sábado, 4 de mayo de 2019

#78 Antígona

Antígona sepultando a Polinices, por Sébastien Norblin (1825)
Vladoubido Oo [CC BY-SA 3.0], vía Wikimedia Commons



Ἀντιγόνη
Autor: Sófocles
Año: h. de 441 a. C.
Género: tragedia






La obra clásica favorita de los juristas.


¿Sabéis esto que suelo decir que una cosa es el canon y otra los clásicos?

Para mí, el canon literario está formada por obras que tienen un sentido dentro de la historia de la cultura, la obra literaria como producto de una determinada sociedad. Te informa sobre cómo eran esas personas, qué pensaban, qué consumían, aunque igual no digan nada al lector actual.

Otra cosa son los clásicos. Son esas obras que puedes considerar inmortales porque ganan lectores con cada nueva generación. Siguen diciéndote algo, aunque haga siglos (o, como en el caso de Antígona, más de dos mil años) que se escribieron. Y no dicen lo mismo a los de un siglo que a los de otro.

Trascienden.

Hablan al ser humano como tal, por encima del tiempo y la geografía.

Aunque los clásicos suelen formar parte del canon, no ocurre lo mismo a la inversa: no todo el canon es clásico, porque hay mucho pestiño infumable, solo apto para los arqueólogos de la literatura.

Antígona es un clásico, con todas las letras, lo mires por donde lo mires, sigue «diciendo cosas» al espectador moderno. Muchas, a veces pienso que demasiadas. Tiene ese elemento de la mejor literatura de revolverte un poco el estómago de la emoción.

Para los que no conozcan el mito griego, os contaré un poco de qué va la historia. Básicamente, el tirano de Tebas, Creonte, ha prohibido que se dé sepultura a Polinices, hijo del anterior rey y que se dirigió contra Tebas al frente de un ejército de argivos. Él y su hermano Eteocles se dieron muerte mutuamente. Al muerto «bueno», Eteocles, el leal a la patria, sí que le dan las honras fúnebres correspondiente, que consisten en enterramiento más tres libaciones.

La cosa es que a estos dos desdichados dejaron detrás a dos hermanas, Antígona e Ismene. Antígona decide cumplir con los ritos sagrados. Pero es descubierta y Creonte la condena a muerte. Lo que pasa después no lleva a un happy ending, como podéis comprender.

Tradicionalmente, se ha considerado que el tema principal de la obra es el Derecho natural frente al Derecho positivo, algo que hace de esta obra una de las favoritas de los juristas, que podemos tirarnos horas debatiendo.

¿Quién hace lo correcto, Creonte, que cumple con la ley del Estado, porque sin un Derecho eficaz, no hay sociedad que funcione? ¿O Antígona, que prescinde de la ley y da cumplimiento a lo que ella ve como un deber superior, ordenado por los dioses?

La gente suele alinearse con Antígona, porque es lo literario, el «fíjate tú qué bien que hace lo que debe, aunque le cueste la vida». Qué trágico, qué heroico e inspirador, qué bonico, vaya.

De entrada, yo estoy con Creonte. Si hay una ley, hay que cumplirla. Puedes cambiar la misma, si no te parece correcta, por el procedimiento legalmente establecido. «De la ley a la ley a través de la ley», como dijo Fernández Miranda.

Solo mediante normas de comportamiento que se cumplan puedes mantener enderezada la nave del estado y que la sociedad prospere. La seguridad jurídica permite el comercio, la riqueza, la seguridad en tu propio hogar, la libertad de ser tú mismo y el «libre desarrollo de la personalidad» que dice la Constitución española. Lo otro solo lleva a estados fallidos.

Esa es la postura inicial, según creo yo, del propio coro tebano en la obra, aunque la verdad es que son un poco veletas. O puede ser que yo no los entendiera del todo.

Lo que ocurre es que, en la realidad de las cosas, no existe eso que se llama «Derecho natural» y no hay un único «Derecho positivo». 

Y no me queda claro que Antígona esté cumpliendo con el derecho sagrado ni tampoco lo hace Creonte.

Empiezo por esto último.

Por un lado, hay un primer enterramiento. Alguien (no se sabe quién, ¿Antígona, su hermana Ismene, tal vez los propios dioses...?) ya había cumplido con los ritos funerarios sobre el cadáver de Polinices. Creonte ordenó que se le desenterrara para que quedara nuevamente como presa de las aves y pasto de los perros. ¿Era realmente necesaria una segunda ceremonia? Es el llamado «problema del segundo enterramiento». ¿No será que Antígona hace lo que hace por obcecación, por demostrar que le importa un pito lo que diga el tirano, ella que era hija de Edipo, el rey anterior? ¿O es puro amor de hermana que no soporta la idea de que las aves comieran el cadáver se su hermano? ¿Realmente está siendo una muchacha piadosa o quiere demostrar algo más?

