domingo, 28 de junio de 2020

#34 El puente sobre el río Kwai

© 1958 Columbia Pictures Corporation




The bridge on the river Kwai
Año: 1957
País: Reino Unido
Dirección: David Lean
Música: Malcolm Arnold


Hoy domingo, toca ir al cine a ver un clásico del cine bélico

            Hay películas que ves una vez en la vida y te marcan, pero no te entran ganas de volver a verlas. Otras, en cambio, te enganchan en cuanto las ves de pasada en la parrilla de programación. Esta es una de esas películas.

            Ayer volví a verla. Y de nuevo me quedé atrapada en esta historia de un hombre (varios hombres) y sus circunstancias, en mitad de la jungla del sudeste de Asia. Saito, el comandante japonés de un campo de prisioneros, tiene que construir un puente para el tren que se pretende que enlace Bangkok y Rangún. Allá llegan un montón de prisioneros británicos, de esos que se rindieron bastante ignominiosamente en Singapur.

Mantienen, no obstante, cierto espíritu, y a ello se esfuerza el coronel Nicholson (un inmenso Alec Guinness en uno de los papeles de su vida). Estarán prisioneros, sí, pero a esos soldados sólo los manda él y sus oficiales. Cuando se entera de que todos tienen que trabajar en el ferrocarril, Nicholson se opone: los oficiales, según la Convención de Ginebra, no pueden dedicarse a trabajos forzados manuales.
      
      A poco que sepas de historia, convendrás conmigo que nada podía importarle menos al ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial que la Convención de Ginebra. Pero Nicholson es claro, se trata de una cuestión de principios y, aunque quizá fuera mejor para todos tener la fiesta en paz, se niega.

Luego las cosas se complican y se le va un poco la olla. Pero por si alguien aún no ha visto la película, tampoco voy a destriparla aquí, aunque tenga ya más de medio siglo de existencia. 

Es de esas pelis que disfrutas mientras las ves, siempre que el cine bélico sea lo tuyo, claro. Y luego tiene ese punto de las grandes obras de arte, que es su trascendencia, te permite reflexionar más allá, en este caso, sobre el ser humano, cualquiera, y en cómo reaccionaríamos según qué caso. El personaje de Alec Guinness es un hombre absolutamente convencido de estar en lo cierto, con su pundonor, su dignidad, y se esfuerza en hacer en todo momento lo que él cree que será bueno para la moral de la tropa: llegan silbando y es su tarea que sigan silbando al final, y no ve más allá. Se habrán rendido, pero no están derrotados.

Este personaje contrasta con el que interpreta William Holden, un soldado estadounidense que se esfuerza por sobrevivir a cualquier precio, luchando con todas sus fuerzas y su ingenio. No es que no tengan principios, es que los suyos son otros. Su visión del mundo se nos antoja más realista, parece más lúcido, que comprende mejor el conjunto de las cosas que las estrechas miras de un oficial inglés muy del Raj, claramente racista, que incluso como prisionero tiene esa actitud de querer demostrar la superioridad británica sobre los que considera bárbaros.
Aquí, Holden enseñando pechote

Por cierto que esta película nos regala más de un momento de la espléndida anatomía de Holden en plena madurez, esa sonrisa algo canalla y sus ojazos, más brillantes que nunca destacando sobre la piel tostada. Ains, qué hombre tan pero que tan atractivo.

Visto con la perspectiva del tiempo, quizá me faltó un poco poder ahondar en el personaje de Saito, el comandante japonés, saber quién era él en tiempos de paz, conocerlo un poco más. Para ser el antagonista, acaba resultando un poco plano. Su crueldad y su desprecio para aquellos a que ve como malos soldados, que se rinden sin luchar hasta la muerte, quedan claros. Al bushido lo de sobrevivir para luchar otro día, como que no le va. Y tiene que cumplir su deber, pero no va más allá, no reconoce la humanidad de sus prisioneros en ningún momento, es tan inflexible como Nicholson. No le veo yo evolución alguna al personaje a lo largo de la película; ni siquiera puede decirse que haya sabido utilizar hábilmente en su favor la actitud de Nicholson, no, eso es algo en lo que este último se mete él solo. 

