Bach:
Sonata para violín y clave n.º 1 en si menor, BWV 1014
Las
seis sonatas para violín y clave se compusieron probablemente durante los
últimos años que pasó Bach en Cöthen entre 1720 y 1723, antes de trasladarse a Leipzig.
These are a few of my favourite things. Son todos los que están, pero nunca pueden estar todos los que son.
Bach:
Sonata para violín y clave n.º 1 en si menor, BWV 1014
Las
seis sonatas para violín y clave se compusieron probablemente durante los
últimos años que pasó Bach en Cöthen entre 1720 y 1723, antes de trasladarse a Leipzig.
«Kiri
Te Kanawa: A Portrait», según Spotify, de 2011. Creo que hay otros álbumes de
Kiri con el mismo título o parecido. Esta selección tiene arias de Louise, Manon, Hérodiade...
Salí
al amanecer a entrenar, a ver si consigo fortalecerme para hacer mi planeado
GR.
«Sentimental
me», álbum que grabó en 1984 la soprano neerlandesa Ely Ameling, con canciones
de esas que llaman «estándares americanos», Gershwin, Duke Ellington y sobre
todo Cole Porter.
Las
canciones de Cole Porter las descubrí con aquel disco para recaudar fondos
contra el sida, «Red, Hot + Blue».
Entre ellas, no obstante, la cantante alguna cosita diferente, como la brasileña «Chica de Ipanema» y la francesa «Sous le ciel de Paris».
No me acordaba yo de esta canción y nada más oírla entré en bucle, escuchándola una y otra vez con diversos intérpretes.
La gente dice que es de Edith Piaf, pero no, leo en la Wikipedia inglesa que Sous le ciel de Paris es una canción escrita inicialmente por el compositor Hubert Giraud para una película del año 1951, donde la cantaba Jean Bretonnière. La letra es de Jean Dréjac.
Ese mismo año la
grabaron Anny Gould y Juliette Gréco. Luego ya la interpretarían artistas Piaf y Montand.
Si
queréis este clásico revisitado, una grabación reciente es la que hicieron en
el año 2015 (creo) la cantante francesa Zaz y Pablo Alborán. He aquí el vídeo
oficial:
Un
estándar europeo podríamos llamarlo.
Sigo
teletrabajando, lo cual significa música clásica durante horas. En concreto, ya
lo dije ayer, Radio Clásica, una de las emisoras de Radio Nacional de España.
Es fabulosa. Me ha acompañado toda la vida.
Para desconectar y pasarme a algo diferente, escojo la que, para mí, es la mejor banda sonora de la historia: «La misión» (1986) de Ennio Morricone. Nunca me cansaré de oírla.
Estoy en fase italiana. Releo a Andrea Camilleri. Toca la novela de Montalbano del año 1996: «El ladrón de
meriendas». Creo que es su sentido del humor gana con la edad. Cuantos más años
tengo, más gracia me hace.
He
teletrabajado, así que escuché Radio Clásica durante horas.
Eso
hace que para desconectar haya recurrido a algo diferente: «1, 2, 3 Soleils». Este álbum lo grabaron en vivo en el Palais Omnisports de Paris-Bercy en el año
1998 los artistas argelinos Rachid Taha, Khaled y Faudel.
Cantan
sus canciones más populares, siendo como son tres grandes nombres de ese género
musical llamado «raï» (راي). Descubrí este álbum porque me dio en una época por escuchar un montón a Khaled.
Escuchaba obsesivamente canciones como Didi o Aïcha... Son de esas que yo llamo antídotos contra la tristeza.
La última canción del concierto (al menos en el disco) es una de mis favoritas, «Comme D'habitude». Es de esas que te ponen de buen humor. Antídoto contra la melancolía.
Dama con l'ermellino
Dama z gronostajem
Fecha: 1488-90
Estilo: Arte renacentista
Autor: Leonardo da Vinci
Técnica: óleo sobre tabla
Ubicación: Museo Czartoryski (Cracovia, Polonia)
Mi
pintura favorita de Leonardo
No
sé si habéis visto la película de George Clooney The Monuments Men (2014).
En
todas las guerras hay saqueos, y las obras de arte son uno de los botines más
preciados. Napoleón recorrió Europa arrasando con todo lo de valor. A veces ni
siquiera hace falta una guerra, el más fuerte se hace con lo que quiere: la
depredación inglesa por los rincones del imperio y aledaños también es
antológica.
La
Segunda Guerra Mundial no fue una excepción. Conforme los ejércitos alemanes
conquistaban territorios, aparte de exterminar a Untermenschen, rapiñaban cuanta obra de arte se les pusiera a tiro.
Es célebre la colección que llegó a reunir Göring. La idea de Hitler sería construir un gran museo (se llamaría el Führermuseum)
en su ciudad natal, Linz, pero sus sicarios cuando atropaban algo, no lo daban
al estado, sino que se lo quedaban para sí.
