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domingo, 8 de diciembre de 2024

#44 La evasión

La evasión

 

Le trou

Año: 1960

País: Francia

Dirección: Jacques Becker

Música: Philippe Arthuys

 

Los domingos toca ir al cine. Una de las mejores películas del cine peli de fugas que te habla de la tribu, la lealtad de grupo y del extraño que no encaja del todo

 

 

Película en blanco y negro, cuyo título original, «El agujero» refleja mejor el lugar físico y emocional en el que se encuentran los protagonistas, según le oí a Juan Miguel Lamet en ¡Qué grande es el cine!

Un grupo de personas comparten una celda. Entre ellos hay respeto, cada uno con su personalidad, pero hay algo que no se discute, la lealtad al grupo. Están todos en aquel agujero, compartiendo el destino por delitos más o menos graves de los que nunca te darán mayor detalle. Porque lo importante no es cómo llegaron allí, sino cómo viven en el trullo.

Parece que te lo cuentan en tiempo real, que ofrece muy bien la idea de cómo pasa el tiempo en la cárcel. Ves cómo pasan las cosas, poco a poco, a cada momento. Te tienes que ir fijando en lo que te muestran, toda una forma de vida.

De esta manera, paso a paso, conoces primero a los protagonistas y esa forma de vida. Luego descubres que tienen un plan para escaparse de la prisión, haciendo un agujero en el suelo de la celda. Y cuando empiezan a romperla, te tiras no sé cuántos minutos viendo cómo van trabajando uno tras otro, en un solo plano, y te quedas enganchada de algo tan tonto como eso: unos tipos haciendo un agujero.

Es como si estuvieras viendo esa realidad a través de una mirilla.Y no te aburre.

Te lleva a un hábitat donde todo parece seguir un orden. Hay unas ciertas normas escritas y no escritas, y cada cual tiene su papel. 

En esa celda aparecerá un extraño, otro preso, un joven más pijito, que parece que no ha roto un plato, y que intenta encajar con ellos.

Un mundo masculino, por supuesto. La aparición de una mujer, en un momento dado, chirría, como algo remoto e inexplicable, algo de otro planeta, que no tiene nada que ver con la vida que ellos llevan. Alguna escena la puedes leer en plan homoerótico, aunque nunca llegue a serlo abiertamente.

Los actores por lo visto no eran profesionales de la interpretación, aunque luego alguno sí que hizo carrera. Les prestan sus rostros, tan particulares, a los personajes, lo que da gran autenticidad.

Hay una gran fisicidad que te engancha, cómo esta gente, cuya vida está reducido a lo esencial, se inventa cosas, trabajan con sus manos, tienen conversaciones enteras con una sola mirada.

Es una de esas películas sin prisa pero sin pausa, y sin perder altura, que es como deben subirse las cumbres. Tiene un estilo que es lo que se consideró siempre como clasicismo francés, en un año en el que ya otros se ponían en plan aventurero con la nouvelle vague. Resulta curioso, porque ahora esta película se ve mucho más fácil, parece más moderna que esas otras, como À bout de soufflé, del mismo año. Creo que un espectador actual es más fácil que se quede enganchado de La evasión, que de Al final de la escapada. Le dirá más, seguro.

Como curiosidad, la película empieza con uno de los personajes hablando a cámara, advirtiéndote que lo que vas a ver es una historia real. No hay títulos de crédito iniciales. Sí los hay finales, único momento en que aparece música. Es un realismo que resulta muy moderno.

... Y acaba con uno de esos grandes momentos de la cinematografía. Acaba acaba con una imagen inolvidable, de la «¡Pobre Gaspard!». Unos tipos privados de libertad, en calzoncillos, pueden tener más dignidad, gracias a la fuerza de su amistad y solidaridad, que el tipo vestido que los mira, solo y apartado.

No ganó ningún premio, aunque estuviera nominada, salvo el Premio del Sindicato de Críticos de Cine Franceses 1961.

Podéis leer más en la Wikipedia, Film Affinity, o la Internet Movie Data Base.

Es una de esas películas de las que se habló en ¡Qué grande es el cine!, aquí os dejo el enlace

Merece la pena ver esta película, creo que sorprenderá a cualquier espectador.

domingo, 28 de junio de 2020

#34 El puente sobre el río Kwai

© 1958 Columbia Pictures Corporation




The bridge on the river Kwai
Año: 1957
País: Reino Unido
Dirección: David Lean
Música: Malcolm Arnold


Hoy domingo, toca ir al cine a ver un clásico del cine bélico

            Hay películas que ves una vez en la vida y te marcan, pero no te entran ganas de volver a verlas. Otras, en cambio, te enganchan en cuanto las ves de pasada en la parrilla de programación. Esta es una de esas películas.

            Ayer volví a verla. Y de nuevo me quedé atrapada en esta historia de un hombre (varios hombres) y sus circunstancias, en mitad de la jungla del sudeste de Asia. Saito, el comandante japonés de un campo de prisioneros, tiene que construir un puente para el tren que se pretende que enlace Bangkok y Rangún. Allá llegan un montón de prisioneros británicos, de esos que se rindieron bastante ignominiosamente en Singapur.

