domingo, 30 de junio de 2019

#43 Los tres mosqueteros

Maurice Leloir / Jules Huyot:
Ilustración de la edición Appleton (1894)
vía Wikimedia Commons


Autor: Alejandro Dumas
Título original: Les trois mousquetaires
Fecha de publicación: 1844
Parte de una serie: Las novelas de D'Artagnan #1

En mi repaso de las novelas históricas, doy con una que este clásico ambientado en la Francia de Luis XIII y el cardenal Richelieu.
Aunque se titula Los tres mosqueteros, y ciertamente tienen un rol destacado, la novela sigue más bien los pasos de d’Artagnan, joven gascón, algo ladino, y muy buen espadachín, que aspira a convertirse en mosquetero.
Acudirá a París, pero no consigue entrar de buenas a primeras en ese cuerpo; de hecho, al principio logra enemistarse y acabar retado a duelo de los tres mosqueteros, que responden a los nombres de Athos, Porthos y Aramis. Pronto se convertirán, no obstante, en amigos, compartiendo con el joven su archifamoso lema de «Uno para todos y todos para uno».
Seguro que habéis leído el libro o, al menos, visto alguna de las diversas adaptaciones cinematográficas de la obra. Parece que cada generación ha de tener sus mosqueteros. Una de las últimas ha sido la de 2011, con Orlando Bloom en el papel de duque de Buckingham y que es claramente la «versión videojuego», con los mosqueteros y Milady (Milla Jovovich) con una estética entre el Assassin's Creed, y el steampunk.
Esta historia de aventuras contiene más o menos dos intrigas sucesivas. En la primera, unos diamantes imprudentemente entregados por la reina Ana de Austria al duque de Buckingham podrían ser su perdición, lo que les obliga a recuperarlos; en la segunda, es protagonizada casi totalmente por Milady de Winter, una dama bellísima y astuta, a quien se encarga el asesinato de Buckingham. En medio, como un fulcro, aparece el asedio de La Rochela por los ejércitos realistas. Y poco antes, una farsa erótica algo boccacciana, en la que d'Artagnan se hará pasar por otro en el lecho de Milady.
Es una historia de capa y espada, relatada de manera muy ágil: mucha acción, diálogos fluidos, nada de infodump tedioso sobre la época para demostrar lo mucho que el autor ha leído. Víctor Hugo peca un poco de esto, por ejemplo.
Los personajes que aparecen son, en su mayoría, históricos: el cardenal, los reyes, el propio d’Artagnan (basado en el histórico Charles de Batz-Castelmore d'Artagnan)... Ahora, si fueron así o no, si la reconstrucción histórica es fiel o no a la época, no importa tanto. Si las cosas no pasaron así, bien podían haber sucedido.
Claro que se tomó más de una licencia, hechos que ocurrieron posteriormente se sitúan en esta época, como que los mosqueteros eran mandados por Tréville, o que la condesa de Chevreuse estuviera desterrada a Tours.
Creo que lo que hace aún seductora esta historia, consiguiendo nuevos lectores con cada generación, son los personajes en sí. Aparte de que la novela sea muy amena, cada uno queda retratado tan finamente que reconocerías por ejemplo, al melancólico y noble Athos si te lo encontraras por la calle.
O al valentón Porthos… O al enamoradizo abate Aramis.
Destacaría, por supuesto, al personaje femenino más poderoso, en una novela en la que no faltan mujeres de relevancia. Pero, así como la reina, o Constanza Bonacieux (amada por d’Artagnan) son ejemplos de la mujer medio «idealizada» decimonónica, más carnales, por supuesto, pero al fin y al cabo significadas prácticamente de forma exclusiva por su amor a un hombre, en el caso de Milady de Winter encontramos una mujer mucho más poderosa, inteligente,… y mala, of course!, la perdición de los hombres.
Es una intrigante al servicio del cardenal Richelieu, que no duda en recurrir al hurto, al engaño, al veneno, lo que haga falta, para lograr su propósito. La forma en que hábilmente sabe manipular a los hombres que la rodean es sobresaliente, de una perfidia y una habilidad inigualables. Estas mujeres, como los esclavos en las comedias grecolatinas, han de desarrollar la capacidad de penetrar psicológicamente en la mente de aquellos que son más fuertes, o que simplemente tienen la riqueza y el poder, mientras que ellos no pueden recurrir más que al ingenio.
Si lo miras desde su perspectiva, cómo d'Artagnan la humilla, te explicas bien la frase que yo veo más como una burla de ella: «Os reunís diez hombres para degollar a una pobre mujer», solo le faltaba añadir «...y diez hombres medio muertos de miedo».
La historia de d'Artagnan continúa en otras dos novelas: Veinte años más tarde y El vizconde de Bragelonne
Hay que recordar que la novela histórica, como subgénero literario, nació precisamente en el siglo XIX, como un rasgo más del Romanticismo, que tan bucólico e idealista se ponía con el pasado. Cogían un acontecimiento histórico real y lo envolvían en una trama novelesca más o menos lograda; era realmente (y sigue siendo) un género superventas.
Después del éxito de Walter Scott en el Reino Unido, en Francia lo cultivaron Alfred de Vigny, Víctor Hugo y este Alejandro Dumas (padre) –con sus colaboradores–, que destacaba sobre todo, a mi modo de ver, por lo ameno, lo entretenido, al estilo folletinesco de la época, claro.
Aunque he situado esta novela en mi lista de cien novelas históricas, no hubiera desentonado en otras como la de las cien obras de la literatura universal, o clásicos de literatura infanto-juvenil.
Como este libro es un clásico, tiene página en la Wikipedia. 

