En estos días tan tormentosos que parece que se va a caer el cielo, recogidos en casa, apetece algo antiguo y sereno. Hoy he escuchando Chant byzantin, de una monja que se hizo famosa en los ochenta, sor Marie Keyrouz, con aquel canto de la Cristiandad oriental. Una mujer que intenta usar su vocación religiosa, y su talento musical, para transmitir un deseo de paz. Hombre, útil no sé si será mucho, a la vista está, pero por lo menos no le faltan las buenas intenciones.
Y
luego lo he redondeado con Immortel
grégorien, un disco de música gregoriana
de distintas abadías francesas. Pocas cosas hay más tranquilizadoras que
dejarse llevar por esa forma de cantar, que parece ondular en el espacio.
Luego le he estado dando vueltas si no me habré quedado corta en mi estimación de quinientos días hasta recuperar la normalidad. Me da que pensar en la última variante, la decimocuarta, esa que tendría que haberse llamado xi, pero al parecer por no molestar a Xi Jinping, han preferido saltarse una letra y llamarla ómicron. Parece que se confirma cierto escape vacunal… no sé yo si estos 500 días no se me quedarán escasos.
Serenidad,
muchacha, paciencia, me digo. De momento es solo más contagiosa, no más letal.
El final llegará. Hay un final para todo. Y estará bien. Y si no está bien, es
que no es el final.
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