lunes, 27 de mayo de 2019

Hoy hace ochenta años nos dejó... Joseph Roth


Joseph Roth, uno de mis escritores favoritos, murió solo, alcoholizado,... un judío exiliado en París, pocos meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. 
Joseph ROTH en 1926

De haber sobrevivido, probablemente habría acabado, como el resto de su familia, en las cámaras de gas. A su mujer, Friederiche, enferma mental, institucionalizada desde los años veinte, la ejecutaron en aplicación de las normas raciales nazis.
También puedes soñar con que, quizá, consiguiera huir. Pero, ¿te lo imaginas…? Más que escribiendo guiones en Hollywood, lo veo más como su gran amigo Stefan Zweig, desesperado sin ver la luz al final del túnel.
Su obra es más actual que nunca, porque nos pone frente a la historia europea de una manera descarnada. Una auténtica advertencia de cómo actúan los totalitarismos, en particular –pero no solo– esa asfixiante ideología que es el nacionalismo.
Empezó a escribir en los años veinte, en plena posguerra. Vivió el desmembramiento del Imperio austrohúngaro con lo que le privaron de lo que sentía como una patria diversa en la que tenían cabida gentes de distintas culturas, lenguas y religiones.
Judío de Galitzia, estudió en Leópolis y en Viena. Combatió en la Gran Guerra y trabajó de periodista primero en Viena y luego en Berlín. Por su profesión, recorrió toda Europa, incluida la URSS (donde, como Bertrand Russel y a diferencia de de tantos otros intelectuales europeos, no se dejó engañar sobre la realidad del comunismo). Cuando Hitler llegó al poder en 1933, se marchó de Berlín a Viena. Pero la ideología nazi, como una mancha, se extendió a Austria, y ya antes del Anschluss, vio la que se le venía encima (mucho más que, por ejemplo, Zweig) y se largó, en 1934.
Volvió a recorrer Europa, errante, en un exilio que no era solo de un determinado lugar, sino también de una lengua.
Daos cuenta de lo terrible que es. Periodista y escritor en alemán, vio cerrado el mercado de esa lengua, donde era visto como otro artista degenerado más. En Alemania quemaron sus libros.
Una de las cosas que más me gusta es aprender de primera mano, tal como se veía entonces, la realidad política y social, como esa Tela de araña (1923) que fue su fallida primera obra, pero en la que te explican muy clarito cómo se crea un Hitler.
Lo bueno es que la lucidez del discurso no le impedía momentos de ensimismamiento estético. Narra con una prosa poética que se luce, sobre todo, en la metáfora inesperada.
Un fragmento escogido casi al azar, de El espejo ciego:
Las chicas se sentaban frente a las máquinas de escribir, blancas, sonrientes. Florecían junto a las mesas como si fueran plantas blancas.
Parte de mi balda Roth
En su obra se ve lo fácil que es manipular a la gente para que cometa las mayores barbaridades, en nombre de espantajos ideológicos que no responden realmente a ninguna realidad objetiva. Lo sencillo que es crear un líder
Hay quien dice que su mejor historia es él mismo, las fantasiosas versiones que dio de su biografía. Puede ser. Siempre que te des cuenta de que es modelo de víctima del fanatismo, que necesita muchas veces borrar sus huellas.
Ningún grupo humano lo reclama como propio con demasiado entusiasmo, precisamente por ese nacionalismo que aniquila cualquier cosa, cualquier obra, cualquier persona, que no encaje en su visión del mundo y del pasado. Que no entiende de matices.
Por supuesto, ni su Ucrania natal, donde, como Polonia (con quien se reparte la Galitzia) parece que se esfuerzan en borrar toda huella de las comunidades judías existentes en la primera mitad del siglo XX. Ni en Alemania ni en Austria, su patria lingüística, le consideran «uno de los suyos». Ni por su puesto el estado de Israel u otros grupos judíos que en el mundo han sido, por su ausencia de devoción religiosa (se convirtió al catolicismo) y nulo interés por el sionismo.
Para mí, quienes tenemos que reivindicarlo somos los europeos, sencillamente, porque de lo que nos habla es de nuestros fantasmas y aspiraciones, de nuestros amores, la civilización refinada y la crueldad, también. De ese sueño de la razón que produce monstruos a los que, una y otra vez, nos entregamos arrastrados por el populismo más básico.
Todo lo que he leído de él me gusta. Mis novelas favoritas son Job (1930), La marcha Radetzky (1932) y La leyenda del santo bebedor (obra póstuma, 1940). Confío en poder comentar aquí alguna de estas obras.
También se han publicado numerosos relatos cortos, ensayos y artículos periodísticos, de gran perspicacia y belleza literaria. Este tipo de literatura breve permite descubrir su estilo.
Más artículos que hablan de él, aparte de la Wikipedia, serían este que resume su trayectoria como «De judío comunista a católico reaccionario», o «La sed del santo bebedor». Por si queréis saber algo más de él.

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