jueves, 7 de noviembre de 2019

#37 Sepulcro de los santos Vicente, Sabina y Cristeta

Sepulcro de los SS. Mártires Vicente, Sabina y Cristeta
Por Pizicato [dominio público] 2008
Via Wikimedia Commons



Ubicación: iglesia de San Vicente, Ávila (Castilla y León)
Fecha: segunda mitad del siglo XII
Época: Arte románico / gótico






Una escultura de transición coloreada


Este sepulcro o cenotafio (monumento funerario que no tiene dentro al muerto, para entendernos) nos enseña cómo era la escultura medieval: coloreada.

Para ver exactamente lo que es de esta época, segunda mitad del siglo XII, hay que fijarse en el cenotafio en sí, y no en el baldaquino gótico que tiene por encima. Este sepulcro es como una maqueta de una iglesia. Si os fijáis, tiene como tres alturas, simulando los tejados de tres naves, más alta la del centro.

En el extremo de acá se ve el viejo conocido, Cristo en majestad, en una mandorla con, en teoría, el Tetramorfos. ¿Seguro? ¡No! Porque solo están los símbolos de dos de los evangelistas: el águila de san Juan y el toro de san Lucas. Además, es un Cristo tirando a viejito, nada de jovencito lozano.
 
Aquí, el Tetramorfos demediado, con un Jesucristo canoso.
Debajo, en el centro, la rosa juradera dorada. A los lados, dos parejas de
apóstoles.

Está el detalle de lo que se llama «rosa juradera», dorada, entre dos arcos. En Rutas del Patrimonio explican el sentir de estas rosas:

Cuando aquí se celebraban los juicios, los juzgados introducían sus dedos dentro de la roseta y juraban inocencia. Si mentían al jurar inocencia, cuenta la leyenda que se les paralizaba el brazo. Unos juicios que finalmente fueron abolidos por los Reyes Católicos.

Al parecer, había otras dos rosas juraderas en Castilla y León: San Isidoro de León y Santa Gadea de Burgos.

Al lado contrario se representa una Epifanía, con el Viaje de los Magos a un lado (la izquierda en la foto de abajo) y el Sueño con la aparición del ángel al otro (o sea, la izquierda):


O sea, la Adoración de los Reyes de toda la vida, con el sueño místico de José. 

En los laterales, tenemos una fila de arquillos sobre columnas. Se ven representaciones de monjes, ora et labora en los huequecitos entre arco y arco. Representa de una manera estupenda las distintas actividades que se podrían desarrollar en un monasterio medieval.


Por ejemplo, este joven monje está rezando.

En las esquinas, están los doce apóstoles, en parejas, ya lo hemos visto arriba al hablar del Pantócrator.

Pero lo más impresionante es la historia de los mártires cuyas cenizas supuestamente se guardaron en este sepulcro. La historia cuenta que en tiempos de Diocleciano se negaron a prestar el juramento de lealtad al emperador y por eso los martirizaron. 
El martirio aparece aquí: los ponen en unas aspas que luego se van abriendo y así quedan descoyuntados. Es bulto redondo, casi exento y, si os fijáis en el detalle, las dos chicas, Sabina y Cristeta, están en bolas, pero al varón, Vicente, no, a ese le ponen un paño de pudor en las dos escenas.

Luego, el judío que los delató se arrepiente, se convierte al cristianismo y construye el sepulcro en su memoria, como se ve en la imagen superior.

Te cuentan la historia con viñetas, como si fuera un cómic. A mí, la verdad, son las escenas que más me gustan, con un rico sabor medieval, porque representa a las personas de aquella época, sin intentar rememorar cómo debieron ser los tiempos romanos.

A ver, la historia de estos santos mártires se cuenta en la Passio sanctorum martyrum Vicentii, Sabinae et Christatae, escrita entre fines del siglo VI y comienzos del VIII, o sea, que la historicidad del relato me parece a mí, ciertamente, dudosa. Son de esas cosas que si eres católico y quieres creerlo, pues lo crees. Y si no, tampoco cambia nada, y puedes apreciar esta obra de arte, pero sabiendo la historia que se supone que representa creo yo que lo disfrutas más. Eso sí, si vas a Ávila tampoco les metas el dedo en el ojo a los católicos, pues tienen a estos santos mártires como sus patrones.

Está labrado en piedra, y estuvo recubierto de blanco durante mucho tiempo, hasta que en 2007 recuperaron sus colores originales. Así que puedes verlo en todo su esplendor cromático. De esta manera te haces mejor a la idea de cómo era la escultura medieval, con sus colorines.

Se atribuye esta obra al maestro Fruchel, probablemente borgoñón; también se cree que labró las esculturas del pórtico occidental de la iglesia.

En cuanto al estilo, es de esa época intermedia entre el románico y el gótico, de manera que unos libros lo encontrarás en el capítulo de la escultura románica, epígrafe «transición al gótico» y en otros, como mi libro de Historia del Arte de COU, dentro del capítulo de escultura gótica española, como la «fase inicial o protogótico». Se ven aquí las características góticas de, como dice aquel libro mío de COU, «sentido naturalista, popular e ingenuo en la interpretación de las historias de los santos».

Para saber más de esta obra, y explicaciones más detalladas de las imágenes, tenemos dos estupendas entradas, una en Viajar con el arte y otra en Más que murallas; porque sí, Ávila tiene más joyas aparte de sus murallas.

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