Por Javier Losa (2010) [[CC BY 2.0], via Wikimedia Commons
Ubicación: Oviedo
(Principado de Asturias), España
Fecha: 842
Estilo: Arte asturiano
Tipo de edificación: palacio
/ templo
Edificio
emblemático del prerrománico español.
Mientras en Oriente pervivía Bizancio, en el corazón de Europa se fortalecía un nuevo imperio, y al sur de España, Al-Andalus vivía su
esplendor califal,… aquí, en el norte de la Península, protegidos por las montañas,
se consolidaban pequeños reinos cristianos.
Uno de ellos fue el reino
de Asturias, cuyos primeros años están envueltos en el mito y la leyenda. Es
imposible deslindar una cosa u otra, sobre todo en un país en que el pasado
sigue siendo arma política, sin que importe si el relato es real o imaginado.
A esta zona realmente no
había llegado la romanización. La cristianización de la zona se debió más bien a la llegada de cristianos procedentes del sur. No se sabe si ellos lo veían así, pero posteriormente, cuando se
sintió la necesidad de legitimar las monarquías medievales, se enlazó por esta
vía con la tradición visigoda.
El inicio del reino
asturiano se señala simbólicamente en el año 722, cuando supuestamente tuvo
lugar la batalla de Covadonga. La primera capital fue Cangas de Onís, a los
pies de los Picos de Europa, mis bienamadas montañas; hacia el año 794, cuando
el territorio del reino ya abarcaba hasta el río Duero, los reyes estuvieron
suficientemente seguros como para pasar la capital a Oviedo.
Un reino más extenso
requería cierta organización administrativa, y por ello empezaron a
desarrollarse edificaciones que reflejaran la nueva realidad. Rápidamente
surgieron edificios religiosos y residenciales.
El arte asturiano se desarrolló, sobre todo, en el siglo IX. Los edificios más célebres, como este de Santa María de Naranco, se
erigieron en la época del rey Ramiro I (842-850), quien dio nombre a la etapa
central de este estilo: período ramirense.
Sirviendo tal etapa como fulcro, sin demasiada imaginación se llamó a lo
anterior etapa prerramirense y a la
posterior, posramirense.
Toda forma artística bebe
de la tradición, y el arte asturiano no es una excepción. Recoge elementos no
sólo de las épocas romana y visigoda, sino también recibió la influencia del
coetáneo remamiento carolingio.
Eso sí, el arco de herradura,
que tan apreciado fue por los visigodos, y que se mantuvo y desarrolló
espléndidamente en el arte andalusí, fue abandonado en el norte, prefiriéndose el arco de medio punto y,
sobre todo, el arco peraltado.
Una serie de arcos de
medio punto puestos uno detrás de otro, forman una bóveda de medio cañón, y si hay peralte, en una bóveda peraltada sobre arcos perpiaños o fajones. Y eso es evidentemente lo que hicieron los astures, usar
este tipo de bóvedas. Este rasgo estilístico se aprecia en Santa María del
Naranco, donde encontramos arcos de medio punto, bóvedas de cañón y arcos fajones que, al
exterior, son contrafuertes. La imagen exterior recuerda a lo que
serían las posteriores realizaciones románicas.
Santa María del Naranco
usa la habitual planta rectangular o basilical
de los edificios asturianos. Se alza en dos plantas y tiene muros de piedra. En
la planta baja hay una cámara de baño, cuyas ventanas pueden verse en la parte
inferior.
En la planta superior
tienes la sala principal, con bóveda de cañón. En las fachadas de los extremos
hay sendos miradores, con tres arcos de medio punto que se han convertido en el
emblema del turismo asturiano. Los capiteles de sus columnitas son corintios.
Aunque es iglesia, debió ser
Aula Regia o capilla palatina. Primero fue palacio y, después, iglesia. Cuando lo ves allí, en las laderas del monte
Naranco, parece muy pequeñito, más que en las fotos. Y es que los astures construían
edificios elevados pero de tamaño más bien reducido.
Este edificio se erigió
en pleno esplendor del arte asturiano coincidiendo, como se ha dicho ya, con el
reinado de Ramiro I. Era hijo de Bermudo I el Diácono, rey de Asturias, y de la
reina Uzenda Nunilona, lo que le convertía en nieto de Fruela Pérez y bisnieto
de Pedro, el dux o duque de Cantabria
en la época de la invasión musulmana. Para que nos situemos, fue coetáneo del emir omeya
Abderramán II, el responsable de una de las ampliaciones de la
mezquita-catedral de Córdoba. Le tocó también enfrentarse a algún ataque menor
de los vikingos que en esta época andaban haciendo de las suyas. También se le
recuerda por un intento de repoblar León, la antigua ciudad romana que se había
reconquistado en 754 y que convertiría en la capital del reino en el 931; parece ser que su intento repoblador fue frustrado por un ataque omeya.
