miércoles, 7 de agosto de 2019

#17 Altar de oro de San Ambrosio







Objeto: altar
Material: madera, oro, plata, piedras preciosas, esmaltes
Fecha: h. 835-850
Lugar actual: basílica de San Ambrosio (Milán)
Época: Arte carolingio
Autor: Volvino




La joya más preciosa de la orfebrería carolingia... y –sorprendentemente– conocemos el nombre del artista


El otro día hablé de un altar lombardo, tallado en mármol. Hoy avanzo un siglo después para encontrar otro de la misma clase, altar relicario tipo confessio, que se llama, porque en la parte posterior tiene el huequecito para acceder a las reliquias, pero entre uno y otro hay todo un mundo.

Esta es una de las piezas más elaboradas de la orfebrería carolingia, realizada en madera a la que se adosaron láminas de oro o plata trabajadas en la técnica repoussé, que creo que en español sería repujado, labrando a martillo chapas metálicas, de modo que en una de sus caras resulten figuras de relieve.

Es una especie de caja rutilante de 2,20 metros de largo (y 85 cm de alto), con una placa de oro en la parte delantera, y de plata parcialmente dorada en los otros tres lados. Si lo miras desde lejos, como me imagino que ocurriría a la mayor parte de la gente que entrase en la iglesia, solo verías algo que brilla intensamente en la oscuridad general. Lo cual de por sí debía epatar bastante, asombrar, impresionar con el poderío de la iglesia, que es al fin y al cabo la finalidad de gran parte del arte religioso.

Pero al acercarte te das cuenta de que lo que tienes no es solo una hoja de oro, sino que está labrada en bajorrelieve; los paneles te cuentan una historia, enmarcada cada escena con filigranas, con piedras preciosas incrustadas, gemas y perlas, así como refinados esmaltes. Y por los huecos, se escribían letras formando tituli o rótulos que comentan la escena.

Por cierto que son unos esmaltes en cloisonné cuyos colores (azul, verde, blanco), diseño y técnicas recuerdan a los que se ven en la Corona de Hierro de los lombardos, que comenté el mes pasado, lo que hace pensar que provienen de la misma época e incluso del mismo taller que realizó este altar. De ahí que se atribuyan a la restauración que sufrió esa corona del siglo IX.

Vamos a ver un poco más de cerca esta obra tan impresionante. Tomemos por ejemplo la parte delantera, la que está labrada en oro. Hay tres paneles. Los de los lados, a su vez, se dividen cada uno en seis escenas; están dedicadas a episodios de la vida de Cristo. Es la pieza más antigua obra de arte que contiene tantos episodios del Nuevo Testamento. Hasta entonces, lo que solían hacer era relatar episodios del Antiguo; y si eran del Nuevo, no con tanta profusión.


En el centro, tenemos una cruz con un óvalo en el centro. Es nuestro viejo amigo el Pantocrátor o Cristo en majestad o entronizado, y en los brazos de la Cruz, el Tetramorfos, es decir, los evangelistas simbolizados por águila (de san Juan), buey (San Lucas), león (San Marcos) y el ángel (San Mateo). En las cuatro esquinas que dejan libres los brazos de la cruz, están los apóstoles, en grupos de tres.


Vayamos a la parte trasera. Ahí el tema es San Ambrosio. Nuevamente, tres paneles, con los dos laterales dedicados a episodios de la vida del santo. Es la primera gran obra artística que relata la vida de un santo relativamente reciente (tres siglos y medio anterior) y cuya existencia histórica estaba demostrada.  En el centro hay dos puertecillas que dan al agujero de las reliquias de los santos mártires Gervasio y Protasio, además de Ambrosio. Esas puertecitas tienen cuatro círculos. En los dos de arriba, sendos arcángeles, Gabriel y Miguel. Lo sorprendente está en los dos círculos inferiores.

En uno se ve al comitente, el entonces arzobispo de Milán, Angilberto II, ofreciendo al santo titular, o sea, a san Ambrosio, un modelo del altar. El santo le corona, satisfecho. Se nota que Angilberto II es una persona viva porque tiene el halo cuadrado. Y que fue quien lo encargó resulta de una inscripción que rodean los tres grandes paneles de la parte trasera.