Así
que no es de extrañar que el gobernador general de Polonia, Hans Frank, cuando
tuvo que largarse a Baviera al final de la guerra, se llevara consigo esta obra
de Leonardo da Vinci, que había cogido del castillo de los Czartoryski. En
Baviera es donde lo recuperaron los Monuments
Men a los que Clooney hizo una peli.
El
film, entre nosotros, es agradable de ver aunque nada especial. Lo mejor, que resulta un justo homenaje
hacia aquellos hombres estadounidenses que vinieron al viejo mundo, arriesgando
sus vidas, para salvar el patrimonio artístico europeo.
Aquí, a la izquierda, los Monuments Men originales, enseñando La dama del armiño. La foto la he tomado de Wikicommons y pone Fine Arts, and Archives program, dominio público, via Wikimedia Commons.
La dama del armiño es un óleo sobre tela. Leonardo es de
la generación florentina que empezó a experimentar con el óleo, esa técnica que
los flamencos habían llevado a su cumbre.
Como
muchos de los cuadros del autor, es de pequeñas dimensiones, 54,8 x 40,3 cm.
Tiene una inscripción, posiblemente añadida al llegar a Polonia en el siglo
XVIII, que dice la bele feroniere leonard
da vinci. Pero, como os contaré más tarde, la retratada no era la Bella
Ferronière.
Me
encanta este magnífico cuadro porque me parece una estampa real de la vida
captada al vuelo. Te imaginas perfectamente a la modelo, entretenida con su
mascota. De repente, se abre una puerta, o suena un ruido, y los dos se
vuelven a mirar, ella y el armiño.
Capta
el movimiento, y eso es dificilísimo. Otros retratos suyos son muy
cuatrocentistas, con modelos estáticos, desde Ginevra Benci a Mona Lisa: esas mujeres están posando. Solo en este se transmite el nervio, la vida, el movimiento. Se nota que es una muchacha joven, a punto de sonreír a la persona
que llega. Sabes lo que ha pasado antes y lo que pasará después de ese momento.
Notas
los músculos de la mano sujetando al animal. La postura del mustélido, además,
es muy reconocible para cualquiera que tenga una mascota, mismamente un gato: lo
coges en brazos con cariño y se deja acariciar pero, de repente, algo que llama
la atención y se revuelve, quizá para saltar a ver qué hay.
La
retratada es Cecilia Gallerani, de dieciséis años. Era amante del duque
Ludovico Sforza. No solo era bella, sino también ingeniosa y cultivada, hablaba
latín con fluidez, y se decía que era una música y cantante dotada. Hizo sus
pinitos literarios y contribuía a un salón en el que se hablaba de aquellas
cosas humanistas.
Ironizaba
Jane Austen en Orgullo y prejuicio
sobre lo mucho que tenían que saber las jovencitas. A mí me hace gracia, la
verdad, lo que se esperaba de las jóvenes casaderas en época georgiana o
durante la Regencia no es nada frente a los refinamientos exigidos de las
mujeres cultas de la Italia renacentista.
Estilo
Leonardo
da Vinci fue prácticamente contemporáneo de Botticelli (era siete años más
joven). Cuando su padre, un notario florentino, vio
lo bien que se le daba el dibujo al crío, le puso en el taller de Verrocchio, a ver si
aprendía a ganarse la vida con algo práctico.
Por
eso, aunque cronológicamente, Leonardo sería uno más de la segunda generación
de pintores florentinos, supone un paso más allá. Se le sitúa estilísticamente,
entre el Quattrocento y el Cinquecento.
Domina mejor la pintura al óleo, y aprende a sacarle potencial a la hora de reflejar la realidad, con sus veladuras. Por eso tantos de sus cuadros son pequeños, requiere tiempo, y él pintaba pausado.
Sus intentos en formatos más grandes... o no los terminaba porque siendo como era parsimonioso pintaba muy lento, no cumplía con los plazos y ni el comitente ni él conservaban el interés en terminar... O le pasaba como con la Última Cena, no
estaba dotado para pintar al fresco e intentó una técnica que, bueno, digamos
que empezó a desmoronarse ya al poco de ser terminado. De su torpe intento de
reavivar la encáustica en Florencia ya ni hablamos.
Leonardo
fue un magnífico pintor y, sobre todo, un extraordinario dibujante, en un
entorno, el florentino, que destacaba precisamente por eso, por el dibujo, la
línea, más que el color.
Su
principal aportación como pintor fue prescindir de la nítida línea que envolvía
las figuras de un Botticelli, por ejemplo. Difuminó los bordes, en
lo que se llama «esfumado» (sfumato), con lo que los personajes representados quedaban envueltos en una especie de niebla algo enigmática. Creando suaves contrastes entre la zona de luz y la de sombra, añadía volumen a las figuras.
