martes, 30 de julio de 2019

#15 Corona de Hierro



Objeto: corona
Material: oro y piedras preciosas
Fecha: h. 500
Lugar actual: Catedral de Monza
Época: Arte bizantino


Una corona con mucha historia y bastante mito


Bolonia, febrero de 1530. Los imperiales han montado una fiestuqui de impresión, como no se vio otra en la Europa renacentista. Y eso es decir mucho, considerando que en aquella época tenían como organizadores de ceremonias a gente como Leonardo da Vinci.

¡Bolonia en febrero de 1530! La ciudad está toda engalanada, bulle de extranjeros, se oyen todas las lenguas; nobles de media Europa, príncipes y cardenales se reúnen para asistir al acto, unos buscando algún favor del todopoderoso emperador, otros por lealtad, algunos por mero afán de curiosidad.

(Manuel Fernández Álvarez: Carlos V. Un hombre para Europa)

Se trata de coronar a Carlos V como emperador del Sacro Imperio. Esto de hacerse emperador exigía tres coronaciones: una en Aquisgrán como rey de romanos –cosa que Carlos ya había hecho diez años antes– y luego otras dos en Italia a manos del papa, como rey de lombardos y como emperador del Sacro Imperio.

Como solo habían pasado dos años del Saco de Roma, sería echar sal en la herida marchar los imperiales hasta Roma, así que el emperador y el papa quedaron en Bolonia

Allí, el 22 de febrero de 1530, el humillado papa Clemente VII colocó sobre Carlos la «corona de hierro» de los lombardos.

Se le llama corona de hierro, aunque no tiene ni un gramo de esta substancia. Está realizada con una aleación de oro con un poquito de plata, concretamente un 85 % de oro, 6 % de plata y 9 % de cobre (dicen en la wiki), y ornamentada con piedras preciosas: siete granates, siete zafiros, cuatro amatistas y cuatro piedras de cuarzo.

La forman seis placas, unidas por bisagras. Se especula con que pudo haber otras dos placas, pues es realmente pequeña y no cabe en la cabeza de un hombre, la puedes posar pero no encajar. También es posible que fuera una corona votiva, no elaborada para usar como diadema por nadie.

Se realizó en la época de las invasiones germánicas y tiene todo el aspecto de ser bizantina. Hay coronas parecidas, medievales, recuperadas en la zona de Kazán. Parece que fue elaborada en torno al año 500. Hubo una remodelación allá por el año 800 y luego, en 1345, debiéndose su apariencia actual a esta segunda restauración.

Se cuenta, pero es algo legendario de lo que no hay prueba, que con ella se coronó Carlomagno, que lo habría recibido de los lombardos quienes a su vez lo obtuvieron de los ostrogodos y estos, en último término, de los bizantinos. San Ambrosio describe, en la oración fúnebre por el rey ostrogodo Teodorico el Grande, una corona parecida. 

Su existencia solo se acredita con certeza a partir del siglo XIV, cuando fue usada en la coronación de Enrique VII en 1312, y la primera mención documental es un inventario del año 1352.

¿Y por qué se le llama «de hierro» si es de oro? Pues porque en el interior tiene un círculo de plata que en el pasado creían que era de hierro. Supongo que estuviera oscurecido, como ocurre con la plata con el tiempo. Y a partir del siglo XVI se lanzó el cuento de que era hierro procedente de un clavo de la cruz de Cristo. Por eso los católicos lo veneran como una reliquia. Pero vamos, que de hierro, ná de ná, que para eso está la ciencia y la técnica.

«Nuestro amigo» Napoleón Bonaparte también recuperó esta joya para coronarse como rey de Italia el 26 de mayo de 1805 en la catedral de Milán. Ojo, no hay que confundir con la famosa coronación en Notre-Dame de París, de la que hay un magnífico cuadro de Jacques-Louis David, que había ocurrido el año anterior, en 1804.

Una cosa buena de la coronación de Carlos V en Bolonia es que con aquella ocasión le presentaron a Tiziano y, en su segundo viaje a Bolonia, Carlos V lo escogió para que lo pintara. Por ello debemos a su magnifico pincel varios retratos del emperador de este artista italiano y el precioso retrato de su esposa, la emperatriz Isabel de Portugal, que hizo en 1548 a partir de otro, pues para entonces, ella ya estaba muerta. Pero eso es otra historia, quizá la cuente algún día. Puede, no lo sé.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

domingo, 28 de julio de 2019

#13 Cátedra de Maximiano






Objeto: silla
Material: marfil y madera
Fecha: h. 545-553
Lugar actual: Museo Arzobispal de Rávena
Época: Arte bizantino


Donde hay poder (imperial), que se vea 

Mediados del siglo VI. Hace ya casi un siglo que Odoacro, rey de los hérulos, depuso al último emperador romano de Occidente y envió las insignias imperiales a Constantinopla. Ya solo había un emperador romano.

El emperador Justiniano emprendió el proyecto de reconquistar para el imperio ese Occidente que ahora estaba gobernado por bárbaros, unos más aliados de los romanos que otros. Logró así someter zonas de África, Hispania e Italia.