«Los monumentos de Oviedo
y del reino de Asturias» fueron declarados Patrimonio de la Humanidad en el año
1985, ampliándose en 1998, y en su página web, la Unesco lo describe así:
En
el siglo IX, el pequeño reino de Asturias mantuvo viva la llama del
cristianismo en la Península Ibérica. En su territorio nació un estilo
innovador de arquitectura prerrománica que desempeñaría, más tarde, un
importante papel en el desarrollo de la arquitectura religiosa de toda la
Península. Emplazadas en la capital asturiana, Oviedo, y en sus alrededores,
las iglesias de Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo, Santa Cristina de
Lena, San Julián de los Prados y la Cámara Santa de la catedral de San Salvador
son los edificios más representativos de ese estilo. La notable obra de
ingeniería hidráulica conocida por el nombre de La Foncalada forma también
parte del sitio.
Para saber más, siempre
se puede consultar la Wikipedia.
Una breve y muy
esclarecedora descripción de Santa María del Naranco lo puedes encontrar en
este vídeo de artehistoria en
YouTube:
Y, por supuesto,
recomiendo totalmente que algún día le dediquéis un fin de semana a visitar
Oviedo. Es un sitio encantador, agradable, se come muy bien, la gente es bien
maja, y les presta que vayas por allí
a ver sus estupendos edificios.
Foto de CEphoto, Uwe Aranas (2014)
via Wikimedia Commons
Ubicación: Aquisgrán, Alemania
Fecha: h. 790-805
Estilo: Arte carolingio
Tipo de edificación: templo
La
pieza más recordada del arte carolingio
Aquisgrán es una ciudad
ubicada sobre el río Mosa, en el lugar donde Alemania confina con Francia y los
Países Bajos. A veces se ve escrito su nombre como Aix-la Chapelle o Aachen,
pero en español tenemos exónimo consolidado que es este de Aquisgrán.
Aunque los carolingios mantenían,
como buenos monarcas medievales, una corte itinerante, instalaron en este lugar
su palacio principal. Carlomagno escogió un sitio estratégico, central entre
sus dominios y conquistas, que ocuparía sobre todo en invierno, cuando no
estaba en campaña. A ese palacio le puso un oratorio donde guardar una
reliquia. Los católicos son dados a venerar objetos que dicen que pertenecieron
a sus hombres y mujeres santos. Para mi es como una forma de creencia mágica. En
este caso se trataba de la capa, en latín capella,
del santo Martín de Tours. De ese objeto tomó nombre el lugar «la capilla del
palacio» y «capilla» acabó designando cualquier oratorio privado.
La arquitectura carolingia
se inspira en los modelos clásicos, pero no tanto los de la Roma imperial como
los de la Roma paleocristiana, es decir, Rávena. Siguiendo el modelo de San
Vital de Rávena, el arquitecto Otón o Eudes de Metz empezó esta obra.
Es un edificio de traza octogonal,
con dos plantas en altura y cubierto con bóveda
de casquetes; esta pesada bóveda central se apoya en ocho pilares. El
arquitecto rodeó este cuerpo central con una nave organizada en tramos
trapeciales y triangulares, de dieciséis lados. Los pilares sostienen una
tribuna o galería reservada al emperador y su corte. En esta parte superior,
los arcos, que son de medio punto, aparecen subdivididos por columnas.
Las bóvedas se decoraron
con preciosos mosaicos dorados al estilo bizantino. Se usaron elementos
constructivos y decorativos traídos de la propia Rávena. Porque no nos
engañemos, en esto del arte nadie es del todo original y además es un precioso
botín de guerra. Así que incluso tiene columnas expoliadas por Carlomagno en Rávena
y Roma. Claro que donde las dan las toman y mil años después, Napoleón las
cogería y se las llevaría a París; sólo se recuperaron algunas, otras se
tuvieron que reconstruir, a partir de mediados del siglo XIX, usando granito de
Asuán.
En estos años oscuros de
la Alta Edad Media, un edificio así impresionaba… al norte de los Alpes, claro.
No se podía comparar a lo que había por el Mediterráneo, en Roma o en Bizancio.
Pero en aquella zona bárbara no había nada parecido.