Historia
del cuadro
Ya he dicho que la representada era amante del duque Ludovico Sforza, llamado el Moro. Llegó un momento en que el duque casó a su amante con el conde Bergamini de Cremona. Ella conservó su
retrato y, años más tarde, se lo envió a otra dama ilustrada del Renacimiento,
Isabel de Este, marquesa de Mantua, que se lo había pedido para comparar la
manera de pintar de Leonardo con la de Giovanni Bellini.
Era solo un adelanto. Ya se veía entonces que este cuadro iba a viajar más que el baúl que la Piquer. Os cuento.
La
pintura fue adquirida en 1798 por Adam Czartoryski, para su madre la princesa Izabela
Czartoryska (en otro sitio leí que era para su esposa) y se integró en las colecciones de la familia Czartoryski en 1800. A
lo largo de los siglos, la familia movió este cuadro de un lugar a otro de
Europa, protegiéndolo de las guerras y demás. Por ejemplo, entre 1830 y 1876, estuvo
en el hôtel Lambert, centro de la emigración
polaca en París y propiedad de los Czartoryski.
La
familia volvió a Polonia en 1869, y de nuevo se asentaron en Cracovia. El follón de la guerra franco-prusiana y la barbaridad de la Comuna les impulsó a llevarse la pintura a Cracovia en 1876. Dos años después,
abrieron el museo que lleva su nombre.
Siglo
XX. Primera Guerra Mundial: trasladan el cuadro a la Gemäldegalerie Alte
Meister de Dresde, para conservarla. Vuelta a Cracovia en 1920.
Ídem.
Segunda Guerra Mundial. La familia intenta ocultar el cuadro en Sieniawa, ante
el avance de la Wehrmacht. Sin
embargo, los nazis lo descubrieron y lo enviaron a un museo de Berlín. En 1940,
Hans Frank, el gobernador general de Polonia, lo vio y se lo llevó de vuelta a
Polonia, donde estuvo en su oficina en el castillo de Wawel hasta 1941, año en
que la trasladaron a un almacén de Breslavia. En 1943, de vuelta a Cracovia, la
exponen en el Castillo de Wawel. ¿No os digo que viaja mucho…?
Los
Monuments Men recuperaron el cuadro
en casa de Frank en Baviera y lo devolvieron a Polonia.
Dirás que aseló entonces, ¿no? Pues no. Más
meneítos de acá para allá. Leo en la Wikipedia en inglés que es la pintura de
Leonardo que más ha viajado: Varsovia (1952), Moscú (1972), Washington DC
(1991/92) y Malmö (1993/94), Roma/Milán (1998) y Florencia (1999).
Siglo XXI. La
Fundación de los Príncipes Czartoryski vendieron la colección el 29 de
diciembre de 2016 al gobierno polaco, por cien millones de euros. La fundación
estaba representada por Adam Karol Czartoryski, el último descendiente directo
de Izabela Czartoryska Flemming y Adam George Czartoryski, quien llevó la
pintura a Polonia desde Italia en 1798.
Actualmente
se encuentra en el Museo Czartoryski de Cracovia. De momento, supongo. Hasta que les de por traerla o llevarla de nuevo.
El
autor: Leonardo da Vinci
Nació
cerca de Vinci, en 1452, hijo no matrimonial de una campesina y el notario de Florencia que ya mencioné antes. Como dije, se formó en el taller de Verrocchio. Trabajó tanto en
Florencia como en Milán. Sus cuadros son pocos y, más de uno, lo dejó inacabado.
Fue
un extraordinario dibujante que reflejó en sus notas todos sus amplios
intereses: el cuerpo –que conoció mejor presenciando necropsias–, los animales, la
naturaleza, las expresiones diferentes de los rostros humanos, así como de
todas las cosas que observaba, desde los remolinos al vuelo de los pájaros a
idear cómo podrían hacerse unas alas con las que el hombre pudiera volar o un
buzo para caminar por el fondo de las aguas.
Solo
lo dibujaba, ¿eh? No quiere decir que construyera realmente nada de eso, ni que
experimentara, ni siquiera que algo de eso funcionase si se construyera hoy
según sus diseños. Dibujar era su forma de reflexionar y fantasear.
Vasari lo describe como un hombre fuerte y atractivo, que sabía cantar, entretenía a sus amos organizando fiestas para las que creaba decorados y trajes y que debió tener mucha labia.
Posiblemente, la mejor descripción de lo que debió ser este hombre encantador nos la da Vasari en sus Vite, cuando explica cómo encandilaba a todos con sus fantasías:
«los persuadía con tan grandes razones que parecía posible, aunque todos, cuando se había ido, constataban por sí mismos la imposibilidad de tamañas empresas».
Otras
obras
Este
cuadro es mi favorito de los que pintó Leonardo. Pero hay otros que gustan
mucho a la gente y que por sus méritos, son los que más veréis citados en los
libros de Historia del Arte.
Como,
ante todo, fue un dibujante fuera de lo común, os pongo a continuación algunos
de sus dibujos más memorables.
«Paisaje
del Arno» (5 de agosto de 1473), tinta sobre papel, 16 cm × 28,5 cm, Gabinetto
dei Disegni e delle Stampe, Galería de los Uffizi, Florencia.