Mantienen, no obstante, cierto espíritu, y a ello se esfuerza el coronel Nicholson (un inmenso Alec Guinness en uno de los papeles de su vida). Estarán prisioneros, sí, pero a esos soldados sólo los manda él y sus oficiales. Cuando se entera de que todos tienen que trabajar en el ferrocarril, Nicholson se opone: los oficiales, según la Convención de Ginebra, no pueden dedicarse a trabajos forzados manuales.
      
      A poco que sepas de historia, convendrás conmigo que nada podía importarle menos al ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial que la Convención de Ginebra. Pero Nicholson es claro, se trata de una cuestión de principios y, aunque quizá fuera mejor para todos tener la fiesta en paz, se niega.

Luego las cosas se complican y se le va un poco la olla. Pero por si alguien aún no ha visto la película, tampoco voy a destriparla aquí, aunque tenga ya más de medio siglo de existencia. 

Es de esas pelis que disfrutas mientras las ves, siempre que el cine bélico sea lo tuyo, claro. Y luego tiene ese punto de las grandes obras de arte, que es su trascendencia, te permite reflexionar más allá, en este caso, sobre el ser humano, cualquiera, y en cómo reaccionaríamos según qué caso. El personaje de Alec Guinness es un hombre absolutamente convencido de estar en lo cierto, con su pundonor, su dignidad, y se esfuerza en hacer en todo momento lo que él cree que será bueno para la moral de la tropa: llegan silbando y es su tarea que sigan silbando al final, y no ve más allá. Se habrán rendido, pero no están derrotados.

Este personaje contrasta con el que interpreta William Holden, un soldado estadounidense que se esfuerza por sobrevivir a cualquier precio, luchando con todas sus fuerzas y su ingenio. No es que no tengan principios, es que los suyos son otros. Su visión del mundo se nos antoja más realista, parece más lúcido, que comprende mejor el conjunto de las cosas que las estrechas miras de un oficial inglés muy del Raj, claramente racista, que incluso como prisionero tiene esa actitud de querer demostrar la superioridad británica sobre los que considera bárbaros.
Aquí, Holden enseñando pechote

Por cierto que esta película nos regala más de un momento de la espléndida anatomía de Holden en plena madurez, esa sonrisa algo canalla y sus ojazos, más brillantes que nunca destacando sobre la piel tostada. Ains, qué hombre tan pero que tan atractivo.

Visto con la perspectiva del tiempo, quizá me faltó un poco poder ahondar en el personaje de Saito, el comandante japonés, saber quién era él en tiempos de paz, conocerlo un poco más. Para ser el antagonista, acaba resultando un poco plano. Su crueldad y su desprecio para aquellos a que ve como malos soldados, que se rinden sin luchar hasta la muerte, quedan claros. Al bushido lo de sobrevivir para luchar otro día, como que no le va. Y tiene que cumplir su deber, pero no va más allá, no reconoce la humanidad de sus prisioneros en ningún momento, es tan inflexible como Nicholson. No le veo yo evolución alguna al personaje a lo largo de la película; ni siquiera puede decirse que haya sabido utilizar hábilmente en su favor la actitud de Nicholson, no, eso es algo en lo que este último se mete él solo. 

Una de las cosas por las que más es recordada esta película es por su banda sonora del compositor Malcolm Arnold. Y sí, ciertamente es de esas pegadizas que tuvo que ser un bombazo en su momento. Ganó, por cierto, el óscar a la mejor banda sonora, una de esas veces en las que la Academia realmente acertó a la hora de distinguir la excelencia en el arte cinematográfico.

Aquí, los muchachos silbando…, la entrada de los prisioneros británicos en el campamento.


Aunque para nosotros es la Marcha sobre el río Kwai, en realidad es la Marcha del coronel Bogey, y fue compuesta por un tal teniente Ricketts en 1914. Arnold la metió en la partitura por aquello de que era un tema muy famoso durante la Segunda Guerra Mundial. Era un tema alegre que contrastaba con las inhumanas condiciones de los prisioneros en el campo japonés.

Hay géneros que me gustan más y otros menos. Así, las del Oeste no suelen gustarme mucho. Me suelo decir que porque el papel de las mujeres es pequeñito y bastante cliché. Pero las de guerra, que tienen el mismo «problema Bechtel», en cambio, son mi tipo de peli favoritas. Supongo que aquí puedo pasar más por alto la habitual ausencia de personajes femeninos importantes porque me interesa más lo que me cuentan: la del individuo en las peores circunstancias imaginables.

Este Puente sobre el río Kwai es una de las mejores películas del género, que sabe muy bien ejemplificar cómo podemos comportarnos en medio de las circunstancias más atroces.

