domingo, 9 de noviembre de 2025

#39 El mozárabe

 

Título original: El mozárabe

Autor: Jesús Sánchez Adalid

Fecha de publicación: 2005

 

Hacía mucho que no hablaba yo de una novela histórica, así que os traigo una que he leído hace poquito y que yo diría que, pese a su juventud, ya es un clásico de nuestra novela histórica.

Nos lleva a la Córdoba califal, en el esplendor de uno de los califas más pacíficos y culturalmente relevante, Alhakén II

Ya sabéis que en aquella época, en la península Ibérica, coexistían tres religiones: musulmanes, cristianos y judíos. Aunque siempre eran ciudadanos de primera unos (musulmanes en Alándalus, los cristianos en reinos y condados norteños), y de segunda los demás, la situación de las minorías variaba según la época. Unas veces eran tolerados y otras veces reprimidos, tanto en un lado como en el otro de la cambiante frontera. 

Bajo Alhakén II, cristianos y judíos vivieron una época más tranquila. Se centra la historia en un personaje cristiano, a quien el califa recurría de vez en cuando para determinadas misiones.

El mozárabe del título es Asbag, un religioso cristiano dedicado en principio a la copia e iluminación de libros, que sin pretenderlo va ascendiendo hasta convertirse en obispo.

Trabará amistad con otro joven más o menos de su quinta, Abuámir, un árabe de origen yemení, de una familia terrateniente pero sin que les sobrase la riqueza. Acudirá a Córdoba a estudiar derecho y se convierte en un alfaquí.

Luego el argumento se va complicando, separándose los caminos de estos dos durante años. Uno de ellos, el obispo, acabará recorriendo, más bien a su pesar, la mayor parte de Europa, al norte, al este, al Mediterráneo… Largo será su camino antes de volver a Córdoba. Acabará la historia ya con otro califa, el hijo de Alhakén, que no es otro que Hisham II, débil y dominado por Almanzor.

El otro personaje, Abuámir, es un trepa, sin remedio. Va ascendiendo, culebreando por los rincones de la corte califal, con la favorita del califa, con este o con aquel, a los que luego traiciona y hasta se encarga de matarlos. Y no voy a contar más, por no destripar si es que alguien quiere leerla.

Me ha encantado leer esta novela, por lo interesantes que son los personajes principales, lo bien que va hilando el argumento, cómo se mezcla lo histórico con la peripecia personal, que es la piedra de toque, para mi gusto, de la novela histórica. 

Ya digo que, en mi opinión, a pesar de ser ya del siglo XXI, es una clásica del género, al menos en español. Merece totalmente la pena.

Además, está narrada con ese estilo ágil que yo llamo «best-seller internacional», o sea, que cumple perfectamente con su misión de entretener al mismo tiempo que reconstruye toda una época, como es la Córdoba califal, su momento más espléndido y sí, justo la antesala de la caída.

¿Es perfecta?

Pues no.

Los personajes femeninos, como suele ser habitual en los escritores XY, no superan el estereotipo. Son simples incluso cuando tienen relevancia histórica, como es el caso de Subh/Aurora, un personaje más rico y complejo que como aparece aquí. Olvídate, por supuesto, de Bechdel. Mira que hay alguna escena en que parece que podría ser que las insuflara con algo más de vida,… pero lo acaba chafando con la mirada masculina, está claro que no le interesa ningún personaje femenino que no esté al servicio del varón de turno.

No hay color si lo comparas con las de Isabel San Sebastián, por ejemplo, cuyos libros pueden no ser tan minuciosos históricamente, ni sepa a veces contar las cosas tan bien pero, a cambio, sus mujeres son reales, de verdad, con toda la complejidad humana, no muñequitas recortables.

Sobre el argumento, todo el periplo de Asbag, aunque indudablemente interesante, me parece algo forzado para rellenar el tapiz con escenas de puntos tan diversos y lejanos de la Europa del siglo X.