«Las
proporciones del cuerpo humano según el canon de Vitrubio», también conocido
como «El hombre de Vitrubio» (h. 1492), plumín, pluma y tinta sobre papel, 34,4
cm × 25,5 cm, Galería de la Academia, Venecia.
«Cartón
de Burlington House» (h. 1501-1505), tiza negra, albayalde y difumino sobre papel,
141,5 cm × 104,6 cm, National Gallery,
Londres. Representa a la Virgen y el Niño con Santa Ana y San Juan Bautista.
Y
ahora paso a algunos de sus pinturas de colorines más populares.
«La
Virgen de las rocas» (entre 1483 y 1486), óleo sobre lienzo (tabla añadida al
lienzo en 1806), 199 cm × 122 cm, Museo del Louvre, París. Hay otra Virgen de las rocas en la National
Gallery de Londres.
«La última cena» (desde 1495 hasta 1498), temple y óleo sobre yeso, 460 cm × 880 cm, refectorio de Santa María de las Gracias (Santa Maria delle Grazie), Milán. Es prodigiosa la forma en que pinta con perspectiva, de manera que parece como un trampantojo, que hay un espacio más allá de la pared. Para cada uno de los apóstoles, por otro lado, estuvo buscando rostros durante mucho tiempo en las calles milanesas; cada uno tiene su propio carácter. Una auténtica pena que los experimentos aquí del artista acabaran haciendo que nada más terminarse ya se estuviera desprendiendo de la pared.
«La Gioconda» (1503-1505), óleo sobre tabla, 77 cm × 53 cm, Museo del Louvre, París.
Esta que aquí veis, medianamente conservada, es la pintura más famosa de
Leonardo, acumulando mugre y amarilleándose el barniz. Posiblemente,
de las obras de semejante calidad, la peor conservada.
Bajo ese aspecto mugroso lo que pintó Leonardo debió ser algo más parecido a lo que se ve en la copia del Prado:
Anónimo, 1503-1519, óleo sobre tabla, 76,3 × 57 cm, Museo del Prado, Madrid.
¿Veis por
qué no hay huevos para limpiar la Gioconda original?
«La Virgen y el Niño con santa Ana» (h. 1503-1519), óleo sobre tabla, 168 cm × 130 cm, Museo del Louvre, París.
Música:
Otra misa, esta vez de Schubert, la n.º 2 en sol mayor D 167 (1815).
Es
una misa breve que compuso en una semana.
Música: la Missa Brevis (1774) de Mozart, K 192. Es la n.º 6, en fa mayor.
18 años, pertenece a esos años en que vivió de manera casi continuada en Salzburgo. Se la considera la mejor de las misas juveniles de Mozart.
Leyendo: «La Calzada de los Blendios. Herrera de Pisuerga – Suances», por Juan-Miguel Gil Álvarez y Fernando Obregón Goyarrola (ediciones de Librería Estvdio, 2002).
Quiero hacer un sendero de gran recorrido para el verano. Como el camino de Santiago y el sendero del Ebro me vienen grandes, voy a ver si consigo hacer este, que me parece más asequible.
Entrenando, este fin de semana he hecho la última etapa, la más fácil, de Santillana a Suances.
Música:
Concierto para violín y cuerdas n.º 1, en la menor, de J. S. Bach, BWV 1041
(1717-23). Es más conocido el segundo, pero hoy toca este.
Jardín seco de Ryoanji (Kioto, Japón)
Fotografiado
por Stephane D'Alu
[CC BY-SA 3.0],
via Wikimedia Commons
Tipo de construcción: templo
Época: 1488
Lugar: Kioto (Japon)
Una sencillez capaz de dejarnos pensativos
Si hay una ciudad que querría ver, sí o
sí, en caso de que alguna vez consiga viajar a Japón, es Kioto. El arte allí
es, simplemente, impresionante.
Los Monumentos históricos de la antigua
Kioto (ciudades de Kioto, Uji y Otsu) son un lugar Patrimonio de la Humanidad desde
el año 1994. En su página web, se describe así:
Construida el año 794 a imagen y semejanza de las capitales de la antigua China, Kioto fue la capital imperial del Japón desde su fundación hasta mediados del siglo XIX. Núcleo central de la cultura japonesa desde mil años atrás, Kioto es un vivo exponente del desarrollo de la arquitectura tradicional en madera –sobre todo la religiosa–, así como del arte paisajístico nipón que ha influido en el diseño de los jardines en el mundo entero.
Como es un sitio lleno de tanto arte,
con sus palacios, templos y jardines… No voy a describirlo entero. Solo me voy
a fijar en este jardín, uno de los más famosos del mundo, que está en uno de
sus templos.
El nombre del templo es Ryōan-ji (竜安寺), que significa «El templo del
dragón tranquilo y pacífico». Se encuentra en Ukyō-ku.
