Objeto: máscara mortuoria
Material: oro
Fecha: 1550-1500 a. C.
Lugar actual: MAN (Atenas, Grecia)
Época: micénica
Este
Schliemann, era un genio… a su manera
Heinrich Schliemann (1822-1890) fue un tipo
muy peculiar. Este prusiano, hijo de un pastor, de origen humilde, salió
adelante con diversos trabajos, fue
tendero, marinero náufrago, agente comercial, luego empresario por su cuenta,…
estuvo por todas partes, desde la Rusia imperial hasta la California de la fiebre
del oro.
Políglota, aprendía idiomas como quien colecciona cromos: inglés, francés,
holandés, español, italiano, portugués,… Se lamentaba de que, debido a sus
muchos trabajos y viajes, «Hasta el año 1854 no me fue posible dedicarme al
estudio del sueco y del polaco».
Se enriqueció con la guerra de secesión
estadounidense y con la de Crimea, porque ya se sabe que las guerras son
oportunidades estupendas para que algunos tipos concretos se enriquezcan,
aunque en general son un desastre, tanto para la sociedad del ganador como la
del perdedor. Como decía el duque de
Wellington, «Salvo una batalla perdida, no hay nada tan triste como una
ganada».
La cosa es que, rico, y en su madurez, pudo dedicarse a lo que le
gustaba, que era el tema histórico. Se largó a Grecia y Turquía, se casó
con una pizpireta muchacha griega (como podréis comprender, para entonces ya
dominaba el griego clásico y contemporáneo de corrido) llamada Sofía, de
diecisiete años, o sea, treinta años menor y juntos se dedicaron a la búsqueda
de tesoros perdidos.
Para él, a diferencia de los científicos
de su época, los poemas homéricos no
eran mitos o fantasías literarias, sino hechos ocurridos en la realidad y él
tenía el empeño de encontrar Troya. Y la encontró, siguiendo ciertas
descripciones de la Ilíada, en la
colina de Hisarlik.
Más tarde marchó a Micenas, donde estuvo excavando. En 1876 halló una serie de tumbas. Siguiendo esa manía tan suya de
pretender que los personajes homéricos eran reales, decidió que una de ellas
era la de Agamenón, el rey de los hombres. Precisamente a la que pertenece esta
máscara.
Schliemann en 1879
Y aquí su mujer, Sofía Schliemann, h. 1873, adornada con joyas halladas en las
ruinas troyanas, el llamado «tesoro de Príamo», porque digo yo que para qué
descubrir un tesoro de más de tres mil años si no te lo vas a poder poner…
La máscara de Agamenón se creó a partir de una sola hoja de oro, gruesa, calentada
y golpeada con el martillo contra un fondo de madera en las que estaban
grabados los detalles grabados posteriormente con una herramienta puntiaguda.
Es una
máscara funeraria, un objeto que se colocaba encima de los muertos para
protegerlos de las influencias exteriores, lo mismo que los petos. Suelen guardar un parecido con ellos, y aquí sí que se ve que no
es un modelo ideal como se vería más tarde en la estatuaria griega, sino que
parece corresponderse a una persona real, con su bigotillo y su barba.
No pudo pertenecer a Agamenón porque se ha datado en unos trescientos años
antes de cuando se supone que ocurrió la guerra de Troya. Pero sigue
conservando el nombre, por motivos históricos.
Dado que es de oro, y por la riqueza del
ajuar funerario, que incluía espadas, diademas y otros muchos objetos, era
evidente que se trataba de gente rica, noble, que gozaba de estatus y poderío dentro de la sociedad micénica.
Debo señalar que hay gente que duda de
su autenticidad, unos porque piensan
que igual Schliemann coló en esas tumbas algo que había hallado en otro sitio,
y otros porque creen que igual hizo fabricar una moderna a imitación de las
antiguas. A día de hoy, me parece que la postura general es no dudar de la
realidad del hallazgo, que como he dicho no incluyó solo esta máscara, sino
otras, además de objetos valiosos.
Se guarda en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas, y menos mal, porque los
fondos de Schliemann que acabaron en Alemania resultaron muy dañados como
consecuencia de la guerra mundial y acabaron en gran medida dispersos o
destruidos.
Por cotillear
un poco, Heinrich y Sofía tuvieron tres hijos a los que llamaron Andrómaca,
Troya y Agamenón. Permitió que se les bautizara, pero solemnizó –dicen en la Wikipedia
en inglés– la ceremonia a su manera, colocando una copia de la Ilíada en la
cabeza de los niños y recitando cien hexámetros.
(No, en serio, pensadlo un momento. Tratad de imaginar la escena).
He podido escribir gran parte de este
artículo gracias a un clásico de la divulgación arqueológica, Dioses, tumbas y sabios de C. W. Ceram. Un libro entretenidísimo, muy
adecuado para aquellos que no somos expertos en estos temas arqueológicos, pero
nos gusta leer sobre ellas. Además, es muy recomendable el artículo en la Wikipedia
en inglés, del que también he cogido cosas.
Por lo demás, como siempre, y salvo otra indicación en contrario, las imágenes son de Wikimedia Commons.
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