La
obra de Alberto Durero, como pintor, grabador, y dibujante, es enorme, y se
difundió muchísimo. No es de extrañar que muchas obras suyas aparezcan en los
libros de Historia del Arte. Es uno de los grandes maestros, aunque creo que su
nombre no es tan conocido entre el gran público. ¿Por qué? Bueno, en mi opinión,
la Historia del Arte se ha escrito, sobre todo, por lo que los historiadores
encontraban en Londres, París, Florencia y Roma, así de simple. Hablaban de
eso, y dejaban de lado cositas que había en otras ciudades italianas, o en
España o por Alemania.
Y
claro, a Durero lo tienes que ver en Viena y en Alemania. Aunque haya obras
suyas en El Prado o el Louvre, el turista va a esos macromuseos a mirar otras
cosas.
Bernard
Zumthor firma el artículo sobre Durero en el Diccionario Larousse de la Pintura
y dice de él:
Durero hace una síntesis, prácticamente única en la
historia del arte, de los principios del Renacimiento y de un lenguaje plástico
muy elaborado, encrucijada compleja de influencias renanas y holandesas. Así, y
no sin ambigüedad, es el último representante de la generación gótico-flamígera,
de la que procede, al mismo tiempo que proyecta en su tiempo y para el futuro
el genio humanista de un pensamiento que le define como «el primer artista
moderno al norte de los Alpes» (L. Grote).
Por cierto, que de algunas obra que voy a comentar aquí pondré transcripción de lo que cuenta el Larousse.
Ya
comenté el Autorretrato con guantes
de El Prado y sus autorretratos.
Hoy me toca hablar de otras obras. Pero ya digo que su obra es enorme. ¿Cómo
escoger…? ¿Lo más visto, lo que me gusta más…? Creo que ordenaré según técnica
y temática, de lo que más me gusta a lo que no me llama. O sea, lo que sigue a
continuación es una selección puramente personal entre lo mejor de este maestro,
a caballo entre el siglo XV y el XVI.
Acuarelas
Empezaré
con alguna de las acuarelas que pintó reflejando animales, plantas y paisajes,
que me dejan alucinada, porque a mi el mundo natural me fascina.
Empiezo por mi favorita, La liebre que se conserva
en el Museo Albertina de Viena. Es del año 1502,
una acuarela sobre papel que mide 25 cm × 22,5 cm. Al parecer, en detalle, en
el ojo, puede verse el reflejo del taller del pintor. Se hicieron numerosas
copias de esta obra, fue un auténtico éxito de ventas. La liebre original es ésta, que llegó en 1796, al palacio del duque
Alberto de Sajonia-Teschen, la actual Albertina. El duque lo recibió a través
de un intercambio de obras de arte con el emperador Francisco II. El cuadro se
considera una de las obras de arte más importantes de la colección debido a su
representación excepcionalmente realista.
Creo
que Durero es quien mejor representa la naturaleza en aquella época. Hay que
mirar mucho en los fondos de los cuadros de los maestros italianos para
encontrar algo del mundo natural, pero es parcial e idealizado. No he
encontrado en ninguno de ellos nada parecido a la obra acuarelística de Durero. Me parece algo más propio de la sensibilidad nórdica, quizá porque al norte de los
Alpes eran más rurales, mientras que al sur todo era urbano y civilizado, les interesaban más los jardines cuidados que la
naturaleza fragorosa e indómita.
Del
año siguiente, 1503, es esta Gran mata de hierba, otra acuarela del
Albertina. Mide 40,3 cm × 31,1 cm. No se me ocurre nada más sencillo que pueda
estar mejor representado.
Ese
interés científico por observar y reproducir la naturaleza en sus dibujos es de
un auténtico naturalista. No se ceñía a animales y plantas, sino también al conjunto de un paisaje, que captaba con su acuarela así, rápido, del natural. Os pondré un ejemplo nada más.
