martes, 26 de enero de 2021

#31 Leonardo da Vinci: La dama del armiño

 



 


Dama con l'ermellino

Dama z gronostajem

 

 

Fecha: 1488-90

Estilo: Arte renacentista

Autor: Leonardo da Vinci

Técnica: óleo sobre tabla

Ubicación: Museo Czartoryski (Cracovia, Polonia)

 

Mi pintura favorita de Leonardo

 

No sé si habéis visto la película de George Clooney The Monuments Men (2014).

En todas las guerras hay saqueos, y las obras de arte son uno de los botines más preciados. Napoleón recorrió Europa arrasando con todo lo de valor. A veces ni siquiera hace falta una guerra, el más fuerte se hace con lo que quiere: la depredación inglesa por los rincones del imperio y aledaños también es antológica.

La Segunda Guerra Mundial no fue una excepción. Conforme los ejércitos alemanes conquistaban territorios, aparte de exterminar a Untermenschen, rapiñaban cuanta obra de arte se les pusiera a tiro. Es célebre la colección que llegó a reunir Göring. La idea de Hitler sería construir un gran museo (se llamaría el Führermuseum) en su ciudad natal, Linz, pero sus sicarios cuando atropaban algo, no lo daban al estado, sino que se lo quedaban para sí.

Así que no es de extrañar que el gobernador general de Polonia, Hans Frank, cuando tuvo que largarse a Baviera al final de la guerra, se llevara consigo esta obra de Leonardo da Vinci, que había cogido del castillo de los Czartoryski. En Baviera es donde lo recuperaron los Monuments Men a los que Clooney hizo una peli.

El film, entre nosotros, es agradable de ver aunque nada especial. Lo mejor, que resulta un justo homenaje hacia aquellos hombres estadounidenses que vinieron al viejo mundo, arriesgando sus vidas, para salvar el patrimonio artístico europeo.


Aquí, a la izquierda, los Monuments Men originales, enseñando La dama del armiño. La foto la he tomado de Wikicommons y pone Fine Arts, and Archives program, dominio público, via Wikimedia Commons.

La dama del armiño es un óleo sobre tela. Leonardo es de la generación florentina que empezó a experimentar con el óleo, esa técnica que los flamencos habían llevado a su cumbre.

Como muchos de los cuadros del autor, es de pequeñas dimensiones, 54,8 x 40,3 cm. Tiene una inscripción, posiblemente añadida al llegar a Polonia en el siglo XVIII, que dice la bele feroniere leonard da vinci. Pero, como os contaré más tarde, la retratada no era la Bella Ferronière.

Me encanta este magnífico cuadro porque me parece una estampa real de la vida captada al vuelo. Te imaginas perfectamente a la modelo, entretenida con su mascota. De repente, se abre una puerta, o suena un ruido, y los dos se vuelven a mirar, ella y el armiño.

Capta el movimiento, y eso es dificilísimo. Otros retratos suyos son muy cuatrocentistas, con modelos estáticos, desde Ginevra Benci a Mona Lisa: esas mujeres están posando. Solo en este se transmite el nervio, la vida, el movimiento. Se nota que es una muchacha joven, a punto de sonreír a la persona que llega. Sabes lo que ha pasado antes y lo que pasará después de ese momento.

Notas los músculos de la mano sujetando al animal. La postura del mustélido, además, es muy reconocible para cualquiera que tenga una mascota, mismamente un gato: lo coges en brazos con cariño y se deja acariciar pero, de repente, algo que llama la atención y se revuelve, quizá para saltar a ver qué hay.

La retratada es Cecilia Gallerani, de dieciséis años. Era amante del duque Ludovico Sforza. No solo era bella, sino también ingeniosa y cultivada, hablaba latín con fluidez, y se decía que era una música y cantante dotada. Hizo sus pinitos literarios y contribuía a un salón en el que se hablaba de aquellas cosas humanistas.

Ironizaba Jane Austen en Orgullo y prejuicio sobre lo mucho que tenían que saber las jovencitas. A mí me hace gracia, la verdad, lo que se esperaba de las jóvenes casaderas en época georgiana o durante la Regencia no es nada frente a los refinamientos exigidos de las mujeres cultas de la Italia renacentista.

Estilo

Leonardo da Vinci fue prácticamente contemporáneo de Botticelli (era siete años más joven). Cuando su padre, un notario florentino, vio lo bien que se le daba el dibujo al crío, le puso en el taller de Verrocchio, a ver si aprendía a ganarse la vida con algo práctico.

