ese aire épico, no es un romántico idealista, sino realista. Quiere no solo representar grandes hechos históricos, sino también «el vivir, el sentir y hasta el respirar de las gentes», como dice en el Epílogo a la edición ilustrada de las dos primeras series (Madrid, 1885).
Una de las cosas que me gusta mucho de Pérez Galdós es la forma de retratar a las mujeres. A veces, sí, con trazos gruesos, pero eso mismo hace con algunos personajes masculinos. Incluso en un episodio tan bélico y masculino como es este de Trafalgar, aparecen mujeres: la resignada madre, la enamorada jovencita y esas dos mujeres tremendas, la dominante Francisca y la coqueta Flora quien «era una vieja que se la echaba de joven».
Le encuentro a Pérez Galdós esos toques de humor, de ironía sutil, que te arranca más de una sonrisa. Como cuando Francisca riñe a su marido:
Pueden ver la función desde la muralla de Cádiz; pero lo que es en los barquitos… Digo que no y que no, Alonso. En cuarenta años de casados no me has visto enojada (la veía todos los días); pero ahora te juro que si vas a la escuadra… haz cuenta de que Paquita no existe para ti.
Tolerancia frente a las debilidades humanas, protagonista coral y sentido del humor, ¡qué español me suena esto! Creo que es un rasgo que coincide con Cervantes, y posiblemente por eso ambos sean mis autores favoritos en mi propia lengua. Por ello mismo adoro películas como Plácido, que une estos rasgos.  
Como este libro es un clásico, tiene página en la Wikipedia. 

miércoles, 26 de febrero de 2020

#14 Guerra y paz

Alianza Editorial (2015)


Autor: León Tolstói
Título original: Война и мир, Voiná i mir)
Fecha de publicación: 1865–1869

No estáis de suerte.