Una de las cosas por las que más es recordada esta película es por su banda sonora del compositor Malcolm Arnold. Y sí, ciertamente es de esas pegadizas que tuvo que ser un bombazo en su momento. Ganó, por cierto, el óscar a la mejor banda sonora, una de esas veces en las que la Academia realmente acertó a la hora de distinguir la excelencia en el arte cinematográfico.

Aquí, los muchachos silbando…, la entrada de los prisioneros británicos en el campamento.


Aunque para nosotros es la Marcha sobre el río Kwai, en realidad es la Marcha del coronel Bogey, y fue compuesta por un tal teniente Ricketts en 1914. Arnold la metió en la partitura por aquello de que era un tema muy famoso durante la Segunda Guerra Mundial. Era un tema alegre que contrastaba con las inhumanas condiciones de los prisioneros en el campo japonés.

Hay géneros que me gustan más y otros menos. Así, las del Oeste no suelen gustarme mucho. Me suelo decir que porque el papel de las mujeres es pequeñito y bastante cliché. Pero las de guerra, que tienen el mismo «problema Bechtel», en cambio, son mi tipo de peli favoritas. Supongo que aquí puedo pasar más por alto la habitual ausencia de personajes femeninos importantes porque me interesa más lo que me cuentan: la del individuo en las peores circunstancias imaginables.

Este Puente sobre el río Kwai es una de las mejores películas del género, que sabe muy bien ejemplificar cómo podemos comportarnos en medio de las circunstancias más atroces.

Fue una película muy premiada. Ganó siete premios Óscar, incluyendo mejor película, director, actor (Guinness), guion, fotografía, montaje y música. Tuvo tres Globos de Oro, en las categorías drama, director y actor (de nuevo, Guinness). También en los británicos BAFTA se llevó mejor película, actor y guion. Se ve que a Lean sus compatriotas no le querían tanto; en cambio, el Sindicato de Directores, sí que lo escogieron como mejor director. El National Board of Review la escogió como mejor película, director y, fíjate tú, actor secundario, por la interpretación que Hayakawa hizo de Saito. El Círculo de Críticos de Nueva York también la galardonó como mejor película, director y actor (Guinness, of course). Acabo con los premios italianos David di Donatello, que la escogieron como la mejor producción extranjera.

Como veis, hay un par de premios al guion, cuando la historia es cuando menos curiosa. La película se basa en un relato del francés Pierre Boulle (que, por cierto, tenía un final diferente a la peli). Los guionistas que adaptaron la novela al cine, Foreman y Wilson, no pudieron aparecer en los títulos porque estaban en la lista negra (ya sabeis, la caza de brujas de McCarthy, etc). Así que en teoría el premio al guionista iba al novelista, que en realidad no intervino en el guion. Solo en 1985 la Academia les reconoció el premio a los guionistas, que para entonces ya estaban muertos. Total, que es un Óscar que al parecer no recogió ninguno de los galardonados.

Para saber más: consúlteme usted la Wikipedia, Film Affinity o la Internet Movie Data Base.

domingo, 21 de junio de 2020

#61 Los maestros cantores de Núremberg

Hans Sachs (1906) Yorck Project



Die Meistersinger von Nürnberg


Estreno: Múnich, 21 de junio de 1868

Compositor: Richard Wagner

Libreto en alemán: R. Wagner

Género: ópera cómica


Tal día como hoy se estrenó, en el Königliches Hof-und National Theater de Múnich la única ópera cómica de Wagner


Dentro de la producción de Wagner, esta es especial, por ser la única cómica, así como por inventarse la historia el propio compositor, aunque fuera basándose en la historia del zapatero y maestro cantor renacentista Hans Sachs. Ojo, cómica en el sentido wagneriano, no esperéis encontrar aquí el salero de un italiano. No, esto es humor a la alemana, o sea, que la gracia igual se la ves donde yo te diga.