El palacio desapareció,
pero la capilla perduró. En torno a ella fue construyéndose lo que hoy es la
catedral de Aquisgrán, uno de los primeros edificios (es el núm. 3 del catálogo)
en ser declarados Patrimonio de la Humanidad, en el año 1978, y en su página web, la Unesco lo describe así:
La
construcción de esta capilla palatina en forma de basílica octogonal rematada
por una cúpula comenzó entre los años 790 y 800, en tiempos del emperador
Carlomagno. Es una imitación de las iglesias del Imperio Romano de Oriente y en
la Edad Media se le agregaron revestimientos espléndidos.
Durante dos siglos, la
Capilla Palatina de Aquisgrán fue el edificio más alto de esa zona,
impresionaba. Esa majestuosidad estaba al servicio de un fin político, claro. Carlomagno
fundó una entidad nueva, el Sacro Imperio Romano Germánico, cuando hizo que el
Papa le coronara en Roma en el año 800. Después de él y hasta el siglo XVI,
todos los emperadores posteriores se coronarían allí. El Sacro Imperio, de una
forma u otra, perduró hasta la época napoleónica. Napoleón, ese viento que
barrió Europa a principios del siglo XIX, también acabó con esto. El corazón de
Europa era demasiado pequeño para dos emperadores.
Bóveda de la Capilla, por Lokilech [CC-BY-SA-3.0], via Wikimedia Commons
Una breve y muy
esclarecedora descripción del conjunto palatino de Aquisgrán lo puedes
encontrar en este vídeo de ArteHistoria
en YouTube:
Minarete y parte del patio Por Mohamed Amine ABASSI (2012) [CC BY 2.0], via Wikimedia Commons
Tipo de construcción: mezquita
Época: Siglo IX
Lugar: Kairuán, Túnez
Una mezquita
conocida sobre todo por su minarete.
Del arte islámico hasta la segunda mitad
del siglo XI, o sea, de la primera parte del arte islámico, ya hemos hablado al
comentar la Gran Mezquita de Damasco, y del palacio de Qusayr ‘Amra en mitad del desierto Sirio. Ahora nos vamos al norte de África, en concreto a
Túnez.
Que por si alguien no sabe por dónde
anda, es un país que queda más o menos, enfrente de Sicilia.
Esta mezquita de Sidi Okba o Uqba pertenece al período omeya. Muestra muy
estrechas relaciones con la mezquita-catedral de Córdoba.
Su rasgo más característico es el
minarete, que se coloca en el eje de la mezquita. Tiene un aspecto macizo. Es
muy reconocible esa superposición de cuerpos escalonados y lo remata una cúpulagullonada.
El aspecto general de esta mezquita
obedece al siglo IX, porque lógicamente fue construida y reconstruida varias
veces. Es la imagen que se asocia a los soberanos aglabíes, durante la época en la que Kairuán logró su máximo
esplendor.
Según veo en la wiki, los aglabíes o
Banu al-Aglab fueron una dinastía de emires musulmanes suníes del norte de
África con capital en Kairuán. Ibrahim I
ibn Aglab estableció un emirato que, en la práctica, fue independiente
entre 800 y el 909.
En 1988, Kairuán fue incluida en la
lista de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y en su página web lo describe de la siguiente manera:
Fundada el año
670, la ciudad de Keruán prosperó bajo la dinastía de los aglabíes en el siglo
IX. Aunque la capitalidad política se transfirió a Túnez en el siglo XII,
Keruán siguió conservando su condición de primera ciudad santa del Magreb. En
su rico patrimonio arquitectónico destacan la Gran Mezquita, con sus columnas
de piedra y pórfido, y la mezquita de las Tres Puertas, que data del siglo IX.
Esta
pequeña estatua ecuestre es uno de los pocos ejemplos que se conservan de
escultura carolingia. Son muy conocidos sus marfiles, pero he preferido traer
aquí esta estatuilla realizada en bronce, porque me recuerda a las realizaciones de la Antigüedad clásica, en
particular romana.
Ya
comenté al hablar del Evangeliario de Godescalco,que al arte desarrollado en Europa
occidental entre la caída del imperio romano y el románico se le suele llamar,
con poca originalidad, prerrománico.
Dentro
de él, se distinguen dos épocas, una primera fase que se correspondería al
paleocristiano y las invasiones germánicas y una segunda fase del prerrománico europeo,
que es donde se enmarca el llamado «renacimiento
carolingio», que superó el aletargamiento cultural que se había padecido en
la Galia en los siglos anteriores. Se recuerda, sobre todo, por realizaciones
arquitectónicas como la Capilla del Palacio
de Carlomagno, en Aquisgrán, de la que hablaré otro día.
