domingo, 5 de octubre de 2025

#51 Orfeo y Eurídice

File:Orfeo (Anthony Roth Costanzo) Photo Credit Daniel Azoulay (39537788260).jpg
Anthony Roth Costanzo como Orfeo, Florida Grand Opera (2018)   

 

 Orfeo ed Euridice / Orphée et Eurydice

 

Estreno: Viena, 5 de octubre de 1762

Compositor: Christoph Willibald Gluck 

Libretista: Raniero da Calzabigi

 

Tal día como hoy, del año 1762, se estrenó en el Burgtheater de Viena, la primera «ópera de reforma» de Gluck

 

Obvio es decirlo, pero la ópera es un género teatral. Te cuentan una historia, pero no lo hace un narrador omnisciente, como en una novela. Son las acciones y las palabras de los personajes, la puesta en escena y la música, los que te dicen qué está pasando.

 Lo que ocurre es que en la ópera, siendo un drama puesto en música, hay veces que se les va la olla y predomina la música, olvidándose de que están contando algo. Algo así ocurrió en la época barroca y rococó, llegando hasta mediados del siglo XVIII. Eran músicas intrincadas, arias hechas para el lucimiento de los cantantes, pero que no aportaban nada al argumento. Fuegos de artificio que complicaban la cosa, pura hojarasca que no dejaba ver la trama. Hay veces que hasta metían arias de otras óperas, que gustaban mucho al cantante de turno (y al público) sin tener nada que ver con la historieta.

 Frente a esto reaccionaron algunos ilustrados, para hacer algo menos embrollado. Esto es lo que quiso hacer el alemán de origen checo Christoph Willibald von Gluck. Ya había tenido éxito como compositor de ópera seria habitual. Pero quería hacer algo distinto, más puro. Tuvo de su parte a un libretista de excepción, Raniero da Calzabigi, que retomaba el drama grecolatino clásico en sus líneas esenciales.

El primer intento fue esta ópera de circunstancias, que tuvo que componer, trabajando para la corte de María Teresa en Viena. El evento era el santo del esposo de la emperatriz,  Francisco. No sólo contó con un libretista estupendo, sino que también eran de lujo el coreógrafo Gaspero Angiolini, el castrato que iba a interpretar Orfeo, Gaetano Guadagni, el escenógrafo Quaglio e incluso el que procuró que hubiera dinero para este experimento, el conde Giacomo Durazzo.

La historia es conocida, pues procede de la mitología clásica. No deja de ser curioso que dos óperas memorables para la historia del género, traten el mismo tema, el Orfeo de Monteverdi, y éste de Gluck. Es un tema muy querido para todo músico, el poder de la música para amansar a las fieras y hasta resucitar a los muertos.

El pastor y músico Orfeo pierde a su esposa Eurídice, pero el dios Amor, conmovido por su dolor, le dice que podrá recuperarla si la rescata del inframundo. Con una condición: no puede mirarla hasta que cruce la Estigia. Orfeo desciende a los infiernos, amansa a las furias con su lira, recupera a su esposa. Pero como no puede mirarla, ella se mosquea, y cree que no la ama. Al final, Orfeo se gira hacia ella, para profesarle su amor, abrazarla, y entonces Eurídice muere. 

Pero como esto es el siglo XVIII y la ópera tenía que tener un final feliz (¡ríete tú de los convencionalismos de la novela romántica!), pues nada, que Amor interviene de nuevo y resucita a Eurídice para que puedan seguir juntos, felices, y comiendo perdices.

Respecto a la ópera seria de la época, es mucho más simple, con arias sencillas, sin adornos, ni escenas redundantes. Con solo tres personajes, y además, introduciendo el coro, que le daba más empaque clasicista. Sin recitativos «secos».

Leo en una guía visual de la ópera que «Es, a excepción de las obras maestras tardías de Mozart, la ópera más importante del siglo XVIII». 