En el año 540 el ejército de Justiniano entró en Rávena. En este lugar, que había sido la última capital del Imperio de Occidente, se conservan maravillosos restos paleocristianos y bizantinos. Y parte se construyeron en esta época: la basílica de San Vital fue dedicada en el 546, y la de San Apolinar in Classe [en el Puerto], en 549.

Puso a mandar allí a uno de sus fieles, Maximiano. La hipótesis más aceptada es que Justiniano mismo fue quien encargó la confección de esta silla en Alejandría o Constantinopla y la mandó a Rávena. Se la regalaba así a uno de sus fieles, el obispo Maximiano. Éste era tan íntimo del emperador que incluso aparece representado en los famosos mosaicos de San Vital.

Se identifica a este personaje histórico como receptor del regalo a partir de un monograma en uno de los paneles, que se interpreta que corresponde con Maximianvs Episcopvs («Maximiano obispo»)

Es una obra muy densa, con más de veinte paneles de marfil tallados minuciosamente. Ya sabéis, ese horror vacui que se ve en tantos marfiles, tanto bizantinos, como cristianos o islámicos. No puedo entrar en detalles de cada uno de ellos. Baste decir que hay dos tipos de historias: unos paneles se refieren a episodios de la vida de Jesús de Nazaret y otras al patriarca hebreo José, sí, el que fue vendido en Egipto por sus hermanos.

Se nota el trabajo de, al menos, dos manos (o dos calidades) diferentes. Se piensa que igual el taller que lo elaboró fue afectado por la peste (hacia el año 540, la pandemia azotó el imperio) y por ello murieron los que habían comenzado la silla, más dotados que los que quedaron atrás. La parte mejor elaborada es la frontal, con los cuatro evangelistas y san Juan Bautista. El cordero de Dios aparece en un medallón.


Aquí vemos a Juan el Bautista en el centro, con los evangelistas a los lados. Arriba, el monograma y todo alrededor, la decoración intrincada con ramos de vid y pavos reales, toros, ciervos, leones, una fuente de vida… Merece la pena ampliar la imagen y fijarse bien en los detalles... Y es solo una de las placas de marfil.

¿Para qué servía una silla tan elaborada? Parece bastante incómoda para ser un asiento ordinario. Más que un trono episcopal al uso se considera que podría ser algo que simbolizara el poder del emperador y de la iglesia. Su uso se circunscribiría así a un objeto de exhibición, de propaganda. Se podía exponer en la iglesia, quizá con libros sagrados encima de ella. Y también, sacarse en procesión durante las festividades.

La eboraria es una de las artes aplicadas en las que más destacaron los bizantinos, con esos famosos dípticos consulares de la época. Y siguieron trabajándolo a lo largo de los siglos, como se comprueba en el triunfo de Romanos y Eudoxia, del siglo X u XI, del que ya hablé aquí. 

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

viernes, 26 de julio de 2019

#12 Las abejas de Childerico






Objeto: joya
Material: oro y granate
Fecha: 400–482
Lugar actual: Biblioteca Nacional de Francia
Época: Arte franco


Cuando te inventas un imperio, te lo tienes que inventar todo…

Napoleón Bonaparte, cansado de aquello de ser general, cónsul y tal, decidió un buen día convertirse en emperador. Claro que si te vas a montar el Primer Imperio Francés (1804–1814), tienes que inventarte todas las insignias y emblemas, los símbolos del poder imperial.

¿Cómo superar la omnipresente flor de lis borbónica, antes de los capetos?

Pues recurriendo a algo todavía mucho más antiguo. En la Biblioteca Nacional de Francia se guardaba el tesoro de Childerico, rey de los francos, que vivió en el siglo V, o sea, mucho antes de los borbones, en el origen de la dinastía merovingia.

Es un tesoro que se descubrió en una bodega o cripta, en Tournai, cuando aquello eran los Países Bajos Españoles. Es el 27 de mayo de 1653 y un obrero, trabajando en una casa cercana a la iglesia de Saint-Brice, se encontró con esta tumba.

Había objetos preciosos como una espada ceremonial y un anillo con la inscripción CHILDIRICI REGIS («del rey Childerico»), gracias a lo cual se pudo identificar de quién era la tumba: de Childerico I, rey de los francos salios entre 457 y 481; fue padre de Clodoveo, quien convirtió a los francos al cristianismo.

Prendidas de su capa, unos trescientos insectos alados. Estaban elaborados en oro, con granates incrustados. La típica joya cloisoné que se ve en tantas elaboraciones de joyería de los pueblos germánicos.

Por aquel entonces, los francos aún eran paganos, así que habrá que preguntarse qué podrían simbolizar estos insectos, dentro de su mitología. Podrían ser cícadas (cigarras) que al parecer simbolizarían la vida eterna. Pero como se trata de un insecto más bien mediterráneo, hoy se cree que son más bien abejas, que encarnarían la longevidad y sí, también la inmortalidad.

A Napoleón le parecieron una opción perfecta para convertirse en su emblema personal. No solo simboliza la inmortalidad, sino también el trabajo de grupo con una sola abeja reina «gobernando» a todos. Mil quinientas abejas de oro adornaron el manto que llevaba en la ceremonia de coronación. Se empeñó en que aparecieran abejas en sus muebles, su ropa del hogar y hasta en los libros.