Está
claro que el autor se inspiró en
aquellos modelos romanos como la estatua
ecuestre de Marco Aurelio que ya antes del siglo XVI se alzaba en Roma,
frente a San Juan de Letrán. Se creía que representaba a Constantino aplastando
el paganismo, así que se consideraba una buena fuente de inspiración para para contribuir
a una imagen imperial de Carlomagno como un nuevo Constantino.
Que
en realidad fuera el muy pagano emperador filósofo Marco Aurelio es una deliciosa
ironía.
El
«renacimiento carolingio» fue precisamente posible gracias a que estos gañanes
del norte entraron en contacto con aquellos lugares en los que la cultura clásica
estaba a la vista de todos, tanto en Roma como en Bizancio.
Según
leo en ArteHistoria, es una especie de pastiche: «el
caballo es grecorromano, el cuerpo del jinete bizantino y la cabeza carolingia».
Y es que sí, está elaborado a partir de tres piezas diferentes, cada una de una
aleación propia. El caballo posee todas las características de los caballos antiguos
bajoimperiales, y se considera hoy en día que fue reutilizada para esta
escultura, hipótesis que explicaría por qué fue retocada para adaptarse al
caballero y porqué la silla recubre una parte de las riendas y los arneses.
El
caballero, que forma una sola pieza con su silla, es ciertamente carolingio. Aunque
se le llama «de Carlomagno», en realidad no se sabe si se corresponde con este
emperador o con otro, Carlos el Calvo, en cuya época se realizó esta obra. El
rostro se corresponde a las representaciones de Carlomagno en monedas, así como
la descripción que de él da su biógrafo Eginardo.
Pero no hay que olvidar que su nieto Carlos el Calvo se le parecía mucho, o al
menos se le pintó parecido a él en los manuscritos iluminados que se conservan.
En
una mano sostiene un globo, el llamado orbe
imperial, símbolo evidente de poder. Y en la otra llevaba una espada, hoy
perdida.
Está
elaborada en bronce, en el pasado estuvo dorada, y debido a su pequeño tamaño,
unos 25 centímetros, fácilmente trasladable de un lugar a otro. Hay que
recordar que estos reyes y emperadores medievales solían carecer de una corte
fija, sino que iban de un lugar a otro, por lo que agradecían tener este tipo
de objetos preciosos que pudieran llevar consigo.
Libreto
en italiano: Francesco Maria Piave y Andrea Maffei, basado en Macbeth de Shakespeare.
Género: drama
histórico
Tal
día como hoy se estrenó, en el Teatro della Pergola, de Florencia, la primera
ópera shakespeariana de Verdi
En un período de 16 años, que Verdi
llama sus «años de galeras» produjo nada menos que 22 óperas. Entre ellas, este
Macbeth que es el primero en que adaptó
a la lírica un drama de Shakespeare. Supuso su obra más original hasta la
fecha.
Shakespeare era uno de los poetas favoritos
de Verdi, consideraba su tragedia Macbeth
como una de las más grandes creaciones del hombre. «Si no puedo conseguir hacer
algo grande con esto, al menos intentaré hacer algo que se salga de lo
ordinario», escribió al libretista Piave.
La historia que nos cuenta es, por lo
tanto, la del dramaturgo inglés: la historia de una ambición, la toma del poder
de Macbeth después de que unas brujas se lo profetizaran, y su caída posterior
en desgracia, creyéndose a salvo por las extrañas profecías sobre quién podía o
no derrocarle. La ópera se centra más en los personajes principales, Macbeth y
Lady Macbeth, en su psicología tenebrosa. Y aunque tenía momentos interesantes,
en otros resulta más chusco y superficial, un defecto que tienen muchas de
estas óperas de Verdi de los «años de galeras», que –para mí– venía de esa
prisa, esa ansia, de componer todo lo que se le pusiera a tiro.
Macbeth tuvo mucho éxito y, años después, la
reformó en una versión francesa que se estrenó el 21 de abril de 1865 en el Théâtre
Lyrique de París.
No es, sin embargo, de las más
recordadas de Verdi. Fíjate que José María Martín Triana ni siquiera la incluye
en las cien óperas que repasa en El libro
de la ópera. Y es que, claro, lo mejor de Verdi (La traviata, Rigoletto, Aída, Otelo, Il trovatore…) estaba aún por
llegar.
Y sí, el mal farío de «la obra escocesa»
también se extiende a su representación lírica. En 1988 un hombre se mató
tirándose a la platea durante una representación de esta ópera en el
Metropolitan de Nueva York.
