sábado, 15 de agosto de 2020

#89 La marcha de Radetzky

 

Radetzkymarsch

Autor: Joseph Roth

Año: 1932

Género: novela

 

 

 

Simplemente, una de mis novelas favoritas

 

 

Siempre me ha dejado un poco perpleja que algunos de mis escritores favoritos sean meras notas a pie de página, o simplemente, no se mencionen, por los académicos españoles.

 Me pasa con Hardy, Fielding, Böll... y Joseph Roth, a quien ni mencionan por ejemplo en la Historia de la Literatura Universal de Riquer y Valverde.

 Y, sin embargo, Roth tiene algo que a mí me llega particularmente. Ya hablé de él en este mismo blog, con motivo del 80 aniversario de su muerte. 

 Se considera La marcha de Radetzky su obra maestra. Hay otras excelentes, como Job, novela que Marlene Dietrich comentó que era su favorita, o La leyenda del santo bebedor, que dio lugar a una magnífica película protagonizada por el inmenso Rutger Hauer, dirigida por Ermanno Olmi y ambientada en París, ¿hay algo más europeo que esto?

 Así que dudé un poco sobre cuál de sus libros meter en esta lista de obras de la literatura universal. Pero al final me decidí por esta que creo que es su novela más lograda. Es de las más extensas, y redonda tanto en el fondo como en la forma.

 Cuenta la historia de tres generaciones de miembros de la familia Trotta: el teniente José Trotta, soldado de infantería esloveno le salva la vida a un joven Francisco José I en la batalla de Solferino; su hijo Francisco, barón de Trotta y Sipolje, que se convierte en un alto funcionario y, sobre todo al hijo de éste, quien protagoniza la mayor parte del libro, Carlos José, formado en un ambiente militar desde crío, que se convertirá primero en un ulano (cuerpo de caballería) para pasar después a ser un jäger, cazador (infantería ligera) en un puesto fronterizo del imperio. Aparecerá por allí Kapturak, un personaje de ese ambiente tan turbio y confuso, que hemos visto en otras obras de Roth cuando necesita a alguien que comercia con todo aquello por lo que se pague.

 Al hilo de la vida de estos tres personajes, revives el imperio austrohúngaro desde el año 1859 en la segunda guerra de independencia italiana hasta el año 1916, con la muerte del emperador en mitad de la Primera Guerra Mundial.

 Cada capítulo es como un cuento autoconclusivo, en torno a algún episodio de la vida de estos distintos miembros de la familia Trotta. Esto me ha hecho particularmente amena la lectura. No hay por así decirlo cliffhangers al final de cada capítulo, sino que te vas avanzando como a trompicones.

 Su estilo es realista, a veces expresionista, con metáforas algo sorprendentes, pero muy en línea a lo que es una novela tradicional, de las de toda la vida, sin experimentos raros. Joseph Roth es uno de esos escritores que tiene algo que contar y eso es lo importante.

 Hago un aparte. Me encanta esa expresión, «tener una historia que contar». Es una expresión publicada, al parecer, en el suplemento Babelia, El País, en referencia a otro autor: «No todos los escritores tienen una historia que contar. Andrea Camilleri sí.» Desde entonces, he comprendido que, en realidad, puedes clasificar a todos los escritores a partir de este criterio: los que tienen una historia que contar, y los otros, los que solo quieren escribir un libro.

 Joseph Roth es de esos, de los que tienen historias que contar, todo un mundo que revivir ante nosotros, y lo hace de esta manera.

 Su mundo es el imperio austrohúngaro, ¿hay algo que pueda sonar más viejuno que eso, más Belle Époque, más decadente que la Viena finisecular, que al mismo tiempo estuviera con un arte y una vida intelectual bien viva y rica?

 Comprendo perfectamente a Joseph Roth en su inútil nostalgia por un mundo que suena tan caduco, con toda aquella diversidad integrada en una única organización política bajo la benévola mirada de un emperador viejo, con todo el peso de la historia habsburgo sobre sus espaldas.

 Y es que Francisco José I es un protagonista más. Lo vemos primero como un joven que se pasea de manera inconsciente por la vanguardia del ejército. Luego va envejeciendo, siempre con una mano, más o menos benévola, que influye en la vida de los Trotta.

 

El emperador era un hombre viejo. Era el emperador más anciano de la tierra. A su alrededor rondaba la muerte, segando, cercenando vidas. Vacío se hallaba el campo y sólo el emperador, como una espiga plateada, se erguía olvidado y esperaba.

 Acaba finalmente solo, más símbolo que persona, un fantasma más de esa carnicería que fue la primera guerra mundial. Los Trotta no podían sobrevivir al emperador. De hecho, ni el último Trotta ni el emperador podrían sobrevivir a Austria, aquella que quedó, disminuido, troceada, con los despojos que se repartieron los caciques.

 Desde hace bastantes meses estoy releyendo la bibliografía de mis dos autores favoritos: Böll y Roth. Tocaba releer esta novela por... no sé, ¿tercera, cuarta vez?... Y aun así consiguió ponerme un nudo en la garganta sobre todo por la figura trágica del teniente Carlos José de Trotta, con sus gozos y sus desgracias, las pocas personas con las que intima y desaparecen, ese amor y respeto entre padre e hijo tan contenido, y sin embargo tan profundo. Acabará luchando en la primera guerra mundial, cumplidor con sus compatriotas, con valentía y un poco sin sentido.

 Esta obra tuvo un enorme éxito cuando se publicó allá por 1932. Al año siguiente, ya estaba traducida al inglés, con idéntica recepción. A lo largo de los años, se fue leyendo traduciendo y leyendo por toda Europa. Leo en la wikipedia –donde tiene esta página–, que el crítico alemán Reich-Ranicki la incluye en su canon de las mejores novelas en alemán, y que Vargas Llosa aludió a ella como la mejor novela política que se ha escrito. Recuerdo que hace años, Pérez-Reverte hizo su lista de los cien libros que consideraba imprescindibles, fueron dos artículos en El semanal, e incluyó precisamente esta novela.

Así que, pese a que Joseph Roth ni siquiera sea mencionado por Riquer y Valverde, no soy la única que lo aprecia. Somos muchos quienes disfrutamos de su obra. Para mí, es uno de esos autores genuinamente europeos que seduce a quienes nos hemos educado en esta cultura tan diversa.

Lo reconozco, es una de mis novelas favoritas. Mi sentimiento al terminarla es agridulce, no es exactamente tristeza, ni nostalgia, sino un placer tranquilo unido a cierta desolación, por la manera en que la vida al final, pese a las buenas intenciones, puede acabar siendo dolorosa y un poco sin sentido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario