Ubicación: National Gallery (Londres, Reino
Unido)
Fecha: 1434
Estilo: Arte gótico
Autor: Jan van Eyck
Para
chulo, él.
El lema de Jan van Eyck era «Als ich
can», lo que significa «como puedo». Lo puedes interpretar en sentido humilde («hago
lo que puedo»), pero también como que era un sobrado («porque puedo»).
A mí me da que este pintor cortesano iba
más por este segundo sentido, «porque yo lo valgo».
Y sí, lo valía. Ya en su época, siglo
XV, fue famoso. Una de sus obras más conocidas es este retrato doble.
En los libros te lo imaginas grandote,
pero cuando vas a la National Gallery (donde, por cierto, creo que no debería
estar, sino en el Prado, lo cuento otro día), te das cuenta de que es pequeñito: 82,2
x 60 cm.
Es lógico. Este tipo de cuadro estaba no pensado para
iglesias o grandes palacios, sino para las pequeñas casas burguesas, donde se
iban a contemplar de cerca.
La técnica: óleo sobre tabla
Está ejecutado sobre el soporte habitual
en la Edad Media para las pinturas no murales: una tabla. En este caso, madera
de roble.
Lo novedoso es el óleo, porque la
pintura sobre tabla se ejecutaba con temple o témpera. La diferencia entre uno
y otro es el aglutinante del pigmento: en el caso del temple era yema de huevo
y agua, mientras que en el óleo se usaba el aceite.
El temple exigía rapidez en la ejecución
porque secaba rápido. El problema del óleo era el contrario: secaba demasiado
lento.
La innovación flamenca consistió en el
uso de aceite de semillas de lino, aceite de linaza, que seca más rápido, pero
no tanto como la témpera.
En sus Vidas, cuenta Vasari, al hablar del óleo, que
Fue un magnífico invento y una enorme comodidad para los pintores el descubrimiento de la pintura al óleo, del que fue descubridor en Flandes Juan de Brujas, que envió una tabla a Nápoles al rey Alfonso y otra al duque de Urbino Federico II, y además hizo un san Jerónimo que tenía Lorenzo de Médicis, y otras muchas obras que fueron muy admiradas.
El Juan de Flandes que menciona es este Jan van Eyck. Ahora bien, en contra de esta suposición, Jan van Eyck no
inventó la pintura al óleo. Lo que hizo fue aumentar la proporción de aceite
transparente en la mezcla. Los hermanos Van Eyck diluían el aceite con una
esencia volátil o resinosa. He leído que Jan van Eyck usaba una mezcla de
aceite de linaza mezclado con aceite de nogal.
El óleo permitía hacer veladuras: superponían capas de
pintura, de manera que algunas más transparentes pueden ponerse sobre capas
opacas, sin ocultarlas.
Así se logra una paleta más amplia y,
dentro del mismo color, distintos tonos. El acabado del óleo es brillante, de
colores intensos, mientras que el temple es más mate. Ofrece un aspecto pulido,
casi como si estuviera esmaltado. Consigue una luminosidad inédita hasta la
fecha.
Gracias a ello se representaba la
realidad de manera más detallista y minuciosa, casi como las miniaturas de los
libros iluminados. Esto requería pinceles finísimos y pinceladas que casi ni se
notan.
De esta manera se reflejan con fidelidad
las diferentes texturas de los objetos. Se nota de qué material está hecha cada
cosa, como el terciopelo de las ropas o el brillo metálico de la lámpara.
Al secar el óleo más despacio se podía
también corregir errores o cambiar sobre la marcha lo que no acaba de encajar
en la composición. Son los llamados pentimenti,
«arrepentimientos». En este cuadro hay algunos, que se notan a simple vista,
aunque otros salieron cuando se pasó el cuadro por infrarrojos.
Vale pero, ¿qué se representa aquí, exactamente?
Lo primero que llama la atención de este
cuadro es el género: un retrato.
Claro que hubo retratos realistas antes,
ya en época romana; recordemos los espléndidos de El Fayún (Egipto).
Retrato de mujer procedente de El Fayún (130-160). Detroit Institute of Artes, fotografiado por Sailko (CC BY 3.0) en 2016. Vía Wikimedia CommonsLo que pasa es que en la Edad Media no
había muchos retratos. A veces, en escenas con vírgenes o santos, aparecían unas figuras más pequeñitas, que eran los que habían encargado el cuadro. Son los donantes.
Aquí, a la derecha, pongo el ejemplo de un cuadro con donante incluido. Es una Virgen con el Niño de Ugolino di Nerio (1280-1330) que procede de la iglesia de la Misericordia (San Caciano in Val di Pesa). Si nos fijamos, abajo a la derecha está retratado quien lo encargó.