Gustó en Viena, pero no fue mucho más allá. Así que Gluck marchó a París, protegido por la hija de María Teresa y José, la reina de Francia María Antonieta. Allí estrenaría su segunda ópera de reforma, Alceste. Y por primera vez, un libretista y un compositor se sintieron obligados a explicar qué demonios estaban intentando hacer. 

En su prefacio a la ópera Alceste, cuenta Gluck que quiere evitar los abusos «debidos a la errónea vanidad de los cantantes o la excesiva complacencia de los compositores» que desfiguraban la ópera italiana, convirtiéndola en un espectáculo ridículo y tedioso. A su juicio, la música debía servir a la poesía, amoldarse a las situaciones dramáticas, sin interrumpir la acción con largos pasajes para que se exhibieran los cantantes. O sea, no es que se evitara todo adorno, sino que sólo se justificaban si la propia historia los precisa.

Allí, en París, se reestrenó Orfeo el 2 de agosto de 1774, en francés y con algunos cambios. En vez de un castrato, se reescribió para tenor alto o haute-contre, se modificaron algunos aspectos, se añadió un ballet... El personaje de Orfeo es complicado. Castrati ya no existen, la voz de contratenor no es exactamente igual; para tenor es complicado, porque le obliga a estar siempre en la parte alta de la tesitura. En los siglos XIX y XX lo cantaron contraltos o mezzos.

 Es una ópera cortita, en tres actos pero de poco menos de dos horas. Fácil de seguir. Si no has ido nunca a la ópera, no me parece mala opción.

Dos son los momentos más destacados de esta ópera. Una, el aria final que canta el pobre Orfeo cuando su mirada ha matado a su Eurídice, «Che farò senza Euridice?» (o, en versión francesa, «J’ai perdu mon Eurydice»). Es preciosa, aunque suena un poco rara: se supone que es un lamento, pero no adopta el usual tono menor sino mayor. Se le da un aire a un aria menor que aparece en otra ópera suya, ya bastante olvidada, L'ivrogne corrigée (El borracho corregido), compuesta un par de años antes. Es normal para la época, reutilizaban material. Daos cuenta que no tenian Spotify, y la única manera de escuchar música era en directo. El público no conocía más que aquello que hubiese visto representado. Así que podían repetir temas.

El otro fragmento conocidísimo es la «Danza de los espíritus felices» (o benditos o bienaventurados, que también se traduce así). Está al final del Acto II, y es instrumental, con un solo de flauta sobre un fondo de cuerdas. Está especialmente desarrollado en la versión francesa de la ópera y sobre él se han hecho más de una composición. Se le llama a veces Melodie, con arreglos varios, para piano, por ejemplo, o violín.

¿Qué grabación recomendar? La que he visto más apreciada es una dirigida por Sigiswald Kuijken en 1981, de Accent, protagonizada por René Jacobs, Marjanne Kweksilber y Magdalena Falewicz. Como no podía ser de otra manera, con Kuijken al frente, el coro es el Collegium Vocale de Gante, y la orquesta, La Petite Bande.

Para saber más, la WikipediaLos dos libretos (en italiano y en francés), con su traducción al español, más discografía de referencia, en Kareol.

Os dejo enlace a una grabación de esta ópera, en versión de concierto, con la Orquesta Sinfónica de Galicia. La mezzo Sara Mingardo interpreta a Orfeo y la soprano Jone Martínez, a Euridice. Pero vamos, que puedes encontrar unas cuantas interpretaciones y representaciones, en You Tube. También, arreglos instrumentales con la Melodie.



martes, 30 de septiembre de 2025

#67 Porgy y Bess

File:Porgy and Bess (1959 film poster).jpg

 

 

 

Porgy and Bess

 

Estreno: Boston, 30 de septiembre de 1935

Compositor: George Gershwin 

Libretista: Ira Gershwin y DuBose Heyward, basado en Porgy, de Heyward y su esposa Dorothy

 

Tal día como hoy, del año 1935, se estrenó en el Colonial Theatre de Boston, la única ópera de Gershwin

 

Aunque la imagen con la que ilustro este artículo es el cartel de la película que hicieron décadas más tarde, con Sidney Poitier y Dorothy Dandridge, esto es una ópera, la única estadounidense que entra en mi lista de cien. Es un género tradicionalmente muy europeo, a pesar de que existe mucha afición al otro lado del Atlántico.

