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domingo, 8 de agosto de 2021

#33 El Bosco: El jardín de las delicias (3) Un poco de Historia

 



El jardín de las delicias

(De tuin der lusten)

 

 

Fecha: 1490-1500

Estilo: Arte gótico

Autor: Jerónimo Bosco

Técnica: óleo sobre tabla

Ubicación: Museo del Prado (Madrid, España)

 

 Después de describir el cuadro en la primera entrada y de intentar explicarlo un poco en la siguiente, cierro enmarcando un poco la cosa histórica.

Historia.

Este tríptico se sitúa en el período de madurez de Jerónimo Bosco. Como el resto de sus cuadros, no tiene una datación fija, y la han situado años arriba, años abajo. Yo pongo aquí la que da el Museo del Prado, que sitúa este cuadro dentro de la última década del siglo XV: 1490-1500. 

No se sabe nada del proceso de elaboración, ni quién lo encargó ni para qué. No hay documentación al respecto.

Se cree que el comitente pudo ser Enrique III de Nassau (1483-1538), amigo íntimo de Felipe el Hermoso, el abuelo de Felipe II. Ambos admiraban al Bosco y rivalizaban como coleccionistas. Esta creencia se basa en que la primera referencia escrita que hay a este cuadro lo sitúa en el palacio de Coudenberg en Bruselas, propiedad de los Nassau. Allí lo vio, en el año 1517, Antonio de Beatis, secretario del cardenal Luis de Aragón, y lo comentó así:

Hay algunas tablas con diversas bizarrías, donde se imitan mares, cielos, bosques y campos y muchas otras cosas, unos que salen de una concha marina, otros que defecan grullas, hombres y mujeres, blancos y negros en actos y maneras diferentes, pájaros, animales de todas clases y realizados con mucho naturalismo, cosas tan placenteras y fantásticas que en modo alguno se podrían describir a aquellos que no las hayan visto.

Lo que no cabe duda es que este tríptico tuvo un éxito inmediato. Por eso, como otras obras del Bosco, fue copiado e imitado, ¡hasta en tapices! Aquí lo tenéis:



Es un tapiz que está en el Palacio Real de Madrid y se elaboró, dicen, en torno a 1550, al menos según Wikicommons, que es de donde lo he tomado.

En el Museo del Prado remontan su procedencia, sin embargo, al anterior conde de Nassau, Engelbrecht II de Nassau (1490/1500-4), que cuadraría más con esa datación actual en la década de los años 1490. De él habría pasado a su sobrino Enrique (Hendrik) III de Nassau, 1504-38 y luego al hijo de éste, René de Châlon (1538-44), príncipe de Orange y estatúder de Holanda, Zelanda, Utrecht y Güeldres; combatió en las guerras de Italia de junto a Carlos V. A su muerte, le heredó su primo, Guillermo I de Orange (1544-67), que al traicionar a su señor vio sus bienes confiscados por Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba. De dicha confiscación hay un inventario, redactado el 20 de enero de 1568. La cosa es que el duque de Alba le dio este cuadro a su hijo no matrimonial, al que tuvo de soltero, Fernando de Toledo (1568-91), quien fuera prior de la Orden de Malta en Castilla y León. Felipe II lo compró en su almoneda en 1591. Dos años después, lo llevó al monasterio de San Lorenzo del Escorial. La entrega consta en un documento fechado (8 de julio de 1593), donde se describe como «una pintura de la variedad del mundo».

Allí lo vio el historiador de los jerónimos, el padre Sigüenza, quien consideró que la pintura trataba «de la gloria vana».

Estuvo en El Escorial hasta el año 1933, año en que lo trasladaron al Museo del Prado. Un decreto de 2 de marzo de 1943 estableció su depósito en el Museo del Prado. Así que, jurídicamente, se trata de un depósito del Patrimonio Nacional perteneciente al Real Patronato del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

Gracias a ese gusto filipino, contamos en el Museo del Prado con algunas de las obras más sobresalientes del autor. Aparte de maravillarte por la fantasía que desarrolla en estas tablas, si te fijas bien, te puedes hacer a la idea de cómo vivía la gente por entonces. Son cuadros ricos en detalles de la vida cotidiana: sus casas, la ropa, los muebles, la comida y la bebida, etc. Esas cosas te abren una ventana a cómo eran las gentes de fines del siglo XV y principios del XVI.

Esto se me muy bien en las diferentes escenas de la mesa de los siete pecados capitales, por ejemplo en esta escena que es un interior flamenco. Tal vez no sepas qué representa, pero sí te fijas en eso, la ropa, los muebles, etc.