sábado, 29 de junio de 2019

#3 Carro solar de Trundholm




Solvognen


Objeto: ¿exvoto?
Material: bronce y oro
Fecha: 1400-1300 a. C.
Lugar actual: Museo Nacional de Dinamarca (Copenhague)
Época: Edad de bronce


A veces por puro azar, en una turbera, vas y te encuentras esto que parece un juguetito

Muchos hallazgos arqueológicos se dan de manera aleatoria, por azar, porque alguien está arando, o construyendo una casa o una carretera, y de repente sale un objeto inesperado.

Es lo que ocurrió un día de septiembre del año 1902, en una turbera (o marisma, o pantano, que de las diferentes maneras lo he visto escrito) del noroeste de la isla de Selandia. Un paisano estaba arando; se ha guardado su nombre, Frederik Willumsen, Este señor encontró este objeto de medio metro, brillantito.

Estaba allí solito, sin más objetos. Muchos años después (en 1998) les dio por pasar por allí un detector de metales, y se encontraron en el mismo lugar otros fragmentos de las ruedas.

¿De cuándo es? Bueno, a la hora de datarlo el Museo Nacional lo pone como remotísimo, se tiran a lo más viejuno, 1400 a. C, aunque otros lo adelantan unos mil años (1300 a. C.). En cualquier caso, se enmarcaría en aquella época que se llamaba Edad de Bronce, la nórdica tardía. A muchos les suena raro porque algo así sería más bien posterior en el tiempo.

Por eso hay quien dice que recuerda que una cosa es encontrar el objeto en un sitio y otra distinta que se haya realizado allí. Esto pasa mucho, como los restos griegos que se encuentran en España. Y dicen, en esta hipótesis, que pudo tener procedencia danubiana.

Si se hubiera encontrado en una época con otro tipo de excavaciones más científicas, que tienen en cuenta en qué capa del suelo se encontró, se analiza la tierra, los restos, el polen, lo que permite ubicar algo mejor en el tiempo. Pero bueno, como no fue así, pues tendremos la duda hasta que haya alguna otra técnica que permita datarlo, o quizá que se encuentren otros objetos de estilo análogo que se puedan datar mejor por su contexto.

Como las fotos no siempre permiten que te hagas una idea de cómo son las cosas, os cuento que de un extremo a otro son unos 60 centímetros. Delante hay un caballito y detrás un disco cuyo diámetro es, aproximadamente, 25 centímetros.

Del caballito de delante hasta el disco hay una especie de vara y luego hay tres ejes, con una rueda en cada extremo: dos delante y uno detrás. Las ruedas tienen cuatro radios, aunque solo una de ellas se ha conservado completa.

Está hecho de bronce, con la técnica llamada de cera perdida. En realidad son dos discos de bronce unidos por un anillo exterior de bronce.

Una de las caras del disco, como se ve, tiene una fina lámina de oro, que ha sido labrado o repujado. Ahí se ven adornos muy elegantes de espirales, y círculos concéntricos, bandas en zigzag y bordes que son como rayos o flecos. La otra cara es oscura, no tiene oro, aunque sí que se pueden encontrar allí también espirales y círculos.

Vale, un caballo y un disco, pero esto, ¿qué es, qué representa? Pues se supone que es un caballo divino que tira del Sol, de una deidad solar. Así, el disco dorado sería Sól, una divinidad solar de la mitología nórdica, la diosa del Sol, hija de Mundilfari y Glaur, y esposa de Glenr. Cada día, esta diosa dirige su carroza a través de los cielos, tirada por dos corceles llamados Arvak y Alsvid.

Se supone que la cara brillante sería el día, del este a oeste, y la otra, la oscura, representaría la noche.

Esta figurilla, este objeto ¿con qué finalidad se hizo? Se ha considerado tradicionalmente que era una ofrenda votiva, como muchas otras figurillas que por toda la Edad de bronce se encuentran en tantos enterramientos por toda Europa.

Podría haberse usado en ceremonias religiosas, imitando con el movimiento del carro el rastro del Sol en el cielo. Últimamente hay una teoría que habla de que podría ser un calendario.

Ya sabéis, si queréis verlo, podéis ir marchando a Copenhague, en cuyo Museo Nacional se encuentra.

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

miércoles, 26 de junio de 2019

#1 Máscara de Agamenón





Objeto: máscara mortuoria
Material: oro
Fecha: 1550-1500 a. C.
Lugar actual: MAN (Atenas, Grecia)
Época: micénica


Este Schliemann, era un genio… a su manera


Heinrich Schliemann (1822-1890) fue un tipo muy peculiar. Este prusiano, hijo de un pastor, de origen humilde, salió adelante con diversos trabajos, fue tendero, marinero náufrago, agente comercial, luego empresario por su cuenta,… estuvo por todas partes, desde la Rusia imperial hasta la California de la fiebre del oro.