Este templo zen tiene un «jardín seco»,
que en japonés se llama karesansui.
Para nosotros es raro, porque jardines y
parques lo asociamos a profusión de plantas, árboles, organismos vivos, pero
ellos consideran jardín a estas construcciones que son más bien materia
inorgánica: arena, grava y rocas. Puede haber un poquito de musgo, alguna
hierbecita, pero no gran cosa.
No es para que pasees por él sino para
que lo completes, a ras, o desde lo alto. Que lo mires, que pierdas la mirada,
que desconectes,…
Pero si te fijas, aunque tú no lo
entiendas como jardín, no encaje con lo que nosotros consideramos así, lo
cierto es que te transmite sensación de paz, de serenidad, te ayuda a
concentrarte. Así que cuando leo que los monjes zen los usan para meditar, me
lo creo.
Suelen ser chiquitines, y los elementos
reflejar otra cosa: la arena rastrillada, por ejemplo, sería el mar, que se
ondula como el agua en torno a los afloramientos rocosos.
Este de Kioto es seguramente el más
famoso, o el más conocido del mundo.
La reconstrucción del templo en el año
1488, después de que uno precedente fuera destruido en la guerra, se debe a Hosokawa
Masamoto. El templo sirvió de mausoleo para varios emperadores, aunque el
aspecto actual de sus tumbas es del siglo XIX.
Es conocido sobre todo por este jardín,
sobre el cual existen dudas. No se sabe realmente ni quién lo construyó ni cuándo.
Se cree que es de la segunda mitad del siglo XV, en torno a ese año 1488.
Tampoco se sabe si lo erigieron
jardineros especialistas (kawaramono)
o monjes. En cualquier caso, se produjo una refacción del jardín a finales del
siglo XVIII, después de que un incendio destruyera edificios y arrojaran aquí
los escombros.
Mide 25 x 10 metros. Sobre un lecho de grava
blanca, quince rocas cuidadosamente colocadas. Se distinguen cinco grupos: uno
de cinco piedras, dos de tres y tres de dos. Alrededor de las rocas, su
poquillo de musgo sobre el que parecen crecer, como picos montañosos sobre los
prados de altitudes inferiores.
¿Cuál es el significado de estas
piedras? ¿Están colocadas ahí por algo?
Pues es la típica obra de arte a la que
encuentran distintos significados. Islas en la corriente, o tigres cruzando un
arroyo, montañas sobre (me imagino yo) un mar de nubes, o que lo importante es
la grava, que forma la imagen de un árbol, con sus ramas…
Igual no significa nada, no hay un
significado preciso y único, sino que puedes ver en sus armoniosas formas lo
que tu cabeza proyecte en ellas.
El templo tiene página en la Wikipedia,
por si queréis profundizar un poquito más.
Yo solo me pregunto si alguna vez tendré
la oportunidad de verlo en persona. Este jardín y todo el maravilloso
patrimonio de Kioto.
Os dejo con un clip, en inglés, de una
breve visita a este jardín.
Música:
«Chasing sheep is best left to shepherds», número de la banda sonora que
Michael Nyman compuso para «El contrato del dibujante» (1982) de Peter
Greenaway. Pocas cosas más europeas que aquellas pelis de Greenaway, tan hermosas e inquietantes, que siempre me dejaban un poco descolocada.
Y de
regalo, abrí You Tube y me encontré una nana de Falla, interpretada ayer por Yo-Yo Ma en su ciclo de #SongsOfComfort.
Música:
ciclo de lieder «Die Schöne Müllerin» (La bella molinera), D 795 (1823) de Schubert.
Veinte
canciones sobre poemas de Wilhelm Müller que pasan por la despreocupación juvenil, la naturaleza y el arroyo,
el enamoramiento, quizá correspondido o quizá no, la desesperación y la muerte.
La luz y la noche. Todo muy romántico.
Versión
de mi adorado Dietrich con Gerald Moore, creo que de los años cincuenta o sesenta. La primera, luego hubo al menos otra ya en los setenta. Con este pianista. Con otros grabó otras versiones... Y ninguna de ellas sobra.
En el obituario de The Guardian, pusieron una foto de Jean-Régis Rouston/Getty, más o menos de esa época. Qué jovencito.
Ubicación:
plaza de San Juan y San Pablo (Venecia)
Fecha:
1479-1488
Época: Arte renacentista
Autor: Andrea Verrocchio
El detalle expresivo de la segunda generación florentina
¿Qué escultura renacentista hemos visto?
Hasta ahora, las puertas del baptisterio realizadas por Ghiberti y el David de Donatello.
Lo que hoy son Italia y Alemania estaban por entonces divididas en muchas entidades pequeñas. Las grandes potencias, o sea, España y Francia, se
disputaban territorios en la península italiana. Ya comenté el otro día que, al
final, salió vencedora España, siendo españoles el reino de Nápoles y el de
Sicilia durante prácticamente toda la Edad Moderna.