George Gershwin, compositor californiano y judío, hijo de inmigrantes ucranianos, es más conocido por su música ligera, los musicales tanto de Broadway como de Hollywood, las canciones que se han convertido en clásicos. Pero tiene además una producción más «seria», entre la que se encuentra esta ópera folklórica, una auténtica ópera de la época del jazz.

Como se ambienta entre los negros de Charleston, Gershwin quiso dar autenticidad a la partitura, reflejar bien los sonidos de la música negra estadounidense, y por ello viajó hasta Carolina del Sur. Así que al final, en su partitura se encuentran ritmos de música gospel, blues y jazz, todo ello en un fluir continuo con toques de musical de Broadway.

 

Tiene tres actos. La historia no puede decirse que sea muy edificante. Se ambienta en la zona portuaria de Charleston, entre la comunidad afroamericana de los años veinte del siglo XX.

 Cuenta la historia de Bess, drogadicta y con un novio que más bien parece su chulo (Crown). También la pretende su camello (Sportin’ Life). Cuando Crown tiene que huir por haber matado a un hombre, Bess encuentra su refugio en el amor de un buen hombre, Porgy, tullido. Deja las drogas, es feliz pero…

Pero luego las cosas se complican. Vuelve el chulo, y la cosa acaba en drama. En ausencia momentánea de Porgy, Bess vuelve a consumir y se va a Nueva York con el otro, el camello, a quien hasta entonces había rechazado. La obra acaba con un aria de Porgy, «Oh Lawd, I’m on my way», decidido a marchar y encontrar a su Bess.

 

Es una ópera que tiene como particularidad que todos los personajes son afroamericanos, de ahí que sólo admita cantantes de piel oscura. De hecho, los Gershwin lo exigieron así: que solo cantantes negros podían interpretar a los protagonistas. Como curiosidad, durante la SGM se representó en Dinamarca, durante la ocupación nazi, como cantantes blancos maquillados; duró poco, pronto los alemanes la quitaron de la cartelera.

En fin, esta ópera ha sido toda una oportunidad para muchos cantantes, y he leído que ha lanzado al estrellato a destacados intérpretes negros.

Pero, por otro lado, también se le ha criticado que la historia perpetúe una imagen negativa de la comunidad negra. Se la consideró racista y pasada de moda en los años cincuenta y sesenta.

Es lo típico que en su estreno resulta demasiado rompedor para que se estime y luego acaba siendo problemática por otras cosas.

Lo mejor es, creo yo, tomárselo como lo que es, una obra artística fruto de su tiempo. Y disfrutarla porque, sí, es una gozada escucharla. 

La ópera al principio era demasiado larga, y Gershwin la retocó y recortó para su estreno en Brodway, el 10 de octubre siguiente. Aún así, no gustó. Era, me imagino, demasiado chocante, por el tema y la clase de música, para la escena de un teatro de ópera. Cuando salieron de gira, lograron entrar en la historia, al conseguir que por primera vez en Washington el público no estuviera segregado.

En EE. UU. no la consideraron como una auténtica ópera durante décadas. Primero, porque era demasiado rompedor y luego por el percibido racismo. En 1976, la Houston Grand Opera produjo la partitura completa; y en la Metropolitan Opera House no se estrenó, ¡hasta 1985!

Actualmente se repone con frecuencia, más con aire de musical que como ópera.

Esta ópera tiene varios números que son interpretados por separado por grandes cantantes de jazz y blues. Eso nunca ha sido cuestionado. De elegir una pieza que se ha convertido en inolvidable, sería la nana que se canta al principio de la ópera, «Summertime». 

