Alianza Editorial (2015) |
Autor:
León Tolstói
Título
original: Война и мир, Voiná i mir)
Fecha
de publicación: 1865–1869
No
estáis de suerte.
Si me
dijérais una sola obra de Literatura imprescindible, os diría: El Quijote, obra ya mencionada aquí.
Si me contestarais: «¡no, que es muy larga!», dinos otra,… ya digo que no estáis de
suerte, porque la segunda que diría sería esta Guerra y paz de Tolstói.
Si os pareció larga El Quijote (unas mil páginas, 381.734 palabras), Guerra y paz la
supera (unas mil trescientas páginas, 561.304 palabras).
Si me
parece tan importante, diréis, ¿por qué no la pongo en la lista de cien obras
de literatura universal, o de cien novelas? Ciertamente, debería estar en esas
dos listas, pero la he puesto en esta específica de novelas históricas porque
eso es, sobre todo, lo que Guerra y paz
significa para mí.
Y el
motivo por el que, creo yo, sigue ganando lectores entre las nuevas
generaciones. Las guerras napoleónicas del siglo XIX son como la Segunda Guerra Mundial del XX: los aficionados a la historia nunca nos cansamos de leer sobre ellas.
Básicamente,
Tolstói recrea toda una época, la Rusia de principios del siglo XIX, durante las
guerras napoleónicas: de 1805 a 1813. Junto a personajes históricos como el zar
Alejandro I o Kutúzov, pone en escena a varias familias de la aristocracia, más
algunos personajes del pueblo que se te quedan grabados a fuego, como Platón
Karataiev, que aparecerá como prisionero de guerra en la segunda parte.
Hay
miles de páginas en Internet que comentan, analizan, exaltan y destripan esta novela, así que solo contaré mi experiencia.
La primera vez que leí esta
novela fue hace más de treinta años. Era joven y leía muy rápido: me duró menos de una
semana. Seguí apasionadamente las descripciones de las batallas, la
campaña rusa de Napoleón, con mapas y todo, quedándome en lo épico y en las
reflexiones de Tolstói sobre la Historia.
Ahora la he releído demorándome a lo largo de las semanas, y los meses. En esta lectura pausada me fijé más en la evolución interior de cada uno de
los personajes principales. La guerra ya no la veía de aquella manera sino como
un lamentable desperdicio de vidas humanas.
Lo que Tolstói opina sobre la ciencia histórica me pareció un poco como la pseudociencia de un Goethe: relleno que ralentiza la historia y que la evolución posterior del pensamiento y conocimiento humanos ha convertido en cenizas que oscurecen la obra literaria.
Sobre todo pensaba yo en Hitler. Sin despreciar la idea tostoyana de que hacen falta un cúmulo de muchos eventos menores, en que intervienen cientos o miles de personas, para que se produzcan los grandes hechos históricos, me parece descabellado entender que es irrelevante la acción de hombres concretos e individuales. Soy de las convencidas de que, si Hitler hubiera muerto en la Primera Guerra Mundial, lo más probable es que no se hubieran producido la Segunda ni el Holocausto.
Me parece a mí que Tolstói, al criticar la «Historia del Gran Hombre» decimonónica, pensaba que por grandeza y genio se refieren siempre para el bien o lo épico, cuando igualmente se puede ser muy gran hideputa y genio del mal.
¿Qué puede encontrar el lector de hoy entre los Rostov y los Bolkonsky? Historias de gente que cambia y aprende de las
experiencias. También las personas buenas y virtuosas tienen defectos y se dejan llevar por pasiones como la ira o el deseo,... y conviven con otras malévolas en plan el
escorpión de la fábula, simplemente porque nacieron así. Nadie es perfecto.
Hay momentos para el amor y otros para el llanto, la esperanza, la diversión, la felicidad inconsciente de ser joven, la preocupación de las madres por el futuro de sus hijos, y el desgarro de la pérdida. La guerra es lo que tiene, que la
gente sufre y muere en ella. Reconozco que mojé la pestaña más de una vez.
Los
letraheridos (véase la Historia de la
literatura universal de Riquer-Valverde) reprochan a esta novela que tenga un
«happy end con resolución y
matrimonio para todos». A diferencia de ellos, opino que los finales felices no
degradan un libro. Yo me los tomo como el premio al lector que ha invertido
tanto emocionalmente en estas vidas de ficción. Además, no es cierto que haya
matrimonio para todos: solo cuatro de los personajes principales que terminan
casados. Estas dos parejas serán las únicas que tengan en esta historia un pleno final feliz, incluidos prosperidad y matrimonio. El resto habrá muerto o viven con cierta amargura, tras sufrir pérdidas y dolor.