Vista de un castillo sobre rocas a
orillas de un río
(1494). Kunsthalle, Bremen.
Leo
en mi libro de Pintura paisajista, de
Norbert Wolf, que Alberto Durero hizo sus primeras acuarelas de paisajes en su
primer viaje a Venecia in situ.
Nadie antes había trabajado con tal
libertad y precisión con la acuarela. Durero, así parece, se deleitó
especialmente en el carácter transitorio de la impresión visual, se entregó a
una belleza marcada por la inmanencia efímera.
Aunque
advierte el autor que nuestro entusiasmo actual no debe hacernos olvidar que no
eran obras con una finalidad en sí misma, sino que servían para preparar
paisajes que pondría en el fondo de sus cuadros.
Esta
habilidad con el dibujo encajaba perfectamente con su actividad como grabador.
Grabados
Aprendió
el oficio siendo muy joven. Es uno de los mejores grabadores de todos los
tiempos. Según el Diccionario Larousse, «fue su obra gráfica la que le dio fama
internacional durante su vida y en el siglo XVI toda Europa copiará su
infinidad de dibujos, madera y cobres grabados».
Ejecutó
obras xilográficas (grabado en madera) y calcografías (sobre cobre). Estos
métodos permitían sacar varias reproducciones de la obra, las láminas con sus
dibujos se extendieron por toda Europa rápidamente.
En
xilografía realizó las series del Apocalipsis,
la Pasión y la vida de la Virgen.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1498) aún conservan un fuerte toque
gótico. Mide 39,9 cm x 28,6 cm. Esta serie sobre el Apocalipsis está considerada como «una de las maravillas de todo el arte alemán» (D. Larousse).
Grabado
xilográfico es también una de las obras más famosas de Durero, su Rinoceronte, creado en 1515, y muy copiado en los siglos
siguientes. El tamaño de la lámina es 21,4 cm × 29,8 cm. Las imprecisiones anatómicas evidencian que no vio
ningún ejemplar, sino que se basó en una descripción y dibujo esquemático hecho
por otros de un rinoceronte indio que había llegado a Lisboa, el primer
ejemplar vivo visto en Europa desde los tiempos del Imperio romano.
Frente
a las xilografías, el grabado sobre
cobre permite una línea más flexible, lo cual es más acorde con un
dibujante tan excelente. A este método debemos grabados como la Melancolía o El caballero y la Muerte, que son consideradas sus obras maestras.
El caballero, la muerte y el diablo (1513), grabado de 24,8 x 10,1 cm. Es
uno de sus grabados más logrados. En una placa, a la izquierda, se distingue el
monograma de Durero.
San Jerónimo en su estudio (1514) representa el ideal de sabio
humanista. Grabado sobre papel verjurado, hoja de 25,4 x 19 cm, National
Gallery of Art, donación de R. Horace Gallatin
¿Y
qué decir de esta Melancolía I (1514),
grabada a buril? Museo Städel. Una figura femenina, sentada, en el primer
plano, ejemplifica el temperamento oscuro, el “perro negro” de la depresión. Es
un cuadro que ha de interpretarse en sentido alegórico. La melancolía tiene
alas y de su cinturón cuelgan llaves y una bolsa de dinero (poder, riqueza),
con instrumentos de medición alrededor (sabiduría) y herramientas a sus pies. Un
panel de números "mágicos" suman 34 en todas las direcciones. Pese a
todo eso que la rodea, se abstrae en sus pensamientos, hundida en su tristeza.
Retratos
De
su obra pictórica la que me resulta más interesante es su retratística. Voy a
poner un ejemplo de su arte, uno femenino y otro masculino:
Retrato de una joven veneciana (1505). Óleo sobre tabla, 35 x 26 cm.
Viena, M.º Kunsthistorisches. Dice el Larousse que esta obra, inacabada, es de una delicadeza y
valor tonal evocadores del Carpaccio.