La ópera es entretenida, con una música fabulosa y muy agradable de ver. Aunque, eso sí, hay que ir con el bocadillo, porque es una ópera larga: más de cuatro horas, cuatro y cuarto, cuatro y media…

Walther von Stolzing, un caballero, se enamora de Eva, la hija de un orfebre de Núremberg. Para ganar su mano, intervendrá en un concurso de canto. Otro pretendiente, el conservador Beckmesser, intenta que Walther no participe, por lo heterodoxo de su canto. Pero el final feliz está asegurado, sobre todo cuando a uno le echa una mano el menor de los cantores, el zapatero Sachs, que le ayuda a mejorar su arte lírico y entorpece a Beckmesser. Sachs también respeta la tradición, pero entiende que se pueden introducir novedades y de esta manera combinar lo mejor del pasado con las novedades del presente.

Como se ve, la parte femenina es un mero adorno, lo sé, lejos están las pizpiretas heroínas de un Rossini o más de una mozartiana, que tenían carácter, inteligencia, empuje, participación en la trama como algo más que el premio para el chico.

En fin, que el test de Bechdel no nos impida ver el bosque. La historia permite a Wagner dan una versión romántica de los gremios medievales de la Alemania del siglo XVI. 

La ópera es una larga maravilla de músicas increíbles. Es, creo yo, la más asequible de las de Wagner para el aficionado tibio que no desee meterse a todo el Valhalla entre pecho y espalda. Aquí no habla de dioses, ni héroes, ni magias o encantamientos. No, es una historia de gente más o menos normal, cotidiana, que además de sus oficios se dedicaban a cantar.

La parte del león se la lleva el barítono, intérprete de Hans Sachs. Hay dos momentos que me gustan especialmente. Uno, cómico, cuando le amarga a Beckmesser la serenata dando golpes en su zapatería (Den Tag seh). Y el otro, algo desencantado, el monólogo de la primera escena del Acto III (Wahn! Wahn!: ¡Ilusión, ilusión!).

Pero bueno, eso es debilidad mía por esa voz masculina grave. Tal vez porque mi cantante favorito es Dietrich Fischer-Dieskau y empecé a cogerle gusto a piezas sueltas de Wagner gracias a él. Y eso que dudó bastante antes de enfrentarse a este papel, porque no tenía claro si le iba o no a su voz (eso contaron en Grandes Ciclos). 

De lo que todo el mundo te hablará es de la obertura y de la «canción del premio» (Morgendlicht), una de esas piezas con las que se lucen los tenores, y que sí, también es excelente, terriblemente romántica.

Como cotilleo, he leído que era la ópera favorita de Hitler, y puede que sea por aquello de que es más asequible, o que también que al final se exalta al arte alemán, del que los maestros cantores serían custodios.

Y como grabación recomendada, pongo una de Bayreuth en directo que quizá viese el propio Hitler en 1943, por lo que el coro y la orquesta son los del festival, aunque he leído en Operadisc que le falta la escena 1 del acto I y el quinteto. Dirigía Furtwängler y la protagonizaron: Maria Müller (Eva), Camilla Kallab (Magdalena), Jaro Prohaska (Hans Sachs), Max Lorenz (Walther von Stolzing), Eugen Fuchs (Sixtus Beckmesser), Josef Greindl (Veit Pogner), Erich Zimmermann (David) y Fritz Krenn (Fritz Kothner). La escenografía fue de Wieland Wagner, y al parecer el público estaba lleno de soldados heridos del frente.

Por si te da un poco de tirria escuchar una versión tan ligada a un momento terrible de la historia, una opción más políticamente correcta sería la de Knappertsbusch de 1960, también en vivo, con Elisabeth Grümmer (Eva), Josef Greindl (Hans Sachs), Karl Schmitt-Walter (Beckmesser) y Wolfgang Windgassen (Walther von Stolzing).