El tesoro de Childerico es una de los restos más valiosos de las artes aplicadas en tiempos de las invasiones germánicas, en la primera fase del prerrománico europeo. Los francos eran coetáneos de los ostrogodos y los visigodos, de los cuales ya he comentado aquí algunas otras realizaciones artísticas, como el mausoleo de Teodorico, o la fíbula de Alovera.

Era una mezcla de influencias paganas y romanas. Como buen jefe franco, apareció con sus armas: el seax y la spatha. Las numerosas monedas del tesoro había sido acuñadas en Bizancio, pago indudable de sus servicios como foederati del Imperio.
Dibujo de Jean Jacques Chifflet (1655) para el libro Anastasis Childerici...

Aquel tesoro que durante siglos permaneció enterrado. El gobernador de los Países Bajos españoles, Leopoldo Guillermo de Habsburgo, documentó el hallazgo en un libro escrito en latín y con detalladas ilustraciones: Anastasis Childerici I Francorum regis, siue thesaurus sepulchralis tornaci neruiorum effossus, & commentario illustratus, ex Officina Plantiniana Balthasaris Moreti (1655). El tesoro pasó a Viena, y los Habsburgo –con el tiempo– acabaron regalándose a Luis XIV de Francia; este lo mandó a la Biblioteca Real. En tiempos de la Revolución pasó a ser Biblioteca Nacional. Más tarde, en 1831, se produjo un robo y, entre los más de 80 kilos de oro del botín, estuvieron la inmensa mayoría de las abejas.

Solo quedan un par de ellas, y bastantes réplicas, además del documentado libro promovido por el gobernador español.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

miércoles, 24 de julio de 2019

#11 Pimentero de la emperatriz






Objeto: pimentero
Material: plata
Fecha: 350–400
Lugar actual: Museo Británico (Londres, Reino Unido)
Época: Arte romano


Y todo por buscar un martillo

Un día tonto de 1992, un granjero llamado Peter Whatling perdió un martillo. Llamó a un colega, Eric Lawes, para que le ayudara a encontrarlo con su detector de metales. Estamos al sudoeste de Hoxne en Suffolk. Lo que hallaron el 16 de noviembre fue una serie de objetos preciosos, como cucharillas de pata. Se avisó a los arqueólogos quienes sacaron a la luz un impresionante conjunto de monedas, joyas y objetos preciosos, cuidadosamente colocados, entre los restos de un cofre de madera.

Es el que luego se llamaría tesoro de Hoxne.

Alguien había escondido estas riquezas hacía mucho tiempo. ¿Cuánto? Por las monedas contenidas, se calcula que lo enterraron alrededor del año 410 de nuestra era. Significativo, ¿no? Luego explico el porqué.

Entre los objetos del tesoro estaba este objeto confeccionado en plata, con oro en los ojos y los labios. Mide unos diez centímetros de alto y con un diámetro de 33 milímetros. Pesa aproximadamente un kilo.

Representa una figura femenina, con un peinado complejo, ricos vestidos y pendientes colgantes. Que se le llame «de la emperatriz» no quiere decir que, literalmente, represente a una. Pero indudablemente es una dama romana rica y educada, como muestra el rollo que orgullosamente sostiene con una de sus manos. Por otros objetos del tesoro, se tiene la hipótesis de que sus dueños se llamaron Juliana y Aureliano, y que eran cristianos.

Este precioso objeto no es meramente decorativo, sino que tenía una función: era un piperatorium. O sea, un pimentero.

Pensad un poco. Pi-men-te-ro. De la época romana (siglo IV), con distintas posiciones dependiendo de cuánta pimienta quieres que salga.

Pimienta.

Una especia que, entonces, se cultivaba en la India. Y este pimentero se encontró en la isla de Gran Bretaña. Para quienes aún piensan en el imperio romano como algo centrado en el Mediterráneo, hostil a todo lo que quedara más allá del limes, tendrán que reconsiderarlo.

La pimienta era una especia valiosa. Mucho. Pensad que cuando Alarico, el visigodo, sitió por primera vez Roma, en el año 408, solo se dio media vuelta a cambio de un rescate de oro, plata, seda, cuero teñido de púrpura,… y 3.000 libras de pimienta (casi una tonelada).

(El famoso saqueo de Roma por Alarico y sus visigodos, ocurrió dos años después, en 410, a la tercera fue la vencida, pero eso es otra historia).

Roma mantenía comercio a larga distancia con otras potencias, como China o la India. La pimienta se traía en barco por todo el océano Índico, para luego entrar en el mar Rojo. Allí llegarían a puertos como el de Mios Hormos, construido por los Ptolomeos alrededor del siglo III a. C.

De este comercio romano a larga distancia habla Michael Scott en su obra Los mundos clásicos:

Los mercaderes romanos navegaban hasta el sur de Arabia y la India tamil, y se decía que cincuenta millones de sestercios se iban anualmente desde los cofres romanos a la India, a cambio de preciosas especias, incienso y otros objetos de lujo. Roma también exportaba: cristal labrado, plata y oro, así como piedras preciosas cuyo valor era bien conocido por el emperador chino Han (así como las delicias de las especias indias).

