viernes, 5 de abril de 2019

#9 Oliver Twist

Frontispicio de la 1.ª edición,
Richard Bentley (dominio público) vía Wikimedia Commons



Oliver Twist; or The Parish Boy's Progress
Autor: Charles Dickens
Año: 1837-1839
Género: Novela
Edad: juvenil


Un ladrillo sobre las desventuras sobre uno de los niños huérfanos más famosos de la Literatura

Oliver Twist es una de esas novelas infanto-juveniles que también podría haber incluido entre las 100 obras maestras de la literatura universal.

Estamos ante una novela de la época del Romanticismo, pero se la considera una novela social, por el retrato que hace de las capas bajas de la sociedad, del lumpen londinense. Se le considera por ello como el más auténtico ejemplo de novela de inspiración social.

La historia narra las aventuras del niño Oliver, desde que su madre le da a luz de mala manera, muriendo ella en el parto, hasta que queda felizmente adoptado por un caballero.

Al principio vive en el orfanato. Luego intentan colocarlo de aprendiz, como por ejemplo en una funeraria. Después se verá involucrado en una banda de delincuentes dirigida por Fagin; conseguirá escapar mientras perpetran un intento de robo. Enferma,... otros traman a sus espaldas como hacerlo desaparecer,... pero al final su virtud triunfa y acaba en buena posición social, después de revelarse su origen. De manera increíble, este niño bueno consigue mantenerse virtuoso incluso en medio del crimen y los peligros que le acechan a cada paso.

Muchas de las experiencias personales de Dickens se vuelcan en estos niños de sus novelas, pues él también tuvo que trabajar desde muy joven, en una vida más bien de escaseces. Él no habla, por así decirlo, de oídas, cuando retrata a sus niños tan desdichados y baqueteados por la vida.

Esta obra es un ladrillo, para qué os voy a engañar. No me explico cómo puede incluirse en tantos lugares como obra para niños. Yo creo que viene de que el prota es un niño, algo bastante novedoso en aquella época. Pero hoy en día no hay niño ni adolescente, ni casi adulto, capaz de meterse entre pecho y espalda las 508 páginas que tiene, por ejemplo, mi edición de Alba Editorial. Yo leo mucho y rápido, y aún así he tardado meses en terminarlo.

Hay que tener en cuenta que se trata de una novela publicada por entregas mensuales en la revista Bentley's Miscellany, entre febrero de 1837 y abril de 1839. Si tardó dos años en publicarse entera, no es de extrañar que resulte muy mazacote cuando nos ponemos a leerlo todo seguido, que es como se leen los libros ahora.

Yo lo he ido leyendo a ratos perdidos, desde el 20-10-2018 hasta el día de hoy, y eso me lo ha hecho más llevadero.

Creo que esa es la única manera razonable de leerlo en nuestros días, y desde luego no lo recomendaría para menores de edad. Si lo recomiendan como lectura para esa franja de edad es pensando en ediciones abreviadas de la historia, que las hay.

El estilo de Dickens es de esos que te hace sonreír, recurriendo a esa sutil ironía, más de una vez cae en la sátira como en la figura del señor Bumble. Es una forma de contar las cosas que ya habían practicado con éxito otros novelistas ingleses que le precedieron, como Henry Fielding o Jane Austen. Ese humor provoca distanciamiento y también cierta compasión por las debilidades y defectos humanos.

(En realidad, viene de los padres de todos los novelistas que en el mundo han sido, la picaresca española y el inmenso Quijote).

Con humor había triunfado Dickens gracias a su primera novela (Los papeles póstumos del Club Pickwick, 1836-1837). Lo que pasa es que sintió una especie de vocación de denuncia de lo que estaba pasando en aquellas ciudades de la Revolución industrial: el maltrato a los niños, el sufrimiento humano, los ladrones y las mujeres prostituidas.

Y claro, cuando uno se pone en plan profeta, denunciando esto y aquello, el estilo se te puede resentir un poco, y caes en lo sentimental, en las digresiones, en el inevitable maniqueísmo de buenos-bonísimos y malos-requetemalos. Es lo que tiene cuando la misión se antepone al arte. No le pasa siempre, pero este tipo de defectos salen a relucir de vez en cuando.