Momentos recordados de esta ópera son especialmente
los de Lady Macbeth: su «Vieni! T’affretta» del primer acto y la impresionante
escena de sonambulismo del IV, un tipo de «aria de la locura» muy de la época
romántica, como se ve en obras belcantistas: «Una macchia è qui tuttora…». Pero
también destaca el aria de Macbeth, un personaje con voz de barítono, titulada
«Pietà, rispetto, amore».
Añádele el dueto entre los esposos en el
primer acto «Fatal mia donna! un murmure».
También resultan lucidas las arias del
bajo (Banco y su «Como dal ciel precipita») y la del tenor (Macduff: «Ah la
paterna mano»).
Como
grabación recomendada de esta ópera propongo la dirigida por Claudio Abbado en
1976 para Deutsche Grammophon, con Piero Cappuccilli (Macbeth), Shirley
Verrett (Lady Macbeth), Plácido Domingo (Macduff) y Nicolai Ghiaurov (Banco). El
coro y la orquesta so los del Teatro de La Scala de Milán.
Para saber
más, la wikipedia. El libreto, en español e italiano, así
como discografía de referencia, en Kareol.
Una de las obras emblemáticas del renacimiento carolingio
Y mientras en Córdoba comenzaba su
época de esplendor, emprendiendo la construcción de su magnífica mezquita,…
Y en Constantinopla los bizantinos perdiendo territorios en Italia y en Asia a
manos de los musulmanes,…
En Europa occidental los francos, prácticamente el único
pueblo que quedaba de los que invadieron el Imperio Romano, montaron su propio imperio, el carolingio
a caballo entre Francia y Alemania, con extensiones en Italia y en España.
Para
ello, Carlomagno (que reinó entre
786 y 814, y se hizo coronar emperador en Roma en el 800) combatió
incansablemente, un poco por todos los lados, pero especialmente en una eterna guerra contra los sajones en el norte y los lombardos en el sur. Despiadado
y hasta genocida (si lo miráramos con los ojos de hoy, algo que nunca debe
hacerse porque entonces realmente no entenderíamos nada de las personas que nos precedieron) pero también
emprendió una labor más pacífica, entablando relaciones diplomáticas que
llegaban a Bizancio y a Bagdad (con el legendario Harún al-Rashid). Este hombre, una de las grandes figuras de la historia, organizó la
administración de los territorios, y quiso construir un mundo nuevo en el que
las letras también brillasen. Pero todo al amparo, a diferencia de lo que
ocurrió en el Imperio Romano, del papa cristiano.
Es
curioso, se hizo coronar emperador como una especie de heredero del imperio
romano, a pesar de que el Imperio Romano seguía existiendo en Oriente, por un
tema de machismo, porque en Oriente no reinaba un varón, sino la emperatriz
Irene. En Constantinopla esto les sentó como un tiro.
En lo que hoy se conoce como «renacimiento carolingio», alentó la
labor de filósofos y eruditos, promovió los escritorios, e incluso patrocinó espléndidos
manuscritos iluminados, o sea, libros
con imágenes.
Uno de los ejemplos es este
Evangeliario de Godescalco, que fue encargado personalmente por Carlomagno y su
esposa Hildegarda, para conmemorar el bautizo de su hijo Pipino. Está perfectamente
fechado: se elaboró entre el 7 de octubre de 781 y el 30 de abril de 783.
Se
escribió en una cosa que se llamaba pergamino
purpúreo. A la piel de animal se la teñía con púrpura, producto lujoso
propio sólo de emperadores. Por ejemplo se decía que los hijos que tenía el
monarca cuando reinaba eran «nacidos en la púrpura». (Bueno, en realidad en el
griego original se decía porfirogéneta,
o nacido en el pórfido, piedra rojiza también que se relacionaba con el imperio
y el poder real, porque las emperatrices bizantinas daban a luz en una
habitación recubierta de este material).
Sobre
ese lujoso pergamino purpúreo se escribía con plata y oro, metales nobles que por desgracia, no son totalmente
indelebles. El oro sigue casi como el primer día, pero ya sabemos todos que la
plata se ennegrece.
Un
Evangeliario es un códice que recoge los textos de las lecturas evangélicas
relativas a cada uno de los días del año dispuestas según el orden litúrgico. Lo
que destaca, y por eso lo traigo aquí, son las imágenes que lo ilustran, ejemplo
brillante de la pintura prerrománica.
Hay
un Cristo en majestad, frente a él un San Juan Evangelista escribiendo, luego
están representados los cuatro evangelistas y La fuente de la vida.
Escojo
para ilustrar esta entrada la imagen de Cristo
en majestad, donde se pueden apreciar algunas características de este tipo
de pintura.