Para saber más, la Wikipedia. El libreto, en español y alemán, así como discografía de referencia, en Kareol

Es una ópera muy apropiada para estos días, porque se ambienta en torno a la fiesta de San Juan. Aparte de eso, creo que Wagner se relajó por fin por aquello de estar en un momento de su vida bastante relajado y resuelto, con lo cual no se cortó a la hora de escribir toda la música que le dio la gana para esta ópera, y más, de ahí que te lleve cuatro horas y media verla. Pero, de verdad, que merece la pena.

viernes, 12 de junio de 2020

#41 Jarrón de Hornos







Objeto: jarrón
Material: arcilla y vidrio
Fecha: 1351–1375 (s. XIV)
Lugar actual: Museo Arqueológico Nacional, Madrid (España)
Época: Edad Media

Un rico símbolo de poder

En el siglo XIII se puso el gran salto adelante en la Reconquista peninsular, pudiendo ponerse el punto y aparte con la toma de Cádiz, en 1262, reinando Alfonso X el Sabio.

Entonces las fronteras se estabilizaron. Lo que quedaba en la parte musulmana era el reino nazarita de Granada, que se extendía aproximadamente por las actuales provincias de Granada, Málaga y Almería. Sobrevivió gracias a que se constituyó en vasallo de Castilla, pagando tributo.

Este objeto es producto de esa refinada cultura islámica tardomedieval. Es un jarrón tipo Alhambra que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional, que ya he dicho cien veces que es uno de mis museos favoritos. Es grandote, 134 centímetros de alto y con un diámetro de 65 centímetros.

Si nos fijamos, tiene una base muy estrecha, motivo por el cual se le suele colocar sobre un soporte, luego tiene una panza abombada y un cuello estrecho que se alarga hasta un gollete vuelto. Tenía dos asas tipo aleta, una de ellas rota actualmente.

Lo decoran bandas verticales, alternando las azules de cobalto con las doradas, con motivos geométricos y también decoración de tipo vegetal que llaman ataurique. Su vidriado se parece al jarrón de las gacelas que se conserva en Granada. Esa decoración es vertical, frente a las franjas horizontales de los otros jarrones de la Alhambra conocidos.

En las alas la decoración es nuevamente ataurique y sebka (retícula oblicua) en azul y dorado sobre fondo blanco.

Ya sabemos que en el arte islámico, al no aprobarse la representación humana, se tiraba mucho de motivos geométricos y vegetales, y también las propias letras árabes, que con sus sinuosidades resultaban particularmente elegantes. Y aquí encontramos también un ejemplo de adorno en escritura cúfica, en el arranque del cuello.

Según leo en la página del Ministerio de Cultura, dice así, en traducción de Eduardo de Saavedra:

Toda fuente brota pareciendo la más perfecta corriente
y acrece benignidad abundante y excelentes dichas.
Y afirma el recuerdo de la felicidad y de la pobreza
que desvaneció mañana y tarde la fortuna del tiempo.

Este tipo de jarrones se conocen como «Jarrones de la Alhambra», desde que llamaron la atención de los coleccionistas de la Edad Moderna. No significa que se crearan para ese palacio granadino, ni siquiera que se elaboraran allí; en realidad el taller principal de la loza dorada nazarí estaba en Málaga. Data de mediados del siglo XIV.

Se elaboró en arcilla y vidrio. Primero se torneaba y modelado y después se vidriaba y se cocía. Llevaba, al parecer, tres cocciones (cochuras que se dice en alfarería): las dos primeras para fijar la decoración («bizacochado» y vidriado) y la última para que quedaran esos reflejos dorados. Leo en la Wikipedia que el color dorado se consigue aplicando una solución de cobre y plata a la decoración.