Si me dijérais una sola obra de Literatura imprescindible, os diría: El Quijote, obra ya mencionada aquí
Si me contestarais: «¡no, que es muy larga!», dinos otra,… ya digo que no estáis de suerte, porque la segunda que diría sería esta Guerra y paz de Tolstói. 
Si os pareció larga El Quijote (unas mil páginas, 381.734 palabras), Guerra y paz la supera (unas mil trescientas páginas, 561.304 palabras).
Si me parece tan importante, diréis, ¿por qué no la pongo en la lista de cien obras de literatura universal, o de cien novelas? Ciertamente, debería estar en esas dos listas, pero la he puesto en esta específica de novelas históricas porque eso es, sobre todo, lo que Guerra y paz significa para mí.
Y el motivo por el que, creo yo, sigue ganando lectores entre las nuevas generaciones. Las guerras napoleónicas del siglo XIX son como la Segunda Guerra Mundial del XX: los aficionados a la historia nunca nos cansamos de leer sobre ellas.
Básicamente, Tolstói recrea toda una época, la Rusia de principios del siglo XIX, durante las guerras napoleónicas: de 1805 a 1813. Junto a personajes históricos como el zar Alejandro I o Kutúzov, pone en escena a varias familias de la aristocracia, más algunos personajes del pueblo que se te quedan grabados a fuego, como Platón Karataiev, que aparecerá como prisionero de guerra en la segunda parte.
Hay miles de páginas en Internet que comentan, analizan, exaltan y destripan esta novela, así que solo contaré mi experiencia. 
La primera vez que leí esta novela fue hace más de treinta años. Era joven y leía muy rápido: me duró menos de una semana. Seguí apasionadamente las descripciones de las batallas, la campaña rusa de Napoleón, con mapas y todo, quedándome en lo épico y en las reflexiones de Tolstói sobre la Historia.
Ahora la he releído demorándome a lo largo de las semanas, y los meses. En esta lectura pausada me fijé más en la evolución interior de cada uno de los personajes principales. La guerra ya no la veía de aquella manera sino como un lamentable desperdicio de vidas humanas. 
Lo que Tolstói opina sobre la ciencia histórica me pareció un poco como la pseudociencia de un Goethe: relleno que ralentiza la historia y que la evolución posterior del pensamiento y conocimiento humanos ha convertido en cenizas que oscurecen la obra literaria.
Sobre todo pensaba yo en Hitler. Sin despreciar la idea tostoyana de que hacen falta un cúmulo de muchos eventos menores, en que intervienen cientos o miles de personas, para que se produzcan los grandes hechos históricos, me parece descabellado entender que es irrelevante la acción de hombres concretos e individuales. Soy de las convencidas de que, si Hitler hubiera muerto en la Primera Guerra Mundial, lo más probable es que no se hubieran producido la Segunda ni el Holocausto.
Me parece a mí que Tolstói, al criticar la «Historia del Gran Hombre» decimonónica, pensaba que por grandeza y genio se refieren siempre para el bien o lo épico, cuando igualmente se puede ser muy gran hideputa y genio del mal.
¿Qué puede encontrar el lector de hoy entre los Rostov y los Bolkonsky? Historias de gente que cambia y aprende de las experiencias. También las personas buenas y virtuosas tienen defectos y se dejan llevar por pasiones como la ira o el deseo,... y conviven con otras malévolas en plan el escorpión de la fábula, simplemente porque nacieron así. Nadie es perfecto.
Hay momentos para el amor y otros para el llanto, la esperanza, la diversión, la felicidad inconsciente de ser joven, la preocupación de las madres por el futuro de sus hijos, y el desgarro de la pérdida. La guerra es lo que tiene, que la gente sufre y muere en ella. Reconozco que mojé la pestaña más de una vez.
Los letraheridos (véase la Historia de la literatura universal de Riquer-Valverde) reprochan a esta novela que tenga un «happy end con resolución y matrimonio para todos». A diferencia de ellos, opino que los finales felices no degradan un libro. Yo me los tomo como el premio al lector que ha invertido tanto emocionalmente en estas vidas de ficción. Además, no es cierto que haya matrimonio para todos: solo cuatro de los personajes principales que terminan casados. Estas dos parejas serán las únicas que tengan en esta historia un pleno final feliz, incluidos prosperidad y matrimonio. El resto habrá muerto o viven con cierta amargura, tras sufrir pérdidas y dolor.
