viernes, 15 de enero de 2021

#30 Sandro Botticelli: El nacimiento de Venus

 


Nascita di Venere


Fecha: h. 1485

Estilo: Arte renacentista

Autor: Sandro Botticerlli

Técnica: temple sobre tela

Ubicación: Galería de los Uffizi (Florencia, Toscana, Italia)

 

Menos mal que este no se lo cargaron

 

El 7 de febrero de 1497 se encendió una hoguera en Florencia, la «hoguera de las vanidades» por excelencia.

En un lugar de tanto refinamiento se llevaba un siglo creando objetos preciosos, entre ellos magníficos cuadros del primer Renacimiento o Quattrocento. Pues bien, después les dio a todos por la manía religiosa y entraron en un frenesí de destrucción de todos aquellos objetos que se consideraban pecaminosos, vanidades

En italiano se dice falò delle vanità, y aunque hubo más de una «celebración» de este tipo, la hoguera de las vanidades por excelencia es esa de febrero de 1497, donde seguidores del fraile dominico Girolamo Savonarola quemaron miles de objetos, ropas, cuadros, libros… Porque se consideraba que tentaban a la gente.

Entre los cuadros que allí perecieron hubo más de uno de Sandro Boticcelli, de temas paganos. Afortunadamente, este Nacimiento de Venus no estaba entre ellos. Cuando veo sus cuadros, siempre pienso en cuántos otros se destruirían por el fanatismo religioso, y agradezco que estas joyas renacentistas sí nos hayan llegado.

Es una pintura realizada sobre tela, y no sobre tabla, que era lo más frecuente. No obstante, la tela era un soporte no infrecuente en el Quattrocento para pinturas decorativas destinadas a las residencias señoriales, o al menos así nos lo cuentan en la página web de los Uffizi. Es una obra más bien grande, 172,5 x 278,5 cm, o sea, casi tres metros de ancho y más de metro y medio de alto.

Se le llama Nacimiento de Venus, pero en realidad la escena es un momento posterior. Venus, nacida ya de la espuma del mar, se alza sobre una concha y el viento la lleva hacia las costas de Chipre. Allí la está esperando una ninfa para abrigarla con un manto de flores.

A la izquierda tenemos los vientos, un hombre y una mujer desnudos, ella abrazada a él y con telas flotantes tapándoles sus partes pudendas. Con sus cabelleras onduladas y alas, se les identifica tradicionalmente con Céfiro y Cloris. No obstante, a la mujer que abraza a Céfiro a veces la he visto identificada como Aura.

Caen las rosas sobre el mar, fluyen, flotan… Es la flor de Venus, propia de la primavera.



Al otro lado, la joven vestida con una tela floreada, con cinturón de rosas y una guirnalda de mirto, que es la planta de Venus, y los cabellos sueltos, descalza sobre un suelo con flores, sostiene un manto rojo en la mano, también bordado de flores. 

Se la identifica como una ninfa, o una de las Gracias o de las Horas, en concreto la Hora de la Primavera. Recordemos que en la mitología griega las Horas (Horai en griego, Horae en latín) eran diosas del orden de la naturaleza y de las estaciones, no se referían a momentos del día.

Parece que está representado lo que cuenta Ovidio en sus Metamorfosis sobre el nacimiento de la Diosa, y cómo Hora, hija de Zeus, la abriga con un manto. En otro sitio leí que en realidad es Flora, la diosa del bosque y de las flores. E incluso en un tercer libro te cuentan que se trata de una alegoría de la Tierra o de la Primavera. Pues eso, tú mismo, lo que más te guste.

Venus

Lo que más te llama la atención del cuadro es esa mujer desnuda del centro: la diosa Venus, sobre una concha, algo inestable. El pelo suelto le cae sobre el cuerpo, enroscándose en curvas y arabescos; los reflejos de luz en la cabellera se lograban aplicando oro.

Su piel es marfileña, con toques rosadas, que recuerda más al mármol de una estatua, o al brillo nacarado de una perla, que a la piel de una persona.