¿Para que servía? Pues se consideró durante mucho tiempo que eran meramente ornamentales, objetos de lujo que daban tronío a una estancia y que el rey de Granada regalaba a otros poderosos. En el año 2006-2007 se celebró una exposición en el palacio de Carlos V en Granada, titulada «Los Jarrones de la Alhambra. Simbología y poder», que consiguió que se reunieran por primera vez estos jarrones, desperdigados en diversas colecciones. Con motivo de la misma, se estudió el tema y alguien llegó a la conclusión de que en realidad se podía usar como filtro de agua, porque la base estaba sin vidriar.

Este en concreto lo hallaron en un campo de la localidad jienense de Hornos, en la comarca de la Sierra de Segura. Lo llevaron a la iglesia de la Asunción, donde lo usaron, incrustado en el suelo, como sostén de un pila de agua bendita.

Son un producto lujoso, muy ansiado por los coleccionistas, lo que ha dado lugar a un gran mercado de réplicas. En sí, el número de jarrones de la Alhambra que se conservan más o menos enteros son, al parecer, ocho, que están perfectamente localizados.

Toda la cerámica islámica influyó en las artesanías populares de los países mediterráneos, como Portugal, España o Italia. La excepcional calidad y virtuosismo de los artesanos islámicos justifican que se imitara en formas más básicas en estos países.

A continuación os enumero los otros jarrones que se conservan, más de uno ligadao al pintor Fortuny, un auténtico fan de este tipo de objetos.
  
1. Jarrón de las gacelas, que se encuentra en el Museo de la Alhambra, en Granada, auténtica obra maestra de la cerámica andalusí. Tiene una preciosa decoración que le da el nombre: dos gacelas enfrentadas, en blanco y dorado en uno de los frentes, y azul en el otro.
2.    Jarrón Simonetti o Fortuny-Simonetti, también en el Museo de la Alhambra (Granada), que es uno de los que perteneció al pintor Fortuny.
Vaso de Fortuny que se conserva en el Museo del Ermitage de San Petersburgo

3.    Jarrón del Ermitage, de Fortuny o del Salar, otro de los que fuera propiedad del pintor y que ha acabado en San Petersburgo. Es uno de los que se conserva íntegro, y nos sirve para comprender la forma que debió tener el jarrón de Hornos al que dedico esta entrada.
4.    Jarrón de Osma, nazarí o del Instituto de Valencia de don Juan, Madrid.
Foto en Europeana

5.    Alhambravasen o Jarrón del Nationalmuseum de Estocolmo o de la Alhambra. Tiene una historia de lo más aventurera. Estaba en Chipre en el siglo XVI, donde se veneraba como reliquia: se consideraba que era una de las jarras de agua que Cristo trasformó en vino en las bodas de Caná, por lo que a veces la llaman «La tinaja de Caná». Cuando los turcos tomaron la isla en 1571, lo llevaron a Estambul. Allí lo compró el embajador del emperador y se lo envió a su señor, Rodolfo II, en su corte de Praga. Pero los suecos saquearon la capital imperial en 1648, en el marco de la guerra de los Treinta Años, lo cogieron como botín de guerra y de esa forma pasó a las colecciones de los reyes de Suecia. Toda esta peripecia dejó huella en el objeto, pues le fueron haciendo añadidos a lo largo de los siglos: un dragón de bronce en la parte alta, un soporte, una base de granito y una guirnalda de flores.
6.    Jarrón del Museo Nacional de Palermo (Palazzo Abatellis) es el otro que está completo, con sus dos alas.
7.    Jarrón de Jerez, o de la Cartuja de Jerez, que está también en el M.A.N. de Madrid.

Luego hay otros restos desperdigados por esos mundos de Dios; por ejemplo, al otro lado del charco tenemos un gollete en la Hispanic Society de Nueva York y un jarrón en la Freer Gallery of Art de Washington D.C.

Si quieres saber más, hay un artículo dedicado a ellos en la Wikipedia

Y la página dedicada al jarrón de las gacelas en la página web del patronato de la Alhambra, de donde cojo la siguiente imagen:

Un poco más de historia sobre el jarrón de Hornos, la encuentro en este blog del Chilanco Elías.