De sus dos epílogos, uno es muy de novela romántica: parejas con sus retoños. Es casi un cuento en sí mismo que titularía «escenas de matrimonio»; proporciona el contrapunto algo desencantado de la cotidianidad después de tantas páginas de batallas, contratiempos, ilusiones y esperanzas no siempre cumplidas, y muertes.
Para ser justos con Riquer-Valverde, también reconocen que:
Guerra y paz es seguramente, si dejamos el Quijote aparte, la novela europea máxima, un prodigioso libro al cual hemos de volver de vez en cuando y cuya primera lectura queda en nuestra vida como un viaje feliz o unas vacaciones mágicas.
Pues eso, de verdad, dadle una oportunidad a esta novela que lo tiene todo: peripecias entretenidas, personajes inolvidables, estilo muy dinámico (ágil en los diálogos o minucioso en las descripciones, según lo exija el momento), la reconstrucción fidedigna de una época (hasta las parrafadas en gabacho de aquella nobleza tan francófila) y la trascendencia, ¡oh, sí! Cualquier reflexión que quieras hacer sobre el destino individual o social del hombre, la búsqueda de un sentido para la vida, el amor, la lealtad, el interés y la hipocresía, cualquier sentimiento o acto humano,… posiblemente encuentre su ejemplo aquí.
Quizá lo que más puede hacer torcer un poco el morro, en esta época, es el clasismo y el sexismo. Pocos personajes aparecen que no sean nobles; los campesinos y los criados son mero decorado, y rara vez tienen entidad propia. Karataiev es una excepción y, a veces, pienso que está ahí solo al servicio de la odisea personal de Pierre.
En cuanto a las mujeres, es cierto que están retratadas psicológicamente con la misma profundidad y atención al detalle de su vida íntima que los personajes masculinos. Destacaría a Natasha, y la princesa María. De joven te quedas más con la encantadora y adorable Natasha, comprendes sus errores, sus pasiones,… Con los años, admiras más a la princesa María, su paciencia, generosidad, cómo soporta el maltrato de su padre, cómo se pone al servicio de los hombres de su vida y, sin embargo, consigue mantener un alma resplandeciente que es sólo suya, y muy superior al resto de los personajes.
Lo que ocurre es que no dejan de ser imágenes tópicas de la mujer decimonónica hecha para el amor, a un hombre, a su familia, al prójimo. La guerra les pasa por encima y no dedican ni medio segundo a pensar en la sociedad o la política, todo les resbala, no les interesa nada.
Puedes decir que eran cosas de la época, pero… Las mujeres del Quijote, dos siglos y medio más antiguas, resultan mucho más variadas. Por no hablar de las coetáneas de Tolstói que se pueden encontrar en las novelas de Pérez Galdós.
Pero vamos, que todo eso son cosas que simplemente te llaman la atención desde una perspectiva del siglo XXI.
Adaptaciones de esta historia o de partes, hay muchas. Desde la película de King Vidor con la inolvidable Natasha de Audrey Hepburn hasta la miniserie de 2016 de la BBC protagonizada por Paul Dano, Lily James y James Norton.
Aquí, la Natasha de A. Hepburn con el Bolkonsky de M. Ferrer
Milton H. Greene para la revista LOOK [dominio público]
Vía Wikimedia Commons
De la adaptación operística, hecha por Prokófiev ya hablé aquí
Como este libro es un clásico, tiene página en la Wikipedia. Y acabo con una cita de quien es, al final, mi personaje favorito, incluso con sus arrebatos cuando se le cruza el cable:
Durante su cautiverio en la barraca, Pierre descubrió, no por medio de la inteligencia, sino con todo su ser, con la vida misma, que el hombre ha sido creado para la dicha, que ésta reside en él, en la satisfacción de las necesidades naturales, y que todas las desgracias provienen del exceso y no de la falta de cosas. Pero después, durante aquellas tres semanas de marcha, se enteró de otra verdad consoladora: que no hay nada temible en este mundo. Supo que lo mismo que no existe en la tierra una situación en que el hombre sea feliz y completamente libre, tampoco hay ninguna en que sea totalmente desgraciado y esclavo. Comprendió que hay un límite para el sufrimiento y otro para la libertad y que ambos están muy cerca; que el hombre que sufre porque en su lecho de rosas se ha doblado un pétalo, sufre exactamente igual que sufría Pierre al tratar de dormirse en la tierra húmeda y de calentarse por un lado mientras se le enfriaba el otro. Cuando se ponía zapatos de baile demasiado estrechos padecía igual que ahora que iba descalzo (hacía bastante que sus botas se habían destrozado) y tenía los pies lacerados. 
Guerra y paz, Vol. 2, pág. 517. Traductoras: Irene y Laura Andresco. Alianza Editorial, 2015.