La
imagen en sí te presenta a un Jesucristo joven, sin barba, como era propio de
la época clásica. La figura recuerda a los iconos bizantinos, con su tronco
alargado, la cara redondeada y los ojos grandes. Bendice con la mano derecha
mientras que sostiene un libro en el brazo izquierdo.
Pero
luego en la ornamentación, en los entrelazos, se ve la influencia celta, de la
escuela que se llama hiberno-sajona,
o sea, procedente de las islas Británicas para entendernos.
En la miniatura carolingia
se distinguen varias escuelas. Este Evangeliario de Godescalco pertenece a la más sobresaliente, la escuela
palatina de Aquisgrán, ligada a los escritorios del emperador. Y aun dentro
de ella, al grupo Ada de manuscritos, del que es el más emblemático y el más antiguo que se conserva de los que se produjeron
en ese escritorio. Se caracteriza por emplear oro y plata en abundancia, y
porque las figuras son majestuosas.
Para
situarnos un poco cronológicamente, al arte desarrollado en Europa occidental
entre la caída del imperio romano y el románico se le suele llamar, con poca
originalidad, prerrománico. Es la
denominación más fácil, porque si te pones a hilar fino, tendrías que
diferenciar entre el arte paleocristiano, luego el de las invasiones germánicas
(ostrogodo, lombardo, visigodo, etc.) y luego, en una segunda fase, el arte
carolingio, el otoniano, el desarrollado en las islas Británicas
(hiberno-sajón) y el arte vikingo. Y en la península Ibérica veremos que hubo
un arte asturiano, la versión catalana del carolingio y el mozárabe. Tela.
Como esta es una de las obras más significativas de la arquitectura de mi país, en la que he estado varias veces, permitidme que esta vez
me regodee en esta edificación que no puede dejarte indiferente.
La última vez que
visitamos una edificación española fue la ermita de Santa María, en Quintanilla de las Viñas (provincia de Burgos) de finales del siglo VII,
principios del VIII. Ahora damos un salto en el espacio: de la Meseta Norte al
sur de España, a esa joya maravillosa abrazada por el Guadalquivir y respaldada
por la Sierra Morena: la Corduba romana,
sí, pero también la Qurduba califal. Y un pequeño salto en el tiempo, de principios a finales del siglo VIII.
El reino visigodo
finalizó con la invasión musulmana (711) y deposición de don Rodrigo. Si
aquello fue invasión o conversión masiva es algo que se ponen a dudar quienes
escriben historia. A lo que aquí importa es que la península Ibérica, casi en
su totalidad, pasó a ser un emirato dependiente del Califato de Damasco. Casi,
ya se sabe que Asturias y Cantabria –y en general toda la zona montañosa del norte de la Península, desde Asturias hasta los Pirineos orientales– quedamos un poquito al margen de todo esto,
zona abrupta, pobre y fría, pegada al mar Cantábrico,… no había gran cosa que
los atrajera, la verdad.
El arte islámico español
se divide en dos períodos o estilos, el período
cordobés (desde el siglo VIII a principios del XI) y el período taifa (los dos últimos tercios
del siglo XI). Como su propio nombre indica, la mezquita-catedral pertenece al
primer período, siendo uno de sus edificios más representativos.
Diferentes momentos de la
historia de Al-Andalus se pueden ver en esta construcción, que en su forma
actual es el resultado de sucesivas reformas.
Cuando esto era un
emirato dependiente del Califato de Damasco, el lugar lo ocupaba la basílica visigoda
de San Vicente, respetándose el culto cristiano durante los primeros años de Al-Andalus.
Sólo que cuando en el
califato se produjo el golpe de estado abasí, que trasladaron la capital desde
Damasco a Bagdad (año 750) hubo un príncipe omeya que se vino para acá, en una
galopada que me imagino épica desde Damasco hasta Córdoba, donde fundó su
propio emirato independiente.
La mezquita de Abderramán I
Hablo de Abderramán
I (Abd al-Rahmán I al-Dājil, الداخل,
«el que entra» o «el inmigrado», 731-788). Hasta hay una novela de este
personaje, Abderramán, el príncipe omeya,
del estadounidense Anthony Fon Eisen (1917-2008). Espiritualmente, seguía
dependiendo del nuevo califa de Bagdad, pero de hecho actuó a su bola, por lo
que se le considera el iniciador de la monarquía hispanoárabe de los Omeyas.
Columnas y arcos del haram, con su entramado de arcos de herradura y arcos de medio punto superpuestos. Las dovelas alternan colores rojo y blanco.
