Título
original: The physician
Autor:
Noah Gordon
Fecha
de publicación: 1986
Me parece a mí que esta es la novela histórica por excelencia de finales del siglo XX. Escrita
con un amenísimo estilo, de ese que yo llamo «superventas internacional», te
lleva desde la miserable Inglaterra medieval a la floreciente Ispahán por la
que transitó Avicena.
Por si
alguien no ha visto la peli, os cuento la historia.
Robert
J. Cole, un muchacho de Londres, se queda huérfano muy pronto. Acaban
colocándole como aprendiz de barbero. En aquella época un barbero era el que
hacía cirugías, extraía muelas, y, en este caso, entretenía al personal,
además, con malabares y venta de producto «milagroso» que como El elixir de amor de Donizetti, en el fondo era solo una bebida alcohólica.
Rob le
coge el gusto a eso de sanar a la gente, y quiere saber más. Pero si de verdad quieres conocer mejor cómo
funciona el cuerpo humano, y hacerte sabio en este campo, tienes que ir a
las mejores escuelas, que entonces eran las que estaban, lógicamente, en la
parte civilizada del globo.
Tenía
opciones, desde la península ibérica hasta la escuela de Salerno. Pero opta por
marchar a Persia, en concreto a Ispahán, donde entonces vivía el príncipe de
los sanadores, Avicena.
Pequeño
problema: ahí admiten a musulmanes y judíos, pero los cristianos lo tienen
prohibido. No tanto por los musulmanes sino por la propia iglesia. Así que a
Rob se le ocurre la idea de hacerse pasar por judío para poder formarse allí.
Asume el nombre de Jesse Ben Benjamín.
Hay una
larguísima primera parte en la que te cuentan las andanzas del niño y adolescente
Rob por la isla de la Gran Bretaña, formándose en diversos trucos que luego le serán útiles.
También pule un poco su misterioso «don» que le permite captar el grado de
salud de una persona.
Pero
el grueso de la historia se desarrolla en Persia, en la escuela-hospital en la
que aprende medicina, así como filosofía y religión para convertirse en hakim (o sea, médico). Se echa un amigo musulmán (Karim) y otro judío (Mirdin). Acabará aprendiendo tanto
preceptos judíos como islámicos. Claramente tibio en materia
religiosa, tanto le da aprender unas normas que otras.
Lo que
a él le obsesiona es el saber, descubrir cómo es el ser humano, qué le hace
enfermar, cómo puede sanar.
Como
novela histórica que reconstruye una época y unos lugares es apasionante. Sabe
crearte un marco totalmente creíble. Te descubre un mundo no muy frecuentado por la novela histórica occidental, la parte más desarrollada del mundo, la civilización islámica de principios del siglo XI. Me resultaba interesantísimo ver lo que hacen, cómo visten, lo que comen, cómo viven pero,
aún más, los entresijos políticos, las ideas de las personas, esas cosas tan
difíciles de aprehender.
Vale,
es verdad que tiene fallos históricos, la Inglaterra que reconstruye parece más propia de
siglos posteriores, con castillos de piedra o gremios, cosas que –tengo
entendido– no había en aquella pobretona isla antes de la conquista normanda.
Pero vamos son cositas que a mí no me molestaron y que realmente pillas si
sabes un poco de historia medieval.
Para mí, uno de los mayores aciertos es cómo transmite la idea que existía entonces de lo que era la medicina; y, de hecho, es lo que perduró hasta que el método científico empezó a hacerse cargo de este ámbito.
La medicina y la cirugía eran campos diferentes. La cirugía, es decir,
intervenciones corporales que hoy consideramos propias de odontólogos,
traumatólogos y cirujanos, las llevaban a cabo barberos como el que aparece en
el libro. Es la medicina que yo llamo de
chapa y pintura, justo el campo en el que menos tontería y charlatanería
puedes meter, porque necesitas un resultado: heridas que coser, huesos que
enderezar… Por eso era, a mi modo de ver, el único campo de la medicina que a
lo largo de los siglos hizo algo útil. Y en la que por ejemplo, a día de hoy, aunque las pseudoterapias pululan por todas partes, parece más a resguardo de ellas; aún estoy por ver anestesia homeopática.