Sus hombros son estrechos, algo caídos, lo cual queda raro, lo mismo que ese cuello… demasiado alargado.

La boca permanece cerrada y sus ojos claros tienen una mirada perdida


El desnudo no era habitual en el arte occidental. No es que se desconociera, pero solía reservarse a la mujer pecadora, la Eva de turno. Pero aquí hay una diferencia. Venus no es una mujer culpable, sino una diosa de agradables formas, como las figuras femeninas de la Antigüedad.

Hablemos un poco de la postura de la diosa: el peso sobre la pierna izquierda, el pie derecho hacia atrás, un poco levantado. Procede de la estatuaria griega, sobre todo de la época helenística, y se le llamaba contrapposto.

Con ello parece flotar por encima de la concha, donde no aparece plantada sino un poco levitando, formando una curva.

Sigue el modelo de la Venus púdica de época grecorromana, con una mano en el seno y otra en los genitales. En realidad, no lo tapa todo, porque uno de los pechos lo tapa, sí, pero el otro no. Y a diferencia de las Venus clásicas, que suelen tener el pelo recogido, esta lo tiene prácticamente suelto, y recoge parte para cubrir los genitales, de manera que acaba transmitiendo la idea de vello púbico, algo que no se solía representar.

La sensación general, no obstante, no es de concupiscencia. No sé cómo se lo tomarían en la Florencia de los Médicis, pero lo que es ahora nos transmite un poco de movimiento, a través de las ondulaciones de los cabellos y de las telas pero nada exaltado, por esa melancolía o nostalgia que siempre comentan al hablar de los cuadros de Botticelli.

Paisaje

El paisaje consiste, principalmente, en un mar ondulado. Pero a la derecha tenemos la línea de costa, con algún árbol disperso y en el extremo derecho un laurel. Recordemos que la rama de laurel es un emblema tradicional de la familia Médicis. Los árboles del fondo son naranjos y, leo en la página web de los Uffizi, que los naranjos se consideraban otro emblema de la familia, por el parecido entre el apellido y el nombre con el que se conocía a estas plantas, mala medica.

Como los personajes están todos en el primer plano, la profundidad se logra gracias a esa línea costera, a los árboles pequeñitos del fondo.

En el suelo, en primer plano, un prado con flores, entre las cuales florece una anémona azul.

Hay un aire un poco irreal en esta parte, más como si representara un escenario ideal que un lugar real. No hay ese minucioso detalle de la época del gótico internacional, con sus hortus conclusus representando a María. Se nota que a Botticelli el tema del paisaje no le emocionaba, y él mismo lo reconocía.

Sentido

El cuadro trata un tema pagano, propio de la mitología grecorromana: la diosa del Amor y de la Belleza. Pero no falta quien le daba un sentido más cristiano. Hay quien identifica a Venus con la Humanitas

Otros entienden que es un mito que recuerda el bautismo cristiano y cómo el alma renace, hermosa, después de ser bendecida con agua.

O puedes pensar que aquí se transmite la unión de espíritu y belleza, la Idea abstracta frente a la Naturaleza.

O que la belleza es, como todo, un don de dios, de manera que refleja el ideal neoplatónico pasado por el filtro del cristianismo.

O que toda esta belleza es transitoria, y por lo tanto la melancolía de Venus transmite la idea de la fugacidad de la juventud, de la vida.

Si nos ponemos en plan filosófico, puedes encontrar en el cuadro el mensaje que quieras, que dentro de la aristocrática sociedad en la que nació este cuadro, se admitían todo tipo de alegorías e interpretaciones.

Estilo

Es una obra de colores suaves, sin mucha variedad cromática. Hay una luz dorada que baña todo el cuadro, una luz que no se corresponde a una fuente real.

