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The bridge on the river Kwai
Año: 1957
País:
Reino Unido
Dirección:
David Lean
Música:
Malcolm Arnold
Hoy domingo, toca ir al cine a ver un
clásico del cine bélico
Hay películas que ves una vez en la
vida y te marcan, pero no te entran ganas de volver a verlas. Otras, en cambio,
te enganchan en cuanto las ves de pasada en la parrilla de programación. Esta
es una de esas películas.
Ayer volví a verla. Y de nuevo me
quedé atrapada en esta historia de un hombre (varios hombres) y sus
circunstancias, en mitad de la jungla del sudeste de Asia. Saito, el comandante
japonés de un campo de prisioneros, tiene que construir un puente para el tren
que se pretende que enlace Bangkok y Rangún. Allá llegan un montón de
prisioneros británicos, de esos que se rindieron bastante ignominiosamente en
Singapur.
Mantienen, no obstante, cierto espíritu,
y a ello se esfuerza el coronel Nicholson (un inmenso Alec Guinness en uno de
los papeles de su vida). Estarán prisioneros, sí, pero a esos soldados sólo los
manda él y sus oficiales. Cuando se entera de que todos tienen que trabajar en
el ferrocarril, Nicholson se opone: los oficiales, según la Convención de
Ginebra, no pueden dedicarse a trabajos forzados manuales.
A poco que sepas de historia,
convendrás conmigo que nada podía importarle menos al ejército japonés durante
la Segunda Guerra Mundial que la Convención de Ginebra. Pero Nicholson es
claro, se trata de una cuestión de principios y, aunque quizá fuera mejor para todos tener la fiesta en paz, se niega.
Luego las cosas se complican y se le va
un poco la olla. Pero por si alguien aún no ha visto la película, tampoco voy a
destriparla aquí, aunque tenga ya más de medio siglo de existencia.
Es de esas pelis que disfrutas mientras
las ves, siempre que el cine bélico sea lo tuyo, claro. Y luego tiene ese punto de las grandes obras de arte, que es su trascendencia, te permite reflexionar más allá, en este caso, sobre el ser humano, cualquiera, y en cómo reaccionaríamos según qué caso. El personaje de Alec Guinness es un hombre absolutamente convencido
de estar en lo cierto, con su pundonor, su dignidad, y se esfuerza en hacer en
todo momento lo que él cree que será bueno para la moral de la tropa: llegan
silbando y es su tarea que sigan silbando al final, y no ve más allá. Se habrán
rendido, pero no están derrotados.
Este personaje contrasta con el que
interpreta William Holden, un soldado estadounidense que se esfuerza por
sobrevivir a cualquier precio, luchando con todas sus fuerzas y su ingenio. No es que no tengan principios, es
que los suyos son otros. Su visión del mundo se nos antoja más realista, parece más lúcido, que comprende mejor el
conjunto de las cosas que las estrechas miras de un oficial inglés muy del Raj, claramente racista, que incluso como prisionero tiene esa actitud de querer demostrar la superioridad británica sobre los que considera bárbaros.
Aquí, Holden enseñando pechote |
Por cierto que esta película nos regala más de un momento de la espléndida anatomía de Holden en plena madurez, esa sonrisa algo canalla y
sus ojazos, más brillantes que nunca destacando sobre la piel tostada. Ains, qué
hombre tan pero que tan atractivo.
Visto con la perspectiva del tiempo,
quizá me faltó un poco poder ahondar en el personaje de Saito, el comandante
japonés, saber quién era él en tiempos de paz, conocerlo un poco más. Para ser el antagonista, acaba resultando un poco plano. Su crueldad y su desprecio para aquellos a que ve como malos soldados, que se rinden sin luchar hasta la muerte, quedan claros. Al bushido lo de sobrevivir para luchar otro día, como que no le va. Y tiene que cumplir su deber, pero no va más allá, no reconoce la humanidad de sus prisioneros en ningún momento, es tan inflexible como Nicholson. No le veo yo evolución alguna al personaje a lo largo de la película; ni siquiera puede decirse que haya sabido utilizar hábilmente en su favor la actitud de Nicholson, no, eso es algo en lo que este último se mete él solo.
Una de las cosas por las que más es
recordada esta película es por su banda sonora del compositor Malcolm Arnold. Y
sí, ciertamente es de esas pegadizas que tuvo que ser un bombazo en su momento.
Ganó, por cierto, el óscar a la mejor banda sonora, una de esas veces en las
que la Academia realmente acertó a la hora de distinguir la excelencia en el
arte cinematográfico.
Aquí, los muchachos silbando…, la
entrada de los prisioneros británicos en el campamento.
Aunque para nosotros es la Marcha sobre el río Kwai, en
realidad es la Marcha del coronel Bogey,
y fue compuesta por un tal teniente Ricketts en 1914. Arnold la metió en la
partitura por aquello de que era un tema muy famoso durante la Segunda Guerra
Mundial. Era un tema alegre que contrastaba con las
inhumanas condiciones de los prisioneros en el campo japonés.
Hay géneros que me gustan más y otros
menos. Así, las del Oeste no suelen gustarme mucho. Me suelo decir que porque
el papel de las mujeres es pequeñito y bastante cliché. Pero las de guerra, que
tienen el mismo «problema Bechtel», en cambio, son mi tipo de peli favoritas.
Supongo que aquí puedo pasar más por alto la habitual ausencia de personajes femeninos
importantes porque me interesa más lo que me cuentan: la del
individuo en las peores circunstancias imaginables.
Este Puente
sobre el río Kwai es una de las mejores películas del género, que sabe muy
bien ejemplificar cómo podemos comportarnos en medio de las circunstancias más
atroces.
Fue una película muy premiada. Ganó siete
premios Óscar, incluyendo mejor película, director, actor (Guinness), guion,
fotografía, montaje y música. Tuvo tres Globos de Oro, en las categorías drama,
director y actor (de nuevo, Guinness). También en los británicos BAFTA se llevó
mejor película, actor y guion. Se ve que a Lean sus compatriotas no le querían
tanto; en cambio, el Sindicato de Directores, sí que lo escogieron como mejor
director. El National Board of Review
la escogió como mejor película, director y, fíjate tú, actor secundario, por la
interpretación que Hayakawa hizo de Saito. El Círculo de Críticos de Nueva York
también la galardonó como mejor película, director y actor (Guinness, of course). Acabo con los premios
italianos David di Donatello, que la escogieron como la mejor producción
extranjera.
Como veis, hay un par de premios al guion, cuando la historia es cuando menos curiosa. La película se basa en un relato del francés Pierre Boulle (que, por cierto, tenía un final diferente a la peli). Los guionistas que adaptaron la novela al cine, Foreman y Wilson, no pudieron aparecer en los títulos porque estaban en la lista negra (ya sabeis, la caza de brujas de McCarthy, etc). Así que en teoría el premio al guionista iba al novelista, que en realidad no intervino en el guion. Solo en 1985 la Academia les reconoció el premio a los guionistas, que para entonces ya estaban muertos. Total, que es un Óscar que al parecer no recogió ninguno de los galardonados.
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