Tyrone Power (padre) como Sydney Carlton (1900) State Library of New South Wales collection, vía Wikimedia Commons |
Autor:
Charles Dickens
Título
original: A tale of two cities
Fecha
de publicación: 1859
Vamos
por uno de los comienzos más famosos de la historia de la literatura:
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.
Aunque
Charles Dickens escribió, sobre todo, sobre temas sociales, esta novela histórica que
produjo es una de sus obras más famosas. Es un clásico, pues sigue ganando fans
a cada nueva generación.
Ambienta
la historia en la Revolución Francesa de 1789 y los quince años anteriores. Se
divide en tres libros. Primero te cuenta cómo el doctor Manette (Alexandre Manette), injustamente
encarcelado durante años en la Bastilla, sale de la cárcel y se va a vivir a
Inglaterra con su hija Lucía (Lucie
Manette).
Carlos
Darnay (Charles Darnay, en realidad St. Evrémonde), un aristócrata francés emigrado
que se gana la vida modestamente, es acusado de espía, pero logra librarse, en
parte, por la intervención de un hábil abogado, Sydney Carlton.
Pasan
los años. Carlos está enamorado de Lucía, en algún momento ella le corresponde,
acaban casados, con una nena. Pero Carlos regresa a Francia para liberar a un
antiguo empleado suyo, injustamente acusado. No sabe que son los tiempos del
Terror, y acabará condenado a muerte. La intervención, de nuevo, de Sydney
Carlton, lo salvará para su familia.
Ese es
más o menos el argumento. Se supone que contrasta dos ciudades, París y Londres,
y la crueldad del sistema penal. Al principio hay críticas a lo excesivo de las
penas en el Reino Unido, pero en lo que se regodea, sobre todo, es en esa
locura de tribunales revolucionarios, en los que se condenaba a muerte a las
personas que no habían cometido realmente ningún delito.
Puedes
pensar que eran excesos de la época, si no fuese porque estas farsas judiciales se han seguido repitiendo en estos más de doscientos años que nos separan.
Yo leía:
Al mirar al tribunal y a los asistentes, se podría haber creído que se había alterado el orden natural de las cosas y que los criminales juzgaban a los hombres honrados. La hez de la ciudad, los individuos más bestiales y crueles eran los que inspiraban las resoluciones del tribunal, haciendo comentarios, aplaudiendo o desaprobando e imponiendo su voluntad.
Y no podía
dejar de pensar en las purgas de Stalin, en el infame Roland Freisler, o en
los tribunales revolucionarios durante la guerra civil española, incluso los
asesinatos cometidos por personas de uno y otro bando, sin ni siquiera un
simulacro juicio. O con juicios a posteriori, una vez que ya habían dado el
paseíllo al acusado.
Tales
atrocidades queman el alma de cualquier jurista sensato que crea en el estado
de derecho, la presunción de inocencia y el proceso debido.
La
novela en sí resulta muy entretenida de leer. Ha sobrevivido el paso del tiempo
con sobresaliente. A mí me habría gustado un poquito más de desarrollo de la
historia de amor entre Carlos y Lucía. Es como si me faltaran páginas. Ahora,
Carlos muestra su interés por Lucía y luego, se van a casar. Debe ser por leer
tanta novela romántica, que entiendo que el cortejo, el proceso de
enamoramiento, es un tema merecedor de narración literaria.
C. E. Brock: El doctor Manette y Lucía con Carlos Darnay (antes de 1938), dibujo en tinta y acuarela [dominio público] vía Wikimedia Commons |
Por
ello al final son personajes, estos de Carlos y Lucía, que se quedan planitos,
que son poco más que personas buenas, nobles y enamoradas.
Lo
que, a mi modo de ver, hace inolvidable esta novela son otros dos personajes,
el doctor Manette y, sobre todo, Sydney Carlton.
El
retrato de Alejandro Manette, un hombre honesto, que sin ser culpable de nada pasa años en la
cárcel, hasta el punto de perderse a sí mismo… Cómo gracias a la devoción de su
hija puede más o menos volver a ser él, y sufre regresiones en determinados momentos
trágicos de la historia.
F. Barnard: Sydney Carlton, en Character sketches of romance, fiction and the drama (1892) Vía Wikimedia Commons |
Y
Sydney Carlton, ¡ains!, el hombre lúcido, inteligente, un poco cínico, que ama sin esperanzas pero dispuesto a lo que sea por ella. Un libertino de la época georgiana, dado a los excesos, que podría haber sido
más brillante en su profesión, pero al que vence la pereza, la molicie y el alcohol, que siempre ayuda a la autodestrucción. Solo Lucía
le ofrece la esperanza de redimirse, de alguna forma.
Este
hombretón actualmente sería carne de novela romántica, un libertino redimido por el amor
de una buena mujer. ¿En la época de Dickens? Los vivalavirgen no
se llevaban a la chica.
Como
novela histórica, creo que ofrece una buena recreación de las peores crueldades
de la Revolución Francesa, así como del corrupto régimen precedente, en el que
la vida de las personas corrientes no valía nada y los nobles perpetraban toda
clase de abusos. Como es una novela, y no un ensayo histórico, por fuerza estas
cosas han de transmitirse de forma anecdótica y al final bastante esquemática.
Escribió
Ifor Evans (Breve historia de la
literatura inglesa) que «Ninguna otra de sus obras nos muestra con mayor
claridad lo inesperados y numerosos que eran los recursos de su genio». En
cambio, R. Lalou considera que esta novela «es el error de un partidista». Esa
es la diferencia de que valore el libro un inglés o un francés. Siempre me hace gracia cómo el nacionalismo nubla el entendimiento de la gente.
La he
leído otra vez para hacer esta reseña y admito que me conmovió hasta las
lágrimas. Charles Dickens es un sentimental pero tiene esa maravilla del buen
escritor que es capaz de crear personajes que te parece que debieron existir,
de verdad, en algún sitio, gentes de carne y hueso con las que amas y sufres.
Creo
que es esto a lo que se refiere J. M. Souvirón cuando escribe que «la verdad de sus personajes [los de
Dickens] es incomparable» (Historia breve
de la literatura inglesa).
El final de la obra me hizo llorar, qué le
voy a hacer. Que una novela escrita hace siglo y medio, que además ya había leído y sabía lo que pasaba, sea
capaz de enternecerme y emocionarme, me parece que habla muy bien de la
autenticidad de su autor.
Como este
libro es un clásico, tiene página en la Wikipedia.
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