Retrato de Bernhart von Reesen (1521). Óleo sobre tabla, 45,4 x 31,5
cm. Dresde, Staatliche Kunstsammlungen.
Acabo
por lo que en su época era muy apreciado aunque actualmente nos puede dejar más
fríos: sus cuadros religiosos. A mí me pasa también con muchas obras de los
maestros italianos como Rafael o Leonardo, que admiras la técnica, pero
realmente no emocionan porque esto de la espiritualidad no es lo mío.
La Natividad (h. 1502-4), tabla central del Retablo
Paumgartner. Temple sobre madera, 155 x 126 cm. Alte Pinakothek (Múnich). Leo
en el Laurosse:
Natividad concebida según
la fórmulas góticas tradicionales, pero, por primera vez, Durero racionaliza la
construcción de la decoración aplicándole muy rigurosamente las leyes de la perspectiva.
La adoración de los magos (1504). Óleo sobre madera, 100 cm × 114
cm. Galería de los Uffizi (Florencia). Pintada para Federico el Sabio, es aún más notable [que la anterior];
en ella, es estudio de la perspectiva y las proporciones se lleva con una
precisión difícilmente superable, con la dirección del punto de fuga
diagonalmente orientada según un movimiento que será característico del arte
Barroco. Por la sabia composición de los contrastes y el diálogo natural de los
personajes con su entorno, Durero… logra aquí una síntesis límpida que recuerda
irresistiblemente a Leonardo
(D. Larousse).
La fiesta del rosario (1506). Óleo, 162 cm × 194,5 cm. Galería
Nacional (Praga), obra que constituye la terminación y síntesis de su obra anterior y, sin
duda, la obra más importante de su carrera. La composición, una vez más, deriva
ampliamente de las «sacras conversaciones» de Bellini; pero Durero cambia el
lado solemne, angélico y meditativo de las representaciones tradicionales de
dicho tema, por una atmósfera de efervescencia ordenada como en las
composiciones de Stephen Lochner, en torno a la pirámide central –Virgen, papa,
emperador- equilibrada poéticamente por el paisaje etéreo abierto en el plano
del fondo. El color, más que la estructura, da a la composición su orden
supremo. Tratada con agilidad, con modelados flexibles y sugerencias luminosas
logra el contraste y la unidad profunda de su explosión «veneciana» y del
lirismo grandioso heredado de los pintores renanos del siglo XV que encargan el
ceremonial de la escena (D.
Larousse).
Jesús entre los doctores (1506). Óleo sobre tabla, 64,3 cm × 80,3
cm Museo Thyssen-Bornemisza (Madrid), contraste expresivo entre la belleza juvenil de
Cristo y la vejez, a veces caricaturesca, de los doctores (D. Larousse). Hay aquí un toque muy flamenco, muy a lo que vemos en un Bosco o en un Brueghel.
Y paso ahora a una de sus obras maestras: Adán y Eva (1507). Óleo sobre tabla, 209 cm × 81 y
80 cm; Museo del Prado (Madrid).
Expresan el ideal de belleza de Durero: clásica, pero pasada por el tamiz de una sensibilidad germánica.
Sigue los modelos italianos, pero la fluidez del contorno, la
suavidad que le da a las formas, dan como resultado unos seres más de carne y
hueso que las escultóricas pinturas de, por ejemplo, un Miguel Ángel. En esta
obra, realizada después de su segundo viaje a Italia, se comprueba que Durero
tenía conocimiento del desnudo clásico. Son de los primeros desnudos a tamaño
natural de la pintura alemana. ¿Y cómo es que estas maravillosas tablas están
en El Prado?
El cuento merece la pena. Han viajado un poquitillo. Eran
propiedad del Ayuntamiento de Nuremberg, que se las regaló al emperador Rodolfo
II, que gustaba de los desnudos. Estaban estas tablas en el castillo de Praga
cuando, en el curso de la guerra de los Treinta Años, ejércitos suecos y
sajones lo saquearon (1648); la he dicho mil veces que el arte es un botín muy
goloso en tiempos de guerra. Adán y Eva
pasaron a ser propiedad del rey de Suecia, apareciendo en un inventario en 1652.