Por eso, aunque cronológicamente, Leonardo sería uno más de la segunda generación de pintores florentinos, supone un paso más allá. Se le sitúa estilísticamente, entre el Quattrocento y el Cinquecento.

Domina mejor la pintura al óleo, y aprende a sacarle potencial a la hora de reflejar la realidad, con sus veladuras. Por eso tantos de sus cuadros son pequeños, requiere tiempo, y él pintaba pausado. 

Sus intentos en formatos más grandes... o no los terminaba porque siendo como era parsimonioso pintaba muy lento, no cumplía con los plazos y ni el comitente ni él conservaban el interés en terminar... O le pasaba como con la Última Cena, no estaba dotado para pintar al fresco e intentó una técnica que, bueno, digamos que empezó a desmoronarse ya al poco de ser terminado. De su torpe intento de reavivar la encáustica en Florencia ya ni hablamos.

Leonardo fue un magnífico pintor y, sobre todo, un extraordinario dibujante, en un entorno, el florentino, que destacaba precisamente por eso, por el dibujo, la línea, más que el color.

Su principal aportación como pintor fue prescindir de la nítida línea que envolvía las figuras de un Botticelli, por ejemplo. Difuminó los bordes, en lo que se llama «esfumado» (sfumato), con lo que los personajes representados quedaban envueltos en una especie de niebla algo enigmática. Creando suaves contrastes entre la zona de luz y la de sombra, añadía volumen a las figuras.

Historia del cuadro

Ya he dicho que la representada era amante del duque Ludovico Sforza, llamado el Moro. Llegó un momento en que el duque casó a su amante con el conde Bergamini de Cremona. Ella conservó su retrato y, años más tarde, se lo envió a otra dama ilustrada del Renacimiento, Isabel de Este, marquesa de Mantua, que se lo había pedido para comparar la manera de pintar de Leonardo con la de Giovanni Bellini.

Era solo un adelanto. Ya se veía entonces que este cuadro iba a viajar más que el baúl que la Piquer. Os cuento.

La pintura fue adquirida en 1798 por Adam Czartoryski, para su madre la princesa Izabela Czartoryska (en otro sitio leí que era para su esposa) y se integró en las colecciones de la familia Czartoryski en 1800. A lo largo de los siglos, la familia movió este cuadro de un lugar a otro de Europa, protegiéndolo de las guerras y demás. Por ejemplo, entre 1830 y 1876, estuvo en el hôtel Lambert, centro de la emigración polaca en París y propiedad de los Czartoryski.

La familia volvió a Polonia en 1869, y de nuevo se asentaron en Cracovia. El follón de la guerra franco-prusiana y la barbaridad de la Comuna les impulsó a llevarse la pintura a Cracovia en 1876. Dos años después, abrieron el museo que lleva su nombre.

Siglo XX. Primera Guerra Mundial: trasladan el cuadro a la Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde, para conservarla. Vuelta a Cracovia en 1920.

Ídem. Segunda Guerra Mundial. La familia intenta ocultar el cuadro en Sieniawa, ante el avance de la Wehrmacht. Sin embargo, los nazis lo descubrieron y lo enviaron a un museo de Berlín. En 1940, Hans Frank, el gobernador general de Polonia, lo vio y se lo llevó de vuelta a Polonia, donde estuvo en su oficina en el castillo de Wawel hasta 1941, año en que la trasladaron a un almacén de Breslavia. En 1943, de vuelta a Cracovia, la exponen en el Castillo de Wawel. ¿No os digo que viaja mucho…?

Los Monuments Men recuperaron el cuadro en casa de Frank en Baviera y lo devolvieron a Polonia.

Dirás que aseló entonces, ¿no? Pues no. Más meneítos de acá para allá. Leo en la Wikipedia en inglés que es la pintura de Leonardo que más ha viajado: Varsovia (1952), Moscú (1972), Washington DC (1991/92) y Malmö (1993/94), Roma/Milán (1998) y Florencia (1999).

Siglo XXI. La Fundación de los Príncipes Czartoryski vendieron la colección el 29 de diciembre de 2016 al gobierno polaco, por cien millones de euros. La fundación estaba representada por Adam Karol Czartoryski, el último descendiente directo de Izabela Czartoryska Flemming y Adam George Czartoryski, quien llevó la pintura a Polonia desde Italia en 1798.

