viernes, 6 de agosto de 2021

#33 El Bosco: El jardín de las delicias (1) Esto, ¿qué es?

 

Detalle del panel izquierdo (el infierno)


 


 


 

El jardín de las delicias

(De tuin der lusten)

 

Fecha: 1490-1500

Estilo: Arte gótico

Autor: Jerónimo Bosco

Técnica: óleo sobre tabla

Ubicación: Museo del Prado (Madrid, España)

 

 

Una pasada de cuadro para ensimismarse

 

Cuando quedó vacante el trono de Portugal, lo reclamó Felipe II. En su viaje a ese reino, se carteó con sus hijas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. Son cartas personales, familiares, donde puedes leer cosas normales como «espero que estéis bien, mirad que vuestro hermano estudie, gracias por mandarme naranjas aunque llegaron pochas…»

En una de 1581, escribiendo desde Lisboa, contaba:

Siento que vos y vuestro hermano no hayáis podido ver la procesión como se hace aquí, aunque hay algunos diablos semejantes a los cuadros del Bosco, que pienso lo habrían espantado.

Los «diablos» del Bosco formaban parte del imaginario de esta familia porque Felipe II fue un gran coleccionista de arte, siendo este autor uno de sus favoritos. Como buen príncipe renacentista, aparte de dedicarse a la política, Felipe II tenía su propio gusto en materia artística. Al parecer, fue su medio hermana, Margarita de Austria (o de Parma), gobernadora de los Países Bajos, quien despertó su interés por este artista. También se cita la influencia de Felipe de Guevara, humanista nacido en Bruselas, gran admirador del Bosco, de quien habló en sus Comentarios de la pintura.

Hay que advertir que el rey no fue coetáneo del Bosco. De hecho, el pintor no pertenecía a la generación de su padre Carlos V ni a la de su abuelo Felipe I, sino más bien de la de su bisabuelo, el emperador Maximiliano I de Habsburgo (1459-1519).

O sea, con todas las distancias del mundo, dado que las generaciones ahora van más lentas que entonces, entiendo que sería como un aficionado del siglo XXI que colecciona impresionistas franceses. 

Nacido hacia 1450 y muerto en 1516, el Bosco fue contemporáneo de Leonardo da Vinci (1452-1519). Solo que su estilo es gótico, no renacentista. En esa oscilación que encuentro en el arte europeo occidental, entre el clasicismo mediterráneo y el expresionismo nórdico, se instala claramente en este último. Sus cuadros son de temática religiosa muy medieval (Adoraciones de los Reyes, el Juicio Final, san Antonio, san Juan…, escasa presencia de la Virgen María). 

Pero siempre mete cosas extravagantes, rarezas, lo que llamaban bizarrías, como esos «diablos» de los que hablaba Felipe II.

Sus cuadros me dejan perpleja y me hacen preguntarme, primero, qué es lo que hay delante, qué estoy viendo, y, segundo, qué significa.



De todo ello es ejemplo esta pieza, el Tríptico del jardín de las delicias o La pintura del madroño, que puede verse en El Prado. Es un cuadro al óleo sobre madera de roble. Que sea un tríptico significa que está formado por tres tablas: una central más ancha (185,8 x 172,5 cm) y dos alas laterales más estrechitas (185,8 x 76,5 cm).

Hay cuadros tan famosos y artistas tan destacados que merecen más de una entrada. Lo hice con el Matrimonio Arnolfini de Jan Van Eyck y me toca hacerlo de nuevo con El jardín de las delicias.

Hoy voy a centrarme sobre todo, en intentar describir un poco lo que ves cuando te plantas delante de este cuadro y lo miras con detenimiento. Aunque comentar cada detalle es imposible.

Tríptico cerrado

Si doblas las alas, se cierra el tríptico y tienes una imagen en grisalla, que el DRAE define como «pintura realizada con diferentes tonos de gris, blanco y negro, que imita relieves escultóricos o recrea espacios arquitectónicos». 



Se representa aquí el tercer día de la Creación, según la Biblia. El globo terráqueo se mira a vista de pájaro, como una esfera transparente. Es un mundo mineral y vegetal, sin animales. En una esquinita, arriba a la izquierda está el dios creador, sentado, con una tiara en la cabeza y una biblia sobre las piernas. Nos lo explican dos inscripciones en latín, que dicen «Pues él habló y así fue, él lo mandó y se hizo» (Salmos, 33:9)

Un mundo sombrío, donde no hay Sol, ni Luna. Un mundo sin humanos.

Imaginaos la impresión que debía producir abrir las alas y toparse con una explosión de color. Esos verdes intensos, bolas rosas, los rojos y naranjas de los fuegos infernales. Todo lleno de criaturas, una miríada de hombres, animales reales e imaginarios, frutas rojas… El mundo humano.

A la izquierda, Adán y Eva en el Paraíso. A la izquierda, el Infierno. Y, en medio, el jardín de las delicias.

Ala izquierda: Adán y Eva


Empecemos por la izquierda, que es la parte más fácil de entender, por corresponderse a una escena tradicional. 

En primer plano, Dios acaba de crear a Eva de la costilla de Adán, y se la presenta a éste. Normalmente, pintan a Adán dormido, pero aquí se acaba de despertar, sentado en la hierba. Es un momento posterior al de la creación de la mujer. Sería cuando Dios ya los presenta. Hay quien ve en la expresión de Adán una expresión un poco boba, lujurioso, como si babeara por Eva. Con la mano levantada, Dios bendice a la primera pareja humana. Otro cambio respecto a la iconografía usual: Dios no es el Padre, sino que aparece como Cristo.

El árbol del bien y del mal, con sus manzanas, queda un poco a la izquierda de este grupo. Pero lo tapa un drago (Dracaena draco), planta ciertamente exótica. Ojo, que otros entienden que el drago sería el Árbol de la Vida y el Árbol del bien y del mal no estaría detrás, sino que sería una palmera que se ve en el borde derecho, en el centro, con una serpiente enroscada.

Detrás, un paisaje exuberante, de colinas y praderías, con árboles y arbustos. 

En un estanque, flota una estructura rosa, una fuente que es como una escultura, con formas orgánicas, vegetales, esferas de vidrio, rematada en una aguja como la de una catedral. Si interpretas toda la tabla en plan lujurioso, podrías tomártelo como símbolo fálico. Suele considerarse que es la Fuente de la Vida, origen de los ríos del Paraíso, con continuidad con la tabla central. 

Más allá, otra estructura extraña y lo que parecen montañas azuladas pero que, si te fijas, están formadas como con conchas, discos, árboles,… chocante.



En toda la tabla proliferan los animales, tanto en la charca del primer plano, como en el estanque de en medio, y un poco por todos lados. Algunos son realistas (elefante, jirafa, pájaros, un puerco espín, un perro de dos patas, hasta un felino con una presa en las fauces), pero otros son imaginarios, incluido un unicornio que en aquella época pensaban que realmente existían.

Y en las formas combinadas de terreno, animales y plantas, podemos imaginarnos caras.

Tabla central



En el centro, una escena abigarrada, pero tiene su orden, de verdad. Es como los tímpanos góticos, que parece una acumulación de figuras y luego te fijas y sí que distingues escenas diferenciadas.

El paisaje sería continuación del que hemos visto a la izquierda: praderas, colinas, montañas azules. Solo que esto está poblado de numerosas figuras humanas desnudas, animales, frutos especialmente rojos y más estructuras extrañas. Si comparas con las personas, algunos animales, como el pez en primer plano, y las frutas (cerezas, fresas, zarzamoras) son de gran tamaño.

El punto de vista es elevado. Así se pueden ver las ondulaciones del terreno hasta un horizonte que queda alto.

Se pueden diferencias tres franjas. En la primera, grupos de personas unas de piel blanca, algunas de piel negra, hablando, bailando, en posturas distintas, un señor con flores el trasero y otro que parece estar azotándolo con un ramo, otros haciendo el pino. Muchos se meten en esferas que recuerdan a bayas o frutas vaciadas. Encima de la cabeza llevan cerezas, o flores de corolas transparentes.



A la izquierda, flotando sobre un río, una pareja atrapada en un cilindro de cristal. Abajo, a la derecha, vemos dos figuritas que han sido identificados como Juan Bautista enseñándole la escena a Eva, que está detrás de un cristal. Otros piensan que son Adán y Eva, sin más.

La segunda franja estaría constituida por otro estanque, en el que se bañan mujeres, en grupo, o solas o en parejas, con pájaros en la cabeza o sobrevolándolas. Se han identificado cuervos, garzas y pavos reales. 


Alrededor, hombres desnudos a caballo lo rodean, en una cabalgada, a modo de procesión, sobre animales diversos. Montan caballos, sí, pero también otros animales. De nuevo, unos son reales, como camellos, ciervos, un jabalí o un gato, y otros fantásticos, como grifos o unicornios.