Y para saber algo más de otro de los jarrones del M.A.N., el jarrón nazarí llamado de la Cartuja de Jerez, tenemos este artículo de cuando fue escogido como pieza del mes. 

Como siempre, salvo otra indicación, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.

domingo, 7 de junio de 2020

#70 Peter Grimes

Producción de David Alden en la Deutsche Oper (Berlín)
Foto de Hubertus1977 (2013)
[CC BY-SA 4.0], vía Wikimedia Commons






Peter Grimes, Op. 33


Estreno: Londres, 7 de junio de 1945

Compositor: Benjamin Britten

Libreto en inglés: M. Slater, basado en el poema The Borough (1810), de George Crabbe.

Género: drama

Hace justo 75 años, tal día como hoy se estrenó, en la Sadler’s Wells Opera de Londres, esta inquietante obra de Britten

Volvamos a aquel momento. No hacía ni un mes que había acabado la guerra en Europa, aunque todavía quedaban dos meses largos de pelea en el Pacífico.

Un compositor de treinta y dos años, Benjamin Britten, estrenaba una ópera. El rol titular estaba a cargo de un tenor de la misma quinta, Peter Pears, quien cumpliría treinta y cinco ese mismo mes de junio. Ambos se habían conocido mediada la década de los treinta; en el treinta y nueve, cuando empezó la guerra, se marcharon con su amigo Auden a EE. UU. Allí Britten estrenaría su primera ópera. En pleno conflicto regresaron a Europa, ideando entonces esta ópera que tiene como base un poema de George Crabbe.

Ambos se declararon objetores de conciencia, así que no lucharon con los aliados, algo que con el tiempo se medio reprochó al compositor: mientras otros jóvenes luchaban en el campo de batalla frente al nazismo, él se dedicó a la música. A mí me parece admirable que tengas esas ideas y seas coherente con ello, y ciertamente cada uno ha de hacer lo que mejor sabe, no creo que fueran muy útiles estos dos con un fusil en la mano... pero reconozco que admiro aún más quienes dieron lo mejor que tenían por librar a Europa del nazismo.

No sin dificultades, consiguió que se estrenara esta ópera, Peter Grimes. La historia se me antoja muy británica, con ese mar omnipresente y el inquietante suspense. El protagonista de la obra, Peter Grimes, es un tipo hosco del que todo el mundo recela y al que tratan fatal, por aquello de sospechar que sea un asesino de niños. Es una de esas obras en las que, por usar la trillada expresión «se masca la tragedia» desde el principio.

Dramáticamente, es una de esas obras teatrales que ves con inquietud y acabas un poco frustrado. No sabes muy bien a qué carta quedarte. ¿Es o no un asesino? La investigación concluyó que no, pero también es verdad que se hizo de aquella manera, y no disipó las dudas sobre Peter. Luego ese empeño de coger a chiquillos como ayudantes, cuando le aconsejan que, mejor, se busque un hombre que trabaje a su lado como marinero. Y el final trágico, con el antihéroe internándose en el mar buscando su propia destrucción. 

Se le han dado muchas lecturas a la obra, y cada uno puede quedarse con la que más le convenga: el falso culpable, la sociedad que malignamente recela del que es distinto, el antihéroe que desea formar parte de la comunidad y esta le rechaza, llena de prejuicios contra él,…

La obra fue un éxito. Hacía tres siglos que Gran Bretaña no veía una ópera tan alucinantemente buena: desde el Dido y Eneas de Henry Purcell, sí, casi trescientos años hasta que alguien dotó al teatro musical inglés de esa excepcional calidad artística y comprendiera tan bien la forma de componer música para ese lenguaje entrecortado, tan monosilábico, como es el inglés.

A ver, no es que el Reino Unido tenga una historia artística muy lucida, comparándola con las creaciones de todo tipo de los países mediterráneos, Francia o incluso Alemania. En la historia de la música, como auténticos genios autóctonos solo me vienen a la cabeza tres: Tallis, Purcell y Britten, un elenco pobretón si comparas con Francia o Italia, por ejemplo.

Lo que sí hay que reconocerles es que tienen una tradición teatral envidiable, sobre todo porque la mantienen viva, con un público diverso que sabe apreciarlo muy bien. Por eso Britten es de los pocos compositores del siglo XX que consiguió no solo estrenar óperas, sino que fueran éxito, que la gente las viera y, además, que se hayan mantenido en el repertorio.

Es de esas óperas que ganan mucho si las ves representadas. Da juego escénico para montar una auténtica película de miedo. Eso no quita que la puedas disfrutar también en grabaciones sonoras, siempre que la música contemporánea sea lo tuyo, claro. Britten no es particularmente osado o atrevido, vaya, sabe conservar sentido de la melodía; pero, aún así, no es la obra que yo sugeriría a los que quieran acercarse al género.

¿Qué momentos destacados tiene? Bueno, son muy apreciados los Cuatro interludios marinos, con los que Britten hizo una suite orquestal separada (Op. 33a), así como el Pasacalles (Op. 33b). Seguro que si escucháis estas piezas, os resultarán vagamente familiares, aunque no os suene esta ópera ni siquiera conozcáis quién era este Britten.

Este es uno de esos casos en los que la grabación recomendada es evidente: la dirigida por el propio autor a finales de los años cincuenta para la Decca, con su pareja Peter Pears en el rol titular (Peter Grimes), Claire Watson (Ellen Orford), James Pease (Balstrode), Jean Watson (Auntie), Raymond Nilsson (Bob Boles) y Owen Brannigan (Swallow). El coro y la orquesta son de Covent Garden

Para saber más, la Wikipedia. El libreto, en español e inglés, así como discografía de referencia, en Kareol

En You Tube he encontrado esta grabación de la BBC en 1969, con Peter Pears en el rol titular.

jueves, 4 de junio de 2020

#43 Sepulcro de Pedro I de Portugal

Túmulo de D. Pedro I
SaraPCNeves (2007)
[Dominio público], vía Wikimedia Commons



Ubicación: Alcobaça (Región del Centro) Portugal
Fecha: entre 1358-1367
Época: Arte gótico






Una historia medieval de lo más truculenta

Hoy tenemos una historia de lo más romántica en el sentido histórico, no como lo consideramos las fans de Lisa Kleypas, que preferimos los finales felices. No, esto es muy del Romanticismo de toda la vida: medieval, sombrío, con amor y muerte.
Tenemos a un príncipe heredero portugués, a quien le buscaron como esposa a una rica hembra en el vecino reino de Castilla, la hija del literario don Juan Manuel: Constanza Manuel de Villena. Cuando la novia castellana llegó al reino luso, con ella iba una doncella noble llamada Inés de Castro.
Fue cosa de echarse el ojo encima, y el veinteañero Pedro se coló totalmente por la jovencita Inés, gallega de unos quince años, hija ilegítima del mayordomo mayor de la corte.
Pedro mantuvo a su reina, y se echó a Inés de amante. Cinco años después, la reina murió en el parto. En ese momento Pedro llevó a vivir con él a Inés, a la que su padre, el rey Alfonso IV, había exiliado. El príncipe rechazó volver a casarse con ninguno de los buenos partidos que el rey quería. Inés y Pedro tuvieron varios hijos, fuertotes y sanos, frente a lo enclenque de la descendencia legítima de Pedro.
Al rey se le hincharon las narices y decidió cortar por lo sano.
Un día de enero de 1355, el príncipe heredero Pedro se marchó de caza, dejando feliz y contenta a su amada Inés en casa, en la llamada Quinta das lágrimas. A su regreso, descubrió una atrocidad: su amada había sido apuñalada hasta la muerte. ¿Cómo se sintió? Pues imagínatelo. ¿Qué hizo? Rebelarse contra su padre, asolando todo el norte de Portugal.
Dos años después murió el rey y el treintañero Pedro ascendió al trono. Es entonces cuando llegamos a la parte truculenta de la historia.
O de la leyenda, vamos. Porque prueba documental de ello, no hay nada, y parece que el origen de esta historia está en la literatura española del siglo XVI. Pedro hizo que sacaran el cadáver de Inés de su tumba y la hizo coronar como reina, al lado suyo. Y toda la corte tuvo que pasar ante ellos y besar la suponemos que bastante descompuesta mano de su reina.
Visión romántica de
La coronación de Inés de Castro en 1361
Pierre Charles Comte, óleo sobre lienzo
1849, M.º de BB. AA. de Lyon