La
medicina se consideraba, en cambio, casi como una rama de la filosofía, que tiraba de lo escrito por griegos y romanos mil años antes. Explicaban las cosas por los cuatro humores, mirando el horóscopo del
enfermo, haciéndole sangrías a tutiplén,... O sea, cosas bastante absurdas que
muchas veces mataban más que si hubieran dejado al cuerpo luchar por sí solo
contra la enfermedad. Pero eso era lo que daba caché al médico, porque un
barbero no podía analizar las estrellas a ver por dónde andaban en cada
momento.
Sin ser médico, de lo
poco a lo que le encuentro algún sentido es el análisis que hacían de la orina
o el aliento, para saber qué pasaba dentro del cuerpo humano.
Por
supuesto, abrir el cuerpo de una persona para ver cómo era en realidad por
dentro estaba prohibido por las tres religiones, algo que se ve aquí en este
libro.
Otro
detalle que me gustó, y que encontré más actual que nunca, es el
episodio de peste que estalla en una ciudad persa. La solución sigue siendo la
misma: aislar el lugar del brote hasta que se controla. Es una solución
medieval, pero la única cuando la cosa se te ha ido de las manos. Ellos no
sabían por qué ocurrían estas cosas, ni cómo se podía hacer algo por los
enfermos.
A esta
gente la idea de que hubiera microorganismos que causaran las enfermedades… no
sé, les estallaría la cabeza. La mayoría de la gente también rechazaba esa
idea, hicieron falta los microscopios para comprender que había vidas diminutas
que no vemos, y cosas que no están ni vivas ni muertas, como los virus, y que
son la causa de las enfermedades infecciosas.
Tener
una visión un poco detallada de cómo era esta medicina medieval a mí
sinceramente me deja impresionada.
Los
personajes, en general, están bien trazados y tienen una personalidad propia, no solo el protagonista, sino también Barber, el barbero cirujano con el que
hace sus pinitos, y sus amigos en la escuela de medicina, Karim y Mirdin.
Como suele
ocurrir con novelas escritas por hombres, la parte femenina se queda en el
cliché, y no le pases el test de Bechdel. Las mujeres son mero adorno al
servicio de este o aquel personaje masculino, interés sexual o romántico y nada
más.
Diréis
que tiene sentido, porque es la historia de él, y que todos los personajes
están a su servicio, pero en realidad no es así. Hay personajes que tienen sus
escenas propias desvinculadas de Rob. Recuerdo el detalle con el que se narra
una carrera en la que participa Karim, el chatir,
que leí con gusto porque me encanta el deporte, no me entendáis mal, pero tanto
detalle de lo que este piensa o siente o recuerda, que si le da una vuelta, que si le da otra,... es ajeno al hilo argumental
referente a Rob. Por lo tanto, podía perfectamente haberle metido algo más de
chicha a los personajes femeninos, y no lo hizo.
Hace
años, no me fijaba en estas cosas. No obstante, llega un momento en que caes en ello y ahora sí que lo echo en falta.
Así
que no, no esperéis encontrar mujeres de carne y hueso entre sus páginas. Hay
insinuación de lo que pudieron ser grandes personajes, si solo les hubiera
dedicado en algún momento alguna escena como la del chatir de Karim.
Me
llama la atención que este libro, escrito por un estadounidense, no tuvo demasiado
éxito en su país natal. En Europa arrasó, convirtiéndose en un superventas,
particularmente en España y Alemania.
Siempre
me ha llamado la atención que aquí adoramos la novela histórica, mientras que
en Estados Unidos la ignoran bastante. Yo a veces digo, a aquellos que
desprecian la romántica, que en EE. UU. es este género el que domina las
ventas, tanto como aquí la histórica, y así se hacen un poquito más a la idea.
Seguro
que hay un motivo para que nos atraiga más la historia que allí. No voy a
elucubrar. En Europa estamos enamorados de la novela histórica, en EE. UU., de la romántica. Y el suspense, o novela negra, en ambos sitios. Me resulta curioso que a los europeos nos encanta la histórica, con independencia de que sea historia de
la misma geografía que nosotros habitamos o no.
En
conjunto es una novela de las imprescindibles si te gusta el género.
Es entretenidísima, y fácil de leer.
El
autor, luego, escribió otras dos, Chamán
(1992) y La doctora Cole (1996). Las leí
cuando salieron, así que no recuerdo gran cosa de ellas. No me gustaron
particularmente, se dejan leer, sin más. Me parecen prescindibles.
Como a estas alturas es un clásico del género, tiene página en la Wikipedia.
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