Como entonces no había canal de Suez que valga, la pimienta se llevaría por caravanas, atravesando el desierto, hasta el Nilo. Río abajo, llegaría a puertos mediterráneos como, por ejemplo, Alejandría. A partir de allí, por barco o calzada, se difundiría por todo el mundo romano, hasta el último rincón del imperio, que, en este caso, era la remota isla de Britannia.

Había formado parte del mundo civilizado durante tres siglos, hasta que las legiones romanas fueron necesarias en otro lugar. Tampoco fue gran pérdida: era un lugar lejano y no particularmente rico. Como cuenta Isaac Asimov, en su obra El Imperio Romano:

En el 407 (1160 a.u.c.) las legiones abandonaron Britania para siempre. Después de tres siglos de civilización romana, Britania volvió a la barbarie y el paganismo bajo los invasores romanos.        En sí misma, la pérdida de Britania no fue fatal para el Imperio. Era una provincia tan remota como lo había sido Dacia, y como ésta una adición tardía al Imperio; además, peor que Dacia, era una gran provincia separada del resto del Imperio por el mar.

Quizá para el Imperio no era gran cosa, pero para aquella pareja rica y cultivada de Britania, dueña de este pimentero, esto de que la neblinosa Gran Bretaña dejara de pertenecer a la Romanidad constituiría una tragedia personal. Así que salieron por piernas, más pronto que tarde. Y como no se podían llevar todo, enterraron el tesoro, con la esperanza de volver en algún momento futuro.

Cosa que no hicieron.

Por ello el granjero Peter y su amigo Eric lo encontraron prácticamente mil seiscientos años después.

Este es uno de esos objetos que descubrí gracias a la serie de la BBC (y el correspondiente libro A history of the world in 100 objects. Si teneis oportunidad, haceos con estos podcasts, son cortitos y muy interesantes. Si te gusta la historia, claro.

¿Y qué fue del martillo de Peter Whatling que era, después de todo, lo que estaban buscando? Pues lo encontraron también, y se donó al Museo Británico.

Si eso no es humor británico, que venga Dios y lo vea.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

lunes, 22 de julio de 2019

#9 Terra sigillata






Objeto: cuenco / bol
Material: cerámica roja
Fecha: 1 d. C.
Lugar actual: Museo de Die et du Diois (Auvernia-Ródano-Alpes, Francia)
Época: Arte romano


Otra cosa no, pero los romanos prácticos eran un huevo…

Y lo digo porque ellos encarnan, en gran medida, lo que son las artes aplicadas. Gente tan práctica no podía dejar de tener una producción casi diríamos en masa de objetos cotidianos, pero con un toque atractivo.

Entendedme bien, en serie dentro de lo que era una época preindustrial. Y es que este humilde cuenco de terra sigillata resume, para mí, muchos aspectos por lo que determinados objetos de tiempos antiguos acaban en los museos: puedes hacer las cosas útiles, sin más, o puedes además hacerlas agradables al tacto y a la vista. Sensorialmente agradables.

Cuando se trata de hacer cosas repetidas, los romanos eran auténticos maestros. Fijaos, si no, en el Testaccio, esa fabulosa colina romana que se alza más de 35 metros. No es natural, sino el producto de la acumulación, a lo largo de años, décadas, siglos, de todas las ánforas que llegaban, con aceite y vino.

De lugares como España. Porque sí, amigos, entonces como ahora, Hispania era number one en la producción de aceite de oliva. Pero con diferencia, ¿eh? 1537 miles de toneladas frente a los 450 del segundo (Italia). Abrumador. Entonces, como ahora esta maravillosa grasa natural que es el aceite de oliva se producía mayoritariamente en España.

(Consejo para el consumidor foráneo: si usted compra una botella de aceite, fíjese bien donde está elaborado o embotellado, porque puede que sea embotellado en Italia o Francia pero la materia prima, provenir de España. Advierto, cosa parecida ocurre con el vino, aunque ahí nos adelante ligeramente Italia (44.9 frente a 44.7) y por delante de Francia (42). )

((Una cosa es la elaboración del producto y otra de dónde viene la materia prima. En el vino, por ejemplo el coupage es un arte.))

(((Por eso nunca entenderé del todo el empeño de las regiones vitivinícolas del Nuevo Mundo y su obsesión monovarietal; salvo que tengas una uva extraordinaria, el arte está en la mezcla))).

A ver, que me voy. Acá no hablo hoy de ánforas, sino de una cerámica típicamente romana: roja, llamada terra sigillata.

Este ejemplar en concreto está expuesto en el Museo de Die, localidad francesa de la región Auvernia-Ródano-Pirineos. En tiempos romanos se llamó Colonia Dea Augusta Vocontiorum, y los hallazgos de sus excavaciones acabaron en el museo local.

Data del siglo I d. C. Vienen a ser imitaciones asequibles de las vajillas metálicas, obviamente más caras y de lujo. Este tipo de cerámica roja podía ser usado por más capas de población. Al realizarse en serie, lógicamente se abarataban los costes. Y podías tener en tu casa algo bello y útil.