Políglota, aprendía idiomas como quien colecciona cromos: inglés, francés, holandés, español, italiano, portugués,… Se lamentaba de que, debido a sus muchos trabajos y viajes, «Hasta el año 1854 no me fue posible dedicarme al estudio del sueco y del polaco».

Se enriqueció con la guerra de secesión estadounidense y con la de Crimea, porque ya se sabe que las guerras son oportunidades estupendas para que algunos tipos concretos se enriquezcan, aunque en general son un desastre, tanto para la sociedad del ganador como la del perdedor. Como decía el duque de Wellington, «Salvo una batalla perdida, no hay nada tan triste como una ganada».

La cosa es que, rico, y en su madurez, pudo dedicarse a lo que le gustaba, que era el tema histórico. Se largó a Grecia y Turquía, se casó con una pizpireta muchacha griega (como podréis comprender, para entonces ya dominaba el griego clásico y contemporáneo de corrido) llamada Sofía, de diecisiete años, o sea, treinta años menor y juntos se dedicaron a la búsqueda de tesoros perdidos.

Para él, a diferencia de los científicos de su época, los poemas homéricos no eran mitos o fantasías literarias, sino hechos ocurridos en la realidad y él tenía el empeño de encontrar Troya. Y la encontró, siguiendo ciertas descripciones de la Ilíada, en la colina de Hisarlik.

Más tarde marchó a Micenas, donde estuvo excavando. En 1876 halló una serie de tumbas. Siguiendo esa manía tan suya de pretender que los personajes homéricos eran reales, decidió que una de ellas era la de Agamenón, el rey de los hombres. Precisamente a la que pertenece esta máscara.


Schliemann en 1879


Y aquí su mujer, Sofía Schliemann, h. 1873, adornada con joyas halladas en las ruinas troyanas, el llamado «tesoro de Príamo», porque digo yo que para qué descubrir un tesoro de más de tres mil años si no te lo vas a poder poner…

La máscara de Agamenón se creó a partir de una sola hoja de oro, gruesa, calentada y golpeada con el martillo contra un fondo de madera en las que estaban grabados los detalles grabados posteriormente con una herramienta puntiaguda.

Es una máscara funeraria, un objeto que se colocaba encima de los muertos para protegerlos de las influencias exteriores, lo mismo que los petos. Suelen guardar un parecido con ellos, y aquí sí que se ve que no es un modelo ideal como se vería más tarde en la estatuaria griega, sino que parece corresponderse a una persona real, con su bigotillo y su barba.

No pudo pertenecer a Agamenón porque se ha datado en unos trescientos años antes de cuando se supone que ocurrió la guerra de Troya. Pero sigue conservando el nombre, por motivos históricos.

Dado que es de oro, y por la riqueza del ajuar funerario, que incluía espadas, diademas y otros muchos objetos, era evidente que se trataba de gente rica, noble, que gozaba de estatus y poderío dentro de la sociedad micénica.

Debo señalar que hay gente que duda de su autenticidad, unos porque piensan que igual Schliemann coló en esas tumbas algo que había hallado en otro sitio, y otros porque creen que igual hizo fabricar una moderna a imitación de las antiguas. A día de hoy, me parece que la postura general es no dudar de la realidad del hallazgo, que como he dicho no incluyó solo esta máscara, sino otras, además de objetos valiosos.

Se guarda en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas, y menos mal, porque los fondos de Schliemann que acabaron en Alemania resultaron muy dañados como consecuencia de la guerra mundial y acabaron en gran medida dispersos o destruidos.

Por cotillear un poco, Heinrich y Sofía tuvieron tres hijos a los que llamaron Andrómaca, Troya y Agamenón. Permitió que se les bautizara, pero solemnizó –dicen en la Wikipedia en inglés– la ceremonia a su manera, colocando una copia de la Ilíada en la cabeza de los niños y recitando cien hexámetros.

(No, en serio, pensadlo un momento. Tratad de imaginar la escena).

He podido escribir gran parte de este artículo gracias a un clásico de la divulgación arqueológica, Dioses, tumbas y sabios de C. W. Ceram. Un libro entretenidísimo, muy adecuado para aquellos que no somos expertos en estos temas arqueológicos, pero nos gusta leer sobre ellas. Además, es muy recomendable el artículo en la Wikipedia en inglés, del que también he cogido cosas.

Por lo demás, como siempre, y salvo otra indicación en contrario, las imágenes son de Wikimedia Commons.

lunes, 24 de junio de 2019

#33 Esmalte de Limoges (Orense)

Esmalte de Limoges
Por Enciclopedia1993 (2019)
[CC BY-SA 4.0], vía wikicommons




Ubicación: Orense (Galicia), España
Fecha: siglo XII
Estilo: Arte románico







Las reliquias se guardaban en arcas preciosas, y para adornarlas, nada mejor que el esmalte.


En la Edad Media, ya lo he mencionado más de una vez, quien tenía reliquias hacía el agosto, porque los creyentes viajaban a aquellas iglesias y monasterios que las tenían. Para mí que en esta veneración a las reliquias hay mucho de pensamiento mágico, quizá superstición; pero bueno, allá cada uno con sus creencias, no voy a eso.

Para guardarlas creaban recipientes especiales, elaborados en metales preciosos y con ornamento de piedras preciosas o semipreciosas, o esmaltes, como por ejemplo arquetas. A veces eran cajas de origen musulmán, y que llegaban como presentes o botín de guerra.