El autor: Jerónimo Bosco

Jheronimus van Aken, conocido como Jheronimus Bosch, en España Jerónimo Bosco es, sin duda alguna, el más original de los pintores flamencos. No por sus temas, que son mayoritariamente religiosos, sino por mezclar lo real y lo fantástico

Nació en torno al año 1450 en un sitio que en español conocemos como Bolduque, más fácil que decirlo en original 's-Hertogenbosch (Países Bajos), Bolduque para nosotros. Murió en 1516, el mismo año en que lo hacía Fernando el Católico. Es decir, nació justo al fin de la Edad Media y murió cuando se publicaron dos obras cumbres del humanismo renacentista: la Utopía de Moro y el Orlando furioso de Ariosto.

Era de familia de pintores, al parecer procedente de Aquisgrán, de ahí el apellido van Aken. Casó bien, así que no hay nada que pensar en un artista torturado o minoritario. Tenía su propio taller y que recibió numerosos encargos. Se lo ganaba de calle, vamos. El contenido de sus cuadros nos puede chocar, pero en gran medida es porque no entendemos muchas cosas, nos faltan las claves para desentrañar el sentido oculto del cuadro. Se inspiraba no solo en lo que las cosas simbolizaban según la alta cultura, sino también en aforismos populares. Algo que nos desconcierta puede obedecer simplemente a un chascarrillo de la época.

De lo poco que se sabe de su vida, podemos decir que durante muchos años formó parte de la Cofradía de Nuestra Señora de la catedral de Bolduque. Se relaciona con aquella forma de religiosidad tan del otoño de la Edad Media como fue la nova devotio. Renovaba la práctica cristiana buscando una forma de relacionarse con la divinidad más popular e íntima, en un entorno urbano.

De sus cuadros no se conoce ni la datación ni hasta qué punto son autógrafas, o son de su taller, o son copias contemporáneas. Es lo que tiene haber tenido tanto éxito, que le copiaban cosa mala. Durante un siglo, fue un autor muy apreciado.

Luego la gente lo olvidó, no les gustaba algo tan extraño y viejuno, tan intenso y expresionista, técnicamente imperfecto, tan «gótico» en el mal sentido. Fue un pintor ajeno tanto al gusto barroco como al neoclásico o el romántico. Los antiguos flamencos no tenían esa técnica tan científica de la perspectiva que desarrollaron los italianos. Su fuerte era el detalle minucioso, el realismo burgués, lo pequeño y limitado.

Los movimientos de vanguardia revisaron la historia del arte y recuperaron a estos artistas diferentes. Más que la perfección técnica, lo importante era la originalidad y la expresión de emociones personales. La temática religiosa ya no interesa en la época contemporánea, pero sí las fantasías de un artista que se imaginaban arrebatado, perdido en su propio mundo, como un surrealista avant la lettre.

Otras obras

Os pongo, a continuación, otras obras destacadas de este autor. La datación es, como siempre, aproximada.



«Tríptico de la Adoración de los Reyes» (h. 1494), grisalla y óleo sobre tabla de madera de roble, 147,4 cm (altura con marco) × 168,6 cm (ancho con marco), Museo del Prado, Madrid.

«Las tentaciones de san Antonio» (h. 1501 o después), óleo sobre tabla, 131 cm × 238 cm, Museo Nacional de Arte Antiguo, Lisboa.


«La mesa de los pecados capitales» (1505-1510), óleo sobre tabla de madera de chopo, 119,5 cm × 139,5 cm, Museo del Prado, Madrid.



«Tríptico del carro de heno» (1512-1515), óleo sobre tabla, 146,1 cm (altura con marco) × 224,3 cm (ancho con marco), Museo del Prado, Madrid.

(2) Ya, pero, ¿qué significa?

sábado, 7 de agosto de 2021

#33 El Bosco: El jardín de las delicias (2) Ya, pero, ¿qué significa?

 

Detalle del panel central (el Jardín de las Delicias)


 


 


 

El jardín de las delicias

(De tuin der lusten)

 

Fecha: 1490-1500

Estilo: Arte gótico

Autor: Jerónimo Bosco

Técnica: óleo sobre tabla

Ubicación: Museo del Prado (Madrid, España)

 


Ayer describí un poco este magnífico cuadro que se expone en el museo del Prado. Hoy voy a adentrarme un poco más en otras cosas: el mensaje que puede querer transmitir y su estilo, principalmente.

La naturaleza: paisaje, animales y plantas.

Empiezo con su significado dentro de los géneros pictóricos. Es un cuadro de temática religiosa. Sin embargo, no podemos ignorar los detalles que nos presenta sobre la naturaleza.

 El «paisaje» no era en aquella época un género pictórico independiente, pero sí que aparecía, como fondo. Progresivamente iba cobrando más importancia, dejando a las figuras como algo casi anecdótico. Esto llevó al nacimiento del paisaje como género propio en generaciones posteriores a la del Bosco, con pintores como Patinir (h. 1480-1524) o Brueghel el Viejo (h. 1525-1569).