El fuerte de los florentinos estaba en el dibujo, más que en el color, que es algo más propio de la pintura veneciana. Botticelli no es una excepción, y en este cuadro se ve. Si nos fijamos, traza una fina línea negra en torno a las figuras, que le sirve para delimitarlas. Ese contorno preciso es muy distintivo y nos ayuda a comprender lo excelente que era su dibujo.

Historia del cuadro

Se conoce la existencia de este cuadro desde que lo menciona Vasari en sus Vidas (1550). Estaba en una villa de los Médicis en Castello, propiedad de una rama menor de la familia Médicis. Se cree que fue un encargo de Lorenzo de Pierfrancesco de Médicis, pariente de Lorenzo el Magnífico.

El tema pudo proponerlo o inspirarlo el poeta Agnolo Poliziano, quien lo trató en un poema, siguiendo una pintura de Apeles perdida pero que describió Plinio.

Tradicionalmente, se consideró que fue un encargo conjunto con otro muy famoso de Botticelli, La Primavera, pues allí estaban juntos. Incluso, que en el mismo paquete iba un tercero, Palas y el centauro. Actualmente se pone en duda, fijándose en las diferencias de soporte, estilo, tamaño o composición y consideran que no, que acabaron allí pero que no fueron encargadas ni pintadas al mismo tiempo.

Como otros cuadros de Botticelli, se cree que la modelo pudo ser Simonetta Vespucci, amante de Juliano de Médicis y muerta como se suele decir in belleza, a los 23 años. Corría el año 1476; había sido, y siguió siendo musa de los artistas de la época, habiéndola cantado poetas como Poliziano.

En la Villa di Castello estuvo hasta el año 1815. Entonces, se trasladó a la galería de los Uffizi, donde permanece hasta el día de hoy, siendo una de sus obras destacadas.

 


El autor: Sandro Botticelli

Sandro di Mariano Filipepi, llamado Botticelli, nació en Florencia en 1445. 

Fue discípulo de fra Filippo Lippi y le influyó Verrocchio. Lo protegió Lorenzo el Magnífico y gracias a ello, participó en la intensa vida intelectual y artística de la época. Un ambiente brillante, espléndido. Florecía el neoplatonismo, la belleza se consideraba un ideal…

En pintura, se corresponde con la llamada segunda generación florentina del «Quattrocento». Aunque la producción artística sigue siendo, mayoritariamente religiosa, se dejaba sentir el influjo del humanismo, de los temas de la Antigüedad clásica. Desde 1475, más o menos, había desarrollado su propio estilo, ese dibujo preciso, los colores nítidos y una leve melancolía bañando sus escenas.

Luego llegó la conjura de los Pazzi (1478), y ya se veía que aquella sociedad estaba en riesgo, o que todo aquello podía no durar. Botticelli realizó las efigies de los conjurados ahorcados. Aunque  he de reconocer que los dibujos más famosos de estos ejecutados son los de Leonardo da Vinci, en particular el del ahorcamiento de Bernardo Bandini Baroncelli.

En 1481-82, Botticelli estuvo en Roma, pintando Historias de Moisés en la parte baja de la Capilla Sixtina. Sí, ya sé que cuando vamos todos nos podemos a mirar la parte de arriba, y el testero, con las impresionantes obras de Miguel Ángel, pero en las paredes hay obras de otros grandes maestros renacentistas.

Volvió a su ciudad natal, donde vio el fallecimiento de Lorenzo el Magnífico (1492), y vivió las soflamas de Savonarola. Durante un tiempo la Florencia aristocrática y refinada se volvió un centro de fanatismo religioso donde se quemaban las obras de arte, y ya se sabe que cuando se empiezan quemando libros se acaban quemando personas.

Con todo esto, y ya la edad que iba teniendo, cambió el ánimo de Botticelli. En esos últimos años se retrajo en la religiosidad. El ambiente era otro y le convenía ser prudente. Llegaron a denunciarlo «como sodomita», aunque la cosa quedó en nada. Le convenía ser más bien discreto, no llamar la atención, en tiempos tan revueltos.

