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sábado, 12 de octubre de 2019

#26 Altar de oro de Basilea






Objeto: antipendio (frontal de altar)
Material: oro
Fecha: h. 1021
Lugar actual: Museo de Cluny, Francia
Época: Edad Media (arte otoniano)

Regalos, regalos, para ganarse el cielo (o, al menos, la canonización)


Antipendio y frontal significan lo mismo. Se refiere a un «paramento de sedas, metal u otra matera con que se adorna la parte delantera de la mesa del altar» (el DRAE dixit).

Aquí traigo una joya de la orfebrería otoniana, es decir aún dentro del arte prerrománico.

El emperador Enrique II se hizo con la ciudad de Basilea en el año 1006. A este Enrique ya lo vimos al hablar del manto donado a la catedral de Bamberg. No me extraña que luego lo canonizasen, se tiró todo el rato haciendo regalos a la Iglesia., aparte de apoyar a los obispos, hasta consiguió que metieran el filioque lo que luego llevó al cisma.

Basilea es una ciudad de Suiza, famosa por… bueno, entre otras cosas, por ser de allí Roger Federer. La cosa es que este emperador Enrique II impulsó la construcción de la catedral, junto con el obispo Adalberto II, por eso a veces se la llama «catedral de Adalberto». Actualmente recibe el nombre de su patrón, o sea, de Enrique II, pues fue dedicada a este señor y su esposa Cunegunda.

Se cree que, con motivo de la consagración de la catedral, entre 1019 y 1021, el emperador regaló esta espléndida pieza. En la página web del museo dicen que estaba destinada a un monasterio benedictino, quizá el de Montecasino en Italia o el de Bamberg en Alemania, pero que al final se ofreció a la catedral de Basilea en un gesto diplomático.

¿Dónde se confeccionó? Realmente no se sabe. Se especula con que pudieron ser los talleres de Fulda, o los de Maguncia.

Un núcleo de madera de roble está recubierto por una lámina de oro. Los orfebres otonianos siguieron la tradición carolingia. En concreto, este frontal tiene un antecedente en el que donó Carlos el Calvo a la basílica de San Dionisio, que hoy solo se conoce por pinturas.

Más tarde, se prefirió adornar la zona del altar colocando retablos detrás, de esa manera fueron desapareciendo los frontales o antipendios.

En este altar se distiguen cinco paneles, mediante arcadas, más ancho el del medio. Cada uno tiene una figura en semirrelieve, siguiendo la técnica del repoussé. Recuerda a los sarcófagos antiguos. 


En el centro está Cristo, bendiciendo con la mano derecha, y con un globo en la izquierda. Ahí se ve su monograma con las letras ji y rho, o sea, las primeras de Χριστος (Jristós). También se distinguen las letras alfa y omega, Cristo como principio y fin de todas las cosas.

A los pies de Cristo hay dos figuritas pequeñas, humillándose. Son el emperador Enrique II y la emperatriz Cunegunda, de menor tamaño que la figura divina, como era habitual en el arte medieval.

Bajo los otros arcos tenemos, a la izquierda de todo, san Benito, fácilmente reconocible con su vestimenta monacal, su cruz de abad y el libro que simboliza la regla benedictina que estableció hacia el año 540 para ordenar la vida monástica. No hay que olvidar que el emperador Enrique fue oblato de la Orden de San Benito, y por ello es patrono de todos los oblatos de la orden benedictina.

En las otras tres arcadas, están representados tres arcángeles: Miguel, Rafael y Gabriel.

Con esta y otras donaciones, engrosó el tesoro de la catedral de Basilea, que logró sobrevivir a la reforma protestante, al parecer gran destructora de arte religioso en el norte de Europa. Lo que no pudo superar fue la división en dos cantones, entre la ciudad y la provincia (1833). Se repartieron los tesoros de la catedral, y este frontal de altar le correspondió a la comarca. ¿Resultado? que la provincia acabó vendiendo poco a poco piezas del tesoro. Así este antipendio acabó en manos de Francia y otras piezas, en lugares tan distantes como San San Petersburgo o Nueva York.

En fin, espero que no se hayan arrepentido. Supongo que como la ciudad es más rica, sí haya conservado en su catedral más piezas del tesoro basilense. Cualquier excusa es buena para visitar esta serena ciudad suiza,… o el Museo de Cluny que, ya lo he dicho, es uno de esos estupendos museos parisinos no tan saturado como el Louvre, y que considera este devant d’autel de Bâle como una de sus piezas maestras. Así se lee en su página web, que he traducido en parte para esta entrada


Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

martes, 17 de septiembre de 2019

#27 Manto de Enrique II








Objeto: manto
Material: seda, hilo de oro
Fecha: 1018-1024
Lugar actual: Museo Diocesano de Bamberg (Alemania)
Época: Arte otoniano

Para conmover el ánimo de los poderosos, nada mejor que un regalo lujoso

Todo aficionado a la historia conoce de sobra la Batalla de Cannas, aquella en la que Aníbal derrotó muy hábilmente al ejército romano, con una táctica prodigiosa.