El Bosco representa, en esta evolución, un momento en el que el paisaje cobra especial importancia, sin llegar a ser el tema dominante. Mezcla formas naturales (montañas, lagos, praderas, árboles) con otras de fantasía, extrañas. Con ello, su contribución al género paisajístico sería particularmente relevante en lo que se llama «paisaje fantástico», como los que harían, ya en el siglo XX, autores surrealistas como Dalí o Chirico.



Como ya he comentado, en sus representaciones de animales y plantas, el Bosco alterna lo real con lo imaginado. Aparecen asnos, ciervos, un elefante, una jirafa, leones, leopardos, osos, panteras, que pudo ver al natural, o en grabados o quizá en algún zoológico de un noble. Destaca lo bien que conocía la anatomía de las aves, de las que se han identificado hasta veinticinco especies distintas.

Junto a ello, otros imaginados, como unicornios o monstruos híbridos y quimeras (hombres-grillo, -pez o -pájaro). Se inspira, en este punto, en las imágenes que pudo ver en bestiarios y otros manuscritos iluminados.

Los animales tenían un sentido simbólico. Por ejemplo, las mujeres que están bañándose en el estanque central tienen encima cuervos que simbolizan incredulidad, o pavos que sería la vanidad. En la tabla del paraíso terrenal aparece un búho, que se interpreta como una imagen del mal tenebroso y seductor y de la tentación sexual. En los cuadros del Bosco suele haber este tipo de aves (búhos, cárabos, mochuelos o lechuzas), considerados como símbolos de maldad. También encontraremos sapos, interpretados como seres demoníacos.



Incluso lo que está imaginado sigue notas realistas. Solo así se explica lo que el humanista Guevara escribió a Felipe II, en 1563: 

«Bosco nunca pintó cosa alguna fuera del natural en su vida, si no fuese en materia de infierno o purgatorio: sus invenciones estribaron en buscar cosas rarísimas, pero naturales».

Estilo.

Nos devanamos los sesos entendiendo qué significa lo que vemos. Pero conviene también detenerlos en el estilazo del Bosco. Las escenas no son caóticas, sino que están bien pensadas. Hay continuidad entre las dos de la derecha, lo que se logra con el mismo paisaje, los tonos claros, un punto de vista elevado. Cada tabla se divide en tres partes, de arriba abajo.

Además, hay cierta relación de espejo entre la tabla de la izquierda (el Paraíso) y la de la derecha (el Infierno). Cada panel lateral se puede interpretar como reflejo contrario en el otro.


Así, en la franja superior se oponen las verdes y azules montañas naturales del Paraíso con los oscuros edificios humanos incendiados del Infierno; la fuente de la vida de la izquierda se convierte en el hombre-árbol de la derecha; el limpio estanque del Paraíso se correspondería con una charca helada del Infierno; Dios-Cristo con Adán y Eva tendrían su reflejo invertido en el demonio sobre el trono que defeca a los condenados; la charca inferior de la izquierda se convierte en una letrina a la derecha.

Es el mayor de sus trípticos, que contiene más detalles, y está considerado su obra maestra. Como buen flamenco, es minucioso, representa las cosas con realismo, ya digo, hasta las cosa que imagina intenta darles una coherencia, los animales inventados tienen una anatomía creíble. Maneja el pincel de forma ágil, aplicando finas capas de pintura al óleo. Su imprimación es mucha más líquida que la de sus contemporáneos. Entre unas cosas y otras, logra unos colores esmaltados, brillantes. La policromía es, simplemente, maravillosa.

Recuerda al mundo de la miniatura, tanto de los libros iluminados como de lo que se ve en otras culturas, como la persa. El Bosco coge esas figuras grotescas que estaban en los márgenes de los libros o en los coros tallados, y los traslada a una composición de gran formato.

Sentido

Ahora que hemos visto lo que hay, nos toca resolver la gran pregunta, la que a todos nos inquieta: ¿qué significa esto? ¿Para qué o por qué lo pintó? ¿Qué quería decir, o expresar, o despertar en ti?



Porque tú te vas al Museo del Prado, te pones a ver obras como esta y empiezas a mirar, a fijarte en los detalles, y te quedas perpleja. Vale, aquí distingo a una pareja encerrada en una burbuja de cristal y allí, a un cerdo con toca de monja abrazando a un tipo, pero ¿qué significa?

Hay que leerlo en un sentido moral, religioso, está claro. Tú lees libros de Historia del Arte y te cuentan que es alegórico y burlesco, pero no sabes exactamente en qué sentido.

Pues eso es algo que llevan siglos debatiendo. Se le han dado dos lecturas diferentes y opuestas. Tenemos claro que el ala izquierda es el Paraíso, y la derecha, el Infierno. 