Un par de años después, la reina Cristina de Suecia se las regaló a ese gran
coleccionista que fue Felipe IV de España. Estaban en el viejo Alcázar de los
Austrias, aquel que ardió (1734), y de allí lo llevaron al Palacio del Buen
Retiro, y luego a finales de siglo fueron a parar a la Academia de San Fernando
para los estudiantes de arte. Y, en fin, en 1827, en tiempos del rey felón,
pasaron al Museo del Prado, aunque como eran desnudos estaban en una sala
especial que solo podía verse con permiso especial. No se expusieron
públicamente hasta el año 1838.
Seguimos
con otras obras que realizó después de su segundo paso por Italia: el Martirio de los diez mil cristianos (1508),
un tema muy popular en la Alemania de la época. Óleo sobre lienzo, 99 cm × 87
cm, M.º Kunsthistorisches, Viena.
Adoración de la Santísima Trinidad (1511), Temple y óleo sobre madera, 135
cm × 123 cm; M.º Kunsthisrorisches, Viena. Este retablo de Todos los Santos,
como el anterior, tiene una abigarrada acumulación de personajes, a los que ubica en un
espacio copernicano, esférico, lo que le concede un carácter visionario
anunciador de Altdorfer, Bruegel, Tintoretto y los Maestros del Barroco (D. Larousse).
Y
acabo con su última obra maestra, Los
cuatro Apóstoles (San Juan, San Pedro, San Pablo y San Marcos, 1526) que se
conservan en la Alte Pinakothek de Múnich.
Los ejecutó después de su viaje a
los Países Bajos, en la última etapa de su vida. Algún eco flamenco se aprecia
por ejemplo en el plegado de los paños.
Son monumentales, más de dos metros de
largo, un tamaño mayor que el natural. Estas dos tablas tienen la misma
anchura, 76 cm, aunque la altura es un poco distinta: 215,5 cm de alto la una y
214,5 cm la otra.
Reduce
a los personajes a lo esencial: sus rostros intensos, representando cada uno de
ellos a una edad del hombre y a un temperamento (sanguíneo, melancólico, etc.),
a tamaño casi natural, sobre un fondo oscuro.
Toma el valor de testamento espiritual. Juntos, los
cuatro apóstoles encarnan al hombre, sus edades, sus estados de ánimo: en la
hoja izquierda, Juan, joven y sanguíneo, acompañado por Pedro, flemático, con
la espalda encorvada por los años; a la derecha el activo Marcos con Pablo,
grave e inquebrantable. El color, lleno de modulaciones plásticas, completa el
mensaje esotérico de la obra por el contraste entre los acordes complementarios
cálidos, rojo-azul-oro, y las tonalidades frías, blanco y gris-azulado.
Apariciones intemporales, estas figuras son por su presencia espiritual la
encarnación, los pilares y las garantías de una fe y una moral nuevas y del
estado universal y profundamente natural que fue el del maestro de Núremberg (D. Larousse).
Acabo
con esto mi viaje por el universo pictórico de Alberto Durero. Un artista que reivindicó
la nobleza de su arte, como algo más complejo que la mera artesanía. Que se
retrató una y otra vez, quizá no tanto por narcisismo (aunque ese Autorretrato
desnudo no deja detalle de su cuerpo serrano) sino porque necesitaba reflexionar,
experimentar, examinar la realidad de esa manera.
Era un artista que miraba el
universo y reflexionaba sobre él con ojos de artista, intentando encontrarle su
sentido. Sus dibujos, grabados y cuadros eran su forma de pensar y explicarse el
mundo, de intentar darle un sentido. Es algo más que un pintor de cromos, de colorines, es el pintor como intelectual humanista.