Por ejemplo, Sicilia era de la Corona de Aragón desde
1282 (conquistado por el rey Pedro III el Grande, uno de mis personajes
históricos favoritos); y Nápoles, desde 1442, gracias a Alfonso V el Magnánimo
(tío de Fernando el Católico, para los fans del Sálvame DeLuxe histórico).
Pero ojo, todas estas repúblicas italianas, y mini-reinos, condados, marquesados, etc. también se peleaban entre ellos.
Las guerras se realizaban no con
soldados de reemplazo, ni tampoco bastaban las fuerzas feudales, de los nobles
obligados a guerrear para su señor, sino que se recurría a soldados
profesionales, mercenarios a sueldo de quien más les pagase.
Al lado suyo, había señores de la
guerra, es decir, personajes menores que con sus mesnadas conquistaban
territorios para sí mismos. Lo que había hecho el Cid unos siglos antes, vaya.
Creo que es necesario diferenciar entre
mercenarios y señores de la guerra porque no siempre son lo mismo.
Depende de si luchas para ti o para otro.
¿Y los condottieri, qué eran?
Pues dependía un poco del momento. Un condottiero era, básicamente, un tipo con un grupito de hombres bajo su mando, un mercenario que luchaba por otros. Eso sí, cuando se les daba la oportunidad de tener algo para sí, la aprovechaban.
Esta escultura representa a Bartolomeo
Colleoni, fue básicamente un mercenario. Formado en su juventud en el reino de
Nápoles, luego pasó a Venecia, para cuya república combatió contra
Milán. Lo que no quita que, en determinados períodos, combatiera en las filas
milanesas.
Fue haciéndose con un patrimonio, en el
norte de Italia, y murió en un castillo suyo, el de Malpaga, cerca de Bérgamo, el
2 de noviembre de 1475.
Dejó un legado con destino precisamente
a que se le hiciera una estatua, para colocarla en la plaza de San Marcos. La
República, desconfiada, para no dar lugar a que se le venerara como a un héroe,
la situó en otro sitio, menos destacado, el campo de San Juan y San Pablo (SS. Giovanni e Paolo).
Se convocó un concurso. Sí, otra Operación
triunfo renacentista. Allí se presentó el ya célebre artista florentino Andrea del Verrocchio, y le concedieron la obra. Entonces Verrocchio abrió un taller
en Venecia e hizo el modelo de arcilla, que dejó listo para ser fundida en
bronce.
Murió en 1488, sin haberlo acabado. Por eso lo terminaron sus alumnos, en particular, el Senado escogió a
Alessandro Leopardi para que fundiese el caballo y así rematase la obra.
La estatua fue finalmente erigida sobre
un pedestal en el campo de San Juan y San Pablo. Se presentó en 1506.
El Gattamelata, de Donatello (1447-1453), en Padua, fotografiado por por I, Saiko
Verrocchio se inspiró en dos esculturas
precedentes: la que su maestro Donatello había hecho de otro condottiero, Gattamelata, y que se
encuentra en Padua, y la escultura ecuestre del emperador Marco Aurelio, del
siglo II.
Original de la estatua ecuestre de Marco Aurelio (año 176), conservado en los Museos Capitolinos (Roma). La foto es de Ricardo André Frantz
Hay, no obstante, diferencias. El modelo
de Donatello era más estático, de un militar noble y calmado, mientras que
Verrocchio supo transmitir el movimiento y la energía de un guerrero. Si el Gattamelata
era un militar, Colleoni es un guerrero.
Aquí, a la izquierda, la escultura un poco más de cerca. La foto es de Stefano Bolognini y nos permite ver un poco la expresividad del rostro de Colleoli.
Verrocchio imprimió al jinete y al caballo una mayor energía, supo transmitir mejor el movimiento.
En parte se logra porque la cabeza del
caballo está girada en un sentido, y la del jinete en otro. Esto deja una impresión
imperiosa, de poderío. El gesto de Colleoni expresa furia, pasión guerrera.
Es una cosa muy de Verrocchio, una mayor
expresividad frente a los modelos anteriores.
Andrea di Mechele di Francesco de Cioni,
llamado Verrocchio, nació en Florencia hacia el año 1435. Fue pintor, escultor
y orfebre. Otro artista más de la espléndida corte de Lorenzo de Médicis y posiblemente el titular del taller más famoso. Seguimos
en el Quattrocento, pero en la segunda generación florentina. En su taller se
formaron numerosos artistas, entre ellos Botticelli o Leonardo. También influyó en
la generación más joven, cuya estrella prodigiosa fue Miguel Ángel.
Por poner como ejemplo otras obras famosas de Verrocchio, añado imágenes de otra escultura y una pintura.
David (h. 1473), siguiendo el modelo de su maestro, Donatello. Museo del Bargello (Florencia, Italia). Bronce de 126 cm de alto.
El bautismo de Cristo (h. 1472-1475), en el que intervino la mano de su alumno Leonardo, a quien se atribuye el (para mi un tanto melifluo) ángel de la izquierda. Galería de los Uffizi (Florencia, Italia) Óleo sobre tabla, 177 cm × 171 cm.
