domingo, 28 de junio de 2020

#34 El puente sobre el río Kwai

© 1958 Columbia Pictures Corporation




The bridge on the river Kwai
Año: 1957
País: Reino Unido
Dirección: David Lean
Música: Malcolm Arnold


Hoy domingo, toca ir al cine a ver un clásico del cine bélico

            Hay películas que ves una vez en la vida y te marcan, pero no te entran ganas de volver a verlas. Otras, en cambio, te enganchan en cuanto las ves de pasada en la parrilla de programación. Esta es una de esas películas.

            Ayer volví a verla. Y de nuevo me quedé atrapada en esta historia de un hombre (varios hombres) y sus circunstancias, en mitad de la jungla del sudeste de Asia. Saito, el comandante japonés de un campo de prisioneros, tiene que construir un puente para el tren que se pretende que enlace Bangkok y Rangún. Allá llegan un montón de prisioneros británicos, de esos que se rindieron bastante ignominiosamente en Singapur.

Mantienen, no obstante, cierto espíritu, y a ello se esfuerza el coronel Nicholson (un inmenso Alec Guinness en uno de los papeles de su vida). Estarán prisioneros, sí, pero a esos soldados sólo los manda él y sus oficiales. Cuando se entera de que todos tienen que trabajar en el ferrocarril, Nicholson se opone: los oficiales, según la Convención de Ginebra, no pueden dedicarse a trabajos forzados manuales.
      
      A poco que sepas de historia, convendrás conmigo que nada podía importarle menos al ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial que la Convención de Ginebra. Pero Nicholson es claro, se trata de una cuestión de principios y, aunque quizá fuera mejor para todos tener la fiesta en paz, se niega.

Luego las cosas se complican y se le va un poco la olla. Pero por si alguien aún no ha visto la película, tampoco voy a destriparla aquí, aunque tenga ya más de medio siglo de existencia. 

Es de esas pelis que disfrutas mientras las ves, siempre que el cine bélico sea lo tuyo, claro. Y luego tiene ese punto de las grandes obras de arte, que es su trascendencia, te permite reflexionar más allá, en este caso, sobre el ser humano, cualquiera, y en cómo reaccionaríamos según qué caso. El personaje de Alec Guinness es un hombre absolutamente convencido de estar en lo cierto, con su pundonor, su dignidad, y se esfuerza en hacer en todo momento lo que él cree que será bueno para la moral de la tropa: llegan silbando y es su tarea que sigan silbando al final, y no ve más allá. Se habrán rendido, pero no están derrotados.

Este personaje contrasta con el que interpreta William Holden, un soldado estadounidense que se esfuerza por sobrevivir a cualquier precio, luchando con todas sus fuerzas y su ingenio. No es que no tengan principios, es que los suyos son otros. Su visión del mundo se nos antoja más realista, parece más lúcido, que comprende mejor el conjunto de las cosas que las estrechas miras de un oficial inglés muy del Raj, claramente racista, que incluso como prisionero tiene esa actitud de querer demostrar la superioridad británica sobre los que considera bárbaros.
Aquí, Holden enseñando pechote

Por cierto que esta película nos regala más de un momento de la espléndida anatomía de Holden en plena madurez, esa sonrisa algo canalla y sus ojazos, más brillantes que nunca destacando sobre la piel tostada. Ains, qué hombre tan pero que tan atractivo.

Visto con la perspectiva del tiempo, quizá me faltó un poco poder ahondar en el personaje de Saito, el comandante japonés, saber quién era él en tiempos de paz, conocerlo un poco más. Para ser el antagonista, acaba resultando un poco plano. Su crueldad y su desprecio para aquellos a que ve como malos soldados, que se rinden sin luchar hasta la muerte, quedan claros. Al bushido lo de sobrevivir para luchar otro día, como que no le va. Y tiene que cumplir su deber, pero no va más allá, no reconoce la humanidad de sus prisioneros en ningún momento, es tan inflexible como Nicholson. No le veo yo evolución alguna al personaje a lo largo de la película; ni siquiera puede decirse que haya sabido utilizar hábilmente en su favor la actitud de Nicholson, no, eso es algo en lo que este último se mete él solo. 

Una de las cosas por las que más es recordada esta película es por su banda sonora del compositor Malcolm Arnold. Y sí, ciertamente es de esas pegadizas que tuvo que ser un bombazo en su momento. Ganó, por cierto, el óscar a la mejor banda sonora, una de esas veces en las que la Academia realmente acertó a la hora de distinguir la excelencia en el arte cinematográfico.

Aquí, los muchachos silbando…, la entrada de los prisioneros británicos en el campamento.


Aunque para nosotros es la Marcha sobre el río Kwai, en realidad es la Marcha del coronel Bogey, y fue compuesta por un tal teniente Ricketts en 1914. Arnold la metió en la partitura por aquello de que era un tema muy famoso durante la Segunda Guerra Mundial. Era un tema alegre que contrastaba con las inhumanas condiciones de los prisioneros en el campo japonés.

Hay géneros que me gustan más y otros menos. Así, las del Oeste no suelen gustarme mucho. Me suelo decir que porque el papel de las mujeres es pequeñito y bastante cliché. Pero las de guerra, que tienen el mismo «problema Bechtel», en cambio, son mi tipo de peli favoritas. Supongo que aquí puedo pasar más por alto la habitual ausencia de personajes femeninos importantes porque me interesa más lo que me cuentan: la del individuo en las peores circunstancias imaginables.

Este Puente sobre el río Kwai es una de las mejores películas del género, que sabe muy bien ejemplificar cómo podemos comportarnos en medio de las circunstancias más atroces.

Fue una película muy premiada. Ganó siete premios Óscar, incluyendo mejor película, director, actor (Guinness), guion, fotografía, montaje y música. Tuvo tres Globos de Oro, en las categorías drama, director y actor (de nuevo, Guinness). También en los británicos BAFTA se llevó mejor película, actor y guion. Se ve que a Lean sus compatriotas no le querían tanto; en cambio, el Sindicato de Directores, sí que lo escogieron como mejor director. El National Board of Review la escogió como mejor película, director y, fíjate tú, actor secundario, por la interpretación que Hayakawa hizo de Saito. El Círculo de Críticos de Nueva York también la galardonó como mejor película, director y actor (Guinness, of course). Acabo con los premios italianos David di Donatello, que la escogieron como la mejor producción extranjera.

Como veis, hay un par de premios al guion, cuando la historia es cuando menos curiosa. La película se basa en un relato del francés Pierre Boulle (que, por cierto, tenía un final diferente a la peli). Los guionistas que adaptaron la novela al cine, Foreman y Wilson, no pudieron aparecer en los títulos porque estaban en la lista negra (ya sabeis, la caza de brujas de McCarthy, etc). Así que en teoría el premio al guionista iba al novelista, que en realidad no intervino en el guion. Solo en 1985 la Academia les reconoció el premio a los guionistas, que para entonces ya estaban muertos. Total, que es un Óscar que al parecer no recogió ninguno de los galardonados.

Para saber más: consúlteme usted la Wikipedia, Film Affinity o la Internet Movie Data Base.

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