La interpretación tradicional, leyendo de izquierda a derecha, sería que la humanidad, entregada a los placeres, acaba condenada precisamente por esos pecados de la carne. La tabla central, entonces, representaría los goces terrenales, efímeros, que te llevan al infierno, eterno. Todo en ella aludiría al sexo, no de una manera explícita (aunque a mí el tipo de las flores en el trasero me parece bastante claro) sino mediante símbolos y alusiones. La cabalgata en círculo de la tabla central se consideraría símbolo del pecado y la pasión, cada tipo de animal cabalgado sería representativo de un determinado pecado capital; la carnosidad de los frutos rojos como las fresas evocaría la carne misma, el cuchillo con las orejas a los genitales masculinos, y así todo. Recurriría, entonces, a la fantasía, con intención moralizadora: advertir de los peligros de los placeres terrenales, en especial la lujuria.

O sea, empezaría enseñando el paraíso verdadero, luego un paraíso falso, consecuencia del pecado original, para acabar en el infierno. En los siglos XV y XVI al falso Paraíso del amor lo llamaban Grial, que no tiene que ver con el ciclo artúrico.

Pero hay otra interpretación que se fija en el hecho de que, en esa tabla central no hay sufrimiento ni dolor, enfermedad ni muerte; tampoco pasa el tiempo, todos son jóvenes, no hay ni niños ni viejos. El Bosco parece mirarlos divertido, no condenando a esta gente que se entretiene tanto, que vive para el placer de la conversación o la compañía mutua, sin necesidad de trabajar. Solo hay armonía entre los humanos y lo que les rodea, no hay animales agresivos (a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en la tabla del Paraíso, donde un gato lleva a una presa en las fauces), unos mordisquean un madroño, todo es pacífico, viven desnudos en plena naturaleza. Así, lo que demostraría no el mundo lleno de pecado, sino uno ideal, en el que hubieran cumplido lo ordenado por Dios en el Génesis 1, 28:

Y los bendijo Dios; y díjoles Dios: Fructificad y multiplicad, y henchid la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces de la mar, y en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.

Sería, entonces el mundo humano que podría haber sido, el futuro posible tras la creación de la primera pareja, lo que será el Paraíso cuando se hayan reproducido. Se frustró por el pecado original de Eva. Eso es lo que le estaría diciendo el Bautista a Eva, abajo a la derecha: Ves, esto es lo que debería haber sido y no fue, por tu culpa.



En cualquier caso, es un mensaje cristiano, aunque recurra a imágenes profanas. Queda claro es que no hay nada herético, nunca se lo plantearon así, ni en su tiempo ni en las décadas posteriores. Así, el padre Sigüenza escribió: 

«Si hay algún absurdo aquí es nuestro, no suyo […] son sátiras pintadas sobre los pecados y delirios del hombre».

Este autor señala cuál es la diferencia, para él, entre este autor y el resto: 

«Los demás tratan de pintar a los hombres tal como aparecen por fuera, en tanto que él tiene el valor de pintarlos cuales son dentro, en el interior».

Lo que te espera si no cumples con los deberes cristianos, ya lo sabes, las penas del infierno. A cada pecador le corresponde una pena adecuada, como nos van detallando en la tabla de la derecha. Así, a los avaros les correspondería el destino de ser tragados por el demonio-pájaro que hay sobre una especie de trona infantil. A los que sufrieron gula les espera la escena de taberna del interior del hombre-árbol: tener que tragarse sapos que les sirven los demonios. Los envidiosos padecerán el agua helada. Y así con todas las cosas...



Con ocasión del V centenario de la muerte de El Bosco, en 2016, se escribieron artículos como este en el ABC, que hace referencia a esta pintura como el jeroglífico más hermoso pintado nunca.

Aquí os dejo un clip que hay en You Tube, del Museo del Prado para niños, que explica este cuadro para niños en menos de tres minutos. Si pones en You Tube «El jardín de las delicias» encontrarás más de una explicación a lo que puedes ver aquí, de manera más amena que la mía.


Llevamos cinco siglos quedándonos perplejos ante este cuadro, sin comprenderlo del todo. Así que, si no lo entiendes, que no te incomode, porque hasta los expertos se contradicen al respecto. 

El jardín de las delicias (1) Esto, ¿qué es?       (3) Un poco de historia ⇨

viernes, 6 de agosto de 2021

#33 El Bosco: El jardín de las delicias (1) Esto, ¿qué es?

 

Detalle del panel izquierdo (el infierno)


 


 


 

El jardín de las delicias

(De tuin der lusten)

 

Fecha: 1490-1500

Estilo: Arte gótico

Autor: Jerónimo Bosco

Técnica: óleo sobre tabla

Ubicación: Museo del Prado (Madrid, España)

 

 

Una pasada de cuadro para ensimismarse

 

Cuando quedó vacante el trono de Portugal, lo reclamó Felipe II. En su viaje a ese reino, se carteó con sus hijas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Son cartas personales, familiares, donde puedes leer cosas normales como «espero que estéis bien, mirad que vuestro hermano estudie, gracias por mandarme naranjas aunque llegaron pochas…»

En una de 1581, escribiendo desde Lisboa, contaba:

Siento que vos y vuestro hermano no hayáis podido ver la procesión como se hace aquí, aunque hay algunos diablos semejantes a los cuadros del Bosco, que pienso lo habrían espantado.