Se llama terra porque es de arcilla, a la que se daba una pátina o barniz que la hacía brillar. Lo de sigillata viene porque lleva el sello de su lugar de producción. Básicamente hubo tres zonas de producción: Italia, la Galia e Hispania. Aunque, obviamente, hubo producción de cerámica roja por todo el imperio.

Se usaba como vajilla más refinada que la tosca cerámica negra de la época inmediatamente anterior. Este tipo de cerámica se empezó a producir en el siglo I a. C. y siguió en los cuatrocientos años siguientes. Gracias a las guerras púnicas, la república romana se había extendido hasta formar un imperio que se extendía desde Hispania hasta la Grecia helenística, y más allá. Podían permitirse el lujo de estas cosas tan bonicas. 

Al lograr un amplio período de paz, extendiéndose por dilatados territorios, era posible el comercio a corta, media y larga distancia. Eso, unido a cierta estabilidad monetaria, permitía crear riqueza al alcance de todos los bolsillos. De los ciudadanos libres, claro; el ser una sociedad esclavista, también ayudaba a abaratar costes, la verdad. 

Se desarrollaron las artes aplicadas de forma extraordinaria precisamente porque les dotaron de ese carácter industrial. Esta cerámica roja tan típicamente romana es una buena muestra, aunque no podemos olvidar también que trabajaron el vidrio, y elaboraron bronces de pequeño tamaño.

En este artículo de Iberhistoria.es hablan un poco de los antecedentes, y se centran en la terra sigillata hispánica, pero me gusta especialmente porque te explica cómo se elaboraba este tipo de cerámica, y les copio:

El color rojizo brillante que tienen las piezas se debe a la aplicación de un engobe formado por un baño de arcillas depuradas antes de su cocción en el horno. Al principio se elaboran con el torno, si bien pronto se generaliza su realización a molde con la finalidad de aumentar la producción. El nombre de terra sigillata es debido al sello personal, “sigillum”, con el que cada alfarero marca e identifica sus productos. El alfarero está asociado y vinculado a un determinado taller cerámico. Los sellos permiten diferenciar los productos de los distintos talleres, distinguiendo el origen, diseño y calidad de las piezas.

Así que ya sabéis, cuando vayáis a un museo y encontréis expuesta una pieza aparentemente humilde, pensad un poco cómo se produjo, qué materiales llevaba y cómo fue posible que la población en general pudiera disfrutar de algo tan hermoso, y no sólo útil. Lo bueno de las artes aplicadas, luego artes industriales, es que democratiza la belleza.  

Eso es también, a mi juicio, una buena medida de civilización.


Aquí, una vista del monte Testaccio, alzado a golpe de ánfora.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

sábado, 20 de julio de 2019

#8 El caldero de Gundestrup


En danés, Gundestrupkarret


Objeto: caldero
Material: plata
Fecha: 150 a. C.-1 d. C.
Lugar actual: Museo Nacional (Copenhague, Dinamarca)
Época: Antigüedad


La de cosas que puedes encontrar en las turberas de Dinamarca…




Ya hablé de las zonas pantanosas de Dinamarca al comentar el carro solar de Trundholm. Hoy vuelvo a esa zona tan desapacible y húmeda para otro hallazgo marismeño: el caldero de Gundestrup.

Se le llama Gundestrup, porque encontró en el pantano Rævemosen, cerca de Gundestrup en Himmerland, exactamente el 28 de mayo de 1891. Estamos en la Dinamarca continental, o sea, la península de Jutlandia.

La datación de la pieza no es precisa. Yo me quedo con el período 150 a. C.-año 1 d. C. porque es lo que pone, más concreto, en la wiki en inglés. Lo que no cabe duda es de que el objeto se puede atribuir al período de La Tène tardía o principios de la Edad de Hierro romana.

A partir de un análisis de los materiales, se concluye que se elaboró a lo largo de los siglos por artesanos diferentes. Se constata la existencia de reparaciones, de calidad inferior a la elaboración original.

Se encontró en piezas: siete paneles exteriores (posiblemente en origen fueran ocho), cinco interiores y el plato que forma la base. Tiene un diámetro de 69 centímetros y una altura de 42 cm. Esto lo convierte en el objeto de plata más grande que se conserva de la Edad de Hierro europea.

Los estudiosos distinguen hasta tres autores diferentes, entendiendo que el de mejor técnica es quien elaboró la base.

Está confeccionada principalmente en plata. Originalmente los paneles exteriores y la base debían estar cubiertos de una delgada lámina de oro, de la que quedan restos. Se usó estaño para la soldadura y hay vidrio en los ojos de las figuras.

Está batido por debajo y cincelado por arriba. Es la técnica de metalurgia que se llama repujado: se moldea el metal martilleando desde el reverso para crear un diseño en bajo o altorrelieve.

Cada una de las placas representa una escena, hay humanos y animales, sin que la iconografía se haya interpretado igual por todo el mundo.

Por ejemplo, en la placa A del interior tenemos a una figura masculina con cuernos, sentada en el centro. A menudo se le identifica con el celta Cernunnos. En su mano derecha, sostiene un torque, y con la izquierda agarra a una serpiente con vuernos. A la izquierda hay un ciervo con cornamenta muy parecida a la de la figura humana. Los rodean animales, caninos, felinos y bovinos, e incluso –arriba, a la derecha– un humano a lomos de un delfín (que lo mismo puede ser un esturión del mar Negro). Entre los cuernos del dios hay un motivo que posiblemente sea una planta o un árbol, pero no se sabe.

