Frontispicio de la 1.ª edición, Richard Bentley (dominio público) vía Wikimedia Commons |
Oliver Twist; or The Parish Boy's
Progress
Autor: Charles Dickens
Año: 1837-1839
Género: Novela
Edad: juvenil
Un ladrillo sobre las desventuras sobre uno de los niños
huérfanos más famosos de la Literatura
Oliver Twist es una de esas novelas
infanto-juveniles que también podría haber incluido entre las 100 obras
maestras de la literatura universal.
Estamos ante una novela de la época del Romanticismo, pero se la considera una novela social, por el retrato que hace de las capas bajas de la
sociedad, del lumpen londinense. Se le considera por ello como el más auténtico
ejemplo de novela de inspiración social.
La historia narra
las aventuras del niño Oliver, desde que su madre le da a luz de mala manera,
muriendo ella en el parto, hasta que queda felizmente adoptado por un
caballero.
Al principio vive
en el orfanato. Luego intentan colocarlo de aprendiz, como por ejemplo en una funeraria. Después se verá involucrado en una banda de delincuentes dirigida por Fagin; conseguirá escapar
mientras perpetran un intento de robo. Enferma,... otros traman a sus espaldas
como hacerlo desaparecer,... pero al final su virtud triunfa y acaba en buena
posición social, después de revelarse su origen. De manera increíble, este niño
bueno consigue mantenerse virtuoso incluso en medio del crimen y los peligros
que le acechan a cada paso.
Muchas de las
experiencias personales de Dickens se vuelcan en estos niños de sus novelas, pues
él también tuvo que trabajar desde muy joven, en una vida más bien de
escaseces. Él no habla, por así decirlo, de oídas, cuando retrata a sus niños
tan desdichados y baqueteados por la vida.
Esta obra es un
ladrillo, para qué os voy a engañar. No me explico cómo puede incluirse en
tantos lugares como obra para niños. Yo creo que viene de que el prota es un
niño, algo bastante novedoso en aquella época. Pero hoy en día no hay niño ni
adolescente, ni casi adulto, capaz de meterse entre pecho y espalda las 508 páginas
que tiene, por ejemplo, mi edición de Alba Editorial. Yo leo mucho y rápido, y
aún así he tardado meses en terminarlo.
Hay que tener en
cuenta que se trata de una novela publicada por entregas mensuales
en la revista Bentley's Miscellany, entre
febrero de 1837 y abril de 1839. Si tardó dos años en publicarse entera, no es
de extrañar que resulte muy mazacote cuando nos ponemos a leerlo todo seguido,
que es como se leen los libros ahora.
Yo lo he ido
leyendo a ratos perdidos, desde el 20-10-2018 hasta el día de hoy, y eso me lo
ha hecho más llevadero.
Creo que esa es la
única manera razonable de leerlo en nuestros días, y desde luego no lo
recomendaría para menores de edad. Si lo recomiendan como lectura
para esa franja de edad es pensando en ediciones abreviadas de la historia, que
las hay.
El estilo de Dickens es de esos que te
hace sonreír, recurriendo a esa sutil ironía, más de una vez cae en la sátira como
en la figura del señor Bumble. Es una forma de contar las cosas que ya habían
practicado con éxito otros novelistas ingleses que le precedieron, como Henry
Fielding o Jane Austen. Ese humor provoca distanciamiento y también cierta
compasión por las debilidades y defectos humanos.
Con humor había triunfado Dickens gracias a su primera novela (Los papeles póstumos del Club Pickwick,
1836-1837). Lo que pasa es que sintió una especie de vocación de denuncia de lo
que estaba pasando en aquellas ciudades de la Revolución industrial: el
maltrato a los niños, el sufrimiento humano, los ladrones y las mujeres
prostituidas.
Y claro, cuando uno
se pone en plan profeta, denunciando esto y aquello, el estilo se te puede
resentir un poco, y caes en lo sentimental, en las digresiones, en el
inevitable maniqueísmo de buenos-bonísimos y malos-requetemalos. Es lo que
tiene cuando la misión se antepone al arte. No le pasa siempre, pero este tipo
de defectos salen a relucir de vez en cuando.