La cosa es que las placas de esmalte de las que voy a hablar hoy se cree que procedían de una arqueta de este tipo, llamada de San Martín. O bien de un frontal, que el DRAE define como «paramento de sedas, metal u otra materia con que se adorna la parte delantera de la mesa de altar».

Se exhiben en el Museo Diocesano de la catedral de Orense. Su autor es desconocido, pero se atribuyen al taller más destacado de la época, el de Limoges en Francia.

Son 53 placas de cobre dorado y esmaltado, realizadas en algún momento del siglo XII. Se cree, a partir de cierta inscripción, que pudo ser un encargo del obispo Alfonso (1174-1213). ´

Las dimensiones de cada placa son de 31 cm de alto por 12,6 de ancho, y un grosor que no llega a los 4 centímetros.

Están representados diversos personajes del Nuevo Testamento, como los apóstoles, tres de los evangelistas (San Mateo, san Lucas y san Marcos) y un santo que encontramos, en la Edad Media, un poco por todas partes, San Martín de Tours. También acá, en Orense, localidad de la que es patrón.

Una de las placas
Fotografiada en 2016 por
Ángel M. Felicísimo de Mérida
[CC BY 2.0] vía WC

El esmalte no es más que polvo de vidrio con un óxido metálico que le da el color. Por poner ejemplos: si es óxido de hierro, se obtiene el color rojo, si es con cobalto, azul, y el verde lo da el cobre. A esa mezcla de sílice y óxido se le da calor, con lo que se vitrifica, es decir, se endurece y así queda como precioso cristal opaco coloreado. Destacaron en este arte suntuaria los bizantinos.

A principios de la Edad Media, la técnica seguida era la del tabicado o cloisonné, que vimos por ejemplo en la visigoda fíbula de Alovera: se hacían unas celdillas con el metal y se rellenaba con la pasta de vidrio. Así el esmalte sobresalía, creando un objeto que, a mi modo de ver, eran como esculturas pequeñitas. 

La técnica de esmaltado llamada excavado, campeado o champlevé, a mí me recuerda más a la pintura por el acabado plano. Esta técnica, más barata, la desarrollaron ampliamente los talleres de Limoges.

¿Cómo se hacía un esmalte campeado? Pues se coge el metal que sirve de soporte, generalmente una plancha de cobre, se hunde en determinados lugares con buril o con ácido para crear huecos; y luego esos espacios se rellenan con la pasta de vidrio. Después de hornearse, se pule. Por eso digo que la superficie quedaba más plana, como una pintura. A veces se incluían cabecitas o detalles en relieve, pero no elaborados con esmalte sino con metal como bronce dorado.

Estos esmaltes son un ejemplo de las sobresalientes obras de artes aplicadas que hubo en el Románico. Otras obras representativas del esmalte románico son, por ejemplo, el frontal de Santo Domingo de Silos, que puede verse en el Museo de Burgos, o San Miguel in Excelsis de Huarte-Araquil (Navarra); fuera de España, puedo mencionar el relicario de san Calminio, que se encuentra en el museo Dobrée (Nantes).


Aquí, ejemplo de Cristo en majestad rodeado del Tetramorfos y los doce apóstoles bajo arcos de medio punto. Procede de la urna o frontal de Santo Domingo de Silos, fotografiado por Rowanwindwhistler [CC BY-SA 3.0]. Actualmente está en el Museo de Burgos. Data de 1165-1170.



Este sería otro ejemplo, de arca para reliquias, que es el relicario de san Calminio. Lo fotografió Matthieu Perona [CC BY 3.0] en 2007. 

Para saber más, se me antoja muy útil este artículo que se publicó en el Faro de Vigo, «Los esmaltes de Limoges de la Catedral», bastante completo respecto a estos esmaltes, y de donde he cogido algunos datos que he puesto aquí.

También resulta muy ilustrativo este otro artículo, que he encontrado en ArteGuías, muy bien ilustrado con ejemplos: «Orfebrería y esmaltes románicos. Artes suntuarias». Además, han colgado un vídeo ilustrativo en You Tube:



Como de costumbre, por si queréis una visita de fin de semana a Orense, os cuento que aparte de la catedral, en cuyo Museo Diocesano se guardan estos esmaltes y que tiene una preciosa portada que llaman del Paraíso, influida por el Pórtico de la Gloria de Santiago, podemos acudir a las caldas, unas termas estupendas, unas privadas y otras públicas, en las cercanías del Sil. Es otro mundo.

sábado, 22 de junio de 2019

#38 Claustro de San Juan de la Peña

Capitel de Jesucristo y la mujer adúltera (¿?)
Por Francis Raher [CC BY 2.0]
vía Wikimedia Commons




Ubicación: Real monasterio de San Juan de la Peña (Aragón, España)
Fecha: último tercio del siglo XII
Época: Arte románico
Autor: Maestro de Agüero o Maestro de San Juan de la Peña






«Una cueva de los agrestes y bellos Pirineos centrales, al resguardo de un potente alero de piedra, como un nido de golondrinas» Eslava Galán


Una de las mejores guías turísticas de España es, a mi juicio, los 1000 sitios que ver en España, de Juan Eslava Galán, de donde cojo la frase anterior. A mí, al menos, que soy muy de turismo nacional, me ha resultado muy útil, por eso lo cito de nuevo al hilo de esta obra de escultura románica.