Se cree que este precioso objeto fue entregado, desmontado, como una ofrenda a los dioses. Antes, debió servir como objeto de lujo en la casa de algún noble.

Ya he comentado que el hecho de encontrar algo en un sitio no significa que se hiciera allí. Aunque habrá quien diga que sí, que esto es celta y de origen occidental, para mí es europaoccidetalcentrismo o celtofilia. Las escenas no son típicamente celtas. Los motivos representados son en general ajenos a la cultura celta, habiendo elementos de origen tracio o galo en la artesanía, metalurgia e imaginería. Hay elefantes, grifos alados, leones y otros dioses desconocidos, con sus emblemas y atributos. Los defensores de la tesis celta se centran más en las representaciones humanas, y hasta te dicen que es este o aquel dios en concreto. Sin embargo, esos intentos de relacionar las escenas estrechamente con la mitología céltica siguen siendo objeto de controversia. Hay aspectos iconográficos que derivan claramente de Oriente próximo, del arte helenístico de la época, como ese humano a lomos de un delfín.

El estilo y la técnica tampoco son celtas, sino más de otros lugares europeos, recordando sobre todo a otros ejemplos de plata tracia. El mundo celta no trabajaba así la plata; sí lo hacían los tracios. Algunos elementos de la composición, los motivos decorativas y los objetos ilustrados, como los cordones de la figura con cuernos, identifican a esta obra como tracia.

El análisis del material –isótopos, rayos X, esas cosas–, sugiere que la planta procedía de lugares diversos, en su mayor parte del norte de Francia y el oeste de Alemnia en el período prerromano. En cuando al análisis del estaño, indica una procedencia de Cornualles, en el oeste de la isla de Gran Bretaña. Y en cuanto al vidrio usado en los ojos de los personajes, procedería de la costa oriental del Mediterráneo.

Pudo haber sido adquirido por medio del comercio, o ser un regalo de un rey a otro, o quizá botín de guerra. O todo junto; así, por ejemplo, hay una teoría según la cual los escordiscos, tribu celta, se lo encargaron a plateros tracios, luego los cimbrios, germanos, los atacaron en el año 118 a. C. y se llevaron este caldero al norte, como botín de guerra.

Hay que tener en cuenta que se elaboró a lo largo de siglos, por diferentes autores, así que no cabe descartar que, en su rodar por Europa, este caldero fuera trabajado por personas de culturas diferentes.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

jueves, 18 de julio de 2019

#7 Mosaico de la batalla de Issos







Ubicación: Museo Arqueológico Nacional (Nápoles, Italia)
Fecha: fines s. II a. C.
Estilo: Arte helenístico



Y de entre las cenizas surgió una ciudad congelada en el tiempo…

A Carlos III le conocemos en España como el mejor alcalde de Madrid, y uno de los mejores monarcas que ha tenido este país. Sin embargo, pocas veces reparamos en que, antes de ser rey aquí, lo fue en Nápoles.

Siendo rey allá, se casó con una cría de 14 años, María Amalia de Sajonia. A pesar de ser un matrimonio concertado, fue apacible y amoroso, de esos que a veces se daban entre los Borbones (no todos han sido unos rijosos infieles). Cuando ella murió, el rey comentó que, en veintidós años de matrimonio, ese era el primer disgusto que le daba.

Pero vámonos a Nápoles, recién casados. Parece ser que esta reina jovencita, aficionada al arte, estaba encantada con los tesoros en estatuas y otras piezas de la Antigüedad, y le pidió a su maridín que por favor, le fuera a buscar más.

Ni corto ni perezoso, Carlos le encargó al comandante aragonés Roque Joaquín de Alcubierre, que eso, le diera a la pala y le encontrara cositas para adornar el palacio. Era «arqueología» de la época, de esa que no documentaba gran cosa y que principalmente quería encontrar tesoros, joyas, oro o plata, estatuas, cosillas que pudieran lucirse.

Se sabía que en la antigüedad por esa zona había habido dos ciudades, Herculano y Pompeya, destruidas por una erupción volcánica, pero era imposible imaginar lo que llegarían a descubrir: casas, calles, cadáveres, monedas, alimentos en la mesa que nadie llegó a comer, y todo tipo de esculturas y pinturas, y grafitos en las paredes,… en fin, una ciudad romana del siglo I congelada en el tiempo por efecto de lo que le cayó encima.

Herculano fue redescubierta en 1738 (año del matrimonio entre Carlos y María-Amalia), y Pompeya en 1748. Las excavaciones han seguido hasta nuestros días, con criterios cada vez más científicos. En 1831 es cuando salió a la luz este espléndido mosaico. Estaba en la llamada Casa del Fauno y, actualmente, en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

Es de dimensiones respetables: 5,82 m x 3,13 m, incluido el cuadro o marco. No está completo.  