Pero vamos a ver el supuesto respeto de Creonte a la ley positiva, a su propio decreto, al dura lex, sed lex... Hay, al menos, tres aspectos en los que se aparta. Primero, cuando el tema se descubre, dice que no solo va a condenar a muerte a Antígona, sino también a su hermana Ismene, porque seguro que estaba en el ajo. Perdona, ¿no se trataba de aplicar la ley a quien hiciera los ritos funerarios...? Metes a Ismene de rondón, ¿por qué?

Podría ser porque sospecha (pero no tiene pruebas) de que ella es en realidad la autora del primer enterramiento. Aunque también le resulta útil acabar, de esta manera, con todos los descendientes del antiguo rey, con lo que su posición política se afianza eliminando esa fuente de cuestionamiento de su legitimidad. No tiene pruebas de que ella haya hecho nada. Ismene confiesa, más en plan «Yo soy Espartaco» que otra cosa, porque todos saben que la autora de la desobediencia es Antígona, es solo a ella a quien descubrieron in fraganti.

El segundo aspecto en que Creonte no es tan respetuoso con la ley es la forma de castigo. Lo que se disponía era que, quien enterrara al traidor, sería lapidado. No es esa pena la que él impone. La muerte, sí. De una forma más horrenda: enterrada en vida.

Ahí es donde el coro, que hasta entonces parecía comprender los motivos de Creonte, empieza a dudar, como simbolo de que la ciudad rechaza lo decretado. Resulta cruel, y al mismo tiempo injusto, porque se aparta de lo dispuesto en la ley, y del nulla pena sine lege.

Al final, cuando consiguen convencer a Creonte de que es mejor para el bien de la ciudad que perdone a Antígona, decide hacerlo y que no muera. A mi modo de ver, es otra forma de apartarse del dura lex, pues si por encima de la ley está la conveniencia del estado, subjetivamente apreciada por el que manda, lo que tienes es tiranía y no estado de derecho.

La ley que puede ser alterada por voluntad de una sola persona, no es realmente una norma jurídica, pues introduce la incertidumbre, la discrecionalidad, en suma, directamente es el camino a la arbitrariedad. Con lo cual deviene inútil como Derecho.

Tal vez a los que no hayáis estudiado Derecho todo esto os suene a chino, o palabrería de leguleyos, pero es que a los juristas nos encantan las disquisiciones sobre sutilezas y matices.

Siempre que alguien alega que hay que incumplir la ley por tal o cual conveniencia política, o que los políticos (o cualquier otro grupo) está por encima de la ley, cae irremediablemente en el fascismo. No, literal e históricamente: esa era la idea del Derecho fascista, para quien el sano sentimiento popular es fuente de Derecho, por encima y al margen de la ley. Suena democrático, ¿verdad? No lo es. Nada más lejos de la realidad, porque no estamos hablando de un «sentimiento popular» fijado en una asamblea popular y plasmado en una ley debidamente publicada.

No, es el sano sentimiento... según lo fije el Führer, que es el único intérprete legítimo. Así era el Derecho Penal del nazionalsocialismo: será delito lo que en cada momento diga el Führer que es ese sano sentimiento popular.

Después de ver que ni Antígona es tan inclinada a las cosas santas ni Creonte tan respetuoso con la ley, me meto en lo que se supone que es el meollo de la obra: el «Derecho natural» frente al «Derecho positivo».

Ya he dicho que no existe el primero (Y mira que lo tuve que estudiar en la carrera, que me perdonen los catedráticos de Teoría del Derecho o de Filosofía del Derecho) y que de lo segundo existen variedades.

Lo que se llama derecho natural es para mi una engañifa, es como la homeopatía del Derecho. Es el término al que recurren los que no consiguen que sus creencias (generalmente religiosas, pero también de otro tipo como las nacionalistas o cualquier fascismo al uso) –que suelen encubrir intereses de solo parte de la sociedad, y no de esta en su conjunto– se plasmen en normas. Por ello recurren a ideas grandilocuentes, que suenan muy bien, son atractivas al oído, pero en el fondo lo único que quiere es que sus reglas sobre cómo deben ser las cosas, se impongan a los demás, sin pasar por los procedimientos establecidos.