Fue una película muy premiada. Ganó siete premios Óscar, incluyendo mejor película, director, actor (Guinness), guion, fotografía, montaje y música. Tuvo tres Globos de Oro, en las categorías drama, director y actor (de nuevo, Guinness). También en los británicos BAFTA se llevó mejor película, actor y guion. Se ve que a Lean sus compatriotas no le querían tanto; en cambio, el Sindicato de Directores, sí que lo escogieron como mejor director. El National Board of Review la escogió como mejor película, director y, fíjate tú, actor secundario, por la interpretación que Hayakawa hizo de Saito. El Círculo de Críticos de Nueva York también la galardonó como mejor película, director y actor (Guinness, of course). Acabo con los premios italianos David di Donatello, que la escogieron como la mejor producción extranjera.

Como veis, hay un par de premios al guion, cuando la historia es cuando menos curiosa. La película se basa en un relato del francés Pierre Boulle (que, por cierto, tenía un final diferente a la peli). Los guionistas que adaptaron la novela al cine, Foreman y Wilson, no pudieron aparecer en los títulos porque estaban en la lista negra (ya sabeis, la caza de brujas de McCarthy, etc). Así que en teoría el premio al guionista iba al novelista, que en realidad no intervino en el guion. Solo en 1985 la Academia les reconoció el premio a los guionistas, que para entonces ya estaban muertos. Total, que es un Óscar que al parecer no recogió ninguno de los galardonados.

Para saber más: consúlteme usted la Wikipedia, Film Affinity o la Internet Movie Data Base.

domingo, 29 de marzo de 2020

#80 Cadena perpetua

Póster en Film Affinity



The Shawshank Redemption

Año: 1994
País: Estados Unidos
Dirección: Frank Darabont
Música: Thomas Newman


Un clásico carcelario con final antológico

            Es posible que en pocas listas de «cien mejores» te incluyan esta y, sin embargo, me parece una película de género ideal, con una sólida base literaria.

El guion se basa en un relato de Stephen King, y tiene esa mezcla tan inquietante de lo cotidiano con lo extraordinario.
            
La dirección es impecable, manteniendo el ritmo en todo momento, contándote la historia central de una amistad entre dos personas muy diferentes, los personajes interpretados por Tim Robbins y Morgan Freeman, que en un entorno muy hostil y embrutecedor, como es una cárcel, logran conectar de una manera que les cambiará la vida.

Como toda película carcelaria, habrá sus violaciones, palizas, injusticias y corrupción. Aquí no hay ninguna redención mágica, los personajes sufren, y tienen momentos tremendos, pero yo diría que nunca dejan de soñar, y de pensar, y de sacar lo mejor de una situación realmente mala.

Hay momentos de suspense, pues no sabes si realmente el personaje de Tim Robbins es inocente, como él dice. Al fin y al cabo, en la cárcel, todos son inocentes.

Algunas escenas son tan puramente cinematográficas que se te quedan ancladas en la retina y las recuerdas muchos años después. La del personaje de Tim Robbins poniendo un disco de ópera, en concreto el dúo de Susana y la condesa en Las bodas de Fígaro y como, en mitad de un entorno despiadado, ese momento de belleza enmudece a todos. La música ayuda a Tim Robbins a soportar las peores experiencias, en una celda de aislamiento.

Creo que si acabas viendo esta película una y otra vez es por ese final positivo. La manera tan hábil en que se resuelve cómo estos dos hombres alcanzan la libertad es, simplemente, uno de esos momentos ¡sí! de triunfo, muy a la americana, pero que siguen gustando porque funcionan… o funcionan porque siguen gustando.

En manos de otros actores esto se habría desbarrado en interpretaciones histéricas. Con otro director, el ritmo sería o mucho más pausado o enloquecido, podría haber ido a cualquiera de los dos extremos.

Robbins y Freeman están, simplemente espectaculares, precisamente porque no pierden el tiempo en alharacas. Hay más sabiduría interpretativa en una mirada calmada de Morgan Freeman que en cientos de histrionismos mucho más aplaudidos.

El director, un novato por entonces, coloca y encuadra de manera que todo parece fluir, sencillo, como si simplemente la vida pasara ante la cámara. Lograr que lo importante sea la historia... eso también hay que saber hacerlo. Pocos directores de las últimas décadas consiguen ser potentes sin que se note que están ahí. A mí se me da un aire a lo Clint Eastwood, con ese toque clásico que parece que no hay esfuerzo a la hora de narrar y, sin embargo, hay mucho trabajo y pensamiento para lograr esa naturalidad.

Leo por ahí que esta película pasó en su momento sin pena ni gloria. Que, de hecho, tampoco recaudó mucho; hay que entenderlo, fue el año de Forrest Gump. Pero que, con los años, ha ido ganando en fans, y no me extraña. Yo soy una de ellas. Es una película redonda dentro de su género, creíble y en cierta forma, un canto apasionado a la integridad del ser humano, a su valor intrínseco incluso en los momentos más terribles.

Si no la has visto aún, no desaproveches la ocasión. Y aunque vayas viendo cosas que te parezcan fuertes, o desagradables, o te entristezcan, creedme, el final merece la pena.
Para saber más: consúlteme usted la Wikipedia, Film Affinity o la Internet Movie Data Base.