En mi repaso del arte de la época no puedo olvidar los maravillosos capiteles del claustro del monasterio de San Juan de la Peña.

El capitel que pongo como ejemplo tiene diversos títulos, porque no se sabe exactamente a qué episodio evangélico se refiere. En mi libro de Historia del Arte aparece como Jesús perdonando a la mujer adúltera, en otros como Marta suplicando a Cristo o, incluso, La curación de la hemorroisa. Los temas que se van desarrollando en todos los capiteles son, precisamente, los evangelios con escenas de la vida de Cristo.

En cualquier caso, es evidente que la figura que hay a la derecha es la de Jesucristo y, frente a él, una mujer. Como es propio del arte, representan los episodios evangélicos con figuras vestidas y aparejadas como los contemporáneos al autor. Así se ve por ejemplo, que las mujeres medievales de la época aparece con la cabeza tocada. Eso de la verosimilitud histórica es algo totalmente ajeno al arte de la época. La composición, por lo demás, se adaptaba al espacio concreto en el que se iba a representar la escena. 

Esta obra se debe al Maestro de Agüero o Maestro de San Juan de la Peña, quien realizó gran parte del claustro en la segunda mitad del siglo XII. Este artista anónimo se caracteriza por lo expresivo de los personajes, sobre todo esos ojos abultados o saltones, exagerados en una palabra. Los pliegues de las ropas están trazados simplemente con unas líneas.

Este expresionismo es muy típico del románico español, y ya empieza a anunciar algo del futuro dramatismo gótico, por lo que hay quien sitúa a este maestro entre los de transición.

Aquí, vista general del claustro bajo la peña, obra de JI FilpoC [CC BY-SA 4.0]
vía Wikimedia Commons


La época en que se construyó este claustro es ya avanzado el siglo XII, en concreto del último tercio, cuando resulta que ya en otros lugares se estaba en el protogótico, como hemos visto por ejemplo en el Pórtico de la Gloria o el Real de Chartres.

Hay que tener en cuenta, de nuevo, y no me cansaré de decirlo, la enorme importancia del camino de Santiago, como vía a través de la cual fluyeron los estilos, los ensayos y las creaciones, de acá para allá. A la influencia francesa hay que sumar algo autóctono, no sé si de procedencia mozárabe o islámica, como la intensidad expresiva, el dramatismo, de las figuras. Precisamente por unir la tradición local con lo foráneo, en el siglo XII, se considera que en el siglo XII predominaron las escuelas regionales.

Este monasterio sería un ejemplo de la escuela aragonesa. Una característica típica de esta escuela son los ojos abultados, como se ve también en la Adoración de los Reyes en Santiago de Agüero.

El estilo del maestro de San Juan de la Peña influyó en otras obras, como por ejemplo la portada de Sangüesa, en la vecina Navarra.

Si vais a San Juan de la Peña, cosa que recomiendo, porque en general Jaca y su entorno bien merecen una visita, os daréis cuenta de que hay dos monasterios. Uno, el antiguo, está en la montaña, remetido debajo de una enorme peña. Otro, más moderna, queda en lo alto.

El monasterio antiguo, sin perjuicio de que antes hubiera un cenobio, obedece a la revitalización de la primera parte del siglo XI, reinando Sancho el Mayor de Navarra. En 1071 Sancho Ramírez amplió el monasterio e hizo algo muy trascendente para la historia eclesiástica, que fue introducir en la península el rito romano, cuando hasta la fecha lo que se llevaba era el hispano-visigodo. A quien interesen estos temas litúrgicos, puede ilustrarse en el artículo de la Wikipedia dedicado a la Liturgia hispánica

Fue un lugar importantísimo en aquel siglo y el siguiente. Tenía tanta importancia que incluso fue panteón real de la monarquía aragonesa. Hoy se puede visitar, empezando por la iglesia, se sube a la pasando por el panteón, incluido el Panteón de Nobles, y luego a través de la iglesia superior– se pasa al claustro bajo la peña.

Como ya he adelantado, este monasterio forma parte del sitio Patrimonio de la Humanidad denominado «Caminos de Santiago de Compostela: Camino Francés y Caminos del Norte de España». Se trata de una ampliación del lugar original, que se hizo en el año 2015, y en la página web de la Unesco lo describen así:

Se trata de una extensión del bien cultural en serie denominado “Camino de Santiago de Compostela”, que se inscribió en la Lista del Patrimonio Mundial en 1993. Esta extensión comprende una red de cuatro itinerarios de peregrinación cristiana –el Camino costero, el Camino interior del País Vasco y La Rioja, el Camino de Liébana y el Camino primitivo– que suman unos 1.500 kilómetros y atraviesan el norte de la Península Ibérica. El bien cultural ampliado posee un rico patrimonio arquitectónico de gran importancia histórica, compuesto por edificios destinados a satisfacer las necesidades materiales y espirituales de los peregrinos: puentes, albergues, hospitales, iglesias y catedrales. También cuenta con algunas de las rutas primigenias de peregrinación a Santiago de Compostela, creadas después de que en el siglo IX se descubriera en el territorio de esta localidad un sepulcro que, según se cree, encierra los restos mortales del apóstol Santiago el Mayor.

Para saber más, aquí está el enlace a la página dedicada al Real Monasterio de San Juan de la Peña, bastante completo. 

En You Tube hay unos cuantos clips sobre este lugar, porque es muy visitado. Por coger uno, he optado por el de Olivier Rodríguez, que le dedica unos minutos al que considera «El monasterio más impresionante de España».




Y nada, lo ya dicho, si tenéis unos días tontos y no sabéis dónde ir, daos una vuelta por Jaca. Además de esa ciudad y su catedral, podéis visitar el castillo de Loarre y este monasterio de San Juan de la Peña, y otras cosas de interés.

martes, 18 de junio de 2019

#82 El cazador furtivo

Der Freischütz, dir.: Aniana Amos para el Teatro de Magdeburgo
Por Doravier (2014)
[CC BY-SA 4.0] via Wikimedia Commons




Der Freischütz


Estreno: Berlín, 18 de junio de 1821

Compositor: Carl Maria von Weber

Libreto en alemán: J. F. Kind, basado en la historia popular alemana versionada por J. A. Apel y F. Laun en Gespensterbuch («El libro de los fantasmas»)

Género: Singspiel


Tal día como hoy se estrenó, en el Schauspielhaus de Berlín, la que me parece ópera romántica por excelencia.


Esta es la ópera romántica prototípica, tal como yo lo veo. Todos los rasgos que te suenen a ese estilo decimonónico, están aquí presentes: el individualismo, el sentimiento exaltado, el pasado, la naturaleza sombría del bosque, la noche, hasta lo demoníaco.

Son más o menos dos horas y media, que en general son fáciles de seguir una vez que conoces el argumento, aunque esté cantado en alemán. Tiene sus momentos de interés, de gran intensidad; sin embargo he de confesar que como obra dramática, pues tiene sus momentos flojos.

Se ambienta en un bosque de Bohemia, en el siglo XVII. Tenemos a Agathe enamorada de Max, y él de ella. Pero no van a poder casarse porque el padre de ella la ha convertido en el premio de un concurso de tiro. Max es buen tirador, pero no tanto, así que es presa fácil del desalmado Kaspar.

Y digo desalmado en sentido literal, porque ha vendido su alma al diablo. Lo que pretende Kaspar es que, ahora que va a vencer el plazo y tiene que entregarse al maligno, Max le sustituya. Para ello le convence de que se entregue a Samiel, trasunto de Satán, a cambio de unas balas mágicas, que le garanticen la victoria.

En la escena que a mí me parece más impresionante de la ópera, en la Garganta del Lobo, se forjarán las balas mágicas.

Luego viene el concurso, parece que gana Max, y que se podrá casar con Agatha, pero la perversa séptima y última bala parece que alcanzase a Agatha, que cae al suelo. Gracias a que ella es devota, goza de protección celeste y quien acaba muerto es Kasper. Max podrá casarse con ella si consigue permanecer un año virtuoso.

De nuevo, es una historia un poco de cuento, con su parte tenebrosa y diabólica, elemento tan querido para la literatura alemana.

Tiene momentos estupendos, desde la obertura en la que anticipa los momentos más tremendos de la historia, hasta la escena en la Garganta del Lobo (Acto II), o el aria de Agathe cuando está rezando, muy conmovedora (Acto III). ¡Ah, y el coro de cazadores!

Como grabación recomendada de esta ópera propongo la dirigida por Carlos Kleiber en 1973 para Deutsche Grammophon, con Bernd Weikl (Ottokar), Gundula Janowitz (Agathe), Edith Mathis (Ännchen), Peter Schreier (Max), Theo Adam (Kaspar), Siegfried Vogel (Kuno), Franz Crass (Ermitaño); el coro es el de la Radio de Leipzig y la orquesta, de la Staatskapelle (Dresde).

Como esta no siempre está disponible (no he conseguido encontrarla en Spotify, por ejemplo) tenemos la de Erich Kleiber, de 1956, con Alfred Poell, Elisabeth Grümmer, Rita Streich, etc. El coro y la orquesta fueron los de la Radio de Colonia.

Para saber más, la wikipedia. El libreto, en español y alemán, así como discografía de referencia, en Kareol

En You Tube he encontrado esta grabación de 1968, con vestuario y decorados que hoy parecen un poco casposillos, pero el elenco es bueno, como el Max de Ernst Kozub o la Agathe de Arlene Saunders; Gottlob Frick aparece como Kaspar y Edith Mathis es Ännchen. La orquesta filarmónica es de Hamburgo con el coro de la ópera de la misma ciudad.


domingo, 16 de junio de 2019

#46 Alminar de Jam

Alminar de Jam, en un recodo del río
Foto de David Adamec (2006)
[Dominio público], vía Wikimedia Commons




Tipo de construcción: alminar
Época: segunda mitad del s. XII
Lugar: provincia de Ġawr o Ghor (Afganistán)


En un remoto valle, en las montañas afganas…


A orillas del Hari, a medio camino entre Kabul y Herat, se alza, como un dedo que surgiera de la tierra, esta esbelta torre cilíndrica que atestigua: no hay más Dios que Alá, y que Mahoma es su profeta.