Hay un contraste entre las escenas que se desarrollan en medios miserables, generalmente urbanos, como la cutrez del orfanato o los tenebrosos bajos fondos, donde emplea un tono realista que a veces hasta suena naturalista, y luego los momentos de clases medias, más rurales, con gentes como el señor Brownlow o la señora Maylie, personas piadosas y cariñosas: el tono, aquí, se vuelve más sentimental.

No es que él lo inventase, no, ya que el sentimentalismo de Dickens se había visto en autores anteriores como George Crabbe (Aldea, 1783) y William Cowper (La tarea , 1784).

Pero para que nos entendamos, el autor pasa de un mundo dibujado en tinta china, muy contrastado, a otro de colores pastel.

Si nos fijamos bien, hay esa dualidad entre el mundo rural, tan idílico y propio del siglo anterior, y el urbano, más duro y despiadado. El contraste entre lo que sería por ejemplo la ambientación de la gentry que puebla las novelas de Austen y la dura vida en las ciudades industriales de una Gaskell. En Norte y sur (1855) de esta última autora, se produce esta misma antítesis.

Al final, a pesar de las truculencias que te cuentan, te quedas con la impresión de que la situación de las clases bajas en aquella época posiblemente fuera aún peor que lo que nos cuenta Dickens.

Siempre te cabe la duda de si no se estarán beneficiando esas clases acomodadas del idílico mundo rural, precisamente, de un sistema basado en la explotación de las clases bajas. Si lo miras así, al final los virtuosos lo son porque pueden permitirse ese lujo, y lo logran gracias a un bienestar económico logrado a base del sufrimiento de millones. Es una análisis por así decirlo, más social, en el que Dickens no entra. Él mira lo humano, el sufrimiento, no la estructura económica de la sociedad.

Dos son las cosas que más grabadas se me han quedado de esta historia. Primero, la figura de Fagin, judío. Se le acusó a Dickens de antisemitismo. Él se defendió diciendo que él conocía las calles y sabía perfectamente que cierto tipo de criminal de los bajos fondos de Londres solía ser judío. Lo entiendo, puede ser, también hoy en día determinado tipo de crímenes los cometen grupos de población en particular (que, además, van cambiando conforme se alteran las circunstancias sociales, y no son los mismos los que pasan droga en un sitio que en otro). Lo que pasa es que cuando en una obra de ficción solo hay un personaje de una minoría y justo es al que retratas peor, sin que aparezcan otras gentes de la misma cultura con rasgos más humanos, pues es inevitable pensar en que eres racista o antisemita. No hay ningún problema en retratar villanos que sean judíos, gays, mujeres, inmigrantes, negros, etc. El problema viene cuando ese es el único rol que les das. Ahí es donde se ven los prejuicios. Espero haberme explicado bien.

La segunda cosa estremecedora de este libro es el personaje de Nancy, una joven a la que han prostituido desde niña, que soporta los malos tratos que la infligen, pero ella es de buen corazón y ayuda a Oliver en lo que puede. *destripe* Su final, debo decirlo, es horrible. La asesinan en un caso de violencia de género que te cuentan con todos sus pelos y señales. Es simplemente estremecedor, te dan unas ganas inmensas de llorar por ella, porque, aunque sepas que es solo un personaje de ficción, representa a millones de mujeres que, a lo largo de la historia, han padecido lo mismo. *fin del destripe*

En definitiva, por encima del sentimentalismo, o de los retratos de trazo grueso, lo que te queda es la potencia de personajes que superan el estereotipo y te parecen reales como la vida misma. Es como Shakespeare, que coge prototipos de humanos, clichés, y los convierte en criaturas a las que casi sientes respirar y vivir, como si fueran conocidos tuyos.

Por si no lo he dicho, Dickens es considerado uno de los autores principales de la literatura inglesa. De hecho, hay quien le considera el novelista más grande que ha dado Inglaterra (Ifor Evans (1985): Breve historia de la literatura inglesa, pág. 226, Ed. Ariel).

Esta fue su segunda novela, su segundo gran éxito. Le seguirían muchas más, todas ellas retrato más o menos realista de la sociedad de su época, con algunos baches de sentimentalidad pero, sobre todo, compasión por el sufrimiento humano.

Sin recomendarlo totalmente, puedo decir que merece la pena leerlo, pero siempre que lo hagas a ratucos, como he hecho yo, porque si no, el aburrimiento puede ser supino.

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