Hay un contraste
entre las escenas que se desarrollan en medios
miserables, generalmente urbanos, como la cutrez del orfanato o los
tenebrosos bajos fondos, donde emplea un tono realista que a veces hasta suena
naturalista, y luego los momentos de clases medias, más rurales, con gentes
como el señor Brownlow o la señora Maylie, personas piadosas y cariñosas: el
tono, aquí, se vuelve más sentimental.
No es que él lo
inventase, no, ya que el sentimentalismo de Dickens se había visto en autores anteriores como George Crabbe (Aldea, 1783) y William Cowper (La
tarea , 1784).
Pero para que nos
entendamos, el autor pasa de un mundo dibujado en tinta china, muy contrastado,
a otro de colores pastel.
Si nos fijamos
bien, hay esa dualidad entre el mundo rural, tan idílico y propio del siglo
anterior, y el urbano, más duro y despiadado. El contraste entre lo que sería
por ejemplo la ambientación de la gentry
que puebla las novelas de Austen y la dura vida en las ciudades industriales de
una Gaskell. En Norte y sur (1855) de esta última autora, se produce esta misma
antítesis.
Al final, a pesar
de las truculencias que te cuentan, te quedas con la impresión de que la
situación de las clases bajas en aquella época posiblemente fuera aún peor que lo que nos
cuenta Dickens.
Siempre te cabe la
duda de si no se estarán beneficiando esas clases acomodadas del idílico mundo rural, precisamente, de un
sistema basado en la explotación de las clases bajas. Si lo miras así, al final
los virtuosos lo son porque pueden permitirse ese lujo, y lo logran gracias a un
bienestar económico logrado a base del sufrimiento de millones. Es una análisis
por así decirlo, más social, en el que Dickens no entra. Él mira lo humano, el
sufrimiento, no la estructura económica de la sociedad.
Dos son las cosas
que más grabadas se me han quedado de esta historia. Primero, la figura de
Fagin, judío. Se le acusó a Dickens de antisemitismo. Él
se defendió diciendo que él conocía las calles y sabía perfectamente que cierto
tipo de criminal de los bajos fondos de Londres solía ser judío. Lo entiendo, puede ser, también hoy en día determinado tipo de crímenes
los cometen grupos de población en particular (que, además, van cambiando
conforme se alteran las circunstancias sociales, y no son los mismos los que pasan droga en un sitio que en otro). Lo que pasa es que cuando en
una obra de ficción solo hay un personaje de una minoría y justo es al que
retratas peor, sin que aparezcan otras gentes de la misma cultura con rasgos
más humanos, pues es inevitable pensar en que eres racista o antisemita. No hay
ningún problema en retratar villanos que sean judíos, gays, mujeres,
inmigrantes, negros, etc. El problema viene cuando ese es el único rol que les
das. Ahí es donde se ven los prejuicios. Espero haberme explicado bien.
La segunda cosa
estremecedora de este libro es el personaje de Nancy, una joven a la que han
prostituido desde niña, que soporta los malos tratos que la infligen, pero ella
es de buen corazón y ayuda a Oliver en lo que puede. *destripe*
Su final, debo decirlo, es horrible. La asesinan en un caso de violencia
de género que te cuentan con todos sus pelos y señales. Es simplemente estremecedor,
te dan unas ganas inmensas de llorar por ella, porque, aunque sepas que es solo
un personaje de ficción, representa a millones de mujeres que, a lo largo de la
historia, han padecido lo mismo. *fin del destripe*
En definitiva,
por encima del sentimentalismo, o de los retratos de trazo grueso, lo que te
queda es la potencia de personajes que superan el estereotipo y te parecen
reales como la vida misma. Es como Shakespeare, que coge prototipos de humanos, clichés, y los convierte en criaturas a las que casi sientes respirar y vivir, como si
fueran conocidos tuyos.
Por si no lo he
dicho, Dickens es considerado uno de los autores principales de la literatura
inglesa. De hecho, hay quien le considera el
novelista más grande que ha dado Inglaterra (Ifor Evans (1985): Breve historia de la literatura inglesa,
pág. 226, Ed. Ariel).
Esta fue su segunda
novela, su segundo gran éxito. Le seguirían muchas más, todas ellas retrato más
o menos realista de la sociedad de su época, con algunos baches de
sentimentalidad pero, sobre todo, compasión por el sufrimiento humano.
Sin recomendarlo totalmente, puedo decir que merece la pena leerlo, pero siempre que lo hagas a ratucos, como he hecho yo, porque si no, el aburrimiento puede ser supino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario