Cacería de liebres (M.º del Prado) Vía Wikimedia Commons |
Ubicación: España / EE. UU.
Fecha: h. 1125
Estilo: Arte mozárabe / románico
Preferiría más hablar de las
pinturas que del «espolio»
La historia
1926, 22 de febrero. Supongo que
desapacible y frío. En una altura, a media montaña, de la Extremadura
castellana, un grupo de personas proceden a ejecutar una sentencia.
Esos tipos serios procedieron a
despellejar las paredes de una ermita mozárabe, arrancándole la mayor parte de
las pinturas que decoraban las paredes.
Es la culminación de un proceso que se
inició en el año 1922, cuando un listillo marchante con sede en Barcelona, León
Leví, apareció por allí, interesado en comprar los frescos de una ermita que
los vecinos usaban para guardar ganado.
En aquella época los coleccionistas, que ya no podían aspirar a las obras de los grandes maestros, se interesaron por recuperar estas pinturas antiguas, anteriores al Renacimiento. Ante todo, porque se tenía ya la
técnica para pasarlas a tela.
Aunque desde 1917 el edificio había sido
declarado Monumento Nacional (Real Orden del 24 de agosto), estaba inscrito en
el Registro a nombre de los vecinos de Casillas y, ni corto ni perezoso, se lo
compró por 65.000 pesetas de las de entonces. Un primer intento de arrancarlas
se vio paralizado por una denuncia que, al final, acabó siendo un litigio en el
que la resolución definitiva la dictó el Supremo, que falló a favor de los
particulares en contra del Estado.
Así que en el año 1926 se arrancaron 23
fragmentos, llevados a Londres para que se restauraran y después encontraron
acomodo en coleccionistas al otro lado del Atlántico. Al final, acabaron en museos
estadounidense: Boston, Indianápolis, Cincinnati y Nueva York (The Cloisters o
Los Claustros).
Se habla con frecuencia del expolio de
San Baudelio, pero soy demasiado leguleya. Si el Supremo dijo que era legal y
correcto, entonces, no hay ni violencia ni iniquidad, que es lo que caracteriza
al acto de «expoliar». Tampoco hay engaño, porque contaron con asesoramiento
legal, y si el precio era o no justo,… las cosas valen lo que la gente esté
dispuesta a pagar por ello. No me consta que hubiera otras personas interesadas en pagarles más. En mi opinión, deberíamos dejar de ser tan tribales o
nacionalistas.
No he leído la sentencia de 12 de
febrero de 1925 (no la he podido conseguir), pero por referencias que he
encontrado en Internet, al parecer se basa en la teoría de entender que una
cosa es el edificio (monumento) y otra las pinturas que se pueden separar, a
las que no alcanzaría la protección como monumento. Separar el edificio de sus
pinturas, por lo que mientras el edificio no podía venderse las pinturas sí.
Hay algo positivo, y es que si está en museos,
se conservan mejor; de hecho, se ve en este caso que las pinturas de los museos
están mejor conservadas que las que quedan in situ.
Eso además logra que las vean millones
de personas, no los poquitos que podrían acercarse hasta Soria, y a diferencia
de lo que ocurre con el arte actual, que está «secuestrado» en las casas
particulares de coleccionistas. Solo hay una cultura, la humana, y hay que
intentar que el arte (como la ciencia) llegue al mayor número posible de
humanos.
Frente a eso, se le pueden oponer otros
argumentos. El primero es el obvio riesgo de que joyas así se pierdan entre los
otros miles de artefactos artísticos conservados en los museos, la gente pasará
de largo y no mostrará menor interés por estas pinturitas románicas menos
llamativas que otras cosas que se exponen.
Y dos, personalmente prefiero el arte in situ, que transmite mejor cómo y para
qué se hizo esa obra, puedes revivir mentalmente cómo era ese lugar en el
pasado.
Los museos entre los cuales se pueden
ver estas pinturas está el Prado, ¿por qué?
Pues resulta que, en los años cincuenta,
el Metropolitano de Nueva York quiso llevarse las ruinas (el ábside y el
presbiterio) de la iglesia románica de San Martín de Fuentidueña (provincia de
Segovia). Y el Estado le dijo que vale, pero que a cambio, quería algunas de
las pinturas de San Baudelio. Se cambiaron las ruinas románicas por seis
pinturas, que actualmente están –como depósito temporal indefinido– en el Museo
del Prado.
Las pinturas
Aunque hoy están, en su mayoría, pasadas
a lienzo, se trata de pinturas murales realizadas al temple, sobre un ligero
enlucido de yeso y usando una paleta cromática bastante limitada.
Seis son las pinturas que pueden verse
en el Museo del Prado, aquí descritas en la página web del Prado. Son la cacería de liebres y la del
ciervo, el oso, un guerrero y un motivo decorativo que estaba en la pared de la
tribuna, que recuerda a una tela o cortina, en concreto Águilas con alas explayadas.
Centrándome en la pintura con la que
ilustro esta entrada, que es la Cacería
de liebres, se ve a la izquierda a cazador que va a caballo. En la mano
lleva un tridente. Por delante lanza a tres perros contra las liebres que, de
esta manera, acaban corriendo, ciegas, contra una red que el cazador ha
tendido.
Es uno de los temas «profanos» que
decoraban el registro inferior de la ermita. En las partes altas había
episodios evangélicos. Esta diferencia de temas, y algunos detalles estilísticos,
han hecho que durante un tiempo se pensara que pertenecían a autores y épocas
diferentes. Hasta tres «maestros» se llegaron a diferenciar, el de Maderuelo,
el de San Baudelio y otro, más modesto. La situación, en la actualidad, es
recordar que las pinturas murales medievales eran obras colectivas, de
talleres, de un grupo de personas que iban realizando estas obras por toda la
zona fronteriza entre Aragón y Castilla.
En estos temas profanos se encuentra
cierta influencia de la artesanía mozárabe, según se ve en cerámicas o en las
miniaturas de los beatos, aparte de algunos detalles que evocan los marfiles o
los tejidos de origen musulmán.
Si se entiende el conjunto como un todo,
también las escenas profanas tendrían una interpretación cristiana: las liebres
serían así símbolo de la concupiscencia y la fragilidad del alma.
Así otra de las pinturas famosas de este
conjunto, el elefante, sería símbolo de la humildad, en relación con Cristo. Según
la página web del Museo del Prado, «El castillo sobre su espalda se asocia en
el Fisiólogo (texto medieval que explica el simbolismo animal) a las
enfermedades y miserias del hombre».
El elefante, pintura al fresco sobre revestimiento mural trasladado a lienzo, 205 x 135 cm. |
Por hacer una lista de dónde se
encuentran ahora las demás pinturas:
En el Museo de The Cloisters o Los
Claustros (Nueva York): El dromedario,
La curación del ciego y la resurrección
de Lázaro, Las tentaciones de Cristo
por el Diablo.
En el Museo de Cincinnati: El halconero, San Nicolás, Ibis o pelícano,
fragmento del muro norte del ábside con las apariciones a María Magdalena y Lebreles rampantes.
Vamos al Museo de Bellas Artes de Boston.
La Santa Cena, Las Tres Marías ante el
sepulcro, Dos perros o lobos rampantes y, además, un friso con meandros.
Por su parte, el Museo de Indianápolis contiene
Las bodas de Caná y Entrada de Jesús en Jerusalén
¿Y si vas a Soria, a este altozano junto
al Duero, qué verás?
Bueno, pues aún se encuentran algunas
pinturas: en el registro inferior, unos Bovinos
afrontados; en el registro alto de la nave, Prendimiento y calvario de Jesús, Adoración de los Magos, Mano de Dios,
San Miguel y muerte del dragón.