Bueno, pues hay una segunda Batalla de Cannas, mucho menos conocida, en la que el ejército romano (o sea bizantino) sí que salió vencedor frente a los bárbaros (en este caso, los lombardos de Bari). Esto ocurría en el año 1018.

Lo curioso es que tanto en uno como en otro ejército había refuerzos vikingos. El catepan bizantino de Italia, Basilio Bojoanés, incluía un contingente de la guardia varega, mientras que los lombardos tenían en sus filas a caballería normanda mercenaria.

La derrota de los lombardos hizo que su líder, Melo de Bari, se escapara hacia los estados papales y, con el tiempo, en el año 1020, apareciera en Bamberg, donde estaba la corte del «otro emperador», el del Sacro Imperio, que a la sazón era Enrique II. Quería su ayuda para derrotar a los bizantinos (que por aquella época ocupaban toda la zona meridional de la península italiana, salvo Sicilia), y para inclinar su ánimo, Melo de Bari consideró que no sobraba un buen regalo.

Así, llevó la seda para encargar un manto para el emperador. Al parecer, el bordado, con hilos de oro, se realizó en la propia Alemania, concretamente en Ratisbona. Melo de Bari falleció el 23 de abril de aquel año, por lo que al parecer no pudo verlo acabado y entregarlo al emperador.

Es difícil que sobrevivan telas tan antiguas. Por eso es admirable que aún podamos apreciarlo mil años después, si nos dejamos caer por Bamberg. Este manto al parecer nunca fue utilizado por Enrique II, quien lo donó a la catedral.

Hay una inscripción bordada que dice quién lo encargó:

Paz a Ismael, que encargó esto

Al decir Ismael quiere decir Melo, y luego, más adelante, está la dedicatoria al emperador:

Salvación seas tú, adorno de Europa, emperador Enrique, tu reino multiplica al rey, que reina allí eternamente

Se pretendía representar en los bordados «todo el mundo (descriptio tocivs orbis). En el lugar más destacado, lo que sería el centro de la espalda, esta Cristo en majestad, con el habitual Tetramorfos a su alrededor, del que ya he hablado tantas veces que me da pereza hacerlo una vez más.

En el cuadrado del centro, dentro de una mandorla, está Jesucristo. En las cuatro esquinas se ve a los evangelistas, dentro de lo que serían una especie de estrellas de ocho puntas. A un lado y otro de Jesús, Alfa y Omega.

Aparte de eso están bordados santos, la Virgen, Juan el Bautista, Alfa y Omega como principio y fin de todas las cosas… Pero de mayor interés me parece a mí que se vean representaciones del Sol y la Luna, así como los signos del Zodíaco.

Por toda la tela hay inscripciones en latín, poniendo nombre a las personas y cosas representadas en los bordados.

Luego con el tiempo se ve que la seda se deterioró y pasaron los bordados a otra tela, ya en el siglo XV, que es el soporte actual del bordado.

Aunque el emperador Enrique II intentó hacer algo, lo cierto es que los bizantinos siguieron dominando el sur de Italia, hasta el punto de convertir de nuevo el mar Adriático en un lago bizantino. El reinado de este catepan, hasta 1028, marca el momento álgido del dominio bizantino en Italia, pues aparte de dominar Apulia y Calabria, extendían su protección al príncipe de Capua e incluso al papa.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

#23 Cruz de la abadesa Matilde





Objeto: cruz procesional
Material: madera, oro, esmalte, gemas
Fecha: h. 973-982
Lugar actual: Tesoro de la catedral de Essen (Alemania)
Época: Arte otoniano

Toda una señora abadesa con una gran responsabilidad

En la Edad Media, sobre todo en la Alta, las abadías y los monasterios eran lugares donde se concentraba y preservaba el saber; también eran centros de producción económica, pequeñas y medianas empresas dedicadas a tareas diversas. Allí se acumulaban riquezas que, además, se conservaban in situ, por no ser herencias que se dispersaran entre varios herederos.

Los conventos eran uno de los pocos espacios, fuera del hogar, reservados para las mujeres. Muchas veces las metían allí sus familias desde niñas, siendo lo de menos si tenían o no vocación. Allí se las educaba para desempeñar bien los papeles que el futuro les reservaban, por ejemplo, como esposas de nobles de clases altas y que por lo tanto tendrían que saber administrar, tener cierta formación... O bien, quedarse allí para ser las mandamases del lugar.

Teniendo en cuenta que, al menos hasta el renacer urbano (a partir del siglo XI) estas instituciones religiosas estaban en el medio rural, al final resultaban ser grandes explotaciones en las que quien mandaba era en todo como un gran señor.

Las abadesas solían proceder de familias nobles. La realeza, en particular, tenía sus monasterios de referencia de los que eran patronos y donde metían a sus niñas, bien para educarse o bien para que llegaran a desempeñar altos cargos en la iglesia (a los que pudieran llegar, siendo mujeres, claro).