De sus
dos epílogos, uno es muy de novela romántica: parejas con sus retoños. Es casi un
cuento en sí mismo que titularía «escenas de matrimonio»; proporciona el
contrapunto algo desencantado de la cotidianidad después de tantas páginas de
batallas, contratiempos, ilusiones y esperanzas no siempre cumplidas, y
muertes.
Para
ser justos con Riquer-Valverde, también reconocen que:
Guerra y paz es seguramente, si dejamos el Quijote aparte, la novela europea máxima, un prodigioso libro al cual hemos de volver de vez en cuando y cuya primera lectura queda en nuestra vida como un viaje feliz o unas vacaciones mágicas.
Pues
eso, de verdad, dadle una oportunidad a esta novela que lo tiene todo: peripecias entretenidas, personajes
inolvidables, estilo muy dinámico (ágil en los diálogos o minucioso en las
descripciones, según lo exija el momento), la reconstrucción fidedigna de una
época (hasta las parrafadas en gabacho de aquella nobleza tan francófila) y la
trascendencia, ¡oh, sí! Cualquier reflexión que quieras hacer sobre el destino
individual o social del hombre, la búsqueda de un sentido para la vida, el
amor, la lealtad, el interés y la hipocresía, cualquier sentimiento o acto
humano,… posiblemente encuentre su ejemplo aquí.
Quizá
lo que más puede hacer torcer un poco el morro, en esta época, es el clasismo y
el sexismo. Pocos personajes aparecen que no sean nobles; los campesinos y los criados son
mero decorado, y rara vez tienen entidad propia. Karataiev es una excepción y,
a veces, pienso que está ahí solo al servicio de la odisea personal de Pierre.
En
cuanto a las mujeres, es cierto que están retratadas psicológicamente con la misma
profundidad y atención al detalle de su vida íntima que los personajes
masculinos. Destacaría a Natasha, y la princesa María. De joven te quedas más
con la encantadora y adorable Natasha, comprendes sus errores, sus pasiones,…
Con los años, admiras más a la princesa María, su paciencia, generosidad, cómo soporta
el maltrato de su padre, cómo se pone al servicio de los hombres de su vida y,
sin embargo, consigue mantener un alma resplandeciente que es sólo suya, y muy
superior al resto de los personajes.
Lo que
ocurre es que no dejan de ser imágenes tópicas de la mujer decimonónica hecha
para el amor, a un hombre, a su familia, al prójimo. La guerra les pasa por
encima y no dedican ni medio segundo a pensar en la sociedad o la política,
todo les resbala, no les interesa nada.
Puedes
decir que eran cosas de la época, pero… Las mujeres del Quijote, dos siglos y medio más antiguas, resultan mucho más variadas.
Por no hablar de las coetáneas de Tolstói que se pueden encontrar en las
novelas de Pérez Galdós.
Pero
vamos, que todo eso son cosas que simplemente te llaman la atención desde una
perspectiva del siglo XXI.
Adaptaciones
de esta historia o de partes, hay muchas. Desde la película de King Vidor con la inolvidable Natasha de Audrey
Hepburn hasta la miniserie de 2016 de la BBC protagonizada por Paul Dano, Lily James y James
Norton.
Aquí, la Natasha de A. Hepburn con el Bolkonsky de M. Ferrer Milton H. Greene para la revista LOOK [dominio público] Vía Wikimedia Commons |
De la adaptación operística, hecha por Prokófiev ya hablé aquí.
Como este
libro es un clásico, tiene página en la Wikipedia. Y acabo con una cita de quien es, al final, mi personaje favorito, incluso con sus arrebatos cuando se le cruza el cable:
Durante su cautiverio en la barraca, Pierre descubrió, no por medio de la inteligencia, sino con todo su ser, con la vida misma, que el hombre ha sido creado para la dicha, que ésta reside en él, en la satisfacción de las necesidades naturales, y que todas las desgracias provienen del exceso y no de la falta de cosas. Pero después, durante aquellas tres semanas de marcha, se enteró de otra verdad consoladora: que no hay nada temible en este mundo. Supo que lo mismo que no existe en la tierra una situación en que el hombre sea feliz y completamente libre, tampoco hay ninguna en que sea totalmente desgraciado y esclavo. Comprendió que hay un límite para el sufrimiento y otro para la libertad y que ambos están muy cerca; que el hombre que sufre porque en su lecho de rosas se ha doblado un pétalo, sufre exactamente igual que sufría Pierre al tratar de dormirse en la tierra húmeda y de calentarse por un lado mientras se le enfriaba el otro. Cuando se ponía zapatos de baile demasiado estrechos padecía igual que ahora que iba descalzo (hacía bastante que sus botas se habían destrozado) y tenía los pies lacerados.
Guerra y paz, Vol. 2, pág. 517. Traductoras: Irene y Laura Andresco. Alianza Editorial, 2015.