¿Acabó allí la cosa? No. Los asesinos, que como dije antes eran consejeros de su difunto padre, habían huido y estaban protegidos en Castilla. Pedro habló con su colega, el otro rey Pedro, el de Castilla–otro que tuvo sus amores contrariados. Total, que se pusieron a pactar y al final el castellano le entregó a los asesinos. ¿A los tres? No. Uno de ellos fue más listo y se largó a Aviñón. Pero los otros dos pasaron a manos del rey Pedro de Portugal, quien les torturó hasta la muerte.
Al final, Pedro juró que se había casado con Inés, y así sus hijos quedaron legitimados.
¿No me digáis que no es todo un culebrón medieval?
Si vamos hoy al monasterio de Alcobaça, que es patrimonio de la Humanidad desde 1989, veremos la joya escultórica gótica que se guarda allí: los sepulcros tanto de Pedro como de Inés.
Son tumbas realizadas, según una fuente, en piedra caliza de la región de Coimbra, y según otros, en mármol. Lo dejamos en piedra de color blanco.
Están colocados enfrentados, tocándose por los pies. De esta manera, quienes tengan creencias católicas y por lo tanto, aquello de la resurrección de la carne, cuando los muertos se alcen, lo primero que verán, el día del Juicio Final, el uno al otro. Muy romántico, al principio estuvieron uno al lado del otro y luego, en el siglo XX, se les colocó cara a cara.
Estas tumbas son una de las piezas más notables del arte gótico en Portugal, muy minuciosamente tallado en altorrelieve. Se apoya la tumba del rey sobre leones.
Figura yacente de Pedro I
En la parte superior está la figura yacente del rey, con ángeles a los lados que parece que le están sujetando la cabeza e incorporándolo. Una mano empuña la espada y la otra, la vaina.
Rueda de la Fortuna y la Vida

En los lados hay escenas con la historia de San Bartolomé, pero también de la vida de los propios Pedro e Inés. También hay temas heráldicos, vegetales y geométricos.
Encontramos a la cabecera un elemento alegórico, la rueda de la Fortuna y la Rueda de la Vida, así como la Buena Muerte del rey Pedro. Es una de esas piezas detalladas con un montón de escenas, la rueda de la vida es la exterior, y en ella se representan momentos de la vida de Inés y Pedro, con sus hijos, o jugando al ajedrez, o el asesinato de ella. Más momentos de Inés y Pedro aparecen en la parte interior, en la Rueda de la fortuna.
Perrito a los pies, tradicional símbolo de lealtad
¿Quién hizo estas tumbas? Pues no se sabe. Hay quien ve una autoría francesa, pero otros creen que eran artistas autóctonos.
El monasterio de Alcobaça era poderoso en la Edad Media. Muchos monarcas fueron enterrados allí en los siglos XIII y XIV. Así que no es de extrañar que una de las primeras cosas que hizo Pedro I, tras ser coronado rey, fue encargar el sepulcro de su amante. Y de paso encargar el suyo, para que lo enterraran a su lado cuando le llegara el momento.
Como de costumbre, las imágenes proceden de Wikimedia Commons.