Por cierto que Savonarola también acabó de mala manera. Se metió demasiado con el papa, y éste, como buen español, no perdonaba una ofensa con facilidad. Lo excomulgaron, pero él seguía chulito, porque lo protegía el rey de Francia, los gabachos, ya se sabe, siempre liándola. Carlos VIII, no obstante, murió, y el que le sustituyó, Luis XII, estaba liado en otras cosas, en particular, que ese mismo papa Borgia le concediera la anulación de su matrimonio con Juana de Valois, así que pelillos a la mar. 

Acabaron arrestando a Savonarola, lo ahorcaron y su cuerpo lo quemaron en la hoguera, lanzando sus cenizas al Arno. Era el año 1498. 

Botticelli le sobrevivió una década, pues murió en 1510. Dos años después, los Médicis recuperaron el gobierno de Florencia.

Lo que todos los libros de arte destacan de Botticelli es su dibujo preciso, aunque algo nervioso, y esas formas ondulantes que sugieren movimiento. Los rostros, no obstante, no son hieráticos como en la estatuaria clásica, ni arrebatados y exagerados como en el helenismo. No, lo que transmite es un cierto decaimiento, tristeza, melancolía un estoy aquí pero no estoy, todo esto es muy bonito pero tarde o temprano desaparecerá, ay, el sufrimiento no me es ajeno, y si no llega ahora, llegará después.

Es tentador hacer un paralelismo con la situación política de la época: sí, Florencia produce maravillas artísticas, y filosofía, y pensamiento, y ciencia, y llevaba siendo tan increíblemente creativa más de un siglo, recordemos a Dante, y luego a Maquiavelo… Pero no dejaba de ser una república enana, decorativa y poco más, entre grandes potencias que se disputaban a la dividida península italiana.

La triunfadora de esas guerras de décadas fue al final la España de los Austrias, que dominó buena parte de aquella geografía, y consiguió expulsar al otro perro con el que peleaba por ese hueso, la Francia de los Valois.

La Toscana siguió dando sus frutos científicos y artísticos. No olvidemos al pisano Galileo Galilei, grande entre los grandes, posiblemente el científico number one de la historia. Pero políticamente, en toda la Edad Moderna, no dejó de ser un territorio de escasa relevancia.

Otras obras

Creo que esta es la obra más conocida de Botticelli, aunque hay otros cuadros suyos que suelen aparecer en los libros de Historia del Arte. Por ejemplo, las otras dos obras que se dice que acompañaban a esta:

«La Primavera» (h. 1477-78), temple sobre tabla, 203 cm × 314 cm, Uffizi, Florencia.


«Virgen del Magnificat» (1481), temple sobre tabla, 118 cm × 118 cm, Uffizi, Florencia.



«Palas y el centauro» (1482-83), temple sobre lienzo, 148 cm × 207 cm, Galería Uffizi, Florencia.

Como vemos, para poder disfrutar de lo mejor de Botticelli parece inevitable ir a Florencia, a la Galería de los Uffizi. En España sí que tenemos en el Museo del Prado un ciclo de tres tablas titulado La historia de Nastagio degli Onesti (1483), técnica mixta sobre tabla, que miden 82,3 x 139 cm. De las cuatro tablas que representan la historia de Nastagio degli Onesti que nos cuenta Boccaccio en el Decamerón, tres están en el Prado; la cuarta, en una colección privada. Entraron en el Prado en 1941, gracias a donación de Francisco Cambó.

Las del Prado son estas tres:







Por meter algo de lo que pintaba a finales de siglo, después de muerto Lorenzo el Magnífico…



«La Calumnia de Apeles» (1495), temple sobre tabla, 62 cm × 91 cm, Uffizi, Florencia. Cuadro alegórico que pretendía reconstruir un cuadro del pintor de la Antigüedad, Apeles, tal como se le describía en las fuentes clásicas.

 


«Piedad» (1495), temple sobre tabla, 107 cm × 71 cm, Museo Poldi Pezzoli, Milán.

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