Los «diablos» del Bosco formaban parte del imaginario de esta familia porque Felipe II fue un gran coleccionista de arte, siendo este autor uno de sus favoritos. Como buen príncipe renacentista, aparte de dedicarse a la política, Felipe II tenía su propio gusto en materia artística. Al parecer, fue su medio hermana, Margarita de Austria (o de Parma), gobernadora de los Países Bajos, quien despertó su interés por este artista. También se cita la influencia de Felipe de Guevara, humanista nacido en Bruselas, gran admirador del Bosco, de quien habló en sus Comentarios de la pintura.

Hay que advertir que el rey no fue coetáneo del Bosco. De hecho, el pintor no pertenecía a la generación de su padre Carlos V ni a la de su abuelo Felipe I, sino más bien de la de su bisabuelo, el emperador Maximiliano I de Habsburgo (1459-1519).

O sea, con todas las distancias del mundo, dado que las generaciones ahora van más lentas que entonces, entiendo que sería como un aficionado del siglo XXI que colecciona impresionistas franceses. 

Nacido hacia 1450 y muerto en 1516, el Bosco fue contemporáneo de Leonardo da Vinci (1452-1519). Solo que su estilo es gótico, no renacentista. En esa oscilación que encuentro en el arte europeo occidental, entre el clasicismo mediterráneo y el expresionismo nórdico, se instala claramente en este último. Sus cuadros son de temática religiosa muy medieval (Adoraciones de los Reyes, el Juicio Final, san Antonio, san Juan…, escasa presencia de la Virgen María). 

Pero siempre mete cosas extravagantes, rarezas, lo que llamaban bizarrías, como esos «diablos» de los que hablaba Felipe II.

Sus cuadros me dejan perpleja y me hacen preguntarme, primero, qué es lo que hay delante, qué estoy viendo, y, segundo, qué significa.



De todo ello es ejemplo esta pieza, el Tríptico del jardín de las delicias o La pintura del madroño, que puede verse en El Prado. Es un cuadro al óleo sobre madera de roble. Que sea un tríptico significa que está formado por tres tablas: una central más ancha (185,8 x 172,5 cm) y dos alas laterales más estrechitas (185,8 x 76,5 cm).

Hay cuadros tan famosos y artistas tan destacados que merecen más de una entrada. Lo hice con el Matrimonio Arnolfini de Jan Van Eyck y me toca hacerlo de nuevo con El jardín de las delicias.

Hoy voy a centrarme sobre todo, en intentar describir un poco lo que ves cuando te plantas delante de este cuadro y lo miras con detenimiento. Aunque comentar cada detalle es imposible.

Tríptico cerrado

Si doblas las alas, se cierra el tríptico y tienes una imagen en grisalla, que el DRAE define como «pintura realizada con diferentes tonos de gris, blanco y negro, que imita relieves escultóricos o recrea espacios arquitectónicos». 



Se representa aquí el tercer día de la Creación, según la Biblia. El globo terráqueo se mira a vista de pájaro, como una esfera transparente. Es un mundo mineral y vegetal, sin animales. En una esquinita, arriba a la izquierda está el dios creador, sentado, con una tiara en la cabeza y una biblia sobre las piernas. Nos lo explican dos inscripciones en latín, que dicen «Pues él habló y así fue, él lo mandó y se hizo» (Salmos, 33:9)

Un mundo sombrío, donde no hay Sol, ni Luna. Un mundo sin humanos.

Imaginaos la impresión que debía producir abrir las alas y toparse con una explosión de color. Esos verdes intensos, bolas rosas, los rojos y naranjas de los fuegos infernales. Todo lleno de criaturas, una miríada de hombres, animales reales e imaginarios, frutas rojas… El mundo humano.

A la izquierda, Adán y Eva en el Paraíso. A la izquierda, el Infierno. Y, en medio, el jardín de las delicias.

Ala izquierda: Adán y Eva


Empecemos por la izquierda, que es la parte más fácil de entender, por corresponderse a una escena tradicional. 

En primer plano, Dios acaba de crear a Eva de la costilla de Adán, y se la presenta a éste. Normalmente, pintan a Adán dormido, pero aquí se acaba de despertar, sentado en la hierba. Es un momento posterior al de la creación de la mujer. Sería cuando Dios ya los presenta. Hay quien ve en la expresión de Adán una expresión un poco boba, lujurioso, como si babeara por Eva. Con la mano levantada, Dios bendice a la primera pareja humana. Otro cambio respecto a la iconografía usual: Dios no es el Padre, sino que aparece como Cristo.