Si no eres aficionado a la ópera, esta no me parece mala opción, a pesar de sus casi tres horas de duración. El argumento es fácil de seguir, y la música es terriblemente pegadiza. No te vas a hacer una idea cabal de en qué consiste este género musical, pero te va a entretener de lo lindo.

 

¿Qué grabación recomendar? La que he visto más apreciada es una dirigida por John DeMain en 1976, de la RCA, protagonizada por Donnie Ray Albert, Clamma Dale, Andrew Smith, Wilma Shakesnider, Bety Lane, Carol Brice, Alexander B. Smalls y Larry Marshall. El coro y la orquesta son los de la Ópera de Houston.

Puedes empezar, para conocer la música y sus magníficas canciones, una versión discográfica abreviada que hicieron en 1958 Louis Armstrong y Ella Fitzgerald. Ellos dos interpretan piezas de todos los personajes, en un elepé de una hora de duración.

 

Para saber más, la Wikipedia. El libreto, en español e inglés, así como discografía de referencia, en Kareol.

Os dejo enlace a una grabación de esta ópera, con subtítulos en español.

 


domingo, 13 de julio de 2025

#82 La fiera de mi niña

 La fiera de mi niña


Bringing Up Baby

Año: 1938

País: Estados Unidos

Dirección: Howard Hawks

Música: Roy Webb

 

Máximo exponente de la screw-ball comedy

 

Ahora que me está dando por meter clásicos del cine estadounidense, tuve que escoger una de Howard Hawks. No fue fácil. Es uno de esos directores tan sólidos que dirigió clásicos en diversos géneros.

Me he decidido por esta película porque creo que es la que más veces he visto. Me va mucho: es una comedia romántica, loca, con su punto de absurdo.

Me sigue pareciendo divertida, absurda, una película que nunca pierde altura.

Como le escuché a Torres Dulce cuando la comentaron en «¡Qué grande es el cine!», Va todo muy deprisa, pero nadie se apresura.

La dinámica de la historia es la típica de sabio despistado y ordenado, el doctor Huxley (Cary Grant) que ve su vida complicada por la aparición de una auténtica manic pixie dream girl. Justo el día anterior a que él se case con otra, una tipa bastante fría.

Obviamente, la MPDG es Katharine Hepburn. Lo es hasta el punto de que la Wikipedia en inglés ilustra el artículo «manic pixie dream girl» con una foto de Katharine Hepburn, con el subtítulo de que el papel de Katharine Hepburn como Susan Vance en la screwball comedy de 1938 «La fiera de mi niña» ha sido descrita como un temprano ejemplo de este personaje.

Si la película fundacional de la screwball comedy es Sucedió una noche de Capra, esta Fiera de mi niña sería la más emblemática del género. Tal como yo lo veo, son comedias románticas de líos, con personajes femeninos potentes, decididas, que hacen lo que les da la gana, van muy a su bola. Es por ella que el héroe se encuentra metido en problemas que no esperaba. No salen de una y ya están metidos en otra. A veces, incluso, con momentos de comedia física. A pesar de que sea de los años treinta, tienen su punto de sofisticación, el público eludía los problemas de la Gran depresión dejándose llevar a otro mundo, el de la alta sociedad. Los protagonistas son gente con dinero, a caballo entre Nueva York y sus casas de campo en Connecticut, que se pueden permitir las mayores extravagancias. Visten todos muy elegantes, llamando la atención el vestuario de Katharine, hasta jugando en el campo de golf va monísima.

La película va de huesos de dinosaurios y perros, de una fiera, un leopardo amaestrado que el hermano de Susan remite a los EE. UU., con personajes bien locos, no solo esta chica que va a su aire totalmente, sino también un psiquiatra peculiar, un cazador que imita la llamada de los animales, el jardinero borrachín, el sheriff tontón, ¡yo qué sé! Cada personaje es peculiar, y tiene su participación bien medida.Entran y salen de escena dejándote perpleja.

