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Año: 1954
País:
Estados Unidos
Dirección:
Alfred Hitchcock
Música:
Franz Waxman
Grace Kelly estaba, simplemente,
radiante
Hacía mucho que no comentaba aquí una película. Tendré que retomarlo con más ganas. Como esta la acabo de ver, por enésima vez, y la tengo incluida en mi Top 100, me dije, venga, vamos a hablar un poco de los vestidos de Grace Kelly.
Más de una película de Hitchcock es puro
suspense romántico. Esta es una de ellas. Hay un fotoperiodista, Jeff
(interpretado por James Stweart) que se ve obligado a quedar en cama por tener
una pierna quebrada, y no se le ocurre otra cosa que cotillear a los vecinos.
Hasta que empieza a obsesionarse con uno en particular, y a imaginar que ha
matado a su mujer. Toda la tensión de la película es saber si efectivamente
mató o no a su mujer, y si van a conseguir descubrirlo antes de que su propia
vida esté en peligro.
Seguramente todos los libros de cine
te hablen de este misterio, y de la maravilla que es saber mantener el misterio
en el reducido espacio de una habitación. O, también, del voyerismo impenitente del fotógrafo, que aunque debería respetar la intimidad de sus vecinos, se
siente seducido por esas historias que ve por las ventanitas: la chica joven y
atractiva, la solitaria solterona, la pareja de recién casados, el compositor
de la música, inolvidable «Mona Lisa».
Pero, sinceramente, si ves esta
película, te vas a quedar colgada de los impresionantes vestidos de Grace Kelly
y cómo los luce. Kelly hace de novia del fotógrafo, una mujer sofisticada
llamada Lisa, de buena familia, bastante opuesta a este trotamundos amante de
la aventura, osado… Aunque no estoy muy segura de que un buenazo como Stewart
sea del todo adecuado para semejante personaje.
Un punto de conflicto entre ellos está
en que ella quiere casarse, formalizar su relación, aunque tenga que recorrer
el mundo con él. Sin embargo, él se resiste, no cree que esté preparado para
casarse, y ella está demasiado acostumbrada a la buena vida como para vivir en
los lugares y de la forma tan arrastrada que un fotoperiodista tiene que
llevar.
Los outfits
de Kelly, obra de Edith Heath, una de las mejores diseñadoras de vestuario de
la historia del cine, son impresionantes. A través de cada una de las piezas,
te describe cómo es ella y en qué momento está de su relación (Véase esta entrada en «Retales de un idilio»).
Es deslumbrante el
primero, en que ella aparece como una auténtica princesa de la alta sociedad:
un dos piezas, la superior, negra y con escote en pico, delante y detrás; la
falda se despliega impresionante, gasa y tul con ornamentos negros. Tal que así.
El final de la peli es atómico, con ella
dispuesta a emprender una nueva vida a su lado, con camisa masculina y unos jeans, estudiando con gran interés un libro de viajes…
Hasta que comprueba que su novio se ha dormido y sustituye el libraco por un
ejemplar de Harper’s Bazaar.
Todo un estudio del estilo lady like, por si algún día quieres
darle una oportunidad.
La película se basa en un cuento de Cornell
Woolrich: «It had to be murder».
Toda ella se rodó en un estudio, para lo cual
tuvieron que construir el decorado más grande en su tipo que confeccionada la
Paramount.
En tema de premios, se los llevó Grace Kelly. Ya digo que no le puedes quitar los ojos de encima, creo que aquí está verdaderamente inmensa, luciendo palmito. Ganó el premio a la mejor
actriz del Círculo de Críticos de Nueva York y el National Board of Review. De
los Óscar, hay que olvidarse, rara vez premiaron algo tan entretenido como
esto, con tanto estilo y tan puramente de género. Por eso muchas películas
premiadas han caído en el olvido, y esta la puedes seguir viendo más de medio
siglo después, con el mismo placer que el primer día.
Por cierto, en 1997, la Biblioteca del
Congreso de los Estados Unidos la escogió como una obra «cultural, histórica y
estéticamente significativa», por lo que la seleccionaron para que el National
Film Registry la conservara.
Así que, de verdad, si quieres ver una obra entretenida por la que parece que no pasan los años, podéis darle una oportunidad. Otras de Hitchcock, especialmente cuando se ponía en plan intelectual psicoanalítico o machistón a secas, no son ni de lejos tan agradables de ver.
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