No se llevaron los frescos de la bóveda,
dividida en ocho plementos por otros
tantos nervios. Ahí tenemos las
siguientes escenas, en mal estado de conservación, todas referidas al
nacimiento e infancia de Cristo: La anunciación y la visitación, La Natividad, La
anunciación a los pastores, Llegada y Viaje de los Reyes Magos, Muerte de los
Inocentes, Presentación en el templo y la Huida a Egipto.
Por último, hay que mencionar las
pinturas del pequeño ábside, con la escena del Noli me tangere, representación de San Baudelio y de San Nicolás y,
en la ventana, el Espíritu Santo en forma de Paloma.
El edificio
Aunque esta entrada se refiere sobre
todo a las pinturas, etiquetado dentro de las Cien pinturas, no me resisto a hablar un poco del edificio.
La ermita de donde se desprendieron
estas pinturas se encuentra en municipio soriano de Caltojar. Fue adquirida por
la Fundación Lázaro Galdiano en 1949, que la donó al Estado. La última
restauración se terminó en el año 2002.
Merece la pena una visita a estas
tierras sorianas. Es un edificio pequeño, un cubo ahí en mitad de la
media-montaña. Esta es su planta:
Por Owdki (2007)
[CC BY-SA 2.0], via Wikimedia Commons
|
Al fondo, a la izquierda, se ve la
entrada a una gruta, que queda por debajo, en el seno de la montaña. Y, encima
de esas columnas, hay una tribuna.
En el extremo opuesto, y separado de la
nave por un arco de herradura, hay un ábside cubierto con bóveda de cañón.
En las afueras de edificio se encontró
una necrópolis con una veintena de tumbas excavadas en la roca, de los siglos
XI-XII.
Veamos ahora el interior.
Vista del interior (2013)
© Paul M.R. Maeyaert [CC BY-SA 4.0],
Vía Wikimedia Commons
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Esta sería la visión de la nave interior
desde el ábside. En el centro se ve el elemento más llamativo de esta
construcción, una columna que arriba se divide en ocho nervios. Recuerda a una
palmera.
No se distingue en la foto, pero en la parte
superior de esa columna hay un hueco muy pequeñito, de un metro de diámetro. A
veces lo describen como camarín, linterna o linternilla. Podría ser un lugar para que un eremita rezara, o se escondiera, o una cámara para ocultar
elementos valiosos o las reliquias del santo titular.
De frente, al fondo, se ven abajo las
columnas que forman la mezquitilla. A la izquierda, una escalera de datación controvertida
(se pensó que podía ser muy posterior, ahora se piensa que no) permite subir a
la tribuna. Allí hay una pequeña capilla.
Se califica el edificio,
estilísticamente, como «mozárabe». Gómez Moreno la describió en su importantísima
obra Iglesias mozárabes: arte español de
los siglos IX a XI (1919, aquí se puede consultar).
Ya sabemos que esa terminología es controvertida, porque, ¿hasta qué punto es
realmente algo realmente hecho por cristianos procedentes de Al-Andalus? ¿No podría ser evolución de las propias formas arquitectónicas
prerrománicas cristianas? Por eso ahora se prefiere hablar de arte de repoblación.
Hay mucho de seguidismo acrítico
respecto a la historiografía francesa. Los extranjeros se fijaban en España más
por lo que hubiera de diferente, y ese elemento «moruno», sin conocer en
profundidad el arte prerrománico asturiano, o el anterior visigodo, por
ejemplo.
O sea, venían e interpretaban lo que
veían en clave de excepcionalidad. Si había algo diferente, en seguida lo
atribuían a un elemento oriental, sin fijarse por ejemplo, que la arquitectura
hispano-musulmana asumía elementos cristianos anteriores. Por ejemplo, los
arcos de herradura tenían precedentes visigodos.
Por ello se fijan más en la mezquitilla
o en esa «palmera» central, como elementos procedentes del arte islámico. Hay
quien aventura que este edificio lo pudieron realizar artesanos venidos de
Córdoba o Toledo. Así se acaba considerando esta ermita como «el más
mahometano de los monumentos mozárabes».