Es una película que avanza sin parar, como una sucesión de escenas que cada una de ellas es como un sketch, con su planteamiento y su resolución graciosa. Lo típico que dices qué guion más bien hecho, tan bien trabado,... con independencia de que no sabes luego si, llegados al plató, se cambió algo o no.

Pero esto hay que hacerlo vivo, y eso no es posible si no tienes unos actores que tengan el timing, que sepan esperar para dar la réplica, y hacerla en el tono justo para que rías o, al menos, sonrías. Porque sí, tiene casi cien años y sigue siendo divertida.

Hay cosas que luego has visto repetidas en otras películas, a veces incluso del propio Hawks, porque lo del vestido roto de la Hepburn te lo repite en Su juego favorito (1963), solo que ahí no me hizo tanta gracia. También es que Rock Hudson no tenía la vis cómica que Cary Grant.

Hay imágenes icónicas, como esa de Cary travestido con una bata con plumas, o Katharine cruzando un río por un vado que resulta ser más profundo que lo que esperabas o cómo acaba buena parte del elenco en una cárcel de pueblo, la celda más llena que el camarote de los hermanos Marx, y cómo Katharine finge ser una delincuente, inventándose sobre la marcha que son miembros de una banda…

Sorprende saber que, en su momento, esta película no tuvo mucho éxito. Cero premios. Conforme pasaron las décadas, esta película fue revalorizándose. Es de esas que se te quedan en la memoria, y si la ves de pasada en la televisión, te quedas enganchada, por lo absurdo de su humor, lo rápido que pasa todo. No sobra ninguna escena, ni un diálogo, te lleva tan fácil de una cosa a otra que, cuando te quieres dar cuenta, ha acabado y te quedas con una sonrisa de oreja a oreja.

No puedo decir más, creo que lo mejor de estas obras ligeras y felices, auténticos antídotos para la melancolía, es verlas. Sin que te cuenten mucho de ellas, que te sorprenda.

Podéis leer más en la Wikipedia, Film Affinity, o la Internet Movie Data Base.

domingo, 22 de junio de 2025

#87 El intendente Sansho

 File:Sansho Dayu poster.jpg


山椒大夫 / Sanshô dayû

Año: 1954

País: Japón

Dirección: Kenji Mizoguchi

Música: Fumio Hayasaka

 

Una persona sin compasión no es humana.

 

Por alguna extraña razón hay quien piensa que la esclavitud sólo la practicaron los occidentales. Y no es así. Todos los pueblos y sociedades históricas, hasta donde yo sé, tuvieron alguna forma de esclavitud o servidumbre. 

El Japón medieval no podía ser una excepción. 

Esta película te lo muestra, con todo su dolor, aunque sin regodearse. No hace falta. La maldad y la crueldad, el sufrimiento que causan, se padecen sin necesidad de que te lo cuenten en primeros planos, sin escenas gore, sin regodeos sentimentales.

Y, enfrente, la amabilidad de quienes piensan que todo ser humano tiene un valor, que hay que ser justos y benévolos, en la medida de lo posible.

Esa es la enseñanza que el padre del protagonista le imparte, poco antes de marchar al exilio por, precisamente, haber intentado mejorar la vida de los campesinos:

Una persona sin compasión no es humana.

Incluso ante tus enemigos debes mostrarte compasivo.

Todos somos iguales y nos merecemos ser felices.

Y luego está la familia, el amor entre las personas de la misma sangre, que conlleva sufrir y sobrevivir juntos, apoyarse o sacrificrse el uno por el otro, la búsqueda incansable de aquel que se fue, la esperanza del reencuentro…

Eso es de lo que va esta película. Aunque, si queréis saber un poco sobre la trama, os digo que está ambientada en el Japón del siglo XII. Hay un gobernador que, por no explotar a los campesinos, es condenado al exilio, dejando atrás a su mujer Tamaki y sus dos hijos, Zushio y Anju, aún niños. Querrían ir con él, pero no pueden.Cuando, años después, emprenden viaje para reunirse con el padre, les suceden una serie de desgracias, en fin, acabarán en manos del cruel intendente Sansho del título.

Película en blanco y negro, con una fotografía preciosa, y escenas de esas que se te quedan en la retina, como el momento en que Anju va entrando poco a poco en el río, todo está calmado, no hay gritos, ni sonido, solo ella, enmarcada entre árboles, desde lo alto, en un picado fijo que sigue su progresión hasta que sólo quedan ondas en el agua.

Mizoguchi cuidaba la veracidad de los detalles históricos. Entre otros trabajos, fue pintor de telas, recibió formación académica y se esforzaba particularmente en que los trajes fueran los adecuados a la época que representaba. Dejaba que la historia fluyera, con una calma, un ritmo pausado pero sin decaer nunca, y sin caer en truculencias.

No solía usar de primeros planos, lo suyo eran más los planos secuencia. Recreas la mirada en lo que él te expone. Asumes, de hecho, la perspectiva que él te ofrece, tiene esa cosa tan propia del cine como arte en que no es solo lo que te cuentan sino cómo te lo cuentan. Hay algo en estos directores que empezaron con el cine mudo, como Hitchcock, Lang o Ford, que atrapa la mirada. Sabían contar una historia visualmente, más con imágenes que con palabras.

Junto con Ozu y Kurosawa, Mizoguchi forma el trío de maestros del cine clásico japonés. Hay otros (se suele citar a Kobayashi, pero no me llama tanto). Estos tres son los que, creo yo, más merece la pena conocer. Kurosawa es el más fácil para los occidentales, pero Mizoguchi no es arcano, no es incomprensible, no notas, como puede ocurrirte con otras películas de cine japonés, que estás perdiendo algo por no tener las claves culturales. Esto es un melodrama familiar de época, con aire de cuento o de leyenda, y comprendes perfectamente lo que pasa y qué les ocurre a los distintos personajes.

Es Mizoguchi el cineasta de las mujeres. No importa que sean películas históricas, con roles de mujer tradicionales: sus personajes femeninos tienen personalidad propia, y asumen un papel relevante. Aquí lo ves en los personajes de la madre y la hermana, de las que siempre te acordarás, por su amor, la tenacidad, su entereza ante la adversidad, incluido el sacrificio por aquella persona a la que se ama.

El propio director llevó una vida truculenta y arrebatada, con muchos excesos, acabó muriendo antes de cumplir los sesenta. Su infancia no fue muy buena, con pobreza, un padre colérico y maltratador, que acabó vendiendo a la hermana del cineasta como geisha.

Dudé sobre qué película de Mizoguchi meter en esta lista de cien, si esta o las dos que la precedieron. La vida de Oharu, mujer galante (1952) cuenta la terrible historia de una mujer bella a la que pasan muchas desgracias, y que a mí me resulta más feminista que muchas películas que se anuncian con esa etiqueta, como la Jeanne Dielman no-se-qué. Pero creo que resultaría demasiado insoportable el machismo que sufre la pobre Oharu. También pensé en Cuentos de la luna pálida (1953), una especie de cuento de hadas, que en una reconstrucción histórica te mete un elemento fantasmagórico, con personajes muy inquietantes. Me recordó a esas criaturas mágicas que a veces salen en pelis del Studio Ghibli.

Si me decidí por esta es por su enseñanza moral, de un gran tema narrado en un formato de saga familiar. Ninguno de estos dos elementos, el de la moralidad del buen gobernante y el de la lealtad familiar, es excusa para el otro. No, los dos van juntos, tan importante es la compasión por el sufrimiento ajeno como el amor a sus familiares.

Mediados los años cincuenta del siglo pasado, se produjo el descubrimiento del cine japonés en Occidente, a través de festivales como el de Venecia. Mizoguchi ganó el León de Plata a la mejor dirección con este film. No el León de Oro a la mejor película, obtenido por una película perfectamente prescindible. 

Podéis leer más en la Wikipedia, Film Affinity, o la Internet Movie Data Base.