Fotografiado por Ronny Siegel (2014)
[CC BY 4.0], vía wikimedia Commons
Abderramán I entonces
decidió construir una mezquita. Empezó en el año 786, demoliendo la visigótica basílica
de San Vicente. Es la parte más antigua de la mezquita. Aprovechó algunos
elementos preexistentes, como varios tramos de muro de la iglesia y, sobre
todo, columnas. Algunas eran romanas, y debido a su altura, tuvieron que
enterrarlas en parte para igualar la altura; pero la mayor parte eran
visigóticas. Esto hace que podamos ver la mezquita columnas y capiteles diversos;
se ven cimacios sobre los capiteles,
y modillones de rollos, sin listeles en el frente.
Es una característica
propia del período cordobés, esta influencia de la arquitectura precedente y
que tenían aún a la vista: edificios hispanorromanos y visigodos.
Para ganar altura y
conseguir así que entrara más luz, lo que se hizo es que encima de las columnas
se montaron unos pilares, que se entrelazan por medio de arcos, unos de medio punto y
otros de herradura. Se ve aquí uno de los elementos visigodos que asume el arte islámico
cordobés, que es el arco de herradura,
semicircular, tomando como modelo el arco visigodo, pero más cerrado, y
enmarcado con una moldura llamada alfiz.
Ese entramado de arcos produce una imagen visualmente fascinante.
Los arcos se enjarjan, o sea, se embuten en los
pilares. Para decorar, no todas las dovelas son iguales, sino que varía el
color (blanco/rojo), o decoradas/lisas, o el material (ladrillo/piedra),
alternancia esta última que tuvo su precedente en el acueducto romano de los
Milagros, en Mérida, cuyas ruinas aún pueden verse hoy en día.
Restos del acueducto de Los Milagros
La mezquita de Abderramán
I tenía once naves. Presenta un planteamiento diferente a la mezquita de
Damasco, que era el modelo para todas las construcciones islámicas. Para
repasar los diferentes elementos de una mezquita, se puede ver mi artículosobre esta Gran Mezquita de Damasco.
Las naves eran perpendiculares
al muro de la quibla, pero esta no
mira al Este, sino al Sur, en lo que se entiende que es el camino que tomaban
los hispano-musulmanes para ir a la Meca. Esta orientación es particular de las
mezquitas construidas en la Península Ibérica.
Modificaciones de Abderramán II y Muhammad I
La población de Córdoba
era cada vez más numerosa. Por ello los sucesores de Abderramán I fueron ampliando
la mezquita.
Abderramán
II subió al trono el
año 833 y empezó a ampliar la mezquita hacia la cabecera. Derribó el muro de la
quibla, con lo que amplió la longitud de las naves hacia el Sur. La reforma
duró hasta el año 848, y se conocen algunos de los nombres de artistas que
trabajaron aquí, Nasr y Masrur. Los capiteles correspondientes a esta fase son
ya realizados por artistas musulmanes.
Puerta de San Vicente
En tiempos del emir Muhammad I, Nasr y Masrur trabajaron,
en 855, en la reforma de la puerta de San Esteban, organizada en tres calles. Se
la llama también Puerta de los Visires (Bab al-Wuzara o al-Uzara), puesto que sólo
el emir o los visires podían pasar por ella. que está considerada como el
conjunto decorativo más antiguo de la arquitectura andalusí. Aquí se ve de
nuevo, el elemento visigodo de arco de herradura enmarcado por un alfiz.
Actualmente la decoración de esta puerta se ha deteriorado bastante, pero en su
día debió ser impresionante.
El emirato independiente
de Córdoba perduró hasta bien entrado el siglo X. Para entonces, Córdoba se
había convertido en el centro principal de irradiación de la cultura islámica. La
Córdoba califal, llegó a ser considerada la ciudad más grande y poblada del
mundo, y hay quien dice que llegó a tener cerca de un millón de habitantes.
Florecieron así la cultura islámica y también la hebraica, que aquí era más
respetada que en el resto de la brutal Europa medieval. Porque a los
musulmanes, mientras se les pagaran los tributos, dejaban relativamente en paz
a cristianos y judíos que vivían bajo su dominio.
La mezquita de Córdoba
era entonces la más grande del mundo. Ahora ya no lo es, sino que sería la
tercera. Bueno, de hecho ni siquiera es mezquita porque de esto se ha apropiado
la Iglesia católica, en una operación bastante polémica.
Reforma de Abderramán III
Abderramán
III (891-961) fue emir
independiente desde el año 912, y se autoproclamó califa en el año 929, con el
mote de al-Nāṣir li-dīn Allah (الناصر لدين الله), «aquel que hace triunfar la
religión de Alá». Esto consagraba la independencia de Al-Andalus en sentido
religioso, pues políticamente ya lo era. También se defendía, de esta forma,
del califato fatimita que apareció en el norte de África.