Fue erigida por los gúridas, que toman su nombre de este lejano valle de Ghor (Ghur, Gūr o Ġawr, que de todas esas formas lo he visto escrito). Aquí estuvo su primera capital, Firuzkuh o Firozkoh, antes de conquistar el territorio de los gaznavíes, quienes a su vez, en torno a Gazni, habían creado un imperio no solo brillante en lo militar, sino también culturalmente: en esta corte floreció la poesía persa del notable Firdusi.

Ya he mencionado en este blog otros alminares: torres cuadradas como la Kutubía o los estilizados y cilíndricos de Asia Central (como Kunya-Urgench), y el muy original «sacacorchos» de Samarra.

Aparte de servir para llamar a la oración, este tipo de construcción puede cumplir otras finalidades. Al ser el punto más alto en kilómetros a la redonda, servía como atalaya para vigilar el entorno y también como punto de referencia para orientarse o marcar límites. También eran instrumento propagandístico para dejar claro que «hasta aquí ha llegado el poder de Alá, el grande, el misericordioso, y que no se te olvide».

Leo aquí  que, simbólicamente, representa la elevación del hombre hacia Dios, pero cuando aparece en solitario junto a una mezquita puede representar al Dios Único y, por tanto, dar fe del postulado central del islam, el tawhid o “unicidad” de Dios.

Gracias a ese artículo me entero del origen de la palabra. En español se llama alminar (mejor que minarete, aunque también se acepta, claro), y esto procede del término «menara» o «minar» que designa una torre vigía.

No se sabe bien qué gobernante gúrida hizo construir este alminar de Jam. Hay una inscripción, en referencia a una victoria islámica en la India, pero no se sabe bien cuál de ellas, de ahí que se crea que puede ser 1193-4 o 1174-5.

Mide sesenta y cinco metros de altura, con lo que es el segundo alminar más alto del mundo de los hechos en ladrillo. El primero es el Qutab Minar de Delhi, que también se debe a los gúridas y que, al parecer, copió a este de Jam.

Está hecho en ladrillo, encontrándose en su cara exterior también estuco y azulejo. Tiene cuatro secciones, una encima de otra, cada una más pequeña que la de abajo. Una linterna lo remata.

A mí lo que me parece más interesante es esa decoración exterior realizada con letras cúficas, especialmente en los lugares en que tiene un toque de color turquesa, tan llamativo frente a lo terroso del entorno. Ya sabéis que en el arte islámico las propias letras eran decorativas, de ahí que se usaran versos del Islam para decorar sus monumentos.

Decoración en letras cúficas. Por David C. Thomas [CC BY-SA 2.5]


En la banda superior se contiene la profesión de fe, لا إله إلا الله محمد رسول الله la shahada que en español traducimos –por lo visto, no de manera muy literal– como «No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta».

Hay otros alminares semejantes dispersados por esta parte del mundo. Atestiguan cómo la expansión del Islam hacia el subcontinente indio no fue obra de árabes, sino más bien de persas y túrquicos. Que no nos despisten las inscripciones en árabe, ese era el idioma de la religión, pero el habla de estos pueblos era otra.

Los pueblos nómadas de Asia central llevaban siglos dejándose caer desde Kabul hacia las ricas llanuras del Indo por dos vías: bien el inmediato paso Jáiber (Khyber), más corto y vertiginoso, o bien por el sur, pasando por Gazni, Kandahar y Quetta.

Los gaznavíes, ya mencionados antes, conquistaron Afganistán y el valle del Indo; su capital fue primero Gazni (en lo que hoy es Afganistán) y, a partir de 1151, Lahore (hoy Pakistán).

A estos gaznavíes les sucedieron los gúridas, una dinastía de habla persa procedentes de esta región de Ghor, pero cuya etnicidad es insegura, parece ser que eran tayikos. Derrocaron a los gaznavíes en 1186 cuando el sultán Mu'izz ad-Din Muhammad de Ghor conquistó Lahore. Y luego siguieron más allá, llegando al curso medio del Ganges y Bengala. Hacia el año 1200, situaron su capital en Delhi, fundando así un sultanato musulmán que dominaba todo el norte de la India. Luego los mongoles arrasaron, pero eso ya es tema para otro día.

El «Minarete y restos arqueológicos de Jam» está incluido en la lista de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 2002, y en su página web lo describe de la siguiente manera:

Con sus 65 metros de altura, el minarete de Jam es una construcción esbelta y llena de gracia que data del siglo XII. Se distingue por la compleja decoración con ladrillo de sus paredes, rematada en la cúspide por una franja de cerámica azul con una inscripción. La calidad de su arquitectura y ornamentación es una muestra del apogeo de la tradición artística de la región. La belleza del sitio se ve realzada por su entorno espectacular: un profundo valle de imponentes laderas montañosas, situado en el centro de la provincia de Ghor.
Como siempre, para saber más, podéis empezar por la Wikipedia, que da bastantes datos, aunque esta vez el artículo está un poco desordenado, me parece a mi. 

