Objeto:
cruz procesional
Material:
madera, oro, esmalte, gemas
Fecha:
h. 973-982
Lugar
actual: Tesoro de la catedral de Essen (Alemania)
Época:
Arte otoniano
Toda una señora abadesa con
una gran responsabilidad
En la Edad Media, sobre todo en la Alta, las abadías y los
monasterios eran lugares donde se concentraba y preservaba el saber; también
eran centros de producción económica, pequeñas y medianas empresas dedicadas a
tareas diversas. Allí se acumulaban riquezas que, además, se conservaban in situ, por no ser herencias que se
dispersaran entre varios herederos.
Los conventos eran uno de los pocos espacios, fuera del hogar, reservados para las
mujeres. Muchas veces las metían allí sus familias desde niñas, siendo lo de
menos si tenían o no vocación. Allí se las educaba para desempeñar bien los papeles que el futuro les reservaban, por ejemplo, como esposas de nobles de clases altas y que por lo tanto tendrían que saber administrar, tener cierta formación... O bien, quedarse allí para ser las mandamases del lugar.
Teniendo en cuenta que, al menos hasta el
renacer urbano (a partir del siglo XI) estas instituciones religiosas estaban en el medio rural, al final resultaban ser grandes
explotaciones en las que quien mandaba era en todo como un gran señor.
Las abadesas solían proceder de familias nobles. La
realeza, en particular, tenía sus monasterios de referencia de los que eran patronos y donde
metían a sus niñas, bien para educarse o bien para que llegaran a desempeñar altos cargos en la iglesia (a los que pudieran llegar, siendo mujeres, claro).
En Alemania, los monasterios de la familia imperial lograban la «inmediación imperial»: en asuntos espirituales responderían ante el papa pero en lo demás, sólo directamente del emperador, y
no de los señores locales. Hubo ciudades, abadías y territorios que lograban
esta inmediación.
Entre ellas estuvo la abadía de Essen, muy vinculada a los
otonianos desde su fundación. Así que no es de extrañar que mandaran allí a Matilde,
nieta del emperador Otón I, «el Grande», primero para educarse y, con el
tiempo, para llegar al rango de abadesa. Como tal, era responsable de las actividades económicas, políticas,
religiosas y docentes del lugar; de ella dependían los edificios, las personas,
las reliquias y los objetos de lujo destinados al culto. Ella mantenía las relaciones políticas correspondientes, encargaba obras, manejaba los dineros, etc.
Uno de los objetos artísticos cuya confección encargó fue esta cruz procesional, que se conservó en
la abadía y luego pasó a la catedral, en cuyo tesoro aún puede verse. Allí hay
otras cruces, incluida una de Matilde y su hermano Otón, y no resulta fácil la
datación de esta.
Se trata de una cruz gemada. Un cuerpo de madera
de roble se reviste de láminas de oro y allí se van añadiendo esmaltes y
piedras preciosas, incluidas perlas, engastadas. Al final es toda una superficie llena de joyas brillantes y hermosas. Ad maiorem Dei gloriam. Se ve que hay un crucifijo,
pero se cree que este Cristo muerto es un añadido posterior.
No puedo describir toda entera esta cruz, tan densamente poblada de piedras, pero sí me fijaré en un par de detalles.
No puedo describir toda entera esta cruz, tan densamente poblada de piedras, pero sí me fijaré en un par de detalles.
En el brazo derecho de la cruz, hay una representación de la Luna en esmalte y, al lado de ella, un camafeo romano. La correspondiente representación del Sol está en el otro extremo.
Lo de que reutilizaran un camafeo romano es de esas cosas que siempre me hacen gracia. En el arte todo vale, o se pierde nada, hay que usar y reciclar aquello del pasado que se veía como más o menos glorioso. Lo romano, además, evocaba
cierta idea «imperial», algo muy propio para este Sacro Imperio Romano Germánico
que en cierto modo pretendía ser su sucesor.
Es una cruz para sacar en procesión, y mide unos 45 centímetros
de alto. La bola de cristal al pie es moderna.
A mí lo que más me gusta es el esmalte que hay debajo del
crucifijo, que representa a la donante, la abadesa Matilde, con vestidura blanca de monja, arrodillada frente
a la Virgen y el Niño, en el formato «Trono de Sabiduría», o sea, con el Niño
sentado. Como es habitual no se guarda la proporción sino que la humana (la
abadesa) es de tamaño más pequeño que las figuras divinas.
La inscripción dice MA/HTH/ILD/AB/BH/II, lo que permite
atribuir la cruz a la abadesa Matilde, aunque es verdad que resulta difícil
saber en qué fecha encargó la realización de esta joya. Pongo 973-982 porque lo
he encontrado por ahí, en un libro, dándole a google books, pero vamos, que no tengo mayor idea. Matilde fue
abadesa desde 973 hasta que murió en 1011, así que podría ser en cualquier
fecha.
En cualquier caso, seguimos en la segunda fase del prerrománico europeo, con
el arte otoniano que fue sucesor del carolingio.
Como
siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.
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