Y tuvo que dejar también
su huella en la mezquita, ampliando el sahn
patio y erigiendo el alminar o minarete. En la actualidad, ese minarete se
encuentra oculto dentro del campanario cristiano del siglo XVI. Influiría en
las torres cristianas.
Reforma de Alhakén II
A Abderramán III le
sucedió como califa su hijo Alhakén II
(915-976). Hacia el año 961 emprendió una de las que serían las grandes
reformas de la mezquita, como se corresponde a la época más brillante del
califato cordobés, no sólo por los logros culturales, sino también por ser el
período de máxima expansión militar.
Bóveda de crucería en la macsura, ante el mihrab
Por Fabio Alessandro Locati [CC BY-SA 3.0]
Via wikimedia commons
De nuevo se ampliaron las
naves hacia la cabecera, por lo que fue preciso alzar un nuevo muro de la
quibla, con la macsura y el su mihrab. Ante el mihrab dispuso
magníficas bóvedas de crucería. La extraordinaria cúpula del mihrab preconiza
las posteriores bóvedas del estilo gótico. En efecto, la cúpula de nervios del
mihrab de la mezquita cordobesa anticipa las soluciones adoptadas más tarde por
los cristianos. Los arcos se entrelazan dejando un espacio octogonal en el centro, que se cubre con bóveda de gallones.
En su modificación de la
fachada del mihrab, se tomó como modelo decorativo la Puerta de los Visires,
terminada hacía casi dos siglos antes. La decoración de esta reforma es
fastuosa y de marcada influencia bizantina. Se usan motivos epigráficos y vegetales. En el arco y en
la bóveda se colocaron mosaicos bizantinos. Fueron imitados por artistas
musulmanes, algunos de cuyos nombres nos son conocidos: Nasr, Bedr, Fatah y
Tarje.
Frente al bizantinismo en
la decoración, son típicamente cordobeses los capiteles y los arcos, apareciendo
un nuevo modelo de arco, el lobulado
y polilobulado. Sobre las columnas hay pilares, arcos lobulados y de herradura se superponen y entrelazan.
Macsura ante el mihrab
Ángel M. Felicísimo (2015)
[CC BY-SA 2.0]
vía Wikimedia Common
Ampliación de Almanzor
Pero no se vayan todavía,
porque aún hay más. Avanzamos un poquito hasta finales del siglo X: Almanzor, o sea «el Victorioso», que
había ocupado importantes cargos administrativos con Alhakén II, fue «hachib» o
primer ministro de su hijo el califa Hisham II.
Amplió la mezquita, esta vez por uno de los lados, el Este, en lugar
del Sur como las modificaciones anteriores, añadiéndole ocho naves, con lo que
llegó a las diecinueve que se conservan. Esto provocó que el mihrab ya no quedara
en el centro, sino desplazado a un lado. Imitando la reforma de Alhakén II, empleó
motivos decorativos, pero no ya no eran tan originales y espléndidos.
Esta grandiosa mezquita es
tan impresionante que, cuando Fernando III
de Castilla conquistó Córdoba en 1236, la respetó, convirtiéndola en catedral.
Con un par de apaños cristianos, que la verdad parecen pegotes cuando los ves
in situ, ahí sigue, más de mil doscientos años después de empezarse su
construcción.
La perfección que alcanzó
el arte islámico en España hizo que sus construcciones, y en particular esta
mezquita de Córdoba, se tomara como modelo para el Norte de África. Se ve su
influencia en la mezquita de Kairuán (Túnez) donde encontramos arcos de
herradura sobre columnas, y en la de Ibn Tulún en El Cairo (Egipto).
El «centro histórico de
Córdoba», donde está incluida la mezquita, fue declarado Patrimonio de la
Humanidad por la Unesco en 1984 y se amplió en 1994; en su página web se describe así este sitio:
El
período de gloria de Córdoba comenzó en el siglo VIII, después de su conquista
por los moros, cuando se construyeron unas 300 mezquitas e innumerables
palacios y edificios públicos. El esplendor de la ciudad llegó entonces a
rivalizar con el Constantinopla, Damasco y Bagdad. En el siglo XIII, en tiempos
de Fernando III el Santo, se transformó la gran mezquita en catedral cristiana
y se construyeron nuevos edificios defensivos como la Torre Fortaleza de la
Calahorra y el Alcázar de los Reyes Cristianos.
He estado varias veces en
Córdoba, donde tengo algunos conocidos. Es una de esas ciudades imprescindibles
para una gira por Andalucía, que para mi es casi como un país diferente.