Y luego, la parte de atrás, con un estanque del que parten cuatro corrientes de agua. Se han interpretado como los cuatro ríos del Paraíso: Fisón, Geón, Tigris y Éufrates. Sobre las aguas, embarcaciones, sirenas, una pareja de un hombre negro con una mujer blanca… Hay estructuras, de nuevo, extrañas, esferas flotantes con agujas encima. Si se relacionan estas estructuras con la descripción que se da a las regiones que bañan esos cuatro ríos, parecen encajar. Así, se supone que el Fisón recorre países donde abunda el oro, y la construcción que queda arriba a la izquierda en efecto tiene flores doradas. El Geón recorrería Etiopía, y de ahí que se vea una torre con monos.



A la del centro hay autores que la han identificado como la «fuente del adulterio». En la orilla izquierda un montón de hombres se apelotonan, metiéndose en un huevo, otros rodean un madroño enorme. Las montañas son formas no solo geológicas, sino también vegetales y animales.

 


Ala derecha: el Infierno

El ala derecha es diferente a las otras dos. Dominan los tonos oscuros, con resplandores nocturnos en el fondo.

Aquí no hay desparpajo sexual, sino tormentos. Describe un mundo de pesadilla, que oprime a las almas condenadas y torturadas. En otros cuadros del Bosco, se representa el Juicio Final, y hay justos y condenados. Aquí no, aquí no hay justos, solo pecadores, torturados indefinidamente, sin esperanza de salvación.

De nuevo, se puede distinguir una estructura en tres bandas.

En la parte inferior se desarrollaría la idea del «infierno musical», con instrumentos como formas de tortura. Hay un arpa y un laúd descomunales, que al ser cosas normales pero representadas a tamaño enorme, resultan más amedrentadoras. 

Grillos-diablo castigan físicamente a los condenados recurriendo a extraños utensilios. Con instrumentos afilados perforan a los humanos, máquinas fantásticas los destrozan. Abajo, a la derecha, un cerdo gigantesco, que luce toca de monja, abraza a un hombre que intenta apartarlo, infructuosamente. Un poco por encima, estaría un demonio en forma de ave, sentado en un trono, que se traga almas y luego las defeca, envueltas en una burbuja azulada. Caen a una letrina que debe estar llena de mierda, pues hay otros demonios que defecan en él.

En la mitad, distinguimos a ese hombre-árbol que nos mira. Su cuerpo es como una cáscara de huevo vacía. Sus brazos son árboles que se posan en embarcaciones que flotan sobre un río. Vuelve el rostro hacia nosotros. Hay quien ha visto aquí un autorretrato de El Bosco, pero no hay pruebas de ello.


Encima, un disco con figuritas bailando y una gaita enorme, instrumento que se considera símbolo sexual. A la izquierda, el cráneo de un animal tiene debajo una campana con unas piernas oscilando como si fueran un badajo. Y un poco más arriba, otra imagen surrealista de esas que se te quedan clavadas: un cuchillo entre dos orejas, perforadas ambas con una flecha, otra imagen que se ha visto como fálica. A la derecha, un diablo-mariposa atraviesa con su lanza a un guerrero desnudo y cubierto con un casco.

El fondo lo ocupa un paisaje urbano, no natural, un auténtico Mordor. Parecen edificios incendiados, con fuegos que iluminan el cielo nocturno como si fueran antorchas o, más modernamente, como esos focos que rastrean el cielo en busca de bombardeos, durante la Segunda Guerra Mundial



 


Los incendios suelen aparecer en las escenas infernales del Bosco. En aquella época, como en toda era preindustrial, las casas de hacían principalmente de madera, así que los incendios eran un peligro muy real. En Bolduque (s'Hertogenbosch o Bois-le-Duc), la ciudad del Bosco, se produjo uno particularmente intenso cuando él tenía unos trece años. También debió ver torturas y ejecuciones en las plazas públicas, porque eso era lo habitual hasta el siglo XX, la gente se lo tomaba como un espectáculo. Así que mucho de lo que a nosotros nos parecen fantasías, porque no forman parte de nuestra vida cotidiana, para ellos eran cosas que sí habían vivido.

Por cierto que esta escena es una de las primeras «noches» de la pintura. Más tarde proliferarían, a lo largo de los siglos XVI y XVII. No es la primera, claro, hubo otras, como ya lo dije aquí al comentar «El sueño de Constantino» de Piero della Francesca, detalle del ciclo de frescos de la Leyenda de la santa Cruz en el coro de la basílica de San Francisco de Arezzo (1452-1466).

Rizando el rizo, hay quien ve entre distintos elementos del infierno la forma de una cara, en el centro, a la derecha, en la que el ojo serían los perros que devoran a un guerrero, la nariz un cuchillo y la boca una tinaja con un hombre que cabalga a una mujer desnuda.


Es suficiente por hoy, mañana ya intentaré darle un poco el sentido a todo esto, comentar el estilo del autor y otras cosas. 

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