Ya el propio tema es original: la representación de un hecho histórico, y no muy alejado en el tiempo. Es verdad que los asirios también habían representado hechos reales, pero los griegos, por ejemplo, preferían las historias míticas.

Representa a Alejandro Magno y a Darío III en la batalla de Issos. Si os acordáis, el macedonio Alejandro Magno conquistó Egipto, Siria, Mesopotamia, Irán, llegando hasta la India… Una hazaña militar impresionante, por la que es considerado uno de los mejores generales de la historia. Para ello tuvo antes que derrotar a los aqueménidas, entonces el imperio más extenso del mundo. Alejandro y Darío se encontraron en la llanura de Issos el 12 de noviembre de 333 a. C., y venció Alejandro porque a pesar de su inferioridad numérica, contaba con las impresionantes falanges macedónicas. El tamaño no siempre importa; vale más saber qué hacer con lo que tienes.

Alejandro penetró con decisión entre las filas del ejército enemigo, que casi lo engulló. Apuntaron sus sarisas directamente al careto del rey Darío, a quien los suyos tuvieron que salvar. Darío huyó, solo para ser derrotado, de manera definitiva, dos años después, en Gaugamela.

Aquí, el decidido Alejandro, con su vestimenta
de batalla y la Medusa en el pecho


Yo destacaría, sobre todo, cómo se representa a cada uno de los líderes. Alejandro se ve joven, decidido, mirando impasible al frente, rodeado por sus hetairoi, esa caballería de élite que, al tiempo actuaba como su guardia personal. Hasta aquel momento, los reyes se retrataban en carros (¡ah, esas guerras de la Edad de Bronce o de Hierro…!), pero aquí aparece el macedonio montado a caballo. Y eso es una novedad. A partir de esta época, el general victorioso, el rey, el guerrero, se mostraba «ecuestre», a caballo, olvidado ya el carro. Si el caballo era o no el famoso Bucéfalo, eso es algo en lo que tampoco hay conformidad.

Aquí, Darío III saliendo de najas


Darío aparece con la boca abierta, los ojos desorbitados, dando la impresión de ansiedad, incluso de cobardía. Y él sí que va en un carro, aunque cerca le tienen guardado un caballo para que pueda huir en ese medio. De hecho se le ve ya en el ademán de salir por patas. Un detalle curioso es el collar que lleva, terminado en cabezas de serpiente. Tenía un significado protector; la serpiente es, quizá, el animal cuyo simbolismo es más variado, según el tiempo  o lugar puede ser algo muy negativo o bien puede ser poderoso y que ampara frente al mal.

Y luego está ese detalle pequeñito del soldado persa moribundo que se mira en un escudo, que a modo de espejo le devuelve su imagen.


Soldado moribundo que sostiene un escudo, en el que se refleja como si fuera un espejo

El mosaico, o arte musivo, aparece en los libros de historia del arte a veces como una forma de pintura y, otras, como arte aplicada. Yo prefiero considerarlo pintura. Pasa un poco lo mismo con las vidrieras. El mosaico no fue, obviamente, una invención romana, pero muchos y muy bellos los que se guardan de ese imperio, desde España hasta Turquía, del Norte de África a Centroeuropa.

Los mosaicos se hacían con guijarros o teselas (pequeñas piezas de forma cúbica) sobre una base de cemento. Este se realizó con una cantidad enorme de teselas, de 2 a 4 millones, se ha calculado. 

Hay varias técnicas de mosaico romano: opus signinum, op. sectile, op. tessellatum y op. vermiculatum. Este último es el que sirvió para la realización de este mosaico de Alejandro, y se caracteriza por teselas pequeñitas que permiten una composición detallada. Por alucinante que parezca, se usaron solo cuatro colores: amarillo, rojo, negro y blanco. Miradlo, miradlo.

En los libros de historia del arte se encuentra, bien en el arte griego helenístico, bien en el arte romano. Eso tiene su explicación. Se supone que este mosaico reproduce una pintura mural realizada en época griega y por artistas griegos. Sería helenístico y del siglo IV a. C.; se han sugerido varios autores (e incluso una autora) para aquella pintura griega, pero hoy en día la opinión más generalizada es que fue obra de Filoxeno de Eretria (Φιλόξενος ὁ Ἐρετριεύς)

Luego un rico propietario de Pompeya encargó, para el suelo de su villa en Nápoles, que le confeccionaran un mosaico siguiendo ese modelo; sería en torno al año 100 a. C. La hipótesis más aceptada es que contrató para ello a un taller de Alejandría (por aquella época aún un reino independiente con los Ptolomeos, es decir, también de cultura griega helenística como Nápoles) y luego se lo transportaron hasta Nápoles partido en dos partes, pudiendo verse aún hoy la línea divisoria.

Cuando digo que Nápoles era de cultura griega helenística es porque estaba en la Magna Grecia, colonizada por griegos, región de habla y cultura helénicas, aunque formara parte del imperio romano o estuviera en Italia. No es de extrañar por lo tanto que fuera un lugar refinado y más culto que otros lugares de la península italiana. Por eso aunque se estudie como arte romano, en realidad es de estilo helenístico.
  