Actualmente se encuentra en el Museo Czartoryski de Cracovia. De momento, supongo. Hasta que les de por traerla o llevarla de nuevo.

El autor: Leonardo da Vinci

Nació cerca de Vinci, en 1452, hijo no matrimonial de una campesina y el notario de Florencia que ya mencioné antes. Como dije, se formó en el taller de Verrocchio. Trabajó tanto en Florencia como en Milán. Sus cuadros son pocos y, más de uno, lo dejó inacabado.

Fue un extraordinario dibujante que reflejó en sus notas todos sus amplios intereses: el cuerpo –que conoció mejor presenciando necropsias–, los animales, la naturaleza, las expresiones diferentes de los rostros humanos, así como de todas las cosas que observaba, desde los remolinos al vuelo de los pájaros a idear cómo podrían hacerse unas alas con las que el hombre pudiera volar o un buzo para caminar por el fondo de las aguas.

Solo lo dibujaba, ¿eh? No quiere decir que construyera realmente nada de eso, ni que experimentara, ni siquiera que algo de eso funcionase si se construyera hoy según sus diseños. Dibujar era su forma de reflexionar y fantasear.

Vasari lo describe como un hombre fuerte y atractivo, que sabía cantar, entretenía a sus amos organizando fiestas para las que creaba decorados y trajes y que debió tener mucha labia. 

Posiblemente, la mejor descripción de lo que debió ser este hombre encantador nos la da Vasari en sus Vite, cuando explica cómo encandilaba a todos con sus fantasías: 

«los persuadía con tan grandes razones que parecía posible, aunque todos, cuando se había ido, constataban por sí mismos la imposibilidad de tamañas empresas».

Otras obras

Este cuadro es mi favorito de los que pintó Leonardo. Pero hay otros que gustan mucho a la gente y que por sus méritos, son los que más veréis citados en los libros de Historia del Arte.

Como, ante todo, fue un dibujante fuera de lo común, os pongo a continuación algunos de sus dibujos más memorables.

«Paisaje del Arno» (5 de agosto de 1473), tinta sobre papel, 16 cm × 28,5 cm, Gabinetto dei Disegni e delle Stampe, Galería de los Uffizi, Florencia.

«Las proporciones del cuerpo humano según el canon de Vitrubio», también conocido como «El hombre de Vitrubio» (h. 1492), plumín, pluma y tinta sobre papel, 34,4 cm × 25,5 cm, Galería de la Academia, Venecia.

«Cartón de Burlington House» (h. 1501-1505), tiza negra, albayalde y difumino sobre papel, 141,5 cm × 104,6  cm, National Gallery, Londres. Representa a la Virgen y el Niño con Santa Ana y San Juan Bautista.

Y ahora paso a algunos de sus pinturas de colorines más populares.

«La Virgen de las rocas» (entre 1483 y 1486), óleo sobre lienzo (tabla añadida al lienzo en 1806), 199 cm × 122 cm, Museo del Louvre, París. Hay otra Virgen de las rocas en la National Gallery de Londres.

«La última cena» (desde 1495 hasta 1498), temple y óleo sobre yeso, 460 cm × 880 cm, refectorio de Santa María de las Gracias (Santa Maria delle Grazie), Milán. Es prodigiosa la forma en que pinta con perspectiva, de manera que parece como un trampantojo, que hay un espacio más allá de la pared. Para cada uno de los apóstoles, por otro lado, estuvo buscando rostros durante mucho tiempo en las calles milanesas; cada uno tiene su propio carácter. Una auténtica pena que los experimentos aquí del artista acabaran haciendo que nada más terminarse ya se estuviera desprendiendo de la pared.



«La Gioconda» (1503-1505), óleo sobre tabla, 77 cm × 53 cm, Museo del Louvre, París. 

Esta que aquí veis, medianamente conservada, es la pintura más famosa de Leonardo, acumulando mugre y amarilleándose el barniz. Posiblemente, de las obras de semejante calidad, la peor conservada.

Bajo ese aspecto mugroso lo que pintó Leonardo debió ser algo más parecido a lo que se ve en la copia del Prado:



Anónimo, 1503-1519, óleo sobre tabla, 76,3 × 57 cm, Museo del Prado, Madrid. 

¿Veis por qué no hay huevos para limpiar la Gioconda original?






«La Virgen y el Niño con santa Ana» (h. 1503-1519), óleo sobre tabla, 168 cm × 130 cm, Museo del Louvre, París.

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