Alfred
Jewel
Objeto:
puntero
Material:
oro, cristal de roca, esmalte
Fecha:
871-899
Lugar
actual: Museo Ashmolean, Oxford
Época:
Arte anglosajón (hiberno-sajón)
La labor cultural de los reyes
también es importante
Mientras en el continente, especialmente en el Mediterráneo,
seguía existiendo cierta cultura y elaboraciones artísticas, zonas periféricas
como la isla de Gran Bretaña pasaron por tiempos escasamente civilizados. A mi modo de ver, no hubo por allí nada ni remotamente parecido al arte carolingio o asturiano, por
ejemplo, ni mucho menos las elaboraciones lombardas.
Básicamente se tiraron siglos con reyezuelos que más que territorios, lo que dominaban
eran confederaciones de tribus. Especialmente la zona al norte del
Humber (Northumbria) era caótica. En el sur, en cambio, hubo intentos más o
menos logrados, de unificar territorios y establecer algo más estable. Al final, predominaron los reyes de Wessex , especialmente a partir de Egberto, rey desde 827.
Esta monarquía meridional se fortaleció en la segunda parte
del siglo IX, con Alfredo, por sus méritos llamado después el Grande e incluso
venerado como santo, aunque nadie lo canonizara. Gobernó el reino anglosajón de
Wessex entre el año 871 y el 899.
Se enfrentó con éxito a las invasiones vikingas, pero si le
traigo hoy aquí es porque era un hombre letrado, que incluso tradujo por sí
mismo obras del latín al anglosajón. Promocionó la difusión de la cultura, en
una pálida imitación de los renacimientos del siglo anterior, el liutprandés en
el norte de Italia o el carolingio; es lo que hay, no podía lograrse nada mejor en aquella época, con aquellos
medios de lo que para ellos fueron los «Años oscuros» (Dark Ages).
Una de esas obras que tradujo fue la Regula Pastoralis, manual de moral y predicación destinado a los obispos, escrito por el papa Gregorio Magno a finales del siglo VI, o sea tres siglos antes. Para que veáis lo «rápido» que llegaban estas cosas a la periferia de Europa.
Según se lee en su
prefacio, ordenó que se hiciera una copia de su libro para cada diócesis del reino, en un esfuerzo de empezar educando un poco a los obispos. Si el pastor
era ignorante y desordenado, obviamente mal podía regir a sus ovejas.
Añade algo más. Dice que cada uno de los ejemplares iba
acompañado de un aestel que nadie
debía separar del libro. Por cierto que el rey, un poco cutre, advierte lo
que le ha costado cada aestel, 50
mancuses de oro.
¿Qué es un aestel? No se sabe con certeza, pero la interpretación
generalizada que se da a esta palabra anglosajona, es que es un puntero, algo
con lo que señalar las palabras para facilitar su lectura o enseñanza a otros o marcar un punto en el libro.
Cuando, en el año 1693, en un campo a pocos kilómetros de
la abadía de Athelney, se encontró este pequeño artefacto arqueológico, que de largo mide poco más
de seis centímetros, y que tenía además grabado que se confeccionó por orden de
Alfredo, se pensó que este podía ser el mango de un aestel.
En la parte inferior se encajaría una varilla de marfil o
de madera que sería el puntero en sí que se apoyaría en el libro.
La foto que he puesto puede llamar a engaño, porque tiene
la parte superior en sombra. Esta visión lateral igual ayuda un poco mejor a
entender cómo es en realidad este objeto.
Tiene, como se ve, forma de lágrima. Está confeccionada en
oro. Por todo el borde superior, hay una inscripción que dice: Aelfred mec heht gewyrcan, o sea, «Alfredo hizo que me confeccionaran» o «Alfredo me
hizo cincelar».
Dentro hay una placa de esmalte y por encima de ella,
apretándola o protegiéndola, un trozo de cristal de roca pulido. Este cuarzo es
de origen romano, tratándose, entonces, de un ejemplo de reutilización de
elementos de la Antigüedad por los pueblos bárbaros posteriores. Ya lo hemos
visto en otros ejemplos de la época, como la figurilla de Carlomagno a caballo.
El esmalte está trabajado en la técnica de cloisonné, es decir, formando celdillas
con el oro, que luego se rellena con el esmalte. Aquí los colores del esmalte
son el blanco, verde, azul y marrón.
Esta técnica era habitual entre otros bárbaros, como los
visigodos o los lombardos, pero extremadamente raro en la orfebrería británica,
por lo que se considera que esta joya evidencia contactos con el norte de
Italia.
La figura representada en el interior es masculina, de
cintura para arriba, y en cada mano lleva una especie de vara florecida. No
se sabe seguro a quién representa. La opinión más difundida es que se trataría del sentido de la Vista, tanto en sentido literal como en
figurado (la luz de la sabiduría que pretendía difundir Alfredo por su reino). Un
sentido muy apropiado para un objeto que se pretendía que ayudara a leer. También
en el broche Fuller, otra joya anglosajona –esta conservada en el Museo
Británico–, y que representa los cinco sentidos, la Vista aparece como un
hombre que lleva en las manos sendos ramilletes.
Aquí, el broche Fuller, también de finales del siglo IX, con los cinco sentidos representados; la Vista es lo que aparece en el centro.
Recuerda un poco a la clásica
«pose de Osiris» pero los brazos no llegan a estar cruzados. Cristo, en el Libro de Kells, aparece en esta pose, en
la parte inferior de la miniatura que representa «La tentación de Cristo», y
también en algunas cruces irlandesas.
