viernes, 13 de septiembre de 2019

#25 Arqueta de Pamplona






Objeto: cofre
Material: marfil de elefante
Fecha: 1004-1005
Lugar actual: Museo de Pamplona (España)
Época: Arte islámico
Autor: Maestro Faray y discípulos


Ejemplo precioso de eboraria cordobesa

Esta arqueta hispano-musulmana se llama también «de Leire» por haber estado en aquel monasterio durante siglos, guardando los restos de dos personas consideradas santas por los católicos, Nunilo y Alodia, mozárabes de Huesca. Estaban envueltos en una tela mozárabe de seda decorada con dibujos de aves. 

Pero obviamente este no es un objeto elaborado en el reino medieval de Navarra, sino en Córdoba, en concreto en los talleres eborarios de Medina AzaharaEstamos a finales de la primera fase del arte islámico, esa que llega hasta mediados del siglo XI.

En esta época, alcanzaron gran dominio en las artes aplicadas. Destacan las labores de en marfil de los talleres cordobeses, de los cuales ya vimos aquí un ejemplo con el bote de Zamora (964), actualmente en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

Esta arqueta de Pamplona es cuarenta años posterior a aquel bote. La datación y la autoría, así como la persona para la que se hizo, consta en una inscripción en la misma, en caracteres cúficos, que se encuentra en la tapa.

En el nombre de Alá, Prosperidad, Alegría, Esperanza de obras buenas, Retraso del momento supremo para el Hayib Saif al-Dawin Abd Al-Malik ibn al Mansur (hijo de Almanzor), Dios le asista, de lo que le mandó hacer por orden suya bajo la dirección del Fata Al-Kabir Zuhayr ibn MuhammadAl-amiri su esclavoAño cinco, noventa y trescientos

Este Abd al-Málik al-Muzáffar era hijo del háyib (chambelán) Almanzor, «el victorioso», quien para entonces ya había muerto. Sucedió a su padre en el cargo. Es decir, un objeto de lujo, precioso, para la persona que, de hecho, mandaba en el califato cordobés.

En la ficha del Ministerio de Cultura (que es la principal fuente para este artículo) detallan los nombres de los autores: la cubierta, del maestro Faray; el lateral izquierdo, Rasid; frente posterior, Jair; lateral derecho, Sa Abada y el frente anterior, Misbah.

Para que os hagáis una idea de cómo es, tenemos la caja y la tapa, alcanza una altura de 23 centímetros, y una anchura de 38,50 cm. Lo forman diecinueve placas de marfil.

Con ese horror vacui tan propio el arte islámico, está toda su superficie cubierta de tallas. Cada cara está rodeada por una cenefa y tiene medallones de ocho lóbulos, dentro de los cuales están las escenas. 

La temática es profana: cacerías, justas y animales. El resto están rellenado con decoración es de ataurique, tanto vegetal como animal y figuritas de hombres y mujeres. Merece la pena fijarse en los detalles para superar esa idea de que los musulmanes jamás representaban personas, porque no es cierto y aquí se ve. Podría no ser su tema favorito, pero se encuentra aquí, lo mismo que en miniaturas persas.

Se cree incluso que alguna de las personas representadas podría ser el califa cordobés Hisam II (965-1013). Sería el personaje que aparece sentado sobre un trono, con anillo de sello real y al que atienden dos sirvientes.

No podía faltar el tema, de origen oriental, de las parejas de animales enfrentadas.

Estos motivos decorativos andalusíes tendrían influencia posterior en la temática del arte románico. Es decir, las formas islámicas se transmitieron al arte cristiano occidental. Porque, ¿lo tengo que decir otra vez?, la cultura se transmite de unos grupos de población a otro, la estética se reutiliza, los objetos mismos también.

¿Para qué sirvió, antes de que los católicos las usaran para guardar reliquias?

Considerando que su destinatario era el chambelán del califa, en esta obra de lujo guardaría objetos personales, como por ejemplo perfumes o joyas.

En algún momento, esta preciosidad cordobesa acabó viajando al norte de la Península; tal vez fuera botín de guerra, o igual fue algún regalo regio de gobernante a gobernante o, quizá una forma de pagar los impuestos (parias) en tiempos de taifas. Quizá un noble navarro lo cogió y luego se lo regaló al monasterio de Leyre, como promesa, o parte de una dote, ¿quién sabe?

En el siglo XIX cambió de manos un par de veces: con la desamortización pasó de Leyre a la parroquia de Santiago de Sangüesa; más tarde, las reliquias las llevaron a Adahuesca y la arqueta entró en el Tesoro de la catedral de Pamplona. Como tantos objetos preciosos, tuvo su robo (1935) pero se recuperó. Ya en 1947, pasó a ser propiedad de la Diputación Foral (con otros bienes, a cambio de más de un millón de pesetas de la época, como «donativo voluntario» al obispado (¡Qué chispa tienen estos...!). Se conservó primero en el Palacio de Navarra y, a partir de 1966, en el Museo de Navarra.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

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