miércoles, 5 de enero de 2022

#36 Rafael: La escuela de Atenas

 


Scuola di Atene

 

Fecha: h. 1509-1511

Estilo: Arte renacentista

Autor: Rafael (Raffaello Sanzio)

Técnica: pintura al fresco

Ubicación: Museos Vaticanos (Palacio Apostólico, Ciudad del Vaticano)

 

 

Una visión idealizada del pasado con las caras de sus contemporáneos

 

Esta es una de las imágenes más típicas para ilustrar cualquier tema del Renacimiento. Si es un libro de Historia, te lo ponen como ejemplo de que en aquella época aspiraban, de alguna forma, al renacer de las ideas del pasado grecorromano. Esta obra representa perfectamente las características de la pintura del «Cinquecento» según mi libro de Historia del Arte de COU:

Es un mundo de belleza, equilibrio, grandiosidad y orden… Se buscan las formas severas y monumentales y una sensación de rigor, plenitud, y unidad lo llena todo.

Lo que pretende representar es la escuela filosófica ateniense, punto de referencia de los ideales humanistas. A los personajes clásicos les puso rostros de artistas, literatos y otros coetáneos de Rafael. Con ello, entras en el divertido who’s who de la Italia renacentista.

En cierto sentido, eso de escoger la Escuela de Atenas como símbolo de la época distorsiona un poco las cosas. Seguía siendo un mundo predominantemente religioso, en la pintura predominaban los temas católicos; los temas paganos o laicos eran la excepción. Lo que ocurre es que eso es lo que diferencia este momento respecto a los siglos anteriores, que se pintaban más temas clásicos y mitológicos que en los siglos medievales.

Las dimensiones de este fresco son 7,75 metros de ancho y 5 metros de alto. Rafael coloca las figuras dentro de un marco arquitectónico figurado, con arcos y bóvedas artesonadas, como lo que podría haber diseñado un Bramante. Intenta recrear la arquitectura clásica, incluyendo nichos en los que se pinta esculturas antiguas.

Bajo esos arcos pululan un montón de personajes, supuestamente filósofos de la Antigua Grecia. Dos en el centro, otros sobre la escalera y luego a los lados.



Los del centro son Platón, que sostiene el Timeo, y Aristóteles, con su Ética a Nicómaco. Al primero se le representa con el rostro de Leonardo da Vinci. No voy a entrar a detallar todas y cada una de las figuras, porque sería muy tedioso. Si tienes curiosidad, puedes verlo por ejemplo en la Wikipedia, cuyo artículo sobre esta pintura entra en ese tipo de detalles.

Sí que quiero llamar la atención sobre una figura pensativa en las escaleras, en un primer plano: sería Heráclito pintado como Miguel Ángel. 

Miguel Ángel encarna a Heráclito


Este fresco se encuentra en la Stanza della Segnatura del Palacio Apostólico, en una serie de habitaciones que se llaman estancias de Rafael, que este pintor, y sus discípulos, fueron cubriendo a lo largo de los años. 

El boceto de La escuela de Atenas data de los años 1509 y 1510 y la pintaron, más o menos, entre 1510 y 1512. Fue la segunda pintura que acabó Rafael, después de La disputa del Sacramento.

Esta obra se sitúa en el alto renacimiento, el Cinquecento. Ya se sabe que en los libros de Historia del Arte el Renacimiento lo dividen en tres partes: el Quattrocento, el Cinquecento y el Manierismo. Esta obra se sitúa en esa segunda fase, donde el centro artístico se desplaza a la Roma de los papas, aunque siguen brillando pintores de procedencia toscana, como Miguel Ángel.

Como curiosidad, mencionaré que es una de las obras que el escritor Michael Butor incluye en su obra Le Musée imaginaire (2015). Escoge ciento cinco pinturas occidentales para su «museo imaginario».