En cambio, El matrimonio Arnolfini es un retrato «puro»: los protagonistas son
personas reales, y no los acompañan vírgenes ni santos.
Además, están incluidos en un escenario auténtico, una habitación con muebles, una ventana por la que entra la luz, diversos objetos cotidianos... Por eso se considera que Van Eyck
elaboró aquí la primera escena de
interior profana. En los Países Bajos este tipo de escena tuvo un gran
desarrollo durante el Barroco, en muchas pinturas de género de las que espero
hablar algún día.
Es en este período, entre 1420 y 1440, cuando nace el retrato moderno. El mérito no es solo de Jan van Eyck, sino también de Robert Campin, que es el artista anteriormente identificado como Maestro de Flémalle.
Llama la atención que los representados
no sean ni miembros de la realeza ni la aristocracia, sino unos burgueses.
Ricos, indudablemente, pero no de sangre distinguida. Y ellos son muy
conscientes, y para evitar que les echen en cara que pretendían fingir que eran
nobles, la escena, los objetos representados han sido escogidos con cuidado. Es
un interior burgués, que demuestra que tenían dinero, pero burgués.
¿Quiénes son los representados, y qué se
ve aquí?
La primera interpretación que se hizo de este cuadro es que estábamos ante un matrimonio, ceremonia que en aquella época no exigía
sacerdote ni que se llevara a cabo en una iglesia. Luego se entendió que más
bien era un acto previo, el compromiso, los esponsales.
Sea el matrimonio o sea el
compromiso, se identificó a los retratados como Giovanni di Arrigo Arnolfini,
banquero y comerciante de Luca que residía en Brujas, y Giovanna Cenami, hija
de un banquero florentino llamado Guglielmo y residente en París.
Él era un tipo fino, de manos blancas,
hombros estrechos, un maromo que se gana la vida como comerciante, no un
guerrero.
Giovanni da la mano izquierda a Giovanna, mientras que con la derecha parece bendecir. Como el matrimonio exigía más bien que
los dos usaran la mano derecha, se elucubró que el matrimonio era desigual, con
una novia de menor rango. Pero los Arnolfini y los Cenami tenían la misma
categoría social: ricos burgueses viviendo y comerciando en el extranjero. De
ahí que surgiera la hipótesis del compromiso, más que la boda.
La postura que adoptan los novios es
típica del gótico flamenco: el medio perfil. Con anterioridad, cuando
lo representado eran figuras sacras (Jesucristo, la Virgen, los santos) o los
mandamases de la sociedad (emperadores, reyes o papas) la postura era frontal,
mirando directamente al espectador. Para estas figuras de menor rango social, en
Flandes se desarrolló esta otra postura, el medio perfil.
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Las caras de los representados, tan
serias y poco expresivas, no los caracteriza demasiado como individuos.
Ambos lucen vestidos lujosos, como es
propio de una ceremonia importante. Eso sí, están descalzos.
Giovanni luce un sombrero amplio. Cosas
de la moda masculina de la época, con tocados voluminosos, gorros cilíndricos, turbantes
enrollados, etc. Luce capa de terciopelo con borde de pieles que he visto
identificado como visón, nutria o marta; es posible que también esté forrado
con esta piel. Viste colores oscuros, algo propio de la corte borgoñona, lo
que, por cierto, pasaría luego a la corte española.
Giovanna va de verde intenso, con un
vestido de mucha tela. ¿Una novia que no va de blanco? ¡Pues claro, eso es una
costumbre que se cogió en el siglo XIX! Antes, lo que hacía la gente era
casarse con sus vestidos más de gala.
Así se forman pliegues muy góticos en
algo que he visto llamado plisado partido.
Me imagino a una sirvienta colocándole delicadamente toda esa cola para que su
señora pueda posar ante el pintor. También tiene borde de piel, armiño blanco
en su caso. Cubre la cabeza con una cofia de lino, blanca, se ven hilos de oro
en su encaje.
Ella parece, a ojos modernos, embarazada.
Lo que pasa es se sabe que estos dos no tuvieron hijos. Actualmente se piensa
que, simplemente, ese era el ideal de belleza femenino del gótico tardío:
vientre redondeado y pechos pequeños muy apretados arriba. La moda de la época
contribuía a dar esa imagen, con amontonamiento de tela en la parte delantera.
Es un vestido con tantísima tela que parece casi a punto de salirse del cuadro.
No obstante, este detalle es uno de esos
que ha dado lugar a una tercera hipótesis sobre lo que estaría representado aquí
y que parece ser la que aceptan ahora. Al menos así resulta de la página web de
la National Gallery.
Se cree ahora que el novio no sería
Giovanni di Arrigo Arnolfini sino su
primo, Giovanni di Nicolao Arnolfini,
que también vivía en Brujas.
