sábado, 24 de marzo de 2018

#23 Estatua ecuestre de Carlomagno


 
© Marie-Lan Nguyen /
Wikimedia Commons



Ubicación: Museo del Louvre, Francia
Fecha: S. IX, h. 870
Época: Arte carolingio




Esta pequeña estatua ecuestre es uno de los pocos ejemplos que se conservan de escultura carolingia. Son muy conocidos sus marfiles, pero he preferido traer aquí esta estatuilla realizada en bronce, porque me recuerda a las realizaciones de la Antigüedad clásica, en particular romana.

Ya comenté al hablar del Evangeliario de Godescalco, que al arte desarrollado en Europa occidental entre la caída del imperio romano y el románico se le suele llamar, con poca originalidad, prerrománico.

Dentro de él, se distinguen dos épocas, una primera fase que se correspondería al paleocristiano y las invasiones germánicas y una segunda fase del prerrománico europeo, que es donde se enmarca el llamado «renacimiento carolingio», que superó el aletargamiento cultural que se había padecido en la Galia en los siglos anteriores. Se recuerda, sobre todo, por realizaciones arquitectónicas como la Capilla del Palacio de Carlomagno, en Aquisgrán, de la que hablaré otro día.

Está claro que el autor se inspiró en aquellos modelos romanos como la estatua ecuestre de Marco Aurelio que ya antes del siglo XVI se alzaba en Roma, frente a San Juan de Letrán. Se creía que representaba a Constantino aplastando el paganismo, así que se consideraba una buena fuente de inspiración para para contribuir a una imagen imperial de Carlomagno como un nuevo Constantino.

Que en realidad fuera el muy pagano emperador filósofo Marco Aurelio es una deliciosa ironía.

El «renacimiento carolingio» fue precisamente posible gracias a que estos gañanes del norte entraron en contacto con aquellos lugares en los que la cultura clásica estaba a la vista de todos, tanto en Roma como en Bizancio.

Según leo en ArteHistoria, es una especie de pastiche: «el caballo es grecorromano, el cuerpo del jinete bizantino y la cabeza carolingia». 

Y es que sí, está elaborado a partir de tres piezas diferentes, cada una de una aleación propia. El caballo posee todas las características de los caballos antiguos bajoimperiales, y se considera hoy en día que fue reutilizada para esta escultura, hipótesis que explicaría por qué fue retocada para adaptarse al caballero y porqué la silla recubre una parte de las riendas y los arneses.

El caballero, que forma una sola pieza con su silla, es ciertamente carolingio. Aunque se le llama «de Carlomagno», en realidad no se sabe si se corresponde con este emperador o con otro, Carlos el Calvo, en cuya época se realizó esta obra. El rostro se corresponde a las representaciones de Carlomagno en monedas, así como la descripción que de él da su biógrafo Eginardo. Pero no hay que olvidar que su nieto Carlos el Calvo se le parecía mucho, o al menos se le pintó parecido a él en los manuscritos iluminados que se conservan.

En una mano sostiene un globo, el llamado orbe imperial, símbolo evidente de poder. Y en la otra llevaba una espada, hoy perdida.

Está elaborada en bronce, en el pasado estuvo dorada, y debido a su pequeño tamaño, unos 25 centímetros, fácilmente trasladable de un lugar a otro. Hay que recordar que estos reyes y emperadores medievales solían carecer de una corte fija, sino que iban de un lugar a otro, por lo que agradecían tener este tipo de objetos preciosos que pudieran llevar consigo.

Para saber más, la ficha en el Museo del Louvre, que ha sido mi principal fuente para esta entrada. También puede leerse el artículo en la Wikipedia.

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