Finalizo con que me parece que hay cierto blanquemiento de un personaje de Almanzor, alguien que fue, históricamente, despiadado y brutal, sin más aspiración que acaparar poder, y conservarlo, como fuera. Sólo por mencionar lo que hizo a otros musulmanes: ordenó la muerte de su propio hijo y mandó su cabeza al califa, quemó buena parte de una de las bibliotecas más ricas de la época; se alió con uno para acabar con otro, y luego eliminó a su aliado. Luego ya, que combatiera contra los cristianos, incluso aquellos que se le habían sometido y le pagaban lo que tenían que pagar, va de suyo… Me resulta poco creíble verlo como alguien angélico, que casi que hace maldades porque las circunstancias le obligan a ello. Puedo admitir grisuras y medias tintas, ambigüedades morales, pero no tanta bondad de una persona que me parece uno de los mayores psicópatas de nuestra historia.

También le veo cierto desequilibrio en cuanto al ritmo temporal. Buena parte del libro va transcurriendo despacio, con varios capítulos por año. Luego llega un punto en que todo se acelera y hay saltos de diez o veinte años. Obviamente, para llegar a ese punto álgido ante la tumba del apóstol, pero es como si tuviera pensado el principio y el final y llegara un momento en que se le acabase el gas, o se quedara sin ideas entre más o menos el 50 y el 80 % de la novela.

Luego hay cosas que me suenan anacrónicas, como un personaje hablando de Cataluña en la segunda mitad del siglo X. Hasta donde yo sé, esa palabra no está documentada hasta unas cuantas décadas más allá. Tampoco había esa idea que los condados formaran una unidad superior que no fuera la Marca Hispánica, aunque es verdad que en esta época es justo cuando estaba Barcelona independizándose, aprovechando el cambio de dinastía de los carolingios a los capetos (año 988).

Podría parecer con esto que no me ha gustado y no, no es así, nada más lejos de la realidad. Me lo he pasado pipa leyendo esta novela. Es solo por mencionar cositas que me pueden cantar algo. En general ya digo que es una de esas novelas históricas que sabe reconstruir un tiempo y lugar. Crea un marco histórico totalmente creíble. Además, tiene de bueno que en su mayor parte se ambienta en un tiempo y lugar poco frecuentado por ejemplo por los anglosajones, como es la Córdoba de la segunda mitad del siglo X.

El autor, Jesús Sánchez Adalid es un extremeño nacido en 1962. Tiene formación en Derecho, Filosofía y Teología. Es un ejemplo de lo que yo llamo novelista historiador, que prefiero frente a los historiadores novelistas: sabe contar una historia de manera muy entretenido, sin que la reconstrucción histórica le «coma» el argumento. Aparte de eso, es sacerdote, da conferencias, etc. Esta es, creo yo, su novela más popular. Aparte de este, han tenido cierta resonancia El cautivo (2004) y El camino mozárabe (2013).

Por si queréis saber más sobre el autor, os dejo enlace a su página de la Wikipedia.

domingo, 5 de octubre de 2025

#51 Orfeo y Eurídice

File:Orfeo (Anthony Roth Costanzo) Photo Credit Daniel Azoulay (39537788260).jpg
Anthony Roth Costanzo como Orfeo, Florida Grand Opera (2018)   

 

 Orfeo ed Euridice / Orphée et Eurydice

 

Estreno: Viena, 5 de octubre de 1762

Compositor: Christoph Willibald Gluck 

Libretista: Raniero da Calzabigi

 

Tal día como hoy, del año 1762, se estrenó en el Burgtheater de Viena, la primera «ópera de reforma» de Gluck

 

Obvio es decirlo, pero la ópera es un género teatral. Te cuentan una historia, pero no lo hace un narrador omnisciente, como en una novela. Son las acciones y las palabras de los personajes, la puesta en escena y la música, los que te dicen qué está pasando.

