| Anthony Roth Costanzo como Orfeo, Florida Grand Opera (2018) |
Orfeo ed Euridice / Orphée et Eurydice
Estreno: Viena, 5 de octubre de 1762
Compositor: Christoph Willibald Gluck
Libretista: Raniero da Calzabigi
Tal día como hoy, del año 1762, se estrenó en el Burgtheater de Viena, la primera «ópera de reforma» de Gluck
Obvio es decirlo, pero la ópera es un género teatral. Te cuentan una historia, pero no lo hace un narrador omnisciente, como en una novela. Son las acciones y las palabras de los personajes, la puesta en escena y la música, los que te dicen qué está pasando.
Lo que ocurre es que en la ópera, siendo un drama puesto en música, hay veces que se les va la olla y predomina la música, olvidándose de que están contando algo. Algo así ocurrió en la época barroca y rococó, llegando hasta mediados del siglo XVIII. Eran músicas intrincadas, arias hechas para el lucimiento de los cantantes, pero que no aportaban nada al argumento. Fuegos de artificio que complicaban la cosa, pura hojarasca que no dejaba ver la trama. Hay veces que hasta metían arias de otras óperas, que gustaban mucho al cantante de turno (y al público) sin tener nada que ver con la historieta.
Frente a esto reaccionaron algunos ilustrados, para hacer algo menos embrollado. Esto es lo que quiso hacer el alemán de origen checo Christoph Willibald von Gluck. Ya había tenido éxito como compositor de ópera seria habitual. Pero quería hacer algo distinto, más puro. Tuvo de su parte a un libretista de excepción, Raniero da Calzabigi, que retomaba el drama grecolatino clásico en sus líneas esenciales.
El primer intento fue esta ópera de circunstancias, que tuvo que componer, trabajando para la corte de María Teresa en Viena. El evento era el santo del esposo de la emperatriz, Francisco. No sólo contó con un libretista estupendo, sino que también eran de lujo el coreógrafo Gaspero Angiolini, el castrato que iba a interpretar Orfeo, Gaetano Guadagni, el escenógrafo Quaglio e incluso el que procuró que hubiera dinero para este experimento, el conde Giacomo Durazzo.
La historia es conocida, pues procede de la mitología clásica. No deja de ser curioso que dos óperas memorables para la historia del género, traten el mismo tema, el Orfeo de Monteverdi, y éste de Gluck. Es un tema muy querido para todo músico, el poder de la música para amansar a las fieras y hasta resucitar a los muertos.
El pastor y músico Orfeo pierde a su esposa Eurídice, pero el dios Amor, conmovido por su dolor, le dice que podrá recuperarla si la rescata del inframundo. Con una condición: no puede mirarla hasta que cruce la Estigia. Orfeo desciende a los infiernos, amansa a las furias con su lira, recupera a su esposa. Pero como no puede mirarla, ella se mosquea, y cree que no la ama. Al final, Orfeo se gira hacia ella, para profesarle su amor, abrazarla, y entonces Eurídice muere.
Pero como esto es el siglo XVIII y la ópera tenía que tener un final feliz (¡ríete tú de los convencionalismos de la novela romántica!), pues nada, que Amor interviene de nuevo y resucita a Eurídice para que puedan seguir juntos, felices, y comiendo perdices.
Respecto a la ópera seria de la época, es mucho más simple, con arias sencillas, sin adornos, ni escenas redundantes. Con solo tres personajes, y además, introduciendo el coro, que le daba más empaque clasicista. Sin recitativos «secos».
Leo en una guía visual de la ópera que «Es, a excepción de las obras maestras tardías de Mozart, la ópera más importante del siglo XVIII».
Gustó en Viena, pero no fue mucho más allá. Así que Gluck marchó a París, protegido por la hija de María Teresa y José, la reina de Francia María Antonieta. Allí estrenaría su segunda ópera de reforma, Alceste. Y por primera vez, un libretista y un compositor se sintieron obligados a explicar qué demonios estaban intentando hacer.
En su prefacio a la ópera Alceste, cuenta Gluck que quiere evitar los abusos «debidos a la errónea vanidad de los cantantes o la excesiva complacencia de los compositores» que desfiguraban la ópera italiana, convirtiéndola en un espectáculo ridículo y tedioso. A su juicio, la música debía servir a la poesía, amoldarse a las situaciones dramáticas, sin interrumpir la acción con largos pasajes para que se exhibieran los cantantes. O sea, no es que se evitara todo adorno, sino que sólo se justificaban si la propia historia los precisa.
Allí, en París, se reestrenó Orfeo el 2 de agosto de 1774, en francés y con algunos cambios. En vez de un castrato, se reescribió para tenor alto o haute-contre, se modificaron algunos aspectos, se añadió un ballet... El personaje de Orfeo es complicado. Castrati ya no existen, la voz de contratenor no es exactamente igual; para tenor es complicado, porque le obliga a estar siempre en la parte alta de la tesitura. En los siglos XIX y XX lo cantaron contraltos o mezzos.
Es una ópera cortita, en tres actos pero de poco menos de dos horas. Fácil de seguir. Si no has ido nunca a la ópera, no me parece mala opción.
Dos son los momentos más destacados de esta ópera. Una, el aria final que canta el pobre Orfeo cuando su mirada ha matado a su Eurídice, «Che farò senza Euridice?» (o, en versión francesa, «J’ai perdu mon Eurydice»). Es preciosa, aunque suena un poco rara: se supone que es un lamento, pero no adopta el usual tono menor sino mayor. Se le da un aire a un aria menor que aparece en otra ópera suya, ya bastante olvidada, L'ivrogne corrigée (El borracho corregido), compuesta un par de años antes. Es normal para la época, reutilizaban material. Daos cuenta que no tenian Spotify, y la única manera de escuchar música era en directo. El público no conocía más que aquello que hubiese visto representado. Así que podían repetir temas.
El otro fragmento conocidísimo es la «Danza de los espíritus felices» (o benditos o bienaventurados, que también se traduce así). Está al final del Acto II, y es instrumental, con un solo de flauta sobre un fondo de cuerdas. Está especialmente desarrollado en la versión francesa de la ópera y sobre él se han hecho más de una composición. Se le llama a veces Melodie, con arreglos varios, para piano, por ejemplo, o violín.
¿Qué grabación recomendar? La que he visto más apreciada es una dirigida por Sigiswald Kuijken en 1981, de Accent, protagonizada por René Jacobs, Marjanne Kweksilber y Magdalena Falewicz. Como no podía ser de otra manera, con Kuijken al frente, el coro es el Collegium Vocale de Gante, y la orquesta, La Petite Bande.
Para saber más, la Wikipedia. Los dos libretos (en italiano y en francés), con su traducción al español, más discografía de referencia, en Kareol.
Os dejo enlace a una grabación de esta ópera, en versión de concierto, con la Orquesta Sinfónica de Galicia. La mezzo Sara Mingardo interpreta a Orfeo y la soprano Jone Martínez, a Euridice. Pero vamos, que puedes encontrar unas cuantas interpretaciones y representaciones, en You Tube. También, arreglos instrumentales con la Melodie.