No descarto que, como primates, haya formas de comportamiento básicas que se exigen en todas las sociedades humanas, porque resultan necesarias para poder subsistir como especie; probablemente las veas impuestas también entre los bonobos o los gorilas o los chimpancés. No matar a los que portan tu propio código genético, es una evidente, y tratar igual los casos iguales y desigual los que sean diferentes. Hay experimentos interesantísimos sobre comportamiento animal de los que no voy a hablar porque me apartaría mucho del tema.

La manera de enterrar a los muertos no es una de ellas, obviamente, pues las costumbres funerarias varían de una sociedad a otra. De hecho, existe el «entierro en el cielo» dejando que las aves carroñeras se deshagan de los cadáveres.

La clave para mi interpretación de Antígona es más bien otra: que hay muchos derechos positivos. La ley puede ser impuesta por la voluntad de una persona, o de un grupito o ser lo consensuado por la sociedad. Y ahí es donde falla Creonte: él establece una determinada norma sin recabar el consenso de Tebas.

La forma en que Creonte se comporta con la hermana del muerto no es algo contenido en la ley, ni con lo que estén de acuerdo los ciudadanos. No es una norma democrática, de ahí que pueda ser legítimamente desobedecida.

Esa es la diferencia: la ley del tirano frente a la norma democrática que emana del pueblo. Creonte se ha convertido en el Führer que interpreta el sano sentimiento popular, pero sin consultar a la asamblea, sin que los ciudadanos hayan dictado ley alguna sobre cómo hay que tratar los cadáveres de los traidores. Y que los ciudadanos de Tebas pensaban de forma distinta es algo que Hemón le advierte a su padre Creonte.

Por eso añade que No existe ciudad que sea de un solo hombre. Y más tarde, Tú gobernarías bien, en solitario, un país desierto.

Es legítimo desobedecer la ley injusta del tirano, pero no aquella que emana de la soberanía popular. Esa es la diferencia entre la autocracia y la democracia, y por qué en el primer caso está justificada la desobediencia civil, y en el segundo no, porque atentas directamente contra la soberanía popular, es decir, contra tus conciudadanos.

Leyendo el artículo de la wikipedia sobre esta obra, que recomiendo totalmente, me entero de algo en lo que yo no había caído porque mi conocimiento sobre el derecho de la Antigua Grecia es mínimo.

Al parecer hay una institución, la epíclera, que hace que cuando un rey no tiene descendientes masculinos, su hija mayor tenga que casarse con su pariente masculino más próximo, y al hijo que tengan se le considerará heredero del rey muerto. De esta manera, sería continuador del abuelo materno, y no paterno.

Aquí es donde entra la parte de culebrón, claro.

Resulta que el rey Edipo quedó ya sin descendientes masculinos, al matarse mutuamente sus hijos Eteocles y Polinices. Le quedan dos hijas, Ismene y Antígona. La mayor es Antígona. Esta tendrá que casarse con su pariente masculino soltero más próximo. Y, ¿quién es este?

Edipo es hijo biológico de Yocasta, la hermana de Creonte. Este está casado, pero su hijo Hemón, no. Por lo tanto, el pariente varón soltero más próximo de Edipo es su primo hermano Hemón, en cuarto grado de consanguinidad. (Otra de esas cosas que nos entusiasman a los juristas, desentrañar el grado de parentesco colateral).

Fíjate tú que se da la circunstancia de que Hemón y Antígona se aman y están prometidos. Por lo tanto, en cumplimiento de esta ley, la epíclera, los hijos que tuvieran Hemón y Antígona serían nietos o continuadores de Edipo (abuelo materno), y no de Creonte (abuelo paterno).

Si lo miras así, adquiere un nuevo sentido que Creonte se empeñe en meter en el lío a Ismene, para que ya no quede ningún descendiente de Edipo que pueda amenazar su dominio sobre Tebas. Si muere Antígona, siempre quedaría la posibilidad de que Hemón tuviera que casarse con Ismene.

Y también lo tiene la frase de Creonte con la que pretende quitar hierro al asunto de decretar la muerte de la prometida de su hijo: también los campos de otras se pueden arar. Fino que es el hombre.

A su hijo le dice que aunque ella viviera, ese matrimonio no se celebraría.

En el fondo, por lo tanto, podría interpretarse que todo lo que hace Creonte es una forma de forzar las cosas para asegurar su posición como amo de la ciudad, frente a la descendencia legítima del antiguo rey. Dicta una norma manifiestamente injusta para forzar a la parentela a actuar de una determinada manera. Y si lo ves así, Antígona también estaría tirando de la cuerda, haciendo lo único que está en su mano, con un segundo e innecesario enterramiento y libaciones, para que sea la propia ciudad la que ponga freno al tirano.