A la izquierda os dejo detalle con la cabeza cubierta de Giovanna / Constanza.
Este otro Arnolfini se había casado en
1426 con Constanza Trenta, también toscana. Ella tiene la cabeza cubierta, con
lo que no sería una novia, sino ya una mujer casada. Pero para esta fecha ya
habría muerto, con lo cual (y aquí viene la tercera hipótesis sobre el cuadro)
sería un homenaje a su esposa fallecida, posiblemente de parto.
Con esto justificaría que Giovanni vistiera de
oscuro, porque por lo visto el negro no se convirtió en el color de la corte
borgoñona hasta la siguiente generación. Esa es la hipótesis que cuentan por ejemplo aquí.
Ahora vamos a fijarnos en otras cosas
que se representan en este cuadro.
Primero, un perro de lanas entre los
novios. Un chucho de compañía que destaca sobre todo por lo bien que está representada su pelambre.
Segundo, como ya comenté antes, los dos retratados
están descalzos. Los zuecos de Giovanni quedan a la izquierda, abajo, como
dejados ahí de cualquier manera. Giovanna / Constanza llevaría una especie de
chanclas rojas, que ha dejado en el centro, detrás, también como si se las
acabara de quitar.
Esto de andar descalzos se asocia a una
cita bíblica del Éxodo 3:4-5:
Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a
mirar, lo llamó desde la zarza:
—¡Moisés! ¡Moisés!
—Aquí estoy —contestó Moisés.
Entonces Dios le dijo:
—No te acerques. Y descálzate, porque el
lugar donde estás es sagrado.
La idea sería que, al celebrar el
sacramento del matrimonio, convertían en un sitio santo lo que no deja de ser
un dormitorio normal de una casa burguesa.
Te imaginas perfectamente que esta
habitación estaba tras las fachadas estrechas de esos edificios góticos que aún
se pueden ver por el Benelux.
El suelo es de madera, cubierto en parte
por una alfombra oriental.
Lo que queda en segundo plano, de
izquierda a derecha, sería lo siguiente.
A la izquierda, contra la pared, una
mesa sobre la cual hay unas naranjas. Esta fruta tan mediterránea, resultaría
exótica y cara en la Brujas de aquella época.
Encima, una ventana con una vidriera de
cristales, unos son rectangulares de color rojo y azul y otros son transparentes,
en forma circular. Por la ventana se ve el follaje de árboles frutales, en
concreto un cerezo. Te imaginas que allí hay un huerto.
Por esa ventana entra una luz
amarillenta, nórdica, fría, que es la que ilumina la escena. Giovanni queda a contraluz,
mientras que su novia queda plenamente iluminada.
En la pared del fondo hay un banco con cojines rojos, y un brazo de madera en la que está tallada una figura
monstruosa. Recuerda un poco a las gárgolas de las catedrales góticas.
El centro de atención del cuadro es el
espejo del fondo. Es redondo y convexo. Como un ojo de pez la escena se ve
distorsionada.
Refleja no solo las espaldas de los
novios, sino también dos personajes en el umbral de una puerta: uno va de azul
y el otro de rojo. Se cree que uno de ellos, con turbante y ropajes de color
azul claro, sería el propio Van Eyck, que se autorretrata así como testigo del
compromiso o del matrimonio. También permite ver el techo de la habitación, con
sus vigas de madera.
Con este truco de poner un espejo se
supera la natural limitación de la pintura, de toda la pintura. Y es que un
cuadro representa normalmente algo que queda enfrente del espectador, no lo que
este tiene detrás.
Para incluir en el cuadro todo, lo de
delante y lo de detrás, idean esta artimaña de poner una superficie
reflectante. Así meten en el cuadro el espacio que queda detrás del espectador.
Eso es lo que hace aquí Van Eyck con el espejo.
A este tipo de espejo en semiesfera se le llamaba bruja u ojo de bruja. Deformaba la realidad y abarcaba más
ángulo... se les antojaba algo misterioso y mágico.
Vamos a ver, en aquella época los
espejos planos de cristal no eran propios de los burgueses. Eran difíciles de hacer,
así que solo lo tenían gentes como los reyes. El común de los normales recurría a superficies
de metal pulido. Estos espejos «ojo de bruja» eran más baratos; se conseguía echando, sobre una bola de cristal, una mezcla de metales no demasiado
caliente. Así se conseguía que no se quebrase.
El espejo está montado sobre un marco de
madera con diez medallones. En cada uno de ellos hay una escena de la Pasión de
Cristo: Crucifixión, Descendimiento, Santo Entierro, etc. Hay toques de pintura
blanca que pretenden reflejar la forma en que la luz, procedente de la ventana,
incide en la madera barnizada.