El árbol del bien y del mal, con sus manzanas, queda un poco a la izquierda de este grupo. Pero lo tapa un drago (Dracaena draco), planta ciertamente exótica. Ojo, que otros entienden que el drago sería el Árbol de la Vida y el Árbol del bien y del mal no estaría detrás, sino que sería una palmera que se ve en el borde derecho, en el centro, con una serpiente enroscada.

Detrás, un paisaje exuberante, de colinas y praderías, con árboles y arbustos. 

En un estanque, flota una estructura rosa, una fuente que es como una escultura, con formas orgánicas, vegetales, esferas de vidrio, rematada en una aguja como la de una catedral. Si interpretas toda la tabla en plan lujurioso, podrías tomártelo como símbolo fálico. Suele considerarse que es la Fuente de la Vida, origen de los ríos del Paraíso, con continuidad con la tabla central. 

Más allá, otra estructura extraña y lo que parecen montañas azuladas pero que, si te fijas, están formadas como con conchas, discos, árboles,… chocante.



En toda la tabla proliferan los animales, tanto en la charca del primer plano, como en el estanque de en medio, y un poco por todos lados. Algunos son realistas (elefante, jirafa, pájaros, un puerco espín, un perro de dos patas, hasta un felino con una presa en las fauces), pero otros son imaginarios, incluido un unicornio que en aquella época pensaban que realmente existían.

Y en las formas combinadas de terreno, animales y plantas, podemos imaginarnos caras.

Tabla central



En el centro, una escena abigarrada, pero tiene su orden, de verdad. Es como los tímpanos góticos, que parece una acumulación de figuras y luego te fijas y sí que distingues escenas diferenciadas.

El paisaje sería continuación del que hemos visto a la izquierda: praderas, colinas, montañas azules. Solo que esto está poblado de numerosas figuras humanas desnudas, animales, frutos especialmente rojos y más estructuras extrañas. Si comparas con las personas, algunos animales, como el pez en primer plano, y las frutas (cerezas, fresas, zarzamoras) son de gran tamaño.

El punto de vista es elevado. Así se pueden ver las ondulaciones del terreno hasta un horizonte que queda alto.

Se pueden diferencias tres franjas. En la primera, grupos de personas unas de piel blanca, algunas de piel negra, hablando, bailando, en posturas distintas, un señor con flores el trasero y otro que parece estar azotándolo con un ramo, otros haciendo el pino. Muchos se meten en esferas que recuerdan a bayas o frutas vaciadas. Encima de la cabeza llevan cerezas, o flores de corolas transparentes.



A la izquierda, flotando sobre un río, una pareja atrapada en un cilindro de cristal. Abajo, a la derecha, vemos dos figuritas que han sido identificados como Juan Bautista enseñándole la escena a Eva, que está detrás de un cristal. Otros piensan que son Adán y Eva, sin más.

La segunda franja estaría constituida por otro estanque, en el que se bañan mujeres, en grupo, o solas o en parejas, con pájaros en la cabeza o sobrevolándolas. Se han identificado cuervos, garzas y pavos reales. 


Alrededor, hombres desnudos a caballo lo rodean, en una cabalgada, a modo de procesión, sobre animales diversos. Montan caballos, sí, pero también otros animales. De nuevo, unos son reales, como camellos, ciervos, un jabalí o un gato, y otros fantásticos, como grifos o unicornios.

Y luego, la parte de atrás, con un estanque del que parten cuatro corrientes de agua. Se han interpretado como los cuatro ríos del Paraíso: Fisón, Geón, Tigris y Éufrates. Sobre las aguas, embarcaciones, sirenas, una pareja de un hombre negro con una mujer blanca… Hay estructuras, de nuevo, extrañas, esferas flotantes con agujas encima. Si se relacionan estas estructuras con la descripción que se da a las regiones que bañan esos cuatro ríos, parecen encajar. Así, se supone que el Fisón recorre países donde abunda el oro, y la construcción que queda arriba a la izquierda en efecto tiene flores doradas. El Geón recorrería Etiopía, y de ahí que se vea una torre con monos.



A la del centro hay autores que la han identificado como la «fuente del adulterio». En la orilla izquierda un montón de hombres se apelotonan, metiéndose en un huevo, otros rodean un madroño enorme. Las montañas son formas no solo geológicas, sino también vegetales y animales.

 


Ala derecha: el Infierno

El ala derecha es diferente a las otras dos. Dominan los tonos oscuros, con resplandores nocturnos en el fondo.

Aquí no hay desparpajo sexual, sino tormentos. Describe un mundo de pesadilla, que oprime a las almas condenadas y torturadas. En otros cuadros del Bosco, se representa el Juicio Final, y hay justos y condenados. Aquí no, aquí no hay justos, solo pecadores, torturados indefinidamente, sin esperanza de salvación.

De nuevo, se puede distinguir una estructura en tres bandas.