domingo, 1 de septiembre de 2019

#57 Salambó

Letras universales, Cátedra (2005)




Autor: Gustave Flaubert
Título original: Salammbô
Fecha de publicación: 1862

Otro «empiece» célebre, el de esta novela:

Era en Megara, arrabal de Cartago, en los jardines de Amílcar.

Gustave Flaubert era conocido por su célebre Madame Bovary, y decidió cambiar de registro con esta novela histórica ambientada en Cartago durante la guerra de los mercenarios (241–238 a. C.).
El ejército de los mercenarios que luchó por Cartago en la primera guerra púnica, espera ser recompensado. No se le pagan sus honorarios y entonces se revelan contra los cartagineses. Amílcar Barca conseguirá derrotarlos. Más o menos. La principal fuente para este episodio histórico son las Historias de Polibio.  
En ese marco, Flaubert te narra la historia de una hija ficticia de Amílcar Barca, Salambó, sacerdotisa de Tanit. Comienza la obra con un banquete de los mercenarios en los jardines de Amílcar; Salambó hará su aparición con toda la pompa de su cargo, lo que provocará que uno de los mercenarios, el libio Matón, se fije en ella, con quien quedará obsesionado el resto de la novela.
Los mercenarios, impagados, y enfadados porque los cartagineses han masacrado a algunos de ellos, se rebelan. Seguirán diversas luchas. Matón conseguirá arrebatar el velo de la diosa, que Salambó tendrá que recuperar más tarde. La historia termina con la derrota de los mercenarios.
De esta novela histórica destacaría dos cosas: su calidad literaria y la reconstrucción de la época. En cuanto a lo primero, da gusto leer algo tan bien escrito, con riqueza de vocabulario, con descripciones evocadoras, con el párrafo medido,… a través de un lenguaje que, simplemente, me dejó colgando de la brocha. Muchas veces, no tenía ni idea de qué me estaban hablando, pero me daba igual por lo placentera que me resultaba la lectura. Las palabras en sí, ¡qué gozada!
En cuando a la reconstrucción histórica, creo que Flaubert se documentó muchísimo y se nota. A veces, bordea el info-dump, pero hay que tener en cuenta que el lector poco o nada va a tener en su cabeza sobre la Cartago del siglo III a. C. Es lógico, entonces, que se detallen las murallas, los templos, las vestimentas, la comida, las medidas de peso, las monedas, en fin, un poco todo.
Todo el trabajo del autor pretende ofrecer una imagen que sea verídica. Si las cosas fueron así o no, no lo sabemos. Hay que recordar que nada nos queda escrito por los cartagineses mismos, sino que los conocemos a través de las fuentes grecorromanas y la arqueología.
En la introducción a mi ejemplar, de Cátedra (Colección Letras universales) se recoge un comentario de Emilia Pardo Bazán que, creo yo, refleja muy bien la impresión con la que se va a quedar el lector:
Lo que importa en obras como Salambona no es que los pormenores científicos sean incuestionablemente exactos, sino que la reconstrucción de la época, costumbres, personajes, sociedad y naturaleza no parezca artificiosa, y que el autor, siendo sabio, se muestre artista; (…), y que si no podemos decir con certeza absoluta: “así era Cartago”, pensemos al menos que Cartago pudo ser así.
Esa es la idea con la que te quedas: Cartago pudo ser así, con sus brutalidades y sus riquezas, sus traiciones y sus valentías.
La parte bélica me pareció muy bien representada, con vagas referencias a la estrategia a seguir en cada momento, a los movimientos tácticos en las batallas, el tipo de armamento, la forma de lucha… Siempre es de agradecer en un libro que para mí ha sido sobre todo la narración de una guerra.
Con los personajes, simplemente, cumple. Me sorprendió, pero a mí no me pareció que hiciera un profundo estudio psicológico de ninguno de ellos, ni que haya arcos de evolución o crecimiento personal.
Lo más decepcionante, o lo que más perpleja me dejó, fue la relación entre Salambó y Matón. No sé si pretende ser relación de amor, amor-odio, o qué. A pesar de dar título a la novela, Salambó tiene poco tiempo en escena. Básicamente aparece hierática en el festín de los mercenarios, con toda su deslumbrante riqueza en vestuario y joyas.
Así como las escenas guerreras podían perfectamente ser una peli actual, todo efectos especiales y mucho gore, con las apariciones de Salambó retrocedemos al cine mudo: era como una de aquellas divas, mudas, que suplían la falta de palabra con movimientos exagerados, marcado maquillaje y mucho bris-bris.

Así de divina de la muerte me imaginaba yo a Salambó, como la litografió Alfons Mucha para L'Estampe moderne, 10/1897.

Después, se la ve venerando a la diosa, sufre la pérdida del velo, va disfrazada al campamento de los mercenarios a recuperarlo y su padre la compromete con el rey de los númidas, cuando este hace su cambio de chaqueta. Y luego, la escena final, *spoiler* con la tortura y muerte de Matón y de ella misma, «por haber tocado el velo de Tanit» *fin de spoiler*.

Matón queda obsesionado con su cuerpo nada más conocerla, al principio de la novela. Con solo haberla vislumbrado de lejos, lo suyo es pura exaltación, un delirio francamente ridículo:

¡Pero la quiero!, ¡la necesito!, ¡muero por ella! ¡A la idea de estrecharla entre mis brazos, un furor me arrastra, y sin embargo la odio, Spendius! ¡Quisiera azotarla! ¿Qué hacer? Tengo ganas de venderme para hacerme su esclavo.