La datación es también problemática. Se
cree que pertenece al siglo XI, o el período finales del siglo XI-principios
del XII. La presencia de la cueva apunta a un posible centro eremítico. En
época visigoda habrían llegado a España las reliquias del santo francés
Baudelio (también conocido como Baudilio o Baudel) a Toledo. Posteriormente, se
repartirían por España y llegarían a este lugar las reliquias, dando origen a
un eremitorio. Y sobre esa cueva o gruta cenobítica se alzaría el edificio a
finales del siglo XI.
Hay que recordar que Alfonso VI, rey de
Castilla y de León, conquistó Toledo en el año 1085. Por aquel entonces
cabalgaba aún Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador (m. 1099). Tenía dominios en la zona de
San Esteban de Gormaz, de ahí que una de las historias sobre
este sitio es que El Cid trajo aquí las reliquias de San Baudilio desde Burgos, y ordenó la erección de la ermita.
Milagros Guardia considera que, cuando Alfonso VI
conquistó Toledo, se dieron las circunstancias favorables para la construcción
de la iglesia, centro de un reducido grupo cenobítico, a partir, seguramente,
de un núcleo eremítico preexistente. Lo sitúa dentro del cierto ambiente de
cruzada propio de aquella época.
Lo que parece claro es que primero se
construyó la ermita y en un momento posterior, se pintaron los muros.
La primera cita documental es del año
1136, cuando un concilio celebrado en Burgos atribuyeron a Osma bienes que
pertenecían de antiguo a la sede de Sigüenza, a cambio de ceder Berlanga con
sus términos, entre los que se cita expresamente un monasterium sancti Bauduli
El artículo de la Wikipedia habla de la ermita en su conjunto y de las pinturas, en una sección o
apartado.
Si lo quieres visitar, es muy
recomendable la página turística «Soria, ni te la imaginas».
En You Tube encontré este vídeo de diez
minutos que te va describiendo toda la ermita, dónde estaban las pinturas y
dónde están ahora, y te haces una idea muy buena de la cucada que debió ser
esto.
Para saber más, conviene leer un
trabajo de final de grado de Rocío Baselga Bellosillo (Escuela Técnica Superior
de Arquitectura, Madrid) con la planimetría del edificio, muy interesante.
Y obra capital es San Baudelio de
Berlanga, una encrucijada, de Milagros Guardia. Se pueden ver unas pocas páginas de este tocho de más de cuatrocientas, en internet.
Bibliografía básica sobre lo ocurrido
con las pinturas son:
Elías
Terés Navarro: «El expolio de las pinturas rurales de la ermita de san Baudelio». Celtiberia, ISSN 0528-3647, Año nº 57,
Nº 101, 2007, págs. 585-628
— «El
expolio de las pinturas murales de la ermita mozárabe de San Baudelio de
Berlanga». Goya: Revista de arte,
ISSN 0017-2715, Nº 319-320, 2007, págs. 199-214
J.
Bassegoda: «Las pinturas de San Baudel de Berlanga y la comisión provincial de
monumentos de Barcelona». Celtiberia,
N.º 60, 1980, págs. 263-266.
No me resisto a añadir una poesía que el
santanderino Gerardo Diego le dedicó a estas paredes despojadas de frescos, que
copio de esta interesante entrada en el blog de José Ramón Alonso.
– Que no.
– Sí, madre que sí
Que
yo los vi.
Cuatro
elefantes
a
la sombra de una palma.
Los
elefantes gigantes.
– ¿Y la palma?
– Pequeñita.
– ¿Y qué más?
¿un
quiosco de malaquita?
– Y una ermita.
– Una patraña,
tu
ermita y tus elefantes.
Ya
sería una cabaña
con
ovejas trashumantes.
– No. Más bien una mezquita
tan
chiquita.
La
palma
me
llevó el alma.
– Fue solo un sueño, hijo mío.
– Que no, que estaban allí,
yo
los vi,
los
elefantes.
Ya
no están y estaban antes.
(Y
se los llevó un judío
perfil
de maravedí).
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