martes, 22 de octubre de 2019

# 61 La guerra no tiene rostro de mujer




У войны не женское лицо (U voini ne zhenskoe lizo)

 

Autora: Svetlana Alexiévich

Año: 1985

Género: Ensayo

Tema: Historia


La imagen que la gente normal tiene de la Segunda Guerra Mundial suele ser muy spielbergiana: entre el heroísmo yanqui (Salvar al soldado Ryan) y el exterminio de los judíos (La lista de Schindler). Rara vez aparece una superproducción occidental que te cuente algo un poco distinto (Enemigo a las puertas, sobre Stalingrado).

No digo que la SGM no fuera eso también, y Europa siempre deberá agradecer a los políticos estadounidenses que, aun actuando, como todos, en beneficio de los intereses de su propia nación, libraran gran parte del territorio europeo del totalitarismo nazi, aunque dejaran a otra parte en manos del totalitarismo soviético.

Pero la SGM fue, sobre todo,… la derrota de los nazis se debió, principalmente,… al frente oriental. A esa guerra brutal, despiadada, de exterminio, que se llevó a cabo en lo que hoy son Bielorrusia, Ucrania, Rusia… La Gran Guerra Patria que llamaron allí.

Svetlana Aleksiévich (o Alexiévich) dio voz, en 1985, a un buen puñado de mujeres que lucharon por el bando soviético, artilleras, pilotos, enfermeras, cirujanas, lavanderas o partisanas. Recuperó sus recuerdos de guerra, y así descubres otra guerra, en la que más que movimientos de tropas o combates de tanques, hay personas que luchan pie a tierra, que arrastran a compañeros heridos, que pelean y resisten.

Se asombran y preguntan a la periodista si «ahora» se puede hablar de esto. Durante décadas tuvieron que callar. No eran bienvenidas sus historias de sufrimiento, porque el régimen soviético solo quería épica y heroísmo. Te cuentan los sacrificios que hicieron, sus sentimientos, cómo querían ponerse un vestido, sentirse mujeres, o cómo creen que a las mujeres nos cuesta más matar, que es más fácil morir, sacrificarse,… Niñas adolescentes que mentían sobre su edad o escapaban de casa para ir a luchar contra el invasor. El odio intenso hacia los nazis destructores de su mundo, conviviendo con momentos ocasionales de compasión hacia el alemán herido o el niño combatiente de última hora que llora metralleta en mano... El tener que asistir impertérritas a la tortura y ejecución de sus hijos, porque si revelaban de dónde eran, los alemanes arrasarían a toda la aldea. Las mujeres que tuvieron que matar ellas a sus propios hijos…

Un interrogador nazi se asombraba de cómo aceptaban la muerte con tranquilidad y confiaban en que el comunismo vencería. Una mujer recuerda…

“La vida está por encima de las ideas”, decía él. Yo, por supuesto, no estaba de acuerdo.

Perfecta expresión del fanatismo: que las ideas sean más importantes que las personas.

Ese sentimiento ayudó a los soviéticos, que pusieron más de veinte millones de muertos encima de la mesa para ganar la guerra, en su mayoría civiles. Las cifras reales nunca se sabrán. Por comparar, los muertos estadounidenses no llegaron al medio millón, más o menos, casi en su totalidad militares.

Solo la fe absoluta en el comunismo y su «Victoria final» los impulsaba al sacrificio. Esto lo oí en una ocasión sobre los republicanos españoles en Mathausen; otros internos, por ejemplo, franceses, se asombraban de la convicción inconmovible de estos comunistas en que al final el nazismo sería derrotado.

Alekséivich no omite la injusticia de posguerra. Tuvieron que esconder sus condecoraciones, acallar sus recuerdos femeninos, incluso hubo quien la echó de casa, porque tenía hermanas a las que casar, y claro, ella había estado en el frente, con los hombres, cuatro años. Ellas mismas no pudieron casarse y cobran unas pensiones de miseria.

…Cómo muchos pasaron del campo de prisioneros nazi al gulag soviético. Hasta los chistes que se hacían al respecto.

El libro se construye a partir de relatos de estas excombatientes, grabadas en magnetofón, que la autora sabe combinar muy hábilmente por capítulos vagamente temáticos. Te atrapa como si fuera una novela. Creo que es gracias a que combina bien lo conocido (la SGM) con unas voces hasta la fecha inauditas.

La edición que yo tengo es fruto de una revisión ya de los años 2010, incluyendo partes que la censura (y la autocensura) quitó y extractos de sus conversaciones con el censor. Como ya ocurrió en España, irónicamente, la censura a veces se revela como una aguda crítica literaria, dando una buena idea del libro:

—Después de leer un libro como este, nadie querrá ir a la guerra. Usted con su primitivo naturalismo está humillando a las mujeres. A la mujer heroína. La destrona. Hace de ella una mujer corriente. Una hembra. Y nosotros las tenemos por santas.
—Nuestro heroísmo es aséptico, no quiere tomar en cuenta ni la fisiología, ni la biología. No es creíble. La guerra fue una gran prueba tanto para el espíritu como para la carne. Para el cuerpo.
—¿De dónde ha sacado usted esas ideas? Esas ideas no son nuestras. No son soviéticas. Se burla de los que yacen en las fosas comunes. Ha leído demasiados libros de Remarque… Aquí estas cosas no pasan… La mujer soviética no es un animal…

Más adelante:

—Debería usted buscar los ejemplos heroicos… En cambio, se dedica a sacar a la luz la suciedad de la guerra. La ropa interior. En su libro, nuestra Victoria es espantosa… Para usted, la verdad está en la vida. En la calle. Bajo nuestros pies. Para usted es tan baja, tan terrenal. Pues se equivoca, la verdad es lo que soñamos. ¡Es cómo queremos ser!

Qué soviético es eso.

Aleksiévich en 2017, por Elke
Wetzig
Svetlana Aleksándrovna Aleksiévich (n. Stanislav, Ucrania soviética, 31 de mayo de 1948) es una escritora, periodista y ensayista bielorrusa de lengua rusa, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2015, «por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo». 

Relata de forma crítica el tiempo soviético y sus consecuencias actuales. 

Otra de sus obras más conocidas es Voces de Chernóbil (1997).


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