Música:
Sinfonía n.ª 25 en sol menor, K 183, de Mozart.
Octubre
de 1773, diecisiete añitos. Demoledora, apasionada, puro Sturm und Drang, o sea romanticismo pero dentro de la contención clasicista.
Leo
en Mozart. Repertorio completo, de Amedeo Poggi y Edgar Vallora:
Se la ha calificado de “milagro”, de “obra maestra consumada bajo cualquier premisa”, de “piedra angular en la historia de la música”, de “meteorito ardiente”… Compuesta en Salzburgo en apenas dos días.
Música:
Tocata y fuga en re menor, BWV 565, para órgano.
Sí,
la típica que aparece en las películas. No se sabe si es de un Bach muy joven
(1704) o muy viejo (1750, año de su muerte)
Música:
he vuelto a ver un ballet, después de tantos años. «Giselle» de Adam, en una
versión tan vieja como yo, con la encantadora Carla Fracci.
Lectura:
sigo con Kinsale. Tiene tan poco escrito que hay que degustarla despacito.
Título
original: The physician
Autor:
Noah Gordon
Fecha
de publicación: 1986
Me parece a mí que esta es la novela histórica por excelencia de finales del siglo XX. Escrita
con un amenísimo estilo, de ese que yo llamo «superventas internacional», te
lleva desde la miserable Inglaterra medieval a la floreciente Ispahán por la
que transitó Avicena.
Por si
alguien no ha visto la peli, os cuento la historia.
Robert
J. Cole, un muchacho de Londres, se queda huérfano muy pronto. Acaban
colocándole como aprendiz de barbero. En aquella época un barbero era el que
hacía cirugías, extraía muelas, y, en este caso, entretenía al personal,
además, con malabares y venta de producto «milagroso» que como El elixir de amor de Donizetti, en el fondo era solo una bebida alcohólica.
Rob le
coge el gusto a eso de sanar a la gente, y quiere saber más. Pero si de verdad quieres conocer mejor cómo
funciona el cuerpo humano, y hacerte sabio en este campo, tienes que ir a
las mejores escuelas, que entonces eran las que estaban, lógicamente, en la
parte civilizada del globo.
Tenía
opciones, desde la península ibérica hasta la escuela de Salerno. Pero opta por
marchar a Persia, en concreto a Ispahán, donde entonces vivía el príncipe de
los sanadores, Avicena.
Pequeño
problema: ahí admiten a musulmanes y judíos, pero los cristianos lo tienen
prohibido. No tanto por los musulmanes sino por la propia iglesia. Así que a
Rob se le ocurre la idea de hacerse pasar por judío para poder formarse allí.
Asume el nombre de Jesse Ben Benjamín.
Hay una
larguísima primera parte en la que te cuentan las andanzas del niño y adolescente
Rob por la isla de la Gran Bretaña, formándose en diversos trucos que luego le serán útiles.
También pule un poco su misterioso «don» que le permite captar el grado de
salud de una persona.
Pero
el grueso de la historia se desarrolla en Persia, en la escuela-hospital en la
que aprende medicina, así como filosofía y religión para convertirse en hakim (o sea, médico). Se echa un amigo musulmán (Karim) y otro judío (Mirdin). Acabará aprendiendo tanto
preceptos judíos como islámicos. Claramente tibio en materia
religiosa, tanto le da aprender unas normas que otras.
Lo que
a él le obsesiona es el saber, descubrir cómo es el ser humano, qué le hace
enfermar, cómo puede sanar.
Como
novela histórica que reconstruye una época y unos lugares es apasionante. Sabe
crearte un marco totalmente creíble. Te descubre un mundo no muy frecuentado por la novela histórica occidental, la parte más desarrollada del mundo, la civilización islámica de principios del siglo XI. Me resultaba interesantísimo ver lo que hacen, cómo visten, lo que comen, cómo viven pero,
aún más, los entresijos políticos, las ideas de las personas, esas cosas tan
difíciles de aprehender.
Vale,
es verdad que tiene fallos históricos, la Inglaterra que reconstruye parece más propia de
siglos posteriores, con castillos de piedra o gremios, cosas que –tengo
entendido– no había en aquella pobretona isla antes de la conquista normanda.
Pero vamos son cositas que a mí no me molestaron y que realmente pillas si
sabes un poco de historia medieval.
Para mí, uno de los mayores aciertos es cómo transmite la idea que existía entonces de lo que era la medicina; y, de hecho, es lo que perduró hasta que el método científico empezó a hacerse cargo de este ámbito.