El autor: Rafael Sanzio de Urbino

Junto con Leonardo da Vinci y Miguel Ángel, Rafael Sanzio de Urbino (1483-1520) es una de las cumbres de la pintura renacentista en Italia. Son los tres grandes de la escuela florentina. Nació en Urbino y se formó en el taller de su padre y en el de Perugino. Vive en Florencia entre 1504 y 1508. Este último año viajó a Roma, de donde ya no se movería, trabajando en proyectos grandiosos como estas estancias vaticanas, con ayuda de un amplio taller, entre los cuales destacan Giulio Romano.

Su estilo

Como pintor que pertenece a la escuela florentina, aunque él procediera de lo que hoy son Las Marcas. Predomina en él la línea, el dibujo, sobre el color.

Su estilo fue variando, según las influencias que llegaban a él: la ordenada simetría de un Perugino en su juventud, la dulzura leonardesca de sus vírgenes después de pasar por Florencia y, finalmente, la grandiosidad de un Miguel Ángel cuando está en Roma. En sus últimas pinturas, se le ve ya manierista, que viene a ser como la fase barroca, complicada, del Renacimiento, con figuras más distorsionadas, en cuadros más intensos y emotivos, menos racionales.

Esa capacidad para recoger la tradición e ir adaptándola a los hallazgos de sus contemporáneos es uno de los rasgos destacados de Rafael. Nunca pierde la elegancia, por lo que no es extraño que en los libros de arte se usen, respecto a él, palabras como equilibrio, serenidad, armonía o gracia…

 

Otras obras

Tiene una producción pictórica bastante amplia, para una vida como la suya, relativamente corta: murió el mismo día de su 37.º cumpleaños. Ese elevado número de cuadros en su producción se explica, en buena medida, por la existencia de un taller, que es lo propio de aquella época. Voy a mencionar aquí las que me parece a mí que son más citadas en los libros.

Las voy a agrupar en tres ámbitos: las grandes composiciones (como estas estancias vaticanas), los temas religiosos en los que predominan las vírgenes (madonas) y los retratos. Quizá a día de hoy, lo que más nos llaman son los retratos, mientras que la temática religiosa nos deja más indiferentes. Bueno, hablo por mi, luego cada uno tiene sus gustos.

Estancias vaticanas

Para que os hagáis una idea de cómo quedan estas pinturas in situ, os pongo una imagen de la primera sala, la de la Signatura, con el Parnaso a la izquierda, y La escuela de Atenas a la derecha.

Este ciclo de frescos pretendía expresar el ideal humanista que entendía compatibles la tradición clásica (en la filosofía y la literatura, por ejemplo) con la ortodoxia religiosa. Por eso unos frescos se dedican a temas grecorromanos y otros a escenas de historia de la iglesia, a mayor gloria del papado, por supuesto. No hay que olvidar que estamos en el Vaticano. 

Este objetivo implicaba una labor de análisis y de toma de decisión, desde una perspectiva humanista, sobre qué escenas serían las idóneas o qué personajes había que incluir.

Había un desafío adicional, puramente físico: encuadrar las escenas en un marco arquitectónico real que no era cuadrangular, sino que tenía arcos, lunetas, y vanos como las puertas. Encajar un tema en particular en esas concretas paredes exige estudiar bien la composición. 

¿Qué es la composición? Pues yo lo entiendo como la forma en que colocas u ordenas las cosas dentro de la superficie pictórica. Cómo pones las figuras, en qué las enmarcas, con qué perspectiva vas a representarlas, esas cosas.

Son cuatro estancias: la de la Signatura (1508-1511), la de Heliodoro (1512-1514), la del Incendio del Borgo (1514-1517) y, por último, la de Constantino (1517-1525).

Por cierto, anécdota personal: ¿he estado ahí, en esas estancias? Sí, y lamento decir que recuerdo toda aquella visita a los Museos Vaticanos como una lucha constante por intentar centrarme en las obras de arte, abstraerme de aquella marea humana que me rodeaba por todos los lados. Sólo lo conseguí en algún momento aislado. Hay cosas que, sinceramente, se ven mejor en los libros de arte.