Pero en el otro círculo ocurre lo nunca visto. El santo, con su altar bien guardadito en el bracete, corona a otra persona, nada menos que a Volvino, el orfebre que realizó la obra, según nos cuenta la inscripción que hay en el propio altar:


vvolvini(us) magist(er) phaber

Era algo inusitado. No sólo nos llega el nombre del artista, cuando estamos en plena Edad Media (mediados del siglo IX, recordemos) y las obras ni se firmaban ni dejaban huella de quién las había hecho. Es que, además, le ponen al mismo nivel que la autoridad que encargó la obra, y le corona. Nada menos. Como al arzobispo. Se ve que Volvino de humilde artesano tenía muy poco.

Por cierto que el nombre lo he visto escrito de diferentes formas, Volvinus, Vuolvinius, Volvinius, Wolvinus,… Al final me inclino por la ortografía más castellanizada.

Esta obra, el altar dorado o Paliotto de Sant’Ambroglio, como ya he dicho, es una de las joyas de orfebrería carolingia. Estamos en la segunda época del prerrománico europeo, para que nos situemos. Entre las artes aplicadas carolingias, la orfebrería tiene una importancia capital. Carlomagno promovió la realización de joyas, relicarios, objetos litúrgicos, miniaturas… No sólo como objetos de devoción sino como recordatorios de la fe, con una finalidad didáctica; para esto es muy conveniente que las imágenes preciosas cuenten una historia con la que se quede el súbdito.

El estilo poco tiene en común con las realizaciones bárbaras del noroeste de Europa, salvo –quizá– el lujo en las gemas. Todo en esta obra recuerda a la Antigüedad Tardía, a las realizaciones tardorromanas. Las viñetas con las diferentes escenas recuerdan un poco a la miniatura.

Hay diferencia notable de estilo entre el panel delantero, de oro, y los otros tres, lo cual ha hecho que se identifiquen al menos dos autores diferentes, pero parece claro que se realizó todo en la misma época.

Milán había sido capital del imperio romano desde el año 292. A finales del siglo IV fue nombrado obispo Ambrosio, prefecto imperial quien, desde esa cátedra, combatió el arrianismo, pretendió que la iglesia estaba por encima del poder de los emperadores y logró al final llevar a su terreno al emperador Teodosio y murió en 397. Teodosio había dividido su imperio entre sus dos hijos y, durante el período que va desde el año 395 hasta el 402, Milán siguió siendo la capital del imperio romano de Occidente, cualidad que perdió en favor de Rávena.

Hoy los católicos consideran a Ambrosio un santo, uno de los cuatro Padres de la Iglesia Latina y doctor de la iglesia católica.

Fue durante el reinado de Ambrosio como obispo, en 386, cuando se fundó esta basílica, que como propio del siglo IV no tenía transepto, sino que era de planta rectangular, con tres naves. Milán perdió importancia y por allí pasaron hunos, hérulos, ostrogodos, bizantinos, lombardos (569)… Hasta que Carlomagno conquistó su reino en 774 y entró en la órbita carolingia.

Entonces se produjo un renacimiento de Milán como metrópoli arzobispal y adquirió más importancia y prosperidad. La gobernaban los arzobispos, como representantes del emperador carolingio en el norte de Italia. Uno de esos arzobispos, Angilberto II, es el que lo mandó construir, según dice la inscripción, y por eso se sabe que tuvo que confeccionarse entre 824 y 859, pues es lo que duró su reinado.

Para entonces Carlomagno ya había muerto, y le sucedió primero Ludovico Pío y, después del tratado de Verdún (843) en esta parte del mundo, Lotario I, a cuya época posiblemente podamos adscribir la realización de esta impresionante obra.

Angilberto II también se metió a remodelaciones de la basílica de San Ambrosio, que entre lo que él hizo y modificaciones posteriores que llegaron hasta el siglo XII, acabó siendo un modelo del románico lombardo.

Así que si hacéis una escapada a Milán, aparte de ver la Pinacoteca de Brera, el Duomo y la galería Víctor Manuel II, no dejéis de pasaros por esta basílica, uno de los edificios más antiguos de la ciudad.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

No hay comentarios:

Publicar un comentario