Justo encima del espejo, sobre la pared,
aparece una inscripción muy florida en latín, con una cuidada
caligrafía gótica: Johannes de eyck fuit
hic («Jan van Eyck estuvo aquí»). Ojo, no dice lo habitual, fecit, o sea, «lo hizo», sino fuit hic, «estuvo aquí».
En esto se ve algo que empezaron a hacer los artistas del norte de Europa en esta época: firmar. Solo que no hacen lo que uno espera, que es ponerla abajo a la derecha. Aquí no, la plantan en el medio del cuadro.
Según miras el cuadro, a la izquierda
del espejo cuelgan ristras de bolitas que normalmente se dice que forman un
rosario, regalo de boda habitual, especialmente de un hombre a su esposa. Sin
embargo, he leído –creo que en el tomo correspondiente a la National Gallery de la colección Grandes Museos– que son cuentas, instrumento de contabilidad propio de
banqueros, prestamistas y comerciantes.
Al otro lado del espejo, lo que sería la
derecha, hay un sitial con alto respaldo de madera tallado. En lo alto hay una
figurita de santa Margarita de Antioquía, a la que se identifica porque se distingue un dragón debajo. Se supone que esta Margarita fue martirizada en tiempos de Diocleciano. Su historia se cuenta en la Leyenda
Dorada, no en ningún documento de tiempo de los romanos. El dragón es un atributo habitual de esta santa, porque se supone que después de sufrir tortura, a santa Margarita se le
apareció el demonio de esta forma. Ella lo derrotó con la cruz.
De ese pináculo cuelgan unas ramas secas
atadas. Se considera que es una escobilla, aunque hay quien también dice que
podría ser una representación de un pincel.
Al lado estaría el lecho nupcial: una
cama con dosel del que cuelgan unas cortinas. Durante el día, las cortinas
estaban corridas, para permitir a la gente sentarse o tumbarse en la cama y
allí recibir con normalidad a la gente. Sí, su idea de la intimidad era
diferente.
Luego, cuando llegaba la noche, se
corrían las cortinas y el lecho se convertía en un habitáculo pequeñito para la
pareja.
Y luego, colgando del techo, tenemos una
lámpara metálica de siete brazos (se ven seis, pero me parece que uno quedaría oculto detrás). Al parecer se
trata de un tipo de lámpara que se fabricaba en los Países Bajos. Dividida en
partes, se exportaba al extranjero. Indudablemente es metálica, de latón o tal
vez de bronce. En cada brazo hay una vela, pero sólo está encendida una, encima
de Giovanni.
Para resumir, lo que se representa aquí
parece ser una de estas tres cosas:
1) un documento que probaba un matrimonio;
2) el registro de un compromiso matrimonial o
3) homenaje a una esposa
fallecida.
Las dos primeras son hipótesis tradicionales; la tercera es la
propuesta últimamente.
A mí reconozco que toda la escena me
recuerda un poco a una Anunciación, como si Arnolfini fuera un arcángel Gabriel
que le advirtiera a Giovanna que va a quedarse embarazada.
Luego, si divides en dos el cuadro, ocurre
algo interesante. Y es fácil de hacer, porque la escena presenta una estructura
simétrica. El eje central estaría formado por una línea que va desde la lámpara
hasta el perro, pasando por el espejo y las manos.
Al lado izquierdo de esa división
quedaría el varón, vestido cómodamente con ropa que le permitía moverse. Ahí
están sus zuecos, que le impide ensuciarse cuando camina por la calle dedicado
a sus negocios. Está la ventana, una apertura al exterior. Sería la parte que
da a la vida pública, a lo externo, a la actividad. En esta interpretación,
sería más lógico que la ristra de cuentas sobre la pared fuera un instrumento
de su trabajo como banquero. Si es un homenaje a la mujer muerta, entonces
sería el lado del mundo de los vivos, con una sola vela encendida.
A la derecha quedaría entonces lo
femenino, el hogar, lo privado. Es donde está la mujer, vestida con un ropaje
que no es cómodo; para moverse con ese vestido, requeriría la ayuda de una
sirvienta que le llevara la cola. Sería el lugar del lecho, de la vida íntima y
privada. También de la serenidad y la contemplación. Ahí es donde está
representada una santa, y las velas apagadas. Si se está representando a una
señora ya fallecida, sería el ámbito de lo muerto.
Entre una y otra parte, entre lo
público-activo-vivo y lo privado-pasivo-muerto, el fulcro lo representa la
Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, narrada en el marco del espejo.
Aquí, detalle de la cara de Arnolfini, un tipo fino. No muy expresivo. ¿Cara de astuto, de persona triste, de qué...?
Mañana, más, hablaré del estilo y la iconografía de esta obra.
El matrimonio Arnolfini (2) Ya, pero, ¿qué significa? ⇒