sábado, 20 de octubre de 2018

#10 Romeo y Julieta

Portada de la 1.ª edición en cuarto
[Dominio público], vía Wikimedia Commons



Romeo and Juliet
Autor: William Shakespeare
Año: 1597
Género: tragedia






La historia «romántica» por excelencia


¿Quién no conoce la historia de Romeo y Julieta

Romeo, joven de Verona, acude a una fiesta esperando ver a la chica de la que está enamorado, pero entonces ve a una niña de trece años y siente el flechazo, decide que la ama.
Y en cuanto se acerca y abre la boca ella, sin mayor resistencia, decide que también, que él es su chico.
Sus familias se llevan mal, así que lo suyo es amorío y matrimonio en secreto. Cuando Romeo mata al primo de Julieta, lo destierran de Verona. Cuando la familia va a casarla, ella finge su muerte para poder huir con Romeo, pero las cosas salen mal. Acaban muertitos todos.

Ejemplo paradigmático de que, para la Literatura, una historia de amor tiene (normalmente) que acabar mal. Normalmente. Este modelo trágico se repetirá una y otra vez, porque el amor es algo loco, disruptivo del orden social, no puede salir nada bueno, etc.

Esta tragedia romántica tampoco es que sea de lo mejor de Shakespeare, es de su primera época, posiblemente su primer éxito. Pero siempre la salva la palabra inspirada, el verbo complejo, las frases que se han quedado en la memoria colectiva, como la discusión de si es la alondra o es el ruiseñor.

A mí, la frase que más me gusta es la que dice el boticario:  en la escena 1.ª del Acto V, porque resume perfectamente la diferencia entre consentimiento y sometimiento:

Ap. My poverty, but not my will, consents.
 
Lo que, en román paladino, dice:

Boticario.- Mi pobreza consiente, pero no mi voluntad.

Y luego el chulito (o desesperado) de Romeo responde con sequedad:

Rom. I pay thy poverty, and not thy will (No es tu voluntad la que pago, sino tu pobreza)

Cuando las circunstancias te obligan a someterte, no consientes, en realidad.

Y cómo puede (esto es maravilloso) hacer que un personaje secundario, de una sola escena, quede caracterizado así, tan claramente, con un par de frases.

Sus personajes son inolvidables, aunque no estén caracterizados de manera particularmente sutil. Pero no dejan de ser un poquito más que clichés andantes, llegan a convertirse en prototipos humanos de carne y hueso.

La trama en sí, es reciclada de otras historias anteriores: The Tragical History of Romeus and Juliet (1562) es la traducción que Arthur Brooke hizo de un cuento de Mateo Bandello. Pero vamos, que si te vas muy muy para atrás, hay elementos de los amantes clásicos Píramo y Tisbe.

En Shakespeare lo que se aplaude no es la originalidad del argumento, sino el lenguaje, y el dinamismo de su teatro. 

Aquí, como es propio de un amor adolescente exaltado, todo pasa muy rápido, en pocos días. El propio atolondramiento de estos dos, que no se paran a pensar un poco antes de darse muerte, contribuye a esa sensación de estar tratando con gente muy joven.
 
El último beso de Romeo a Julieta
(Hayez, 1823)
Transmite una cierta idea de fatalidad del azar. Son las circunstancias las que tuercen o frustran la felicidad humana. Pero de la manera más tontona, porque se ve desde el principio que la vieja lucha entre los Capuleto y los Montesco es algo que ya no le interesa a nadie, salvo a los criados, o a folloneros como Tibaldo. Las cosas podrían tan fácilmente haber salido de otra manera...

Personalmente, no la he visto en el teatro. La he leído y releído en papel. He visto alguna peli, como la de Zeffirelli o la que protagonizó Leonardo Di Caprio, que me gustó mucho, la verdad. No es de mis favoritas de Shakespeare. Creo que porque me molesta esta tradición literaria de amores contrariados. 

Lo maravilloso de esta obra es que seguimos con ella, siglos después. Ha dado lugar a otras obras de arte, pinturas, óperas,... Adaptándola a otros formatos, modernizándola, enfatizando más este o aquel aspecto,... Es una de las obras más representadas del autor, y sigue diciendo algo, conmoviendo, llegando al alma aunque sea para decirte, como me pasa a mí, «pero qué tontorrones, qué precipitado, ¡pensad un poco, pensad!».

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