Todo su pensamiento es, básicamente, violarla, aunque en la novela te lo cuenten más eufemísticamente como soñaba con los placeres de su cuerpo. Pero vamos, que cualquier consentimiento de ella ni está ni se lo espera. Leyendo en la Wikipedia me entero de que, cuando ella acude a recuperar el velo a la tienda de Matón, «hacen el amor». Chicas, si ellos lo dicen serán, pero yo me quedo en que le toca una teta y la besa, y ella se desmaya y él luego se duerme. ¿Tengo que entender que ha habido sexo?
Releyendo otra vez ese capítulo el XI «En la tienda», me doy cuenta de que él la agarra y ella intenta soltarse, a lo que sigue es una discusión exaltada. Hay un momento en el que ella se siente fascinada por los brazos musculosos de él, cae desfallecida sobre el lecho y se le rompe una cadenita que llevaba en los pies, él la besa por todo el cuerpo y se queda dormido. En algún momento de todo eso (¿cuando se le rompe la cadena, como metáfora...?) tengo que entender que sí, que ella se ha sometido o entregado, (terminología de la época) para cumplir su misión, como le dio a entender el sacerdote. Será que, de tanto leer novela romántica, no entiendo las pudorosas omisiones y los sobreentendidos de los escritores decimonónicos.
Por otro lado, no dejo de pensar que, si Salambó y Matón no se conocen realmente, lo suyo será insta-lust, pero confundir eso con amor me parece demencial.
La novela en sí se puede leer aún, sobre todo si te interesa el género de la novela histórica ambientada en la Antigüedad. Te proporciona momentos muy intensos, como el sacrificio de niños a Moloch para satisfacer al dios y que les ayude a ganar la guerra; o la tremenda muerte de parte del ejército mercenario por el hambre.
Ahora bien, en cuanto a los personajes principales y las relaciones entre ellos, a mí se me quedó en nada. Lo único de interés, para mi gusto, fueron las hábiles manipulaciones que hace de sus compañeros el mercenario Spendio, o cómo el sumo sacerdote Schahabarim le come la oreja a Salambó para conseguir que esta se lance a la aventura de recuperar el velo de la diosa. O, finalmente, la inmensa figura de Amílcar Barca, y cómo defiende al principio a los mercenarios, luego cambia de idea, cómo planea la guerra, en momentos puntuales cómo sabe ver cuáles el camino correcto, militar y políticamente, y, desde luego, la aparición de un Aníbal niño, que no deja de conmover a quienes conocemos esa figura por otros libros, sean de historia o novelescos.
La impresión final que me ha dejado esta novela, con su exquisita prosa, el hieratismo de muchos personajes, la violencia de muchos momentos… es un poco inquietante, como los cuadros simbolistas de un Böcklin: hermoso, frío y turbador. A veces, hasta la náusea.

Arnold Böcklin: La isla de los muertos, 1.ª versión (5/1880)
Óleo sobre lienzo, Kunstmuseum de Basilea.
El ejemplar que yo tengo es el de Cátedra, en la colección letras universales. Siempre que puedo, si hay opción, compro estas versiones. Yo diría que Acantilado, Cátedra y Alba son mis editoriales favoritas en literatura, igual que Edhasa en novela histórica.
La traducción en líneas generales me parece muy lograda, consigue pasar al español la sugerente prosa de Flaubert.
Si le pongo un pero a esta traducción es que los nombres se mantengan en francés, cuando hay equivalentes en español consolidados desde siempre… Al menos desde que se empezó a traducir a Polibio primero y a Flaubert siglos después. No es solo que ponga Salammbô por Salambó, sino que me sonaba rarísimo leer Mathô, Narr’Havas, o Autharite, por ejemplo, cuando los líderes de los mercenarios, en los libros de historia, son Matón, Naravas o Autarito. Es como cuando lees una novela histórica ambientada en los tiempos de Cicerón y a su liberto Tirón lo llaman Tiro, conservando la traducción inglesa del nombre. Son cosas con las que me rechinan los dientes. A otros personajes, como Giscón, Aníbal o Amílcar, incluso Régulo, bien que ponen las versiones en español de sus nombres.
Aunque en su momento descolocó un poco a la crítica que Flaubert diera el bandazo a la novela histórica desde la coetánea Madame Bovary, lo cierto es que al público le encantó esta novela, por lo exótico y el morbo de las escenas cruentas, ¡la sangre, ¡¡lo sensual!!, ¡¡¡la violencia!!! Lo púnico se puso de moda, lo cual influyó por una temporada en la forma de vestir y las joyas de las damas francesas.
Esta novela inspiró otras obras artísticas, como óperas o películas, esculturas u obras de teatro. Hay una muy curiosa, para aquellos que recordéis Ciudadano Kane de Orson Welles. Una de las esposas del magnate era una poco dotada cantante. Se supone que estrena una ópera titulada Salambó, pero el aria que canta no pertenece a ninguna obra del género lírico. En realidad, el estupendísimo compositor de bandas sonoras Bernard Herrmann compuso una grandilocuente pieza ad hoc. Que luego las sopranos han usado en recitales. Yo se la escuché por vez primera a Kiri Te Kanawa, pero vamos, que es fácil de encontrar en You Tube si buscas Aria de Salambó.
Como este libro es un clásico, tiene página en la Wikipedia.