La medicina y la cirugía eran campos diferentes. La cirugía, es decir,
intervenciones corporales que hoy consideramos propias de odontólogos,
traumatólogos y cirujanos, las llevaban a cabo barberos como el que aparece en
el libro. Es la medicina que yo llamo de
chapa y pintura, justo el campo en el que menos tontería y charlatanería
puedes meter, porque necesitas un resultado: heridas que coser, huesos que
enderezar… Por eso era, a mi modo de ver, el único campo de la medicina que a
lo largo de los siglos hizo algo útil. Y en la que por ejemplo, a día de hoy, aunque las pseudoterapias pululan por todas partes, parece más a resguardo de ellas; aún estoy por ver anestesia homeopática.
La
medicina se consideraba, en cambio, casi como una rama de la filosofía, que tiraba de lo escrito por griegos y romanos mil años antes. Explicaban las cosas por los cuatro humores, mirando el horóscopo del
enfermo, haciéndole sangrías a tutiplén,... O sea, cosas bastante absurdas que
muchas veces mataban más que si hubieran dejado al cuerpo luchar por sí solo
contra la enfermedad. Pero eso era lo que daba caché al médico, porque un
barbero no podía analizar las estrellas a ver por dónde andaban en cada
momento.
Sin ser médico, de lo
poco a lo que le encuentro algún sentido es el análisis que hacían de la orina
o el aliento, para saber qué pasaba dentro del cuerpo humano.
Por
supuesto, abrir el cuerpo de una persona para ver cómo era en realidad por
dentro estaba prohibido por las tres religiones, algo que se ve aquí en este
libro.
Otro
detalle que me gustó, y que encontré más actual que nunca, es el
episodio de peste que estalla en una ciudad persa. La solución sigue siendo la
misma: aislar el lugar del brote hasta que se controla. Es una solución
medieval, pero la única cuando la cosa se te ha ido de las manos. Ellos no
sabían por qué ocurrían estas cosas, ni cómo se podía hacer algo por los
enfermos.
A esta
gente la idea de que hubiera microorganismos que causaran las enfermedades… no
sé, les estallaría la cabeza. La mayoría de la gente también rechazaba esa
idea, hicieron falta los microscopios para comprender que había vidas diminutas
que no vemos, y cosas que no están ni vivas ni muertas, como los virus, y que
son la causa de las enfermedades infecciosas.
Tener
una visión un poco detallada de cómo era esta medicina medieval a mí
sinceramente me deja impresionada.
Los
personajes, en general, están bien trazados y tienen una personalidad propia, no solo el protagonista, sino también Barber, el barbero cirujano con el que
hace sus pinitos, y sus amigos en la escuela de medicina, Karim y Mirdin.
Como suele
ocurrir con novelas escritas por hombres, la parte femenina se queda en el
cliché, y no le pases el test de Bechdel. Las mujeres son mero adorno al
servicio de este o aquel personaje masculino, interés sexual o romántico y nada
más.
Diréis
que tiene sentido, porque es la historia de él, y que todos los personajes
están a su servicio, pero en realidad no es así. Hay personajes que tienen sus
escenas propias desvinculadas de Rob. Recuerdo el detalle con el que se narra
una carrera en la que participa Karim, el chatir,
que leí con gusto porque me encanta el deporte, no me entendáis mal, pero tanto
detalle de lo que este piensa o siente o recuerda, que si le da una vuelta, que si le da otra,... es ajeno al hilo argumental
referente a Rob. Por lo tanto, podía perfectamente haberle metido algo más de
chicha a los personajes femeninos, y no lo hizo.
Hace
años, no me fijaba en estas cosas. No obstante, llega un momento en que caes en ello y ahora sí que lo echo en falta.
Así
que no, no esperéis encontrar mujeres de carne y hueso entre sus páginas. Hay
insinuación de lo que pudieron ser grandes personajes, si solo les hubiera
dedicado en algún momento alguna escena como la del chatir de Karim.
Me
llama la atención que este libro, escrito por un estadounidense, no tuvo demasiado
éxito en su país natal. En Europa arrasó, convirtiéndose en un superventas,
particularmente en España y Alemania.
Siempre
me ha llamado la atención que aquí adoramos la novela histórica, mientras que
en Estados Unidos la ignoran bastante. Yo a veces digo, a aquellos que
desprecian la romántica, que en EE. UU. es este género el que domina las
ventas, tanto como aquí la histórica, y así se hacen un poquito más a la idea.
Seguro
que hay un motivo para que nos atraiga más la historia que allí. No voy a
elucubrar. En Europa estamos enamorados de la novela histórica, en EE. UU., de la romántica. Y el suspense, o novela negra, en ambos sitios. Me resulta curioso que a los europeos nos encanta la histórica, con independencia de que sea historia de
la misma geografía que nosotros habitamos o no.
En
conjunto es una novela de las imprescindibles si te gusta el género.
Es entretenidísima, y fácil de leer.
El
autor, luego, escribió otras dos, Chamán
(1992) y La doctora Cole (1996). Las leí
cuando salieron, así que no recuerdo gran cosa de ellas. No me gustaron
particularmente, se dejan leer, sin más. Me parecen prescindibles.
Como a estas alturas es un clásico del género, tiene página en la Wikipedia.