En internet he encontrado este vídeo, de poco más de dos minutos, espectacular:


No, de veras, merece la pena verlo. Es increíble, por otro lado, que llegar hasta este alminar exija casi una operación militar.

lunes, 10 de junio de 2019

#34 Pórtico de la Gloria




Tímpano de la portada central
Por Pedronchi (2005)
[CC BY 2.0], vía Wikimedia Commons

Ubicación: catedral de Santiago de Compostela (Galicia, España)
Fecha: 1168-1188
Época: Arte románico / arte gótico
Autor: Maestro Mateo


«Pocas obras en el mundo resultan tan hermosas y tan conmovedoras» Eslava Galán


De la catedral de Santiago, Patrimonio de la Humanidad, ya hablé aquí. Un lugar tan importante tiene construcciones de épocas diversas. Es lo que tiene recibir a lo largo de los siglos (y sigue y sigue…) importantes donaciones de los peregrinos, que siempre andas ideando formas en qué gastarlo.

Se le llama Pórtico de la Gloria porque se supone que representa a la Jerusalén celeste.

Es la puerta de entrada a la catedral de Santiago por el Oeste. Durante la Edad Media estaba abierta a la calle, lo que pasa es que luego, en la época barroca, le pusieron ese maravilloso pegote que es la fachada del Obradoiro y, aparte de quitar algunas de las figuras, tapó este pórtico.

Su autor es uno de los pocos que se conocen con su nombre en la época medieval: el maestro Mateo. No es que él lo hiciera todo con sus propias manos, sino que se entiende que era él con su taller.

También se conoce la fecha en que se fue tallando: entre los años 1168 y el 1 de abril de 1188. Luego siguieron haciéndose añadidos hasta 1211, ya en tiempos del rey Alfonso IX, que es cuando se consagró el templo.

Está realizada en granito, con algo de mármol. Y aunque ahora lo veamos en ese color blancuzco o grisáceo, en la Edad Media recordad que estaba pintado. Aún quedan algunos restos de pintura.

El Pórtico está formado por tres arcos de medio punto, que se corresponde cada uno de ellos a la entrada a cada una de las naves de la catedral. Solo el arco central tiene tímpano, y su anchura es el doble que los laterales.

Las esculturas se tallan por todos los lados: el tímpano, las arquivoltas, las jambas, el parteluz… En total hay más de doscientas figuras, que no puedo detallar aquí. Ya sabéis que el horror vacui medieval, propio tanto de moros como cristianos, les hacía llenar todo el espacio posible con imágenes. Lo mejor es pasarse por allí y que alguien te lo vaya contando detalladamente.

En líneas generales, sí que puedo comentar que en el parteluz está la figura del santo, Santiago, que de tanto roce de peregrinos está desgastado.

En el tímpano vemos a Jesucristo en majestad, con el Tetramorfos, o sea, los evangelistas, a su alrededor. En las arquivoltas se representa a los veinticuatro ancianos del Apocalipsis; tañen instrumentos musicales, lo que es muy útil para aquellos que se dedican a la reconstrucción actual de instrumentos antiguos. También se ve a ángeles portando los instrumentos de la Pasión.

En las jambas de ambos lados, encontramos figuras de profetas y apóstoles.

Como siempre, resultan interesantísimas las representaciones del infierno, en donde a cada pecador le hacen sufrir por algo en relación con aquello con lo que pecaron, como por ejemplo, la mano a los ladrones.

En la basa de la columna está Jessé dormido. De su vientre sale un árbol (el llamado «Árbol de Jessé», fíjate tú), en cuya cumbre está la Virgen. Se trata de una alegoría de la genealogía humana de Cristo.

En cuanto al estilo, según el libro que leas te lo ponen como románico de transición al gótico o como fase inicial del gótico o protogótico. Al parecer, la cuestión depende del país del que sea el historiador. Los franceses enmarcan al maestro Mateo en el Gótico inicial mientras que los españoles lo relacionan más con el final del Románico. Por poner solo un ejemplo: en el libro 1000 sitios que ver en España de Eslava Galán dice que «constituye, junto con la portada de la catedral de Chartres, la obra cumbre del románico europeo», aunque luego comenta que representa la transición del románico al gótico.

Esto significa que tiene rasgos de lo uno y del otro. El arco de medio punto, la densidad de figuras, la finalidad didáctica de la obra, todo esto es románico, todo lo que es planteamiento de la obra... 

Los rasgos «góticos» sería el individualismo de las figuras, las expresiones variadas, la fluidez en los pliegues de las ropas, variedad en el tratamiento de los cabellos,... Incluso hay algo muy característico que ya indica un cambio: la escultura se va liberando del marco arquitectónico, cobra individualidad propia, ya casi un bulto redondo.

De izquierda a derecha: Jeremías, Daniel, Isaías y Moisés
Por Luis Miguel Bugallo Sánchez [CC BY-SA 3.0] vía Wikimedia Commons

Eso de la expresividad de las figuras se ve por ejemplo en la idealización de Moisés, como del Santiago del parteluz, majestuosas, alejadas de los mazacotes románicos. O en los sentimientos que expresan la sonrisa de Daniel o el rictus triste de Isaías.

Ha ejercido una gran influencia que se ve, por ejemplo, en el llamado Pórtico del Paraíso de la catedral de Orense, que se labró en 1218-1244.

Para saber más, aquí está el enlace a la página del Pórtico de la Gloria en la Wikipedia. 

En You Tube hay un clip muy didáctico cuyo título lo dice todo: «Historia del Arte - Bachillerato - Pórtico de la gloria. Comentario de arte para selectividad». Se ve que es una de esas obras imprescindibles que te pueden caer en el examen.