Para saber más, el artículo en la Wikipedia. Y si pasáis por Nápoles y queréis visitar su Museo Arqueológico, aquí os dejo la referencia a su página web.

martes, 16 de julio de 2019

#25 El rapto en el serrallo


Die Entführung aus dem Serail
K. 384

 
Cartel del estreno, encargo de José II
Estreno: Viena, 16 de julio de 1782

Compositor: Wolfgang Amadeus Mozart

Libreto en alemán: Gottlieb Stephanie, basado en una obra de Christoph Dietrich Bretzner de 1781

Género: Singspiel


Tal día como hoy se estrenó, en el Hofburgtheater de Viena, el que es considerado el primer singspiel

Un singspiel es una ópera con partes habladas (en alemán) y otras cantadas. No es que lo inventara Mozart, pero sí que este es el primer ejemplo acabado del género. Buscaba una forma de ópera en alemán que pudiera competir o rivalizar con la ópera por excelencia que dominaba todos los escenarios de Europa: la italiana.

Entre dos horas y media o tres horas te puede llegar a durar esta ópera que, vamos a decirlo ya, como entretenimiento dramático no va muy lejos. Cuando la escuchas, a veces puedes compartir la impresión del emperador José II: «demasiado refinada para nuestros oídos y demasiadas notas, mi querido Mozart».

A mí no me sobran las notas, la verdad, la música es maravillosa, con piezas de antología, que podría estar escuchando una y otra vez, en bucle inacabable. Lo que se me hace cuesta arriba es lo tonto de la trama.

(Por cierto, que Mozart le contestó, «Sólo las precisas, majestad». ¡Ah, qué tiempos aquellos es los que los gobernantes pretendían al menos ser ilustrados).

La trama. Vamos a ello. La dama española Constanza, su criada inglesa Blonde y otro criado, Pedrillo, han sido capturados por un bajel turco y ahora viven como esclavos en el palacete del Pachá Selim. Este la quiere, pero no va a rebajarse a violarla (a pesar de que una y otra vez le recuerda que puede hacerlo y ella hasta le agradece su buen corazón, ¡puaj!): desea que ella le entregue su corazón voluntariamente. Cosa que Constanza no puede porque ya se lo dio a otro, Belmonte. Blonde ha sido regalada como esclava al visir Osmín y Pedrillo pulula por palacio haciendo trastadas mientras esperan la llegada del enamorado Belmonte para rescatarlos.

Así lo hace, y se supone que a media noche se escaparán todos, pero se ven sorprendidos y al final será la bondad de Selim quien los libere, de gratis, para que estas dos parejas de enamorados puedan vivir la vida.

Creo que cualquier argumento, por tonto o trillado que sea, puede remontar si lo cuentas con gracia. Pero no es el caso. Se supone que hay escenas divertidas entre, por ejemplo, Pedrillo y Osmín, a las que no veo la menor chispa. Y Constanza y Belmonte son los amantes más sosos de la historia. En un eventual podio de parejas con nula química, allá andarán repartiéndose los puestos, con Padme-Anakin y Claudio-Hero. Se admiten otros candidatos.

También puede ser que las representaciones que yo he visto sean poco inspiradas, con gélidas puestas en escena que te congelan el sentido del humor.

Entre eso y el tono turco de cartón-piedra casi que mejor pasar de las representaciones teatrales, por mucho que sea una de las óperas «grandes» de Mozart. Con escucharla basta y sobra porque la música es, simplemente impresionante… Y, además, en disco no llega a las dos horas, mientras que si es una representación teatral tirando a parsimoniosa, te puedes tirar hasta tres horas.

Otros méritos: aparte de ser el primer ejemplo acabado de un género, el singspiel, retrata agudamente a los personajes solo por la forma en que cantan. Enamorado Belmonte, heroica Constanza, chisgarabís Pedrillo, ingeniosa Blonde…

Los momentos maravillosos son demasiados para destacar uno solo.  Por citar alguno, destacaría dos arias, la de bajo «O wie will ich triumphieren» (Osmín), o –en el acto II– la heroica de Constanza «Martern aller Arten», auténtico tour de force para cualquier soprano de coloratura, que tiene que ser ágil en las notas superiores y tremendamente sólida en los graves, algo agotador y prácticamente imposible, a mi modo de ver. Es su forma de demostrar que está dispuesta a soportar cualquier tortura por amor a su Belmonte.

Como grabación recomendada de esta ópera propongo la dirigida por Josef Krips en 1966 para la EMI, con Anneliese Rothenberger (Konstanze), Lucia Popp (Blonde), Nicolai Gedda (Belmonte), Gerhard Unger (Pedrillo), Gottlob Frick (Osmin) y Leopold Rudolf en el papel hablado de Bassa Selim; el coro es el de la Staatoper de Viena y la orquesta, la Filarmónica de Viena.

Para saber más, la wikipedia. El libreto, en español y alemán, así como discografía de referencia, en Kareol

En You Tube he encontrado esta grabación moderna hecha en el Liceu de Barcelona, con subtítulos en catalán (y por tanto, fáciles de seguir). Pero es una muestra de lo que yo llamo puestas en escena gélidas con la gracia de un chiste de cuñáos.



No descarto que sea cosa mía y, simplemente, lo del humor austriaco no lo pillo.