«El Parnaso» (1511), fresco, 670 cm en la base. Se encuentra en la misma estancia de la Signatura que La escuela de Atenas. Si aquella se dedicó a la filosofía, esta tiene por objeto la literatura, la poesía. Como su nombre indica, representa el monte Parnaso. En el centro, Apolo toca un instrumento de cuerda (un violín, una viola), a su alrededor, las nueve musas y, desparramándose a los lados, nueve poetas de la Antigüedad y otros nueve más o menos contemporáneos. Es otro who’s who, esta vez de la literatura, algunos identificados, otros quedan para la imaginación del comentarista.

 

 

«Liberación de san Pedro» (1514), fresco, 660 cm en la base. Se encuentra en la Estancia de Heliodoro. Como en un cómic, con tres escenas representa un episodio de los Hechos de los Apóstoles, leyéndose de derecha a izquierda. San Pedro está en la cárcel y un ángel viene a liberarlo de sus cadenas, luego huyen mientras los soldados están dormidos y finalmente estos se despiertan y los persiguen, en vano. En este fresco se ve muy bien el desafío que representaba la habitación, con esa puerta que rompe cualquier intento de hacer una escena cuadrangular, y los arcos a los lados. Lo soluciona haciendo que las viñetas de los lados tengan unas escaleras, lo que nos dirige la visión hacia arriba. 

 

«El incendio del Borgo» (1514-1517), fresco, 670 cm en la base. Está en la Sala del incendio del Borgo, claro. Aquí ya se nota que el proyecto estaba avanzado. Rafael imita un poco el tipo de desnudo heroico que Miguel Ángel acababa de poner en la bóveda de la Capilla Sixtina (1508-1512).

Rafael hizo otro ciclo de frescos en Roma que también es muy renombrado, esta vez con temas mitológicos, los del palacio de la Farnesina. La escena más famosa es El triunfo de Galatea:

 

 

«El triunfo de Galatea» (h. 1512-1514), fresco, 297 cm × 225 cm, en la Villa Farnesina, Roma (Italia). Ejecutó este ciclo de frescos para el palacio romano de un banquero sienés. En el centro de esta imagen, tirada por dos delfines representa el triunfo del amor platónico, mientras a su alrededor otros se dedican a las delicias del amor carnal, heridos por las flechas de diversos cupidos. Me hace gracia el de la esquina superior izquierda, que lo mira sin intentar flechar a nadie, con un poco de distancia.


Vírgenes (Madonas)

 

«Desposorios de la Virgen» (1504), óleo sobre tabla, 170 cm × 117 cm, Pinacoteca de Brera, Milán (Italia). Obra juvenil en la que se nota la influencia de Perugino en ese rigor casi matemático de la composición, los planos paralelos, y la colocación precisa de las figuras.

 

«Madonna del Gran Duque» (1505), óleo sobre tabla, 84 cm × 55 cm, Palacio Pitti, Florencia (Italia). Se ve ya aquí la influencia de Leonardo, en esa forma de graduar las luces, con los cuerpos levemente girados, la suavidad de las carnes. 

 

A esta «Virgen y en Niño y el pequeño san Juan Bautista» le llaman «La Bella Jardinera» (1507), óleo sobre tabla, 122 cm × 80 cm, Museo del Louvre, París (Francia). Se pueden ver aquí, resumidas, las principales influencias que recibió Rafael. De Leonardo serían esa composición en forma de pirámide y el esfumado, la suave gradación de tonalidades. Hay algo de Miguel Ángel en la postura del Niño Jesús. De su viejo maestro, el Perugino, serían cosas como ese arbolito escuálido que hay a un lado.

 

«Madonna Sixtina» (1512-1514), óleo sobre lienzo, 265 cm × 196 cm, Gemäldegalerie Alte Meister, Dresde (Alemania). Como en un teatro, se abre el telón y aparece la Virgen con el Niño, descendiendo desde las alturas. A los lados, san Sixto y santa Bárbara. De esta obra todos conocemos a los angelotes de la parte inferior, reproducidos cienes y cienes de veces. Yo no voy a ser menos, aquí los tenéis:


  

 

«La Virgen del Pez» (1513-1514), óleo sobre tabla, 215 cm × 158 cm, Museo del Prado, Madrid (España). Esta escena es de esas que llaman «sagrada conversación» de la Virgen con el Niño rodeada de santos. El título le viene del pez que sostiene la figura de la izquierda, Tobías, que es presentado por el arcángel Rafael. Al otro lado está san Jerónimo, con la Vulgata entre manos y, a sus pies, el león al que, según la leyenda, domesticó.

