domingo, 19 de febrero de 2017

#70 Alien, el octavo pasajero



Alien



Año: 1979
País: Estados Unidos
Director: Ridley Scott
Música: Jerry Goldsmith

Homenajeamos a John Hurt, que se nos fue el 25 de enero pasado, con una de sus películas más recordadas. Un clásico de ciencia ficción / terror.

Vale, la gente ya lo ha visto todo y a día de hoy, Alien, el octavo pasajero puede que no impresione a nadie. Pero en su momento fue tan inquietante, tan gore algunas imágenes, que causó una fuerte impresión.

En una nave espacial, sus ocupantes crionizados despiertan por una señal de ayuda. Bajan a una luna a ver qué ha ocurrido, solo para descubrir una nave alienígena con muerto dentro y que en realidad no era ayuda lo que se pedía, sino una señal de advertencia. Un miembro de la tripulación es atacado. Vuelven a la nave y parece que aquí no ha pasado nada pero,… llevan ya el bicho dentro, el octavo pasajero que les irá destruyendo uno a uno, en plan Diez negritos.

Por cierto que una de las anécdotas es precisamente que a Harry dean Stanton, un actor “serio” impropio de este tipo de cine, Ridley Scott parece que le convenció para que aceptara el papel diciéndole que era más bien un thriller tipo –precisamente- Diez negritos.

Es una de esas historias que en principio se pensó como algo simplemente comercial, que Ridley Scott aceptó sin pensarlo mucho y que, sin embargo, gracias a la impecable factura técnica, lo competente de los actores (todos de altura, y ya de cierta edad salvo las chicas, como el propio Hurt, Ian Holm o Dean Stanton), y la forma de contar una historia que en otras manos habría sido anodina, logró todo un clásico que se sigue viendo y admirando casi cuarenta años después.

Como buen arte, la forma es lo que marca la diferencia. Y, además, tiene capacidad para evocar otras cosas, desde el nombre de la nave, Nostromo; y de hacerte pensar: sobre nosotros y lo que podemos hacer si estamos en situación límite, sobre cómo tratar con el otro, el extraño, sea alienígena o robot. Algunas escenas de esta película resultan imborrables (literalmente, una vez que la has visto no hay forma de quitárselas de la cabeza).

Mención aparte merece Sigourney Weaver en el papel de Ripley. En principio estaba pensado para un hombre, pero le cambiaron el género y descubrieron que una mujer también podía ser creíble como luchadora implacable contra el monstruo. Nuestra heroína kickass por excelencia. Una de las primeras.


Leo en la wikipedia que Recibió un Óscar en la categoría de «Mejores efectos visuales» y tres premios Saturn —uno a la «Mejor película de ciencia ficción», otro a la «Mejor dirección» para Scott y uno más para la «Mejor actriz de reparto» para Cartwright—, entre otras nominaciones. La Biblioteca del Congreso de Estados Unidos la incluyó en el Registro Nacional de Cine en 2002 para su preservación histórica, al considerar «su importancia cultural, histórica o estéticamente, significativa». Por su parte el American Film Institute la eligió como la séptima mejor película en el género de la ciencia ficción y la revista británica Empire la consideró como la trigésimo tercera mejor película de todos los tiempos, ambos en 2008.


Otros premios que tuvo fueron dos BAFTA (Mejor Diseño de producción y Banda Sonora), y también en el Festival de San Sebastián (Mejor fotografía y efectos especiales).

Para saber más: consúltese la Wikipedia, Film Affinity o la Internet Movie Data Base.


sábado, 18 de febrero de 2017

#13 Pequeña serenata nocturna


Dora Stock: Retrato de Wolfgang Amadeus Mozart
Dibujo a Silberstiftzeichnung (1789)
Actualmente en el Mozarteum, Salzburgo
[Dominio público], via Wikimedia Commons



Eine kleine Nachtmusik, K.525




Compositor: Wolfgang Amadeus Mozart
Fecha de composición: 10 de agosto de 1787, Viena


En ninguna discoteca de música clásica puede faltar esta Serenata (n.º 13) para cuerda “Eine kleine Nactmusik” o “Pequeña serenata nocturna”.

31 años tenía Mozart cuando compuso esta deliciosa serenata. Todo el encanto del clasicismo, con sus ecos rococó, se despliega en esta música feliz y luminosa.
De esas que te ponen de buen humor, vaya.

¿Para qué componía Mozart esta música tan ligerita? Pues era una agradable música de fondo para los entretenimientos aristocráticos, la musiquilla que tocaban mientras ellos se dedicaban a bailar o a jugar a las cartas o estar en amable conversación. Vaya lujazo, diréis, tener a Mozart de banda sonora particular. Y yo os digo: “Sí, pero no”. Lo que antes sólo gozaban los privilegiados y con músicos que no siempre eran de los mejores ahora lo podemos disfrutar todos, y en interpretaciones de los mejores profesionales del mundo, y no como ellos, que se tenían que conformar con los que tuvieran asalariados.