 Lo que ocurre es que en la ópera, siendo un drama puesto en música, hay veces que se les va la olla y predomina la música, olvidándose de que están contando algo. Algo así ocurrió en la época barroca y rococó, llegando hasta mediados del siglo XVIII. Eran músicas intrincadas, arias hechas para el lucimiento de los cantantes, pero que no aportaban nada al argumento. Fuegos de artificio que complicaban la cosa, pura hojarasca que no dejaba ver la trama. Hay veces que hasta metían arias de otras óperas, que gustaban mucho al cantante de turno (y al público) sin tener nada que ver con la historieta.

 Frente a esto reaccionaron algunos ilustrados, para hacer algo menos embrollado. Esto es lo que quiso hacer el alemán de origen checo Christoph Willibald von Gluck. Ya había tenido éxito como compositor de ópera seria habitual. Pero quería hacer algo distinto, más puro. Tuvo de su parte a un libretista de excepción, Raniero da Calzabigi, que retomaba el drama grecolatino clásico en sus líneas esenciales.

El primer intento fue esta ópera de circunstancias, que tuvo que componer, trabajando para la corte de María Teresa en Viena. El evento era el santo del esposo de la emperatriz,  Francisco. No sólo contó con un libretista estupendo, sino que también eran de lujo el coreógrafo Gaspero Angiolini, el castrato que iba a interpretar Orfeo, Gaetano Guadagni, el escenógrafo Quaglio e incluso el que procuró que hubiera dinero para este experimento, el conde Giacomo Durazzo.

La historia es conocida, pues procede de la mitología clásica. No deja de ser curioso que dos óperas memorables para la historia del género, traten el mismo tema, el Orfeo de Monteverdi, y éste de Gluck. Es un tema muy querido para todo músico, el poder de la música para amansar a las fieras y hasta resucitar a los muertos.

El pastor y músico Orfeo pierde a su esposa Eurídice, pero el dios Amor, conmovido por su dolor, le dice que podrá recuperarla si la rescata del inframundo. Con una condición: no puede mirarla hasta que cruce la Estigia. Orfeo desciende a los infiernos, amansa a las furias con su lira, recupera a su esposa. Pero como no puede mirarla, ella se mosquea, y cree que no la ama. Al final, Orfeo se gira hacia ella, para profesarle su amor, abrazarla, y entonces Eurídice muere. 

Pero como esto es el siglo XVIII y la ópera tenía que tener un final feliz (¡ríete tú de los convencionalismos de la novela romántica!), pues nada, que Amor interviene de nuevo y resucita a Eurídice para que puedan seguir juntos, felices, y comiendo perdices.

Respecto a la ópera seria de la época, es mucho más simple, con arias sencillas, sin adornos, ni escenas redundantes. Con solo tres personajes, y además, introduciendo el coro, que le daba más empaque clasicista. Sin recitativos «secos».

Leo en una guía visual de la ópera que «Es, a excepción de las obras maestras tardías de Mozart, la ópera más importante del siglo XVIII». 

Gustó en Viena, pero no fue mucho más allá. Así que Gluck marchó a París, protegido por la hija de María Teresa y José, la reina de Francia María Antonieta. Allí estrenaría su segunda ópera de reforma, Alceste. Y por primera vez, un libretista y un compositor se sintieron obligados a explicar qué demonios estaban intentando hacer. 

En su prefacio a la ópera Alceste, cuenta Gluck que quiere evitar los abusos «debidos a la errónea vanidad de los cantantes o la excesiva complacencia de los compositores» que desfiguraban la ópera italiana, convirtiéndola en un espectáculo ridículo y tedioso. A su juicio, la música debía servir a la poesía, amoldarse a las situaciones dramáticas, sin interrumpir la acción con largos pasajes para que se exhibieran los cantantes. O sea, no es que se evitara todo adorno, sino que sólo se justificaban si la propia historia los precisa.

Allí, en París, se reestrenó Orfeo el 2 de agosto de 1774, en francés y con algunos cambios. En vez de un castrato, se reescribió para tenor alto o haute-contre, se modificaron algunos aspectos, se añadió un ballet... El personaje de Orfeo es complicado. Castrati ya no existen, la voz de contratenor no es exactamente igual; para tenor es complicado, porque le obliga a estar siempre en la parte alta de la tesitura. En los siglos XIX y XX lo cantaron contraltos o mezzos.

 Es una ópera cortita, en tres actos pero de poco menos de dos horas. Fácil de seguir. Si no has ido nunca a la ópera, no me parece mala opción.

Dos son los momentos más destacados de esta ópera. Una, el aria final que canta el pobre Orfeo cuando su mirada ha matado a su Eurídice, «Che farò senza Euridice?» (o, en versión francesa, «J’ai perdu mon Eurydice»). Es preciosa, aunque suena un poco rara: se supone que es un lamento, pero no adopta el usual tono menor sino mayor. Se le da un aire a un aria menor que aparece en otra ópera suya, ya bastante olvidada, L'ivrogne corrigée (El borracho corregido), compuesta un par de años antes. Es normal para la época, reutilizaban material. Daos cuenta que no tenian Spotify, y la única manera de escuchar música era en directo. El público no conocía más que aquello que hubiese visto representado. Así que podían repetir temas.

El otro fragmento conocidísimo es la «Danza de los espíritus felices» (o benditos o bienaventurados, que también se traduce así). Está al final del Acto II, y es instrumental, con un solo de flauta sobre un fondo de cuerdas. Está especialmente desarrollado en la versión francesa de la ópera y sobre él se han hecho más de una composición. Se le llama a veces Melodie, con arreglos varios, para piano, por ejemplo, o violín.

¿Qué grabación recomendar? La que he visto más apreciada es una dirigida por Sigiswald Kuijken en 1981, de Accent, protagonizada por René Jacobs, Marjanne Kweksilber y Magdalena Falewicz. Como no podía ser de otra manera, con Kuijken al frente, el coro es el Collegium Vocale de Gante, y la orquesta, La Petite Bande.

Para saber más, la WikipediaLos dos libretos (en italiano y en francés), con su traducción al español, más discografía de referencia, en Kareol.

Os dejo enlace a una grabación de esta ópera, en versión de concierto, con la Orquesta Sinfónica de Galicia. La mezzo Sara Mingardo interpreta a Orfeo y la soprano Jone Martínez, a Euridice. Pero vamos, que puedes encontrar unas cuantas interpretaciones y representaciones, en You Tube. También, arreglos instrumentales con la Melodie.



martes, 30 de septiembre de 2025

#67 Porgy y Bess

File:Porgy and Bess (1959 film poster).jpg

 

 

 

Porgy and Bess

 

Estreno: Boston, 30 de septiembre de 1935

Compositor: George Gershwin 

Libretista: Ira Gershwin y DuBose Heyward, basado en Porgy, de Heyward y su esposa Dorothy

 

Tal día como hoy, del año 1935, se estrenó en el Colonial Theatre de Boston, la única ópera de Gershwin

 

Aunque la imagen con la que ilustro este artículo es el cartel de la película que hicieron décadas más tarde, con Sidney Poitier y Dorothy Dandridge, esto es una ópera, la única estadounidense que entra en mi lista de cien. Es un género tradicionalmente muy europeo, a pesar de que existe mucha afición al otro lado del Atlántico.

George Gershwin, compositor californiano y judío, hijo de inmigrantes ucranianos, es más conocido por su música ligera, los musicales tanto de Broadway como de Hollywood, las canciones que se han convertido en clásicos. Pero tiene además una producción más «seria», entre la que se encuentra esta ópera folklórica, una auténtica ópera de la época del jazz.

Como se ambienta entre los negros de Charleston, Gershwin quiso dar autenticidad a la partitura, reflejar bien los sonidos de la música negra estadounidense, y por ello viajó hasta Carolina del Sur. Así que al final, en su partitura se encuentran ritmos de música gospel, blues y jazz, todo ello en un fluir continuo con toques de musical de Broadway.