En Alemania, los monasterios de la familia imperial lograban la «inmediación imperial»: en asuntos espirituales responderían ante el papa pero en lo demás, sólo directamente del emperador, y no de los señores locales. Hubo ciudades, abadías y territorios que lograban esta inmediación.

Entre ellas estuvo la abadía de Essen, muy vinculada a los otonianos desde su fundación. Así que no es de extrañar que mandaran allí a Matilde, nieta del emperador Otón I, «el Grande», primero para educarse y, con el tiempo, para llegar al rango de abadesa. Como tal, era responsable de las actividades económicas, políticas, religiosas y docentes del lugar; de ella dependían los edificios, las personas, las reliquias y los objetos de lujo destinados al culto. Ella mantenía las relaciones políticas correspondientes, encargaba obras, manejaba los dineros, etc.

Uno de los objetos artísticos cuya confección encargó fue esta cruz procesional, que se conservó en la abadía y luego pasó a la catedral, en cuyo tesoro aún puede verse. Allí hay otras cruces, incluida una de Matilde y su hermano Otón, y no resulta fácil la datación de esta.

Se trata de una cruz gemada. Un cuerpo de madera de roble se reviste de láminas de oro y allí se van añadiendo esmaltes y piedras preciosas, incluidas perlas, engastadas. Al final es toda una superficie llena de joyas brillantes y hermosas. Ad maiorem Dei gloriam. Se ve que hay un crucifijo, pero se cree que este Cristo muerto es un añadido posterior.

No puedo describir toda entera esta cruz, tan densamente poblada de piedras, pero sí me fijaré en un par de detalles.

En el brazo derecho de la cruz, hay una representación de la Luna en esmalte y, al lado de ella, un camafeo romano. La correspondiente representación del Sol está en el otro extremo.

Lo de que reutilizaran un camafeo romano es de esas cosas que siempre me hacen gracia. En el arte todo vale, o se pierde nada, hay que usar y reciclar aquello del pasado que se veía como más o menos glorioso. Lo romano, además, evocaba cierta idea «imperial», algo muy propio para este Sacro Imperio Romano Germánico que en cierto modo pretendía ser su sucesor.

Es una cruz para sacar en procesión, y mide unos 45 centímetros de alto. La bola de cristal al pie es moderna.

A mí lo que más me gusta es el esmalte que hay debajo del crucifijo, que representa a la donante, la abadesa Matilde, con vestidura blanca de monja, arrodillada frente a la Virgen y el Niño, en el formato «Trono de Sabiduría», o sea, con el Niño sentado. Como es habitual no se guarda la proporción sino que la humana (la abadesa) es de tamaño más pequeño que las figuras divinas.

La inscripción dice MA/HTH/ILD/AB/BH/II, lo que permite atribuir la cruz a la abadesa Matilde, aunque es verdad que resulta difícil saber en qué fecha encargó la realización de esta joya. Pongo 973-982 porque lo he encontrado por ahí, en un libro, dándole a google books, pero vamos, que no tengo mayor idea. Matilde fue abadesa desde 973 hasta que murió en 1011, así que podría ser en cualquier fecha.

En cualquier caso, seguimos en la segunda fase del prerrománico europeo, con el arte otoniano que fue sucesor del carolingio.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

miércoles, 11 de julio de 2018

#12 Evangeliario de Otón III

Por Maestro de la Escuela de Reichenau
[Dominio público], vía Wikimedia Commons



Ubicación: Biblioteca Estatal de Baviera
Fecha: 984-991
Estilo: Arte otoniano




Un ejemplo del libro ilustrado otoniano

       
     Dentro del arte prerrománico, a los carolingios les sucedieron, en el centro de Europa, los otonianos, la dinastía sajonia o salía. Más o menos siguieron con los mismos modelos que en la época carolingia, si bien con un poco más de influencia bizantina.

Los Evangeliarios, o sea, libros de evangelios, eran objetos preciosos encargados por los nobles o, como en este caso, por el propio emperador Otón III. Eran realizados en monasterios y abadías específicos, de las cuales toman su nombre las escuelas. En este caso, se hizo en la abadía de Reichenau, una isla en el lago de Constanza, actualmente en Alemania. Hasta se conoce el nombre de su autor, Liutardo.

Se pintaban miniaturas preciosas, tanto imágenes como letras, por ejemplo. Y como objetos de lujo, se cubrían con tapas de marfil, o madera con piedras preciosas, plata u oro repujados. En este caso, la cubierta tiene decenas de piedras preciosas incrustadas y, en el centro, una talla de marfil.

Pasó del Tesoro de la catedral de Bamberg a la Biblioteca estatal de Baviera en el siglo XIX. Junto con otras obras de la Escuela de la Abadía de Reichenau, en el año 2003 el manuscrito fue incluido en una de esas listas de la Unesco que tanto me gustan, en este caso, la Memoria del mundo.

Para saber algo más, se puede ver el artículo en la Wikipedia

Aquí, en la Biblioteca Digital Mundial, está incluida esta obra.

Una imagen detallada de la lujosa tapa, en Arte Historia