En la parte inferior se desarrollaría la idea del «infierno musical», con instrumentos como formas de tortura. Hay un arpa y un laúd descomunales, que al ser cosas normales pero representadas a tamaño enorme, resultan más amedrentadoras. 

Grillos-diablo castigan físicamente a los condenados recurriendo a extraños utensilios. Con instrumentos afilados perforan a los humanos, máquinas fantásticas los destrozan. Abajo, a la derecha, un cerdo gigantesco, que luce toca de monja, abraza a un hombre que intenta apartarlo, infructuosamente. Un poco por encima, estaría un demonio en forma de ave, sentado en un trono, que se traga almas y luego las defeca, envueltas en una burbuja azulada. Caen a una letrina que debe estar llena de mierda, pues hay otros demonios que defecan en él.

En la mitad, distinguimos a ese hombre-árbol que nos mira. Su cuerpo es como una cáscara de huevo vacía. Sus brazos son árboles que se posan en embarcaciones que flotan sobre un río. Vuelve el rostro hacia nosotros. Hay quien ha visto aquí un autorretrato de El Bosco, pero no hay pruebas de ello.


Encima, un disco con figuritas bailando y una gaita enorme, instrumento que se considera símbolo sexual. A la izquierda, el cráneo de un animal tiene debajo una campana con unas piernas oscilando como si fueran un badajo. Y un poco más arriba, otra imagen surrealista de esas que se te quedan clavadas: un cuchillo entre dos orejas, perforadas ambas con una flecha, otra imagen que se ha visto como fálica. A la derecha, un diablo-mariposa atraviesa con su lanza a un guerrero desnudo y cubierto con un casco.

El fondo lo ocupa un paisaje urbano, no natural, un auténtico Mordor. Parecen edificios incendiados, con fuegos que iluminan el cielo nocturno como si fueran antorchas o, más modernamente, como esos focos que rastrean el cielo en busca de bombardeos, durante la Segunda Guerra Mundial



 


Los incendios suelen aparecer en las escenas infernales del Bosco. En aquella época, como en toda era preindustrial, las casas de hacían principalmente de madera, así que los incendios eran un peligro muy real. En Bolduque (s'Hertogenbosch o Bois-le-Duc), la ciudad del Bosco, se produjo uno particularmente intenso cuando él tenía unos trece años. También debió ver torturas y ejecuciones en las plazas públicas, porque eso era lo habitual hasta el siglo XX, la gente se lo tomaba como un espectáculo. Así que mucho de lo que a nosotros nos parecen fantasías, porque no forman parte de nuestra vida cotidiana, para ellos eran cosas que sí habían vivido.

Por cierto que esta escena es una de las primeras «noches» de la pintura. Más tarde proliferarían, a lo largo de los siglos XVI y XVII. No es la primera, claro, hubo otras, como ya lo dije aquí al comentar «El sueño de Constantino» de Piero della Francesca, detalle del ciclo de frescos de la Leyenda de la santa Cruz en el coro de la basílica de San Francisco de Arezzo (1452-1466).

Rizando el rizo, hay quien ve entre distintos elementos del infierno la forma de una cara, en el centro, a la derecha, en la que el ojo serían los perros que devoran a un guerrero, la nariz un cuchillo y la boca una tinaja con un hombre que cabalga a una mujer desnuda.


Es suficiente por hoy, mañana ya intentaré darle un poco el sentido a todo esto, comentar el estilo del autor y otras cosas. 

sábado, 17 de julio de 2021

#51 Sepulcro del Doncel

 

Foto de Borjaanimal (2018) CC BY-SA 4.0
Vía Wikimedia Commons


 

Ubicación: catedral de Sigüenza (Castilla-La Mancha, España)

Fecha: 1486-1504

Época: Arte gótico

Autor: Sebastián de Almonacid / Sebastián de Toledo

 

Aquí yace Martín Vázquez de Arce, caballero de la orden de Santiago, que mataron los moros, socorriendo al muy ilustre señor duque del lnfantado, su señor, a cierta gente de Jaén, a la Acequia Gorda, en la vega de Granada...

 

 

He visitado todas las comunidades autónomas de España, faltándome las dos ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Y, dentro de ellas, he estado en prácticamente todas las provincias. Alguna, sin embargo me falta. Una de ellas es Guadalajara.

Guadalajara está ahí, a un lado, es un poco como Soria o Cuenca o Huelva, que tienes que ir allí expresamente, no es algo que visites de paso hacia otro sitio.

Uno de los atractivos turísticos de esa provincia es Sigüenza, en particular su catedral, bien de interés cultural. Allí destaca la Capilla del Doncel, donde se puede ver este sepulcro gótico español.

Se trata de un sepulcro bajo arcosolio. Se ve el sarcófago en la parte inferior, con la escultura encima. En la pared del fondo, una inscripción. Por encima y a los lados, pinturas.

Aquí os pongo una imagen general, hecha por Servandogotor en 2015:


Me voy a centrar en lo que es la figura del doncel, aunque haya otras cosas de interés en este sepulcro.