Eso nos llevaría a preguntarnos por qué en pleno siglo XXI, cuando se ha democratizado el acceso al arte, la mayoría de la gente prefiere sin embargo seguir embruteciéndose con productos culturales basura. No te digo que estés siempre en plan sublime pero una vida en la que no se haya dedicado ni un minuto a lo mejor de la creación humana no deja de ser un desperdicio. Eso, me temo, es harina de otro costal.
 
Leo en Mozart. Repertorio completo de A. Poggi y E. Vallora (Cátedra / Clásica, 1994) que fue compuesta paralelamente al II acto de Don Giovanni, y que tiene un singular destino:


Por un lado, la inmensa popularidad que la ha acompañado en su vida adulta (hasta el punto de convertirse quizá en la composición más interpretada y conocida de toda la obra mozartiana) y, por el otro la oscuridad existente en torno a su destino y nacimiento.


Y más tarde:


Los cuatro tiempos de esta “Nachtmusik” se nos antojan, así, como la sublimación –a través de la forma más tersa y sucinta posible- de los momentos rituales de la serenata: así, la poética y acuñadora romanza, el robusto y vital minué, el delicadísimo trío y el final ahora sin peso, se elevan a símbolo histórico de una serenata situada más allá del tiempo y el espacio.


Vale, suena muy técnico y complejo. Olvidaos de eso, simplemente ponéosla y disfrutad de una música fácil y alegre, el mejor antídoto contra la tristeza.

Como curiosidad, la romanza sale en la película Alien, es tan agradable, tan tranquilo, que resulta perfecto como contraste dramático para una peli tan de sobresaltos.

Para saber más, como (casi) siempre, la wikipedia. En You Tube he encontrado esta interpretación del siempre competente Karl Bohm con la Filarmónica de Viena.





No tengo una opinión formada sobre cuál puede ser la mejor interpretación para recomendar. Hay tantísimas grabaciones, que no encuentro una clara favorita. Por ejemplo, mis libros de referencia sobre discografía clásica no coinciden en una sola de las grabaciones. Cuando tengo dudas sobre qué versión de una obra de Mozart escoger, me tiro a una de un director austríaco, que siempre es una opción sólida y saben conservar el encanto de la pieza, cosa que los alemanes o los ingleses, sin ir más lejos, no siempre consiguen.

Así que recomendaré la de Willi Boskovsky para la Decca, con el Conjunto Mozart de Viena (Vienna Mozart Ensemble), que además empareja esta obra con la Serenata K. 320.

martes, 14 de febrero de 2017

#14 Victoria de Samotracia



Por Piotr Frydecki (2008)
[CC BY-SA 3.0],
via Wikimedia Commons



Níke tes Samothrákes
Νίκη τῆς Σαμοθράκης

Ubicación: Museo del Louvre
Fecha: h. 90 a. C.
Época: Antigüedad




Esta pieza quizá sea mi momento más impresionante del Louvre. La recuerdo en lo alto, al final de unas escaleras. Impresionante puesta en escena.

La Gioconda, por ejemplo, fue una decepción: la vi a lo lejos, en una sala llena de gente, un cuadro diminuto. Más o menos como me ocurrió en Roma con La piedad de Miguel Ángel. Comprendo las medidas de seguridad y tal, pero es que ciertas piezas tan maravillosas necesitan un entorno dramático que les permita desplegar todo su potencial para provocar emociones en el espectador. Te hace pensar en la inutilidad de que exhiban una pieza que no puedes apreciar.

Ya he hablado antes de las tres épocas del arte griego clásico. La tercera es el helenismo, de Alejandro Magno en adelante, un estilo que se hizo internacional creando piezas desde Europa hasta África y adentrándose al centro de Asia donde se pueden encontrar piezas de este tipo, extendidas por el ejército conquistador macedonio.

Es, digámoslo así, la fase barroca del arte griego, cuando dominan la emoción, el movimiento, la exageración. Atrás quedó la idea del arte como algo contenido, equilibrado, sobrio.

Algo del clasicismo se conserva en la Niké o Victoria de Samotracia, pero esencialmente es uno de los mejores ejemplos de este barroquismo propio de la llamada escuela de Rodas, bastante alejado de lo que habría sido un Fidias. El cuerpo está en movimiento, en tensión, los paños los ciñen y se ondulan con dramatismo, las alas se despliegan de una manera impresionante…

Es una escultura elaborada en mármol. Mide 2,45 metros y representa a la diosa de la victoria. Procede del santuario de los Cabiros en la isla de Samotracia, allí es donde fue descubierta, en 1863, por el cónsul francés Charles Champoiseau, y ya que los franceses en esto de apropiarse del arte ajeno no le iban a la zaga a los hijos de la pérfida Albión, fíjate tú, terminó en el Louvre.

Para saber más, tenemos el artículo de la wikipedia dedicado a la Victoria alada de Samotracia.

        “La Victoria de Samotracia, icono de la Grecia clásica” es uno de los “grandes reportajes” que ha publicado National Geographic en español.