 

Tiene tres actos. La historia no puede decirse que sea muy edificante. Se ambienta en la zona portuaria de Charleston, entre la comunidad afroamericana de los años veinte del siglo XX.

 Cuenta la historia de Bess, drogadicta y con un novio que más bien parece su chulo (Crown). También la pretende su camello (Sportin’ Life). Cuando Crown tiene que huir por haber matado a un hombre, Bess encuentra su refugio en el amor de un buen hombre, Porgy, tullido. Deja las drogas, es feliz pero…

Pero luego las cosas se complican. Vuelve el chulo, y la cosa acaba en drama. En ausencia momentánea de Porgy, Bess vuelve a consumir y se va a Nueva York con el otro, el camello, a quien hasta entonces había rechazado. La obra acaba con un aria de Porgy, «Oh Lawd, I’m on my way», decidido a marchar y encontrar a su Bess.

 

Es una ópera que tiene como particularidad que todos los personajes son afroamericanos, de ahí que sólo admita cantantes de piel oscura. De hecho, los Gershwin lo exigieron así: que solo cantantes negros podían interpretar a los protagonistas. Como curiosidad, durante la SGM se representó en Dinamarca, durante la ocupación nazi, como cantantes blancos maquillados; duró poco, pronto los alemanes la quitaron de la cartelera.

En fin, esta ópera ha sido toda una oportunidad para muchos cantantes, y he leído que ha lanzado al estrellato a destacados intérpretes negros.

Pero, por otro lado, también se le ha criticado que la historia perpetúe una imagen negativa de la comunidad negra. Se la consideró racista y pasada de moda en los años cincuenta y sesenta.

Es lo típico que en su estreno resulta demasiado rompedor para que se estime y luego acaba siendo problemática por otras cosas.

Lo mejor es, creo yo, tomárselo como lo que es, una obra artística fruto de su tiempo. Y disfrutarla porque, sí, es una gozada escucharla. 

La ópera al principio era demasiado larga, y Gershwin la retocó y recortó para su estreno en Brodway, el 10 de octubre siguiente. Aún así, no gustó. Era, me imagino, demasiado chocante, por el tema y la clase de música, para la escena de un teatro de ópera. Cuando salieron de gira, lograron entrar en la historia, al conseguir que por primera vez en Washington el público no estuviera segregado.

En EE. UU. no la consideraron como una auténtica ópera durante décadas. Primero, porque era demasiado rompedor y luego por el percibido racismo. En 1976, la Houston Grand Opera produjo la partitura completa; y en la Metropolitan Opera House no se estrenó, ¡hasta 1985!

Actualmente se repone con frecuencia, más con aire de musical que como ópera.

Esta ópera tiene varios números que son interpretados por separado por grandes cantantes de jazz y blues. Eso nunca ha sido cuestionado. De elegir una pieza que se ha convertido en inolvidable, sería la nana que se canta al principio de la ópera, «Summertime». 

Si no eres aficionado a la ópera, esta no me parece mala opción, a pesar de sus casi tres horas de duración. El argumento es fácil de seguir, y la música es terriblemente pegadiza. No te vas a hacer una idea cabal de en qué consiste este género musical, pero te va a entretener de lo lindo.

 

¿Qué grabación recomendar? La que he visto más apreciada es una dirigida por John DeMain en 1976, de la RCA, protagonizada por Donnie Ray Albert, Clamma Dale, Andrew Smith, Wilma Shakesnider, Bety Lane, Carol Brice, Alexander B. Smalls y Larry Marshall. El coro y la orquesta son los de la Ópera de Houston.

Puedes empezar, para conocer la música y sus magníficas canciones, una versión discográfica abreviada que hicieron en 1958 Louis Armstrong y Ella Fitzgerald. Ellos dos interpretan piezas de todos los personajes, en un elepé de una hora de duración.

 

Para saber más, la Wikipedia. El libreto, en español e inglés, así como discografía de referencia, en Kareol.

Os dejo enlace a una grabación de esta ópera, con subtítulos en español.