Está confeccionado en alabastro, y policromado, como se ve en esa cruz de Santiago que lleva en el pecho.

Lo primero que llama la atención es la postura. Lo habitual en las esculturas funerarias era estar tumbado, como dormido. Aquí el protagonista está recostado, apoyando el codo en un haz de heno, mientras lee un libro.

Refleja el ideal del caballero de aquella época, que maneja la espada y la pluma. Viste armadura, cota de mallas, cubre la cabeza con un capacete , luce puñal y espada… pero a lo que se dedica allí, en su sepulcro, de cara a la eternidad, es a leer.



A la derecha, fotografía de Servandogotor (2015), CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons, en la que se ve el paje que el doncel tiene a sus pies.

El gesto de la criatura es tristón, entre pensativo y pesaroso. Es indudable que la muerte de este joven le causa tristeza. También, como es habitual, un perrillo símbolo de fidelidad.



El doncel, fotografiado por Manuel Parada López de Corselas.

 

Os preguntaréis quien era este muchacho. Aunque lo llaman doncel no era tan joven. Es Martín Vázquez de Arce, un retoño de buena familia, que servía, a su vez, a los Mendoza. Por cierto que del palacio del duque del Infantado en Guadalajara ya hablé aquí, en el mes de diciembre pasado.

La decisión de construir aquel palacio la tomó, hacia 1480, don Íñigo López de Mendoza, segundo duque del Infantado y tercer marqués de Santillana (entre otros títulos). Era nieto del primer marqués de Santillana, el escritor. La cosa es que este Íñigo López de Mendoza participó en la guerra de Granada, especialmente en la campaña de 1486.

Esa guerra de Granada duró diez años, y culminó en 1492 con la toma de la capital nazarí. Fue dura, campaña tras campaña se iban tomando las ciudades, casi una a una, poco a poco. Metiéndose como cuña entre las banderías que dividía a los nazaríes, con asedios implacables a plazas fuertes que parecían inexpugnables...

Martín formaba parte del ejército del duque del Infantado. En una escaramuza tonta en la vega, cerca de la Acequia Gorda, falleció, en esa campaña de 1486. Tenía 25 años de edad. Ahora nos parece joven, en aquella época era todo un hombre.

Su padre recogió el cadáver y con los años lo llevó a las tierras de la familia en Sigüenza. Fue su hermano, obispo de Canarias, el que al parecer encargó este sepulcro.

Esta escultura es ejemplo del estilo gótico español, de la época final. El gótico hispano tiene cuatro fases. Esta se situaría en la última, cuando las influencias flamencas y germánicas sustituyen, en Castilla, a las borgoñonas.

Esto se explica por el intenso tráfico comercial entre Castilla y Flandes en aquella época. De la misma manera que antes se recibieron esas influencias de Borgoña también más en la Corona de Castilla que en la Corona de Aragón.

Al gótico de esta época se le llama estilo hispano-flamenco. Es una de las épocas más ricas de la escultura española. Se nota que era un reino pujante y rico. Lo he dicho muchas veces: donde hay pasta, hay arte. Y el comercio siempre crea riqueza.

Aquí se ven rasgos muy propios del estilo: el realismo (algo muy burgués) más que el naturalismo precedente; es una escultura funeraria (género que predomina en la época) y, finalmente, desprende un cierto aire de melancolía.

Había tres centros artísticos de este estilo hispano-flamenco: Sevilla, Toledo y Burgos. Pues bien, esta escultura se enmarcaría en torno al centro toledano. De la escuela toledana sobresale Egas Cueman, a quien se achaca haber introducido allí las formas flamencas. Se le considera maestro del autor de esta escultura: Sebastián de Almonacid o Sebastián de Toledo. Bueno, de quien se supone que es el autor, que esto no es seguro. De hecho, ni siquiera se sabe si son el mismo artista, o son dos diferentes.

Tampoco se sabe la fecha exacta en la que se terminó este sepulcro. Leo en la Wikipedia que tiene que estar entre 1486, que es cuando murió Martín Vázquez de Arce, y 1504, pues se cita como acabada en el testamento de su padre. Azcárate Ristori lo fija en 1490-1491, o, como mucho 1495.​

Una de las razones por las que he escogido esta pieza en mi lista de cien esculturas es porque el Doncel de Sigüenza es un icono de la época. Refleja bien esa España de la segunda mitad del siglo XV. 

Una España en lucha, la guerra civil primero, la conquista de Granada después. Pero también en la que florecieron autores como Jorge Manrique (otro caballero noble caído en la guerra, en su caso en la civil de Castilla). El otoño de la Edad Media en la península. Una nación pujante, rica, que comerciaba con el norte de Europa, cuyos caballeros aspiraban a luchar con habilidad, que ambicionaban nuevos horizontes y cuyo ideal era la espada y la pluma.