Cabe también una interpretación feminista. Estoy segura que se han hecho muchas. La mía es que Antígona recurre al único poder que tiene como mujer, el de la esfera que le es propia en esa sociedad: lo sentimental (privado) por encima de lo público. Desde esta perspectiva, tan ajenas le son las normas que dicte el tirano como las que apruebe la asamblea de hombres: ni ella las establece ni le preguntan su opinión. Cómo tiene una mujer que cuidar de aquellos a los que ama, en la vida y en la muerte, sería cosa propia de su esfera, y nadie va a discutírselo.

No estoy segura, al final, si los dioses castigan a la ciudad porque les gusta lo que hace Antígona o porque les disgusta lo que hace Creonte. Son dos cosas distintas.

¿Sabéis quién es mi personaje favorito en toda esta tragedia...?

Hemón tiene un punto. Ama y respeta a su padre, por eso intenta hacerle ver cómo están las cosas, para hacerle cambiar de parecer. Su padre cree que habla solo por amor a Antígona, pero no es eso. Cuando Hemón ve que no ha conseguido salvar a Antígona, entonces, en su futuro sólo ve la muerte (Va a morir, ciertamente [Antígona], y en su muerte arrastrará a alguien). Algo que Creonte, en su paranoia propia del tirano, interpreta como una amenaza contra él (también sospecha de Tiresias, el adivino, cuando le viene a hablar del descontento de los dioses). Ay, la paranoia de los tiranos.

Mas no es él mi personaje favorito, no.

Es Ismene.

Siempre me ha parecido la figura más trágica de todas. Te demuestra que da lo mismo lo que hagas: respetes la ley o no, seas pacífica o peleona,... al final, también quedarás sola sin haber podido arreglar nada. Ella pone el punto de sensatez, de sentido común, de normalidad dentro de un mundo de gentes exaltadas. Tampoco sirve para nada. Siente el mismo dolor, pero se lo guarda, los sentimientos son algo privado, no un instrumento para hacer política. Es la inutilidad de hacer lo correcto.

A veces me gustaría que fuera verdad esa hipótesis de que fue ella la que hizo el primer enterramiento de Polinices. Sería, así, la persona que hace lo que debe de una manera discreta, sin alharacas, sin que se entere nadie ni convertir el dolor particular en un tema político que sólo puede llevar a la desgracia colectiva. Todo el lío posterior sería innecesario, mero casus belli para una lucha por el poder que no puede llevar a nada bueno.

Creo, no obstante, que es más poético considerar que lo hicieron los dioses, arrastrando con un viento mágico polvo sobre el cadáver y vertiendo las libaciones,... Es por ello que se disgustan cuando las aves picotean el cadáver y luego van a los altares, infectándolos, y de ahí su enojo con Creonte.

O puede que, simplemente, aquellos primeros ritos quedaran interrumpidos y Antígona vuelve para rematar la faena.

Ismene es para mí el símbolo de la peor situación posible, aquella en la que hagas lo que hagas estás perdido. No hay forma de ganar, ni protestando ni callando. Como los que los nazis consideraban Untermenschen: colaboraran o no con el régimen, acabarían muertos tarde o temprano.

Con toda esta extensísima entrada creo que queda claro que esta es una de mis obras literarias favoritas. Ya he dicho cualquier jurista puede dedicarle horas y horas y verle cosas que otros no lo ven, y que ni siquiera creo que Sófocles pensara sobre ello. La desobediencia civil, por ejemplo, es un concepto moderno (Thoreau y todo eso).

Como obra literaria, lo tiene todo: los personajes intensos y bien perfilados psicológicamente, el argumento (complejo e intrigante), el estilo (en particular, la agilidad de las escenas y la tensión dramática que sabe mantener, el enfrentamiento Hemón-Creonte me parece de lo más poderoso), la ambientación (aquí, más bien contexto) y la trascendencia (va más allá de su literalidad y te hace pensar).

Por eso no me extraña que esta obra, estrenada en el siglo V a. C., todavía siga ganando nuevos espectadores.

Si tenéis la oportunidad de verla en vivo, hacedlo. Seguro que os impresionará.

Lo más probable es que os sugiera cosas que a mí ni se me han pasado por la cabeza.

Si queréis ver una Antígona, en RTVE a la carta hay una, en la versión de Anouilh, que retransmitieron en Estudio 1 en el año 1978. No es la obra de Sófocles, pero te da una idea del mito.

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