 Su obra de temática religiosa se centró principalmente en madonas, pero quisiera traer aquí la que se considera su última obra, la Transfiguración, que se inserta ya en la estética manierista. La dejó inacabada y fue terminada por su discípulo Giulio Romano.

 

«La Transfiguración de Cristo» (1517-1520), temple y óleo sobre tabla, 405 cm × 278 cm, Museos Vaticanos (Ciudad del Vaticano). Vemos que es ya manierista desde la propia composición, partida a la mitad, esquema que encontraremos en muchos cuadros posteriores, manieristas y barrocos. Arriba, en la parte celestial, colores claros, luminosos, Cristo se transfigura en el monte Tabor. Abajo queda la parte humana, los apóstoles intentando infructuosamente obrar un milagro, zona de sombras y claroscuros, abigarrada y caótica.

 

Retratos

 

Y acabo con lo que a mí más me gusta, sus retratos.

 

«Retrato de Maddalena Doni» o «Strozzi» (1506), óleo sobre tabla, 65 cm × 45,8 cm, Palacio Pitti, Florencia (Italia). Empiezo con uno de sus primeros retratos, que posiblemente formase parte de un díptico, con motivo de las bodas entre Maddalena Strozzi y el rico banquero Agnolo Doni. La influencia leonardesca es evidente, con esa postura que recuerda tanto a La Gioconda que, por cierto, debajo de la mugre, pienso yo que debe tener unos colores no muy diferentes a los de esta pintura.

  

«Retrato de cardenal» o «El cardenal» (h. 1510), óleo sobre tabla, 79 cm × 61 cm, Museo del Prado, Madrid (España). Se desconoce la identidad del retratado. La composición es sobria, llama la atención el intenso color rojo que domina la obra, con esos brillos de la muceta cardenalicia. Luego tiene eso que se llama penetración psicológica. Si le miras a los ojos, este tipo está transmitiendo algo, que yo nunca he entendido del todo. ¿Es solo un chico listo? ¿Afable o calculador? ¿Está triste o cabreado? ¿Nos desprecia o nos está pidiendo ayuda? Quizá está a la defensiva y se encuentra impotente para expresar un mensaje que no acabamos de entender. Me imagino a que un cardenal del Renacimiento sería todo eso y mucho más, dependiendo del momento.

 

«Retrato del humanista Baltasar de Castiglione» (1515), óleo sobre lienzo, 82 cm × 67 cm, Museo del Louvre, París (Francia). En contraste con el anterior, aquí Rafael nos pinta a su amigo Castiglione con un fondo claro. Así contrasta con la vestimenta oscura, de elegancia a la borgoñona. Esa textura aterciopelada es de las que, como se suele decir, casi puedes tocar. Aquí, nuevamente, se manifiesta la psicología del personaje. Este sí que no me cabe duda de que es más bien afable, esperanzado, optimista.

«León X con los cardenales Giulio de Medici y Luigi de Rossi» (1518-1519), óleo sobre tabla, 155 cm × 118 cm, Galería de los Uffizi, Florencia (Italia). Acabo con uno de sus últimos retratos y que curiosamente es un retrato de grupo, que por entonces no abundaban. Aquí, el papa León X aparece con dos cardenales que, leo en la Wiki, eran sus primos: Julio de Médicis (que sería papa con el nombre de Clemente VII) y Luigi de Rossi. De nuevo, predomina el color rojo intenso de sus ropas. Lo que más me llama la atención son los objetos con los que el papa se quiso retratar: un libro de oraciones, una lupa que le sirve para leer, una campana de mano… Y sus acompañantes, que son casi como dos adminículos más a su disposición.

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