La tentación de Cristo, en el Libro de Kells (h. 800), hoy en el Trinity College de Dublín. |
Hay una hipótesis, minoritaria, de dice que el personaje representado podría ser Alejandro Magno. En algunas imágenes medievales aparece con algo parecido en
las manos: «dos varas con goterones de forma parecida a las flores en sus
extremos», dicen en la Wikipedia. Representaría el conocimiento adquirido por la vista dado que, según una leyenda medieval, Alejandro
Magno quiso conocer el mundo, y dos grifos lo elevaron por los cielos; lo que
lleva en las manos sería el alimento con el que atrajo a esos animales
mitológicos.
Si vamos a la base de la joya, vemos que tiene forma de
cabeza de animal con las fauces abiertas, rugiendo; puede ser un dragón, o un jabalí (las
dos cosas he leído). En la boca tiene un agujero o alvéolo cilíndrico en el que
iría encajada la varilla de marfil o madera que sería el puntero.
Por la parte de atrás está grabado el Árbol de la Vida.
Las diversas perspectivas sobre esta joya se ven muy bien en esta
ilustración de un libro del año 1912, Enamels
(«Esmaltes») de Mrs. Nelson Dawson.
Al hilo de la cual dice lo siguiente (lo traduzco de
Wikicommons, porque da una descripción de la joya a principios del siglo XX que
tiene su interés):
Los ejemplos
mencionados anteriormente no tienen ninguna historia relacionada con ellos,
nada se sabe de cómo o dónde se realizaron; sólo circunstancias, su artesanía, y
carácter, apuntan a un origen anglosajón. Pero de lejos el más interesante y
conocido ejemplo de aquella época, que lleva su propia inscripción y que
contiene un retrato en esmalte cloisonné, es la llamada Joya de Alfredo, que
durante los dos últimos siglos ha estado en el museo Ashmolean de Oxford y ha
sido tema de mucha discusión académica y conjeturas, y aunque es pequeña, menos
de dos pulgadas y media de largo, y de tosca elaboración, es una de las más
preciosas reliquias de la historia de nuestro país. La joya tiene forma oval, y
el centro está formado por un esmalte cloisonné en oro, forma de huevo y
apuntado en la base, el dibujo una figura toscamente realizada que es posible
que represente al Salvador, san Cutberto o al propio rey Alfredo supuestamente
sentado y sosteniendo en las manos lo que generalmente se cree que es un cetro
floreciente, a menudo visto en diseños irlandeses, especialmente en el Libro de Kells. El
fondo está coloreado en azul, los paños verdes, y a veces un punto de rojo, y
la carne es un blanco apagado. Las celdas aparecen bastas y gruesas, la
superficie del esmalte aún muestra los rasguños. Esto, asumo, significa que o
bien el esmalte nunca se acabó o bien que el esmaltador no sabía cómo rematar
la obra con un pulido manual, de manera que la superficie perdiera los rasguños
y se volviera bastante suave; y también sus celdillas, por curioso que resulte,
aparecerían más finas, incluso quizá tanto como apareen en el broche de Dowgate
Hill [se refiere a otro broche en el M.º Británico, que no se sabe si es
anglosajón u otoniano]. La joya está
cubierta con un cristal pulido; esto de nuevo, aunque puede probar que el
retrato esmaltado se consideraba de gran valor, no habría aparecido como
necesario si se hubiera llegado a las etapas finales del pulido.
Nada asegura que el Alfredo al que se refiere sea el rey
que vivió a finales del siglo IX, ni que sea uno de sus punteros, de hecho, ni
siquiera se sabe que sea un aestel.
Pero es la hipótesis más generalizada y, la verdad, yo no he leído otra.
Hay
una razón estilística evidente: se corresponde a la época y hay otros objetos de
joyería anglosajona similares. La inscripción se refiere específicamente a
Alfredo, y no es fácil pensar en otra persona que no fuera el rey de ese nombre
que, en aquella devastada y pobre Wessex anglosajona, pudieran encargar una
joya parecida.
El lugar del hallazgo, North Petherton, en Somerset, está cerca
de Athelney, que era un islote en las marismas, inaccesible salvo en barca, y
donde el rey Alfredo se refugió de los daneses, prácticamente solo. Allí, en medio de
los pantanos, hizo edificar una fortaleza y reunió a sus fieles. Desde ese punto contraatacó a los los daneses, llegando a derrotarlos significativamente en
Edington (878). El rey Alfredo hizo construir una abadía, o quizá agrandar algo
que existiera previamente. La dotó de monjes extranjeros, e hizo abad a Juan el
Viejo Sajón, un erudito y asesor del rey, procedente del continente, quizá franco,
quizá sajón.
Por lo demás, por enmarcar este objeto en la Historia del Arte, solo me queda por recordar que seguimos en la segunda fase del prerrománico europeo,
pudiendo adscribirse esta joya al arte anglosajón que se enmarca, de manera más
amplia y en terminología actual, el arte hiberno-sajón, para abarcar las
realizaciones de las dos islas británicas. Más brillante el de Irlanda que
estas poquitas cosas anglosajonas, dicho sea de paso; pero también merece la
pena hablar de ellas.
Así que ya sabéis, si vais de visita a Oxford, podéis pasaros
por el Museo Ashmolean, donde se puede apreciar esta joyita. Yo, cuando estuve,
no fui. Era otro plan de viaje, familiar, e íbamos buscando más